personaje femenino

Uno de los temas que siempre me han intrigado es si hay realmente una diferencia al escribir un personaje del sexo contrario al nuestro. Está claro que ser hombre o mujer implica experiencias culturales y biológicas diferentes. ¿Puedo yo, como mujer, narrar correctamente la perspectiva de un hombre, si su experiencia es, en muchas ocasiones, diferente a la mía?

Hace poco tuve una experiencia muy curiosa. Casi siempre he escrito desde la perspectiva de personajes femeninos, por lo menos en mis textos más largos. Realmente no me había planteado por qué ni le había dado más vueltas. Y un día empecé a escribir una historia (sí, aquella novela corta ciberpunk que corregiré antes de la llegada de los jinetes del apocalipsis, lo prometo) donde, por razones argumentales, el texto me pedía un protagonista masculino. En primera persona, además.

Fue toda una revelación. ¿Por qué era tan distinto escribir como China, el aguerrido programador informático pansexual? ¿Por qué era tan… liberador?

Frente a personajes más o menos pasivos, a los que les ocurrían cosas, China era activo. China no paraba, no se detenía a considerar, él hacía. Muchos de mis personajes femeninos intentaban resolver conflictos mediante diálogo o manipulación; China se metía en embrollos sin planteárselo siquiera. China no se cortaba al narrarle al lector su fijación con el culo o los pies (sí, ¿qué pasa?) de algún personaje de buen ver. Tal vez mi personaje masculino era cliché, tal vez me estaba centrando en la visión que yo tenía de lo que suelen ser los personajes masculinos. Y si escribes ciencia ficción o fantasía, géneros que, tal y como los conocemos, son relativamente jóvenes, es inevitable llenarte la cabeza de ciertas convenciones. Aun así, ¿por qué me resultaba tan difícil proporcionarle comportamientos más activos a mis personajes femeninos? ¿Por qué ellas se cortaban tanto a la hora de tomar decisiones, de actuar, de desear?

Me di cuenta, horrorizada, de las restricciones que les había estado imponiendo. No estoy segura de si esto tenía que ver con el sexo de mis protagonistas o si, simplemente, China era un personaje extravagante, el resultado de práctica y práctica y práctica y la ruptura de algunas de mis barreras como narradora. Me pregunté por qué no podía hacer lo mismo con un personaje femenino, y así nació Monna.

Llevé a Monna a límites mucho más lejanos que a China. Monna es un personaje caótico, tal vez sociópata. Observé que determinados comportamientos que para China eran naturales y apenas tenían consecuencias, para Monna estaban cargados de desaprobación social. Me planteé la paradoja de que, para crear a un personaje femenino verdaderamente libre, había tenido que hacerla amoral (un recurso que no es nuevo; ahí tenemos a la terrible femme fatale de toda la vida, esa mujer vampiresa-diablo que seducía y montaba una gorda hasta que era castigada). Monna no es ni una mujer seductora ni es castigada por sus acciones; por lo menos ahí he avanzado algo. Pero con ella tal vez estoy entrando también en el dilema de la libertad individual frente a la coacción social y esa es otra historia. Lo que me interesa comunicaros, más allá de reflexiones sobre el papel cultural de la mujer, es la siguiente revelación: yo, que soy mujer, y que creo en la igualdad de derechos para hombres y mujeres, no era consciente de las limitaciones que estaba imponiéndoles a mis personajes femeninos.

¿Pero cómo sabe uno si está construyendo un personaje femenino realmente válido? Tened en cuenta que no todos vuestros lectores son hombres, ¡también leemos las mujeres! Y nada nos atrae más en un libro que un personaje femenino potente, complejo, que escapa de los tópicos. A veces es tentador resolver este conflicto creando mujeres agresivas y físicamente poderosas, luchadoras, pero no se trata solo de eso. Un personaje femenino puede ser redondo sin necesidad de dar una sola patada, y puede ser completamente plano aunque sea una ninja nivel experto-máster-superguay.

Encontré este artículo de Chuck Wendig, porque, como sabéis, soy un poco fan de su blog y de sus artículos sobre cómo escribir sin pantalones. Wendig propone tres pruebas de fuego para saber si tu personaje femenino es molón o si da más repelús que una figurita de superheroína de cómic en los 90. Ya conocía dos de estas tres pruebas, así que aprovecho para presentároslas. Añado una última al final, más que nada porque es de sentido común y sirve para todo.

Primera prueba: El test de Bechdel

La creadora de cómics Alison Bechdel inventó esta prueba para películas, pero yo diría que puede aplicarse a cualquier texto narrativo más o menos largo (más que nada porque en un microrrelato pocos personajes vas a desarrollar). Parte de una premisa muy sencilla. Para aprobar el examen de Bechdel, en tu libro debe haber por lo menos dos personajes femeninos; estos personajes deben hablar entre sí; y en algún momento deben hablar sobre algo que no sea un hombre.

Parece fácil, ¿verdad? Haced la prueba. Os sorprendería la cantidad de películas y novelas que no aprueban ni de lejos.

¿Por qué es importante el test de Bechdel? Da cuerpo a tus personajes. Si tus personajes femeninos no tienen la madurez emocional suficiente como para relacionarse de forma positiva con otras mujeres, ni son capaces de pensar en algo que no sea un hombre… igual no estás retratando a una mujer, sino a una muñeca hinchable. O a una lámpara sexy. Lo cual nos lleva a…

Segunda prueba: El test de la lámpara sexy

Creado por la guionista y editora de cómics Kelly Sue DeConnick. No es casualidad que muchas de estas quejas e ideas provengan de lectoras aficionadas al cómic de superhéroes, donde hay una curiosa tendencia a pensar que las tetas de una mujer son más grandes que su cabeza. El test de DeConnick es también muy sencillo: si puedes sustituir a tu personaje femenino por una lámpara sexy sin alterar por ello los elementos básicos de la narración, igual es que tu personaje femenino está más vacío que… que algo muy vacío.

Ojo: Es posible fallar el test de Bechdel, pero aprobar el de la lámpara sexy. En ocasiones esto puede tener sentido. Encontré por internet el ejemplo de Los Vengadores: ya que es una película sobre todo de acción, hay escasa interacción y conversación entre los personajes femeninos potentes; sin embargo, estos son fundamentales para el curso de los acontecimientos (sin sus acciones no podría haber resolución). Así que mal por no mostrarnos algo de estas chicas más allá de sus impresionantes trajes ceñidos, pero bien por hacerlas fundamentales para la narración.

Tercera prueba: El test de la mujer en la nevera

Este también viene del cómic, de la mano de la mismísima Gail Simone. Proviene de una escena emblemática del mundo de la viñeta, cuando Linterna Verde regresa a su apartamento para encontrarse con que su novia ha sido asesinada por su enemigo y metida en un frigorífico.

La queja de Simone, y de muchas lectoras habituales de cómic, es que es incontable el número de personajes femeninos que solo sirven como detonante de la acción del héroe. Ya pueden ser las princesas a las que hay que salvar, o las princesas que ya han muerto: su tragedia incita al héroe a tomar justa venganza, o a desarrollar sus superpoderes, o a cualquier otra forma de avance narrativo brutal. Los pobres personajes femeninos, mientras, siguen metidos en la nevera (y quien dice nevera dice bajo tierra, violadas, torturadas o humilladas de cualquier forma). Esto es tan común que, de hecho, en El fin de los sueños intentamos jugar con ello, utilizando a una chica atractiva como incentivo para poner en marcha a los héroes; una chica atractiva que luego no es para nada lo que parece, y que les puede a todos y más.

El test de la mujer en la nevera es tal vez el más complicado, pero a la vez el más eficiente: ¿sirve tu personaje femenino solo como contrapunto para el masculino, como excusa para que este haga algo? Si es así, te estás perdiendo la gran oportunidad de crear a un personaje redondo, poderoso.

¿Y cuál es el cuarto test?

Este es, para mí, el test comodín, el que me saca de todos los apuros, no solo al escribir, sino de dudas respecto al sexismo en general. Si alguna vez te preguntas “¿es sexista esto que estoy haciendo/escribiendo?”, solo tienes que cambiarle el sexo al personaje involucrado. ¿Queda raro, artificial, no termina de encajar? Entonces sí, probablemente estás menospreciando a tu personaje.

Tu personaje femenino es genial, merece algo más que eso. Dale autonomía, ella y tus lectores te lo agradecerán.