Cuando decidí, como desafío de 30 días para el mes de septiembre, dedicar un rato diario a la meditación, imaginaba que sería como las demás veces que había meditado, con los efectos habituales de sosiego y relajación.

Me sorprendió (y frustró) ver que no terminaba de llegar a ese estado de tranquilidad que solía otorgarme la meditación. Estaba en un momento algo complicado por muchas razones (o tal vez por ninguna en particular, simplemente porque sí), y me encontraba estresada, muy nerviosa, con los consiguientes síntomas físicos de la ansiedad (dificultad para respirar, dolor de cabeza, cansancio, etc.). La idea de tener que pararme durante por lo menos cinco minutos al día a meditar me estresaba aún más. No conseguía concentrarme, y cuando lo conseguía, me limitaba a intentar expulsar a la fuerza los pensamientos que me reconcomían.

Un poco de ayuda del pilates

Pilates: le mola hasta a los delfines

En este sentido el pilates, que comencé a principios de septiembre, fue mucho más efectivo que la meditación. Someter al cuerpo a determinados esfuerzos, y sobre todo ponerlo en posturas en las que lo estiras absolutamente todo, significa una descarga física y mental muy bruta. Es imposible preocuparte por una fecha de entrega o por una bronca estúpida si tu cabeza está demasiado ocupada gritando de una manera muy extraña: algo así como el consabido y pornográfico «me duele pero me gusta». Era una sensación que hasta ahora desconocía y he de decir que he descubierto que la necesito (la de pilates, no la pornográfica. Esa ya la conocía). Esa hora y media, al principio dos veces a la semana (ahora he añadido otra hora los viernes) es horrible. Hace que me sienta torpe y avergonzada, además de que no suelo aguantar la hora y media sin tener que pararme a descansar, pero cuando supero el ridículo y la angustia de no poder realizar algún ejercicio la liberación física es asombrosa. Tras las primeras clases acuñé la frase «en pilates, si no te duele es que no lo estás haciendo bien». Ahora que llevo más de un mes creo que lo cambiaré por «si te resulta fácil es que no lo estás haciendo bien», ahora que mis músculos empiezan a acostumbrarse al esfuerzo. No duele tanto (a veces), pero sigue siendo condenadamente difícil, y a la vez de lo más relajante. En este sentido tengo que agradecerle su buen hacer a la profesora, que consigue mantener un ritmo lento, maneja bien los aspectos meditativos del ejercicio, además del tiempo que dedica a corregirnos a todos personalmente y asegurarse de que estamos utilizando los músculos y respiración adecuados. He tenido alguna clase con profesores diferentes, y su actitud más rápida, más de entrenamiento, implica menos esfuerzo y concentración. Cuando haces bien un ejercicio de pilates, hacer dos repeticiones es mucho más cansado (y efectivo) que hacer diez si el ejercicio está mal hecho y con prisa. Por otro lado, acababa tan agotada y con las endorfinas tan a tope que me daba todo igual: fechas de entrega, peleas, problemas, el fin del mundo… nada conseguía alterar mi paz mental.

Al comparar el pilates con la meditación, he llegado a la conclusión de que ambos consiguen resultados en el mismo terreno pero utilizan métodos muy diferentes. El pilates funciona gracias a la concentración, del mismo modo que muchos al meditar utilizan un foco para no perderse en sus pensamientos: su respiración, una vela, una imagen, etc. Como resultado se ignoran todos los demás pensamientos y se obtiene un sosiego, una calma.

Un paso más allá

Pero esto ya no era suficiente para mí. Quería volver a llegar hasta ese sentimiento de jhana que me producía euforia, calma absoluta, sensación de unidad con mi entorno, y un Amor de esos con mayúsculas que te dan ganas de ir a buscar a tu peor enemigo y darle un abrazo. Es el estado al que antes podía llegar con relativa facilidad, justo después de las flores y las mariposas y todas esas imágenes mentales extrañas que me solían asediar. Creo que la sensación de plenitud y felicidad llegaba como consecuencia de experimentar imágenes tan fabulosas, un poco como cuando tienes un sueño que va a explotar de color y figuras y no quieres despertarte nunca. Esas sensaciones no son, ni de lejos, un estado avanzado de la meditación, pero sí que hacen que tengas más ganas de llevar a cabo la práctica, y surgen al llegar a una concentración total, generalmente en un objeto o estado. Para mí, el foco de la concentración es mi propia mente. Por lo que he leído, si bien no lo he probado, el yoga sería el ejercicio más adecuado para este tipo de abstracción.

¿Por qué, entonces, me costaba ahora tanto llegar a ese estado? Al terminar los 30 días propuestos, decidí seguir durante otro mes, más por cabezonería que por otra cosa. Y parece que todo se ha confabulado para lanzarme mensajes, de todas partes, acerca de este tema. He estado leyendo acerca del zen, acerca de la meditación, y acerca de nuevas técnicas que van un poco más allá de la programación neurolingüística y otro tipo de técnicas que me llamaban bastante la atención. Y creo que he dado con una clave importante.

Del mismo modo que en pilates, hasta ahora mi actitud era expulsar la tensión, expulsar los pensamientos negativos y estresantes. Pero estos seguían ahí, tal vez no en forma de pensamientos pero sí de emociones, de angustia y ansiedad. Pero a lo mejor hay que enfrentarse a ello de otra forma, como en la meditación: no se trata, realmente, de eliminar las distracciones, sino aceptarlas, prestarles atención, y entonces despedirse de ellas. Y lo mismo con los pensamientos negativos, las emociones destructivas. Hay que aceptarlas, reconocer que están ahí, y entonces darles permiso para que se larguen.

En busca de una conciencia más atenta

Por ahora los resultados son muy positivos, y solo llevo unos días aplicando esta nueva actitud. En cuanto lo relacioné con el tema de la meditación, me di cuenta de exactamente por qué meditaba. La meditación me estaba entrenando para llevar esto a cabo, es una práctica donde las distracciones y los pensamientos se observan, como desde una segunda mente superior, que toma la decisión de si hacerles caso o no. Ha sido un descubrimiento muy interesante, y pienso seguir experimentando con él durante los próximos días. Ya os haré saber qué conclusiones saco a la larga. De primeras, he de decir que estoy descubriendo cosas sobre mí misma que no era muy consciente de que estaban ahí, tal vez porque prefería ignorarlas. He descubierto que soy horriblemente celosa (no me refiero a las relaciones de pareja, donde soy bastante segura, sino de todo lo demás) y competitiva; rencorosa e insegura. Lo sabía, hasta cierto punto, pero no me daba cuenta de la cantidad de emoción que le dedicaba a estas características, de lo destructivas que eran. Es extraordinario pensar que estás agobiada simplemente por un tema, aparentemente absurdo, de trabajo, y de repente darte cuenta de todo lo demás que hay involucrado. Poco a poco, descubres qué es lo que está pasando realmente, por qué te sientes tan mierda ante algo que ni siquiera tiene importancia.

Esto es solo la punta del iceberg. Han sido 35 días de meditación que de primeras han sido poco efectivos, que en la superficie no me han aportado nada. Pero ahora que de repente empiezan a llegar tantos datos, tanta información acerca de mí misma y de mi forma de reflexionar, empiezo a pensar si tal vez este desafío habrá ido mucho más allá de lo que pensaba.

Seguiré informando. Por ahora os dejo con una foto de mi jardín trasero, hace un par de días. No hay un incendio, no, es simplemente un amanecer de esos radiantes:

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Imagen del delfín de Flickr, por cortesía Creative Commons de post406.