No estoy hablando del sentido de la vida, ni de por qué escribimos, ni de aquella frase tan rara que te dijeron por Twitter y que todavía no has podido descifrar (el diccionario predictivo puede ser un monstruo).

Uno escribe una novela, le da un par de vueltas y la manda a ocho editoriales diferentes.

Bueno, me han dicho que eso es lo que hacen algunos escritores. Para otros, el proceso es distinto.

Uno escribe una novela, le da dieciocho vueltas, se pregunta por qué se hace eso a sí mismo, se arranca un poco de pelo, la manda a ochenta lectores cero, a trescientas editoriales, luego encuentra tres erratas en la primera página del manuscrito y llora y se hace Grandes Preguntas, como: ¿llegaré algún día a pisarles los talones a mis ídolos?, ¿por qué vende tanto ese escritor al que apenas conozco pero que me cae tan mal? y, por supuesto, ¿cuál es el sentido de mi novela?

Porque tu novela tiene un sentido, ¿no? Tiene algún tema, esencia o significado entre líneas, ¿verdad?

¿Verdad?

Ese sentido a veces está en el centro, escondido, eso me lo enseñó James Scott Bell. Y también me ha enseñado otra cosa: hay maneras de averiguar qué se esconde en el corazón de tu novela. Hoy quiero hablaros de mi favorita.

sentido de tu novela

Scott Bell y la pregunta de oro

En el email que mandé hace un par de días a los suscriptores de mi lista de correo, les hablé de un libro que he leído hace poco de Bell, 27 Fiction Writing Blunders. Bell da con muchos puntos muy interesantes, pero uno de los que más me llamó la atención, por práctico, fue el que procedo a explicar a continuación.

Según este autor, lo único que tenemos que hacer para entender cuál es el sentido (pinchad en ese enlace si sois de estómago fuerte) de nuestra novela es preguntarle a nuestro/a protagonista qué ha aprendido. Si averiguáis dónde se esconde el alma de vuestra novela tendréis mucho más fácil añadir capas de significado, anticipación, intriga y todo lo demás, además de dejarle una agradable resaca al lector, abrumado por todos los niveles de interpretación, matices socioculturales y magia potagia que le habéis colocado en las narices. O podéis hacer una novela blandurria y muy visual y entretenida, de las que se zampan con ganas y luego te dan un leve dolor de estómago, pero también tendréis que conocer el sentido, aunque solo sea por entender dónde están los nexos de acción más importantes y que el lector no se aburra.

Dice Bell:

sentido de una novela

Prueba este ejercicio. Ve adelante en el tiempo con tu personaje, hasta el final de la novela. Si tu personaje está muerto, tráelo de vuelta. Y pregúntale: ¿por qué has tenido que pasar por todo eso? ¿Qué has aprendido? ¿Qué querrías compartir con nosotros sobre lo que has aprendido?

Mi amigo Chris Vogler, autor de El viaje del escritor, llama a esto «el regreso con el elixir». El héroe ha completado su viaje y la comunidad recibe su sabiduría, para beneficio de todos.

Bell pone varios ejemplos, entre ellos a la mismísima Julieta de Shakespeare. «¿Qué has aprendido, Julieta?», le pregunta. Julieta le responde que ha aprendido que el odio entre familias acaba matando a los que quieres. Si le preguntásemos, no sé, a Quevedo qué ha aprendido, nos diría que si quieres pasar a la posteridad, métete con la nariz de alguien. Pero eso no tiene nada que ver con la novela y además no ofrece sabiduría para ninguna comunidad. Bastante nos metemos ya con narices ajenas y no creo que nadie saque provecho de ello (aparte de algún que otro cirujano plástico, el canon de belleza imposible que domina el discurso cultural, las revistas de cotilleo… ahora que lo pienso, sí que puede sacarse provecho de ello. Pero vuelvo al meollo de la cuestión, que hemos venido a hablar de novelas, así, a lo etéreo e idealista y literario).

Si le pregunto a alguno de mis personajes qué ha aprendido, estoy segura de que serán historias desesperanzadas de tristeza y desolación, o cosas prácticas como «no metas gente nueva en tu casa si tu casa está viva, sobre todo si esa gente trabaja para una inmobiliaria«. Pero si nos ponemos muy serios y nos lo tomamos con juicio, cavando en profundidad, este ejercicio puede ayudarnos a encontrar aspectos fundamentales de nuestros textos.

Hablando de cosas serias y fundamentales, el otro día Umberto Eco me dijo que la literatura servía para aceptar la muerte.

¿Qué? Sí, en serio. Bueno, me lo dijo a través de un libro, pero eso también cuenta, creo.

Eco y otras funciones de la literatura

Eco hace lo que hace siempre: te da vueltas y vueltas como si fueras un trompo y entonces te caes en esa gran piscina de claridad que es su conclusión final. Y encima le das las gracias:

muerte y literatura

El libro (el físico, el impreso) es inalterable (por mucho que generaciones de estudiantes aburridos intenten demostrar lo contrario). Sabemos que Edipo se va a casar con su madre, por mucho que le gritemos que no lo haga. Las historias que son conocidas, tal vez las que han entrado en algún canon, no se pueden cambiar, a no ser que seas Disney y la gente acabe creyéndose eso de que la Sirenita se casa con el príncipe, por mucho que Andersen dijera lo contrario (sí, saco mucho a colación la Sirenita, lo siento). Pero si alguien nos pone el cuento de Andersen delante y nos dice que la Sirenita nunca consigue el amor (pero sí la inmortalidad, que al fin y al cabo es lo que andaba buscando, la muy lista), vemos que ese texto es el verdadero, que es anterior a Ariel y sus amiguitos bailarines. El texto está ahí, y la modificación transmedia puede convertirlo todo lo que quiera: el texto original cuenta una historia inalterable. Y sabemos que por mucho que Disney le ponga un traje de novia a Ariel, esa Ariel no es la chica que debe elegir entre apuñalar a un príncipe enamorado de otra o convertirse en espuma de mar. Esa chica siempre va a tomar la misma decisión.

En ese sentido, Eco dice que lo escrito nos ayuda a aceptar lo inalterable. Nos ayuda, como la tragedia griega, a aceptar lo que no podemos esquivar, nuestro destino. Y hay un destino claro, para todos, que es el único en que no hay discusión posible: vamos a morir.

¿A que no se os habría ocurrido que aprender a aceptar la muerte pudiera ser una función de la literatura? A mí tampoco, y podría ser una interpretación sin base alguna, un ejercicio de hermenéutica rebuscada y efectista, pero no me negaréis que es, cuanto menos, hermosa.

A muchos nos gustaría escribir artículos como los de Umberto Eco, sin tener que dedicar las mil horas diarias de Umberto Eco a estudio, reflexión y lectura, claro.

Porque en la cima cada paso es atroz:

Guillebeau y la estrechísima pendiente de la mejora

En cualquier habilidad, aprender al principio es fácil. Quiero decir que con que aprendas a tocar una canción sencilla en la guitarra ya sabes tocar más canciones que un gran porcentaje de la humanidad. Pasa también con los idiomas: el que sabe conjugar algunos verbos en francés tiene un océano de conocimiento más en esa lengua que alguien que nunca ha pronunciado un bonjour.

Con la literatura pasa algo parecido.

Nunca NUNCA aceptéis hacer una corrección o una traducción compartida. Hay una teoría curiosa acerca de que dos traductores que trabajan juntos traducirán un texto en la mitad de tiempo.

Error.

Dos traductores que traducen juntos pueden tardar el doble de tiempo que uno solo. ¿Por qué? Porque debatirán cada decisión.

Y esas discusiones siempre serán sobre minucias.

Lo que ocurre es que cuanto más sabes sobre algo, más difícil es el siguiente paso en el aprendizaje. Dos traductores profesionales saben traducir, pero para ellos, el siguiente nivel de aprendizaje podría ser aprender a distinguir los matices de significado entre cara y rostro, algo que a alguien que empieza a traducir le importa más bien poco (y que llevará a largos debates aquí mismo, en los comentarios). Dos correctores pueden pasar horas discutiendo acerca de si la tilde en el sólo es un recuerdo de tiempos mejores o una necesidad vigente (POR FAVOR, NO EMPECÉIS).

Personalmente, no me gusta hacerles informes de lectura a personas que tienen ya habilidades y conocimientos sobresalientes, que tienen mucha experiencia escribiendo. Es muy difícil poner el dedo en dónde falla el texto, y más difícil todavía ofrecer sugerencias acerca de cómo cambiarlo. En un libro en concreto, me pasé dos semanas rumiando un final. Sabía que no encajaba, pero no sabía por qué ni cómo solucionarlo. Cuando al final di con la respuesta, lo hablamos, el final se modificó y todos quedamos contentos, pero no os podéis imaginar las migrañas.

Las curvas de aprendizaje varían de un área a otra, pero en muchos campos da la sensación de que cuanto más avanzas, más duro es seguir avanzando, porque no tienes la recompensa inmediata del progreso. Y, llegados a cierto punto, pueden incluso hacer falta medidas extremas para seguir progresando, para pasar del 10% de lo que no es mierda al 9% que es realmente bueno. Para empezar, puede que tengas que encontrar y pagarle a un profesor que pertenezca o haya pertenecido a ese 9%.

De todo esto habla Chris Guillebeau cuando escribe sobre Dan McLaughlin, un hombre que se propuso probar la teoría de las 10000 horas. Sí, esa teoría por la que se necesitan 10000 horas de práctica consciente y esforzada para llegar a dominar cualquier habilidad. McLaughlin decidió que aprendería a jugar al golf. Pronto se dio cuenta de que el camino era más empinado de lo que parecía, que cada vez costaba más mejorar sus habilidades. Dice Guillebeau:

chris guillebeau

Por eso es tan divertido aprender cosas nuevas. En los primeros días de aprender algo, puedes aprender mucho muy deprisa. Yo también intenté jugar al golf una vez. Aunque se me daba fatal, progresé muchísimo en las tres lecciones que me dio un amigo. Empezar de cero te ofrece un potencial tremendo.

Pero entonces, antes de que pase mucho tiempo, nos afecta la ley del rendimiento decreciente, y por eso te encuentras con una elección. Puedes dedicar el tiempo a dominar una habilidad, pero será mucho tiempo. O puedes elegir ser «lo bastante bueno» en muchas cosas.

Son dos caminos muy distintos, y ninguno tiene por qué ser mejor que el otro.

Y esa es nuestra elección: puedes dedicar toda tu vida a pelear en un sector, buscando la maestría, o más: ¡buscando ser el mejor! O puedes echar el número justo de horas y esfuerzo para ser, simplemente, bueno en algo.

Creo que es una pregunta que nos tenemos también que hacer con la escritura: ¿quiero ser de los mejores, quiero ser un grande o quiero ser bueno, alcanzar ese 10% que no apesta por completo? Miro atrás, veo mis artículos de hace un par de años, mis relatos de entonces, y me entusiasma ver una gran diferencia. Espero que dentro de un par de años mire atrás y me ocurra lo mismo; pero puede que llegue el momento en que ya no sea así. He abandonado muchas cosas por el camino, porque quería seguir subiendo esa cuesta empinada del aprendizaje, y sé que con cada año que pase, más me costará progresar, menos evidentes serán las mejoras. Y puede que nunca llegue a rozar ese 10%, pero no será por falta de esfuerzo. Y sí, de diversión. Porque me quedo con la conclusión del artículo de Guillebeau, con la frase con la que termina el periodista que entrevista al golfista aprendiz, Dan McLaughlin:

dan mclaughlin

Llamo a Dan por última vez. Quiero saber si en algún momento ha llegado al punto de plantearse todo esto, si teme que el proyecto está limitando sus propias oportunidades. «Cualquier cosa que hagas limita otras cosas que podrías hacer ―dice él―. Mientras estés haciendo lo que quieres y te sientas contento y saludable, vas por buen camino«.

Tampoco es tan importante lo que elijas, mientras te decidas, creo yo. No sirve de mucho ir probando de aquí y allá siempre, atrapados en la emoción de aprender algo nuevo. O sí, igual eso también es estupendo. Pero si os sentís incompletos, insatisfechos, enfrentaos a la terrible realidad: lo que merece la pena, el nivel Pesadilla de este videojuego, no se va a poner más facil, muy al contrario.

Pero si elegís, si sois obstinados (no de cualquier forma: analizando, estudiando, avanzando), yo os admiro. Lo digo de manera literal: nada me parece tan sexi como alguien empeñado en superarse.

Y si os perdéis un poco, porque dudáis o porque os aburrís o porque os habéis bloqueado, Kleon puede echaros una mano.

Consejos aleatorios de Austin Kleon

Muchos conoceréis herramientas aleatorias como los story cubes y similares, maneras divertidas de encontrar ideas originales. Pero Kleon va más allá y nos da consejos aleatorios para crear, utilizando una baraja de cartas personalizada:

austin kleon

Aquí te propone robar una estructura. Eso es: busca una novela, analiza su estructura y prueba a usarla en tu texto. O mira: aquí alguien ya lo ha hecho por ti. Y para conseguir más ideas de Kleon solo tienes que pinchar en la imagen en este tumblr aleatorio, y te saldrá una idea nueva.

No sé cuáles serán vuestros métodos más eficientes para romper un bloqueo, y en el blog ya enumeré unos cuantos, pero a mí lo que mejor me funciona es salir a la calle, pasear un poco, despejarme y tomarme una copa de vino con algún amigo.

Llevo un tiempo atascada en mi escritura, peleando con una trama que se niega a avanzar. Así que eso marcho a hacer, que al fin y al cabo es viernes noche.

Es una labor creativa como cualquier otra, ¿no os parece?

Prometo que editaré sobria.

 


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