Función vs. propósito

Hace ya algún tiempo hablé en el blog de dos conceptos que se me antojaban muy distintos: función y propósito. Suelo asociar función con una visión teleológica de la realidad que me parece poco productiva (¿para qué estoy aquí? ¿cuál es mi finalidad en esta vida?), más que nada porque tengo la sospecha de que no hay absolutamente ninguna razón preconcebida para que estemos presentes y existentes, y mucho menos un objetivo lógico y causal que explique nuestro destino; considero además que puede ser una noción destructiva para muchos: nos han vendido tanto la idea de que tenemos una meta, una razón de ser, una finalidad, que nos sentimos terriblemente frustrados cuando no terminamos de encontrarla (y oye, que un porcentaje muy grande de los seres humanos nunca será famoso, ni millonario, ni inventará una cura contra el cáncer).

¿Qué es el propósito?

Otra cuestión muy distinta es nuestro propósito. El “oye, ya que estás aquí, ¿qué vas a hacer con tu tiempo? ¿A qué vas a dedicarlo?”. Porque el tiempo, queridos míos, se escapa. Huye de nosotros. Hoy es ayer y mañana es hoy. Y mientras, nos hemos dedicado a levantarnos, desayunar, ir a trabajar, almorzar, fregar los platos, trabajar, lavarnos los dientes y acostarnos y dormir. Y ninguna de esas cosas tiene nada de malo pero… ¿a que no recuerdas nada de cómo te lavabas ayer los dientes? ¿A que el día de trabajo de hoy no ha tenido nada excepcional, a que no ha habido nada que te hiciera pensar FUCK YEAH, qué bien hago mi trabajo? Cuando te quieras dar cuenta habrán pasado 70 años (con suerte) y habrás fregado muchos platos y habrás tenido miles de días exactamente iguales que ese día en el que no hiciste nada excepcional, en el que no pensaste que eras el puto amo de lo que hacías, que no fuiste realmente consciente de lo que llevabas a cabo. Abres los ojos y estás sentado frente al ordenador. Abres los ojos y son las 9 de la noche, y estás cenando y se ha terminado el día. Y así vivimos, en una progresión de acciones insignificantes cuyo proceso nos perdemos. Vivimos de salto en salto. Y con esto no me refiero a que cada día tengas que hacer algo extraordinario, pero tal vez podrías probar a solo estar, estar realmente presente y disfrutar de cada pequeña acción.

Cuando tienes un propósito, cada acción, cada segundo, se mide según lo cerca o lejos que estés de tu propósito. El tiempo no se desvanece, porque es tiempo empleado en acercarte a tu propósito. Considero que es una manera excelente de anclarnos en el tiempo, de echar raíces en la realidad en vez de limitarnos a flotar en un cerebro algodonoso de nada. Como comenté en aquel post anterior, yo tengo un propósito, y a pesar de que es terriblemente sencillo y es algo que en mi fondo más profundo ya conocía, me ha abierto los ojos en muchísimos sentidos, se ha convertido en un punto de partida único y consecuente. Puede que varíe algo a lo largo de los años, pero sospecho que la base permanecerá firme. Un propósito es una manera, una forma de ver las cosas. Para alguien podría ser, por ejemplo, ayudar a los demás. Para otra persona podría ser enseñar, compartir con los demás todo lo que sabe. Para otra, aprender. Para otra, disfrutar de todas las relaciones sexuales que pueda de la mejor forma posible. En cierto modo es una vocación. Es también sincero, no hay que preocuparse de que sea egoísta, bueno o malo, ya que es un tanto amoral (con todo, dudo que el propósito “acabar con la raza humana” sea muy productivo para su propietario ni para sus congéneres).

Buscando mi propósito

Por todo esto flipé un poco cuando buscando por internet encontré que el Sr. Steve Pavlina, gurú de blogueros y loco profesional (famoso por atreverse con el sueño polifásico extremo, el veganismo y el poliamor, entre otras cosas), había encontrado un método para descubrir tu propósito en tan solo veinte minutos.

Ya.

No sé si es de su creación, o si se limitaba a reproducir algo que podría ser muy anterior, pero a efectos prácticos le atribuyo su autoría. Cuando leí de qué iba el método me eché a reír. Era demasiado ridículo, e imposible que funcionara. Pero oye, era gratis y mucha gente decía que le había funcionado y pensé por qué no, y respeto por lo demás muchas de las ideas de este hombre. Afortunadamente, Pavlina comparte sus contenidos de manera total, así que puedo tomarme la libertad de traducirlo para vuestra conveniencia. Sobra decir que todo lo escrito hasta aquí es cosecha mía, pero creo que merece la pena compartir el método en cuestión por si pudiera serle útil a alguien.

Lo he probado con alguna persona, superada la primera oleada de vergüenza que produce decirle a alguien “oye, te veo un tanto desconcertado con tu vida ahora mismo y te voy a pasar un método bastante ridículo y sencillo que te ayudará a saber cuál es tu propósito”. Por lo que he visto los resultados no son siempre claros, ni llevan a ese famoso propósito, pero siempre surgen cosas inesperadas y sorprendentes. Igual alguno de vosotros lo prueba y se queda en las mismas, pero creo que merece la pena, aunque solo sea por curiosidad; es un tema que he comentado con algún que otro lector y que me han solicitado que incluya en el blog. Claro está que exige una sinceridad con uno mismo bastante extrema, y eso es siempre un tanto incómodo.

Método para encontrar el propósito de tu vida en (aproximadamente) veinte minutos:

1.      Coge lápiz y papel o abre un documento de Word (es mejor la opción que te permita escribir más rápido).

2.      Escribe: ¿Cuál es mi verdadero propósito?

3.      Debajo, escribe la primera respuesta que se te venga a la cabeza. No te preocupes por errores gramaticales, faltas, etc. Ni siquiera tiene que tener sentido

4.      Repite el paso 3 hasta que escribas la respuesta que te haga llorar. Esta es la buena.

No hace falta que me digáis lo que estáis pensando. ¿Llorar por una respuesta? Pues menuda gilipollez. Eso pensé yo. Y luego lloré como una imbécil. Y ni siquiera fue haciendo el ejercicio. Fue simplemente leyendo en los comentarios las respuestas que había dado la gente a Pavlina cuando propuso el ejercicio. Hubo una que era la mía. Era tan jodidamente obvio que fue una especie de liberación. Y sí, lloré como una imbécil. Y aunque las cosas cambian y no perduran, mi propósito sigue siendo el mismo: Disfrutar del camino. Sencillo, fácil, evidente. Pero lo que es evidente y simple para uno puede ser determinante para otro, y lo mismo ocurre con todos los propósitos.


¿En cuánto tiempo?

Lo de los 20 minutos no es tan claro como dice el título del post. Algunas personas lo tendrán delante de sus narices en 5 minutos, otras tardarán una hora. La cuestión es perseverar. Si das con una respuesta que no te hace llorar pero que te provoca alguna reacción emocional, fíjate en ella, se acerca a lo que estás buscando. El problema principal radica en que muchos estamos condicionados por lo que los demás esperan de nosotros, por lo que resulta complicado llegar al núcleo auténtico de lo que deseamos en realidad. Si toda la vida te han dicho que tienes que ser médico, y has dedicado la mayor parte de tu existencia a estudiar y practicar medicina, resultará difícil aceptar que tu gran propósito, aquello a lo que quieres dedicar cada segundo de tu tiempo, es estudiar leones en su hábitat natural. Tus primeras respuestas siempre estarán relacionadas con la medicina, y tardarás bastante en moverte de ahí.

También sobra decir que esto puede ser un ejercicio de sugestión, que la fábula que estoy creando alrededor del método sea lo que nos induce a llorar al tocar cualquier fibra sensible en lo que estemos escribiendo. Posiblemente. Pero yo no lo descartaría. Creo que puede ser muy interesante, por lo menos para empezar a saber un poco más acerca de nosotros mismos. Si alguien lo prueba, agradecería que compartiera su experiencia en los comentarios (no tiene por qué compartir el propósito si no lo desea, es más por saber qué ha dado de sí el ejercicio).

—————————–
Otros posts relacionados:

Imágenes por cortesía de: FreeDigitalPhotos.net