Dice James Altucher que cuando te conviertes en escritor profesional (si es que eso existe) te ocurren cosas horribles. Para empezar, pierdes a tus amigos.

Es verdad. Os lo prometo. Pierdes a casi todos tus amigos. Porque no tienes vida social. Porque no sales de tu casa, porque cada minuto suelto que tienes lo dedicas a cosas básicas: leer, escribir y mover un poco el culo para que tu columna no se parezca demasiado a la de tu abuela.

Sí, sí, a cambio haces cientos de nuevos amigos. Cada lector que coge tu libro. Cada persona que te comenta en el blog. Cada correo que recibes de alguien para quien tu escritura ha supuesto algo, aunque sea una chispa de ilusión. Y aprendes a darle prioridad a lo que te importa, y dentro de esas prioridades solo dejas entrar a las tres o cuatro personas que saben lidiar con tus modos de ermitaño introspectivo. Así que en realidad no es tan terrible.

En el cole, cuando me decían que tenía talento para escribir, sin saber el flaco favor que me hacían (sin esa idea de que tenía talento, de que desde el principio escribiría cosas fantafabulosas, no habría abandonado la escritura por frustración, una y otra vez), a nadie se le ocurrió decirme que me quedaría sin amigos. No me avisaron. Pero era inevitable. Cuando iba con gente de mi edad a la playa, me aburría (¡y me quemaba!) y me marchaba a alguna roca recóndita para escribir la Gran Novela (una aberración sobre vampiros alienígenas con un personaje principal tan mary sue que haría ruborizarse a todas las maría susanas del mundo mundial). Creo que solo iba a la playa porque así me podía dar el lote con alguien sobre la arena y ya tenía material para otra Gran Novela o, mucho peor, un Gran Poemario. Cuando tienes quince años y eres chica es fácil encontrarse a alguien que quiera darse el lote contigo sobre la arena. Es menos fácil dar con alguien dispuesto a leerse tu Gran Novela o tu Gran Poemario sin una Gran Carcajada.

Luego encontré amigos mejores, o más bien mejores para mí. Y me di cuenta del atajo evidente: si encuentras amigos escritores (o novios/as de escritores, eso también sirve), ellos lo comprenderán. Comprenderán las diez cosas desagradables que nunca te cuentan. Altucher habló de ellas en su web y he decidido darles mi propia perspectiva. Los encabezados son suyos: los comentarios a todo este tinglado son míos, por la sencilla razón de que Altucher es un señor muy ocupado y nunca contesta los emails que le mando, así que no sé si tengo su permiso para traducir sus artículos o no.

Estas son las diez cosas feas que me habría gustado que me contasen sobre escribir:

sobre escribir

1. Los escritores no hacen dinero

Salvo contadas, muy contadas, excepciones, los escritores percibimos un rendimiento económico muy bajo por lo que escribimos. Todo es relativo, por supuesto. Si publicas con una editorial más o menos grande, tu anticipo será más de lo que harán en toda su vida autores que publican con editoriales pequeñas. Aun así, no cubrirá ni de muy muy lejos las horas de trabajo invertidas. Y es que si empiezas a mirar la escritura como un trabajo, si empiezas a pensar en la representación esfuerzo-recompensa, es muy fácil caer en una espiral de odio y resentimiento hacia el sistema, hacia otros escritores a los que les va mejor, incluso hacia los lectores.

Sí, echamos la culpa a los lectores. No entendemos cómo pueden preferir las 18 sombras de hombres lobo crepusculares  a nuestra magnífica obra de arte. Inconcebible.

Tenemos una curiosa percepción de que en un sistema capitalista, basado en oferta y demanda, producir arte debería darnos derecho inmediato a una remuneración justa. Se nos olvida que no es un sistema que decida que cada uno deberá recibir acorde a su producción y necesidades, sino que cada uno recibirá según responda a la demanda de los consumidores. Para bien o para mal, ese es el sistema en que nos movemos. Podemos cambiarlo o mejorarlo si queremos, pero, en estos momentos, esa es la relación que tenemos los que creamos con los que consumen nuestras creaciones, o por lo menos esa es la relación que tenemos la mayoría (no sé, igual en algún rincón perdido de África hay una tribu donde se recompensa a los que narran historias con cabezas de ganado y mujeres apetitosas, pero me pilla un poco lejos).

Y no, la mayoría de los consumidores no quieren leer sobre mujeres que se quedan embarazadas a bordo de naves espaciales que son zoológicos ambulantes que exhiben criaturas mitológicas (increíble, lo sé). Pero ese es el precio que he de pagar si me niego a escribir sobre mujeres de treinta y pico que se divorcian de su marido aburrido y conocen el amor en una isla paradisíaca; sobre futuros distópicos plagiados de otros futuros distópicos que ni siquiera son distópicos; sobre libros motivadores acerca de cómo cambiar tu vida usando métodos revolucionarios de visualización que te convertirán en dos minutos en una persona delgada, millonario y, por ende, feliz. Tampoco sé vender cursos sobre cómo vender cursos sobre cómo vender cursos para escritores (todavía, dadme tiempo).

¿Es posible vivir de escribir? Sí, lo es, sobre todo si escribes por encargo o si escribes no ficción. De ficción también se puede vivir y conozco a quien lo hace. Pero es muy difícil y el que tengan éxito ahora no les garantiza que dentro de cinco años tengan algo que llevarse a la boca. Por lo general, tendemos a vivir de todo lo que rodea a la escritura, no tanto de nuestras obras en sí. Lo cual nos lleva al siguiente punto.

2. Los escritores tienen que buscar ingresos alternativos

Porque no tienes más remedio y porque prefieres corregir textos ajenos, por ejemplo, y que por lo menos tiene cierta relación con aquello que amas, que dedicarte a algo que no te permita estar en contacto con el mundo literario.

¿Por qué es horrible esto?

Por la sencilla razón de que lo que yo quiero es escribir. Tengo varias ocupaciones secundarias (como, por ejemplo, hacer informes de lectura), pero si pudiera dedicaría todo mi día a escribir, leer y daros el c****o en el blog. Creo que para generar ingresos he hecho casi todo lo imaginable dentro del mundo editorial: maquetar, editar, corregir (ortotipo y estilo), traducir, diseñar, redactar, asesorar, crear y gestionar contenidos, organizar presentaciones de libros, endeudarme hasta las cejas, lidiar con ciertos autores, pegarme un tiro.

Y entonces me harté de no tener ni para comer, trabajando 10 horas diarias, 7 días a la semana, y me volví a casa de mis padres y por lo menos ahora no tengo que pagar hipoteca/alquiler. Por desgracia, mucha gente no tiene esa opción.

¿Es todo tan trágico como parece? No, la verdad es que no. Es duro y, para empeorar las cosas, nunca hablamos de ello. Parece que nos avergonzamos de los sacrificios que hacemos para poder escribir y, por supuesto, nos avergonzamos de no tener dinero, porque en cierto modo esto es una elección: elijo escribir en vez de estudiar Derecho, Medicina o Arquitectura; elijo escribir en vez de sacar oposiciones; elijo escribir en vez de vender ropa en una tienda o atender a turistas en un hotel. Mi mensaje es: no lo abandones todo para escribir. Vas a tardar mucho tiempo en conseguir remuneración por lo que haces; mientras, más te vale dar con algo que te proporcione dinero para comer y protegerte del frío.

Luketauntaun

No. Está científicamente demostrado que abrir a tu montura en canal y meterte dentro NO servirá para protegerte del frío. Por lo menos no más de 47 minutos, y según con quién te hayas peleado antes.

3. Primero tecleas, luego escribes

Este es tal vez uno de los secretos mejor guardados en esto de escribir. Cuántos de vosotros habréis pasado horas agonizantes, bloqueados frente a la página en blanco, sintiendo que no valéis para nada y que lo que escribís es caca pura, tan pura como la no-caca que hace mi gato, que todavía no la hemos encontrado (en serio, nos preocupa, solo usa su bandeja para orinar. ¿A qué pobre vecino le está llenando el jardín de excremento? Probablemente al mismo cuya comida devora, ya que apenas se zampa la mitad del pienso recomendado para su peso y aun así sigue gordo como un tonelillo).

Cuando me di cuenta de que podía simplemente soltar todo lo que se me ocurriese y que luego ya me tocaría el trabajo de verdad: reescribir, editar, reescribir, recortar, editar, revisar, fue como si me quitasen un gran peso de encima. Toda mi forma de trabajar cambió. Antes casi tenía una obligación, algo que debía hacer por alguna razón que se me escapaba. Ahora, por lo general, ese primer borrador es un proceso divertido, liberador.

No es tan divertida la reescritura, ese interminable rato de volver a la sensación de no-caca y odiarte a cada paso del camino, pero siempre puedo pensar que sufro del síndrome del impostor y que en realidad produzco grandes maravillas. Soñar es gratis y ya he dicho en los puntos anteriores que los escritores no tenemos dinero.

4. No tardes más de seis segundos

No, no hablo de tu vida sexual (seis segundos, ¿en serio?), sino del tiempo del que dispones para enganchar a tu lector. Altucher escribe mucho para internet, donde esa premisa es más válida que nunca, pero tampoco os creáis que el lector medio va a darle mucho más tiempo a tu libro, a tomar la decisión de si desea leerlo o no. Cada seis segundos queremos desviar nuestra atención, mirar nuestro teléfono, Twitter, Facebook o la cosa esa tan graciosa que están haciendo dos palomas ahora mismo en el balcón. Así que cada seis segundos hay que volver a capturar la mirada de tu espectador.

Si quieres que tu novela tenga alguna oportunidad, tienen que estar pasando cosas. Es algo triste: cada vez necesitamos mayores estímulos, cada vez exigimos más acción, pasión, clímax, para que los libros puedan competir con cine, videojuegos y las tardes de Sálvame. Pero la buena noticia es que puedes escribir novelas (o artículos) larguísimos si eres capaz de reenganchar a tu lector cada par de párrafos; la buena noticia es que con un buen ritmo y un montón de ocurrencias emocionantes podrás enganchar al lector el tiempo suficiente para que se sumerja plenamente en la experiencia que le propones.

¡Mirad, un hipopótamo que vuela!

¿Seguís conmigo? Pues pasemos al siguiente punto.

5. Vas a necesitar 17 años

Es lo que se tarda, según Altucher, en convertirse en un buen escritor. Imagino que será por aquello de las 10000 horas. 10000 horas de práctica intensiva y consciente, más todo lo demás (leer, promocionarse, etc., etc., etc.). ¿Te ves haciendo esto durante 17 años?

Con solo 1000 horas puedes saber escribir bastante mejor que la media. Con solo 1000 horas de buena práctica puedes ser un escritor medio decente. Publicado, incluso. Y leído. Y si sabes lo que quiere tu público, puede incluso que vendas.

Pero los mejores, los genios, los grandes… 17 años. ¡Eso es mucho! Un tercio de tu vida adulta. Altucher dice que los grandes escritores a los que ha entrevistado suelen coincidir en esa cifra. Curioso, ¿verdad? Dice que Vonnegut también: comenzó a escribir al volver de la guerra. No tuvo mucho éxito hasta 1963 o así, cuando publicó Cuna de gato. Y por cada Vonnegut hay un buen montón de señores muy mayores, todavía escribiendo, que se limitan a escribir, nada más (ni a leer, ni a estudiar, ni a analizarse de manera crítica), y que apenas han avanzado.

¿Es posible que sea la persistencia lo que separa a los buenos de los malos escritores? No digo que sea una regla escrita en piedra, que se cumpla al 100%. Pero esos 17 años pueden marcar la diferencia.

A veces alguien me dice que le gustan mis artículos. Quieren saber cómo los escribo, dónde está el truco. Llevo escribiendo en blogs desde 2001, pero realmente en serio desde 2010. Todavía me faltan doce años de trabajo intenso para llegar a hacer algo que merezca la pena. Entonces diré: «El truco está en 17 años de trabajo».

No pretendas abrir un blog y que todo sea maravilloso. No pretendas escribir tu primera (o segunda) novela y que todo sea perfecto. Son los pasos que tienes que dar para escribir tu novela perfecta dentro de 17 años. Son los pasos que tienes que dar para que tu blog posapocalíptico holo-sensorial del año 2027 sea la hostia en vinagre. Lo leerán/oirán/degustarán todos mientras buscan personas solitarias y sin armas a las que matar para alimentarse.

6. No escribas desde un pedestal

Dice Altucher que los escritores saben dos cosas: que la vida es un chiste y que nadie sabe nada. No sé si eso es cierto. Que lo sepan los escritores, quiero decir. Una de las cosas que más me irrita de muchos autores de nuestro país es ese aire de suficiencia, ese sentar cátedra con cada entrevista, con cada comentario. Hay muy buenos estilistas, editores, agentes y autores a los que seguiría si no se me cortasen la digestión cada vez que se deciden a establecer su verdad como verdad universal, cada vez que se creen con derecho a criticar todo aquello que les parece que está por debajo de su sagrado límite de conocimiento. Seguro que todos tenéis algún nombre en la cabeza ahora mismo.

No sabemos nada y esa limpieza mental, ese aceptar nuestras limitaciones e ignorancia, nos permite escribir. Si escribes de manera que parezca que sabes mucho de algo en un blog, los lectores te considerarán arrogante. Si lo haces en una novela, corres el riesgo de parecer moralista, de estar exponiendo tus propias ideas de boca de tus narradores, de estar engañando al lector. Y el lector no soporta tu moralina. Una de las razones por las que soy tan aficionada a webs como Brain Pickings, James Clear o la del propio Altucher, es porque todos escriben desde un lugar de aprendizaje, de asombro, de reconocimiento de su propia ignorancia. No saben nada, Jon Snow, y al no saber nada pueden ser quienes quieran, puede disfrutar de la increíble sensación de descubrimiento con cada flexión del cerebro, con cada nuevo dato y pensamiento. Y esa sensación es pegajosa, adictiva para sus lectores.

Si consigues llevar esa misma maravilla a tu novela (la maravilla de los personajes que descubren el mundo, la maravilla del lector ante los datos que le vas revelando, la maravilla de tu oportunidad como escritor de crear un universo completamente nuevo), enhorabuena: has ganado.

No queremos leer tus quejas; no nos interesan tus problemas. Pero tampoco queremos un texto vacío, escrito desde el conocimiento abstracto. O nos das una parte de ti, o nos regalas tu alma sangrante o no te leeremos nunca.

Tal es el terrible trato con el lector. Mucho hablar de pactos narrativos, credibilidad y ficción y blablablá, y casi nunca hablamos de ese corazón sanguinolento, de esa mutilación necesaria para que un libro nos haga estremecernos. En mis libros está lo peor de mí, lo peor que me ha ocurrido. En mis artículos está todo lo demás: la lectura posterior, la percepción de lo ridículo que es todo.

Como diría Nietzsche, al final solo nos queda la risa.

7. La gente no tiene habilidades

Nuestros personajes tampoco saben nada. O no deberían saber nada, igual que la gente en el mundo real.

¿Sabéis esos momentos en que de repente un personaje sabe abrir una cerradura con una horquilla? ¿O cuando consigue derribar de un puñetazo a alguien que le saca tres cabezas? ¿O cuando, casualmente, resulta que se pasó media vida en cursillos de supervivencia y ahora igual te detiene una hemorragia que te enciende un fuego con tres palillos húmedos y una goma de borrar?

La vida real no es así. Queremos saber cosas sobre gente real. Queremos identificarnos con los personajes. Queremos que lo pasen mal. Que se les infecte la herida, que pasen frío porque aun con un mechero y un buen montón de palos no son capaces de encender la dichosa hoguera, y hay lobos que acechan.

Los mejores personajes son aquellos que no saben lidiar con el mundo que los rodea. Que deben realizar esfuerzos heroicos para conseguirlo. Ahí está el conflicto, el centro de toda buena historia.

8. La lectura es magia

Esto no es feo de por sí. Lo feo es pensar en la cantidad de horas que deberíamos estar leyendo para poder escribir bien. Para entender qué funciona y qué no. Para reconocer patrones. Para intentar darle a nuestra obra la misma magia que sentimos nosotros al leer nuestras novelas favoritas.

Además, solo tenemos una vida. Con eso no tenemos suficientes conocimientos y experiencias para que nuestros libros sean muy interesantes. Necesitamos absorber la vida y experiencias de otros para poder trasladarlo todo al papel. ¿Cómo se consigue eso?

10 puntos para todos los que habéis contestado: «Leyendo«.

9. No hay respuestas, solo preguntas

Altucher dice que el trabajo de los que escriben es hacer preguntas. Puede que sea verdad. Los mejores libros no son los que te cuentan un montón de cosas y luego lo atan todo con lacitos y papel dorado. No. Son los que cerramos un tanto atribulados, los que nos dejan con más preguntas que cuando empezamos. Con la resaca lectora que dejan las buenas obras, a lo largo de días, semanas, años, iremos identificando esas preguntas. Tal vez incluso averigüemos alguna respuesta. Pero las respuestas cambian conforme maduramos. Las buenas preguntas siguen ahí, siempre presentes, marcando nuestra dirección.

Como escritores, hacemos preguntas e intentamos explorar. Dar respuestas es, una vez más, sentar cátedra, moralizar, sermonear incluso. Este artículo tal vez no te proporcione ninguna respuesta. Pero puede que acabas haciendo preguntas nuevas, que explores caminos nuevos. Todos los caminos presentan nuevos retos; todas las preguntas plantean más preguntas. Y sobre eso escribimos.

Lo cual me lleva al último punto. Este ya no es de Altucher, es solo mío. Creo que es una buena conclusión de todo lo anterior:

10. No hay una fórmula mágica

Cada vez que veo títulos de tipo «hacerse rico vendiendo eBooks es posible», suspiro con gran pesar y tristeza. No porque sea imposible. Hay unas cuantas personas que se han hecho ricas vendiendo eBooks. Muchas de ellas son personas que se hacen ricas vendiendo eBooks sobre cómo hacerse ricos vendiendo eBooks.

No hay una fórmula mágica. No hay una ecuación perfecta, una máquina por la que introduces una novela y te salen éxito y dinero por el otro lado. Hay algunas reglas que sabemos que ayudan: practicar muchísimo, terminar lo que empiezas, leer hasta el agotamiento, aprender a promocionarte. Pero ninguno de esos consejos es directo ni claro. ¿Cuántas horas tengo que practicar a diario, qué tipo de práctica debo realizar cada día, de dónde saco el tiempo para ello? ¿He de terminar este proyecto por el que he perdido todo amor y cariño, por el que he desperdiciado ocho meses de mi vida, o es mejor empezar con algo que me entusiasma, que sé que me dará mejores resultados? ¿Qué debo leer, exactamente, qué libros me ayudarán a progresar más rápido, y quién decide qué libros tienen calidad y cuáles no? ¿Cómo me promociono, qué red social es mejor, cuánto tiempo diario debo dedicarle y, de nuevo, de dónde saco el tiempo?

Yo no tengo todas las respuestas. A veces doy alguna: más bien ofrezco resultados que he podido obtener, derivados de mi propia experiencia. A veces puedo saber lo que no me ha funcionado a mí y lo comparto con vosotros para ahorraros dolor, frustración, desidia, tiempo perdido.

Yo solo estoy aquí para escribir. Solo estoy aquí para hacer las preguntas.


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