Estaba buscando temas para escribir un artículo para Lecturalia y, casi sin darme cuenta, me di cuenta de que llevo una racha en la que estoy escribiendo para una página web sobre el maravilloso placer de la lectura y yo misma no recibo, en estos momentos, ese privilegio.

Una vez más me he dejado llevar por lo que debería estar leyendo y no por lo que quiero leer. En los últimos meses he estado comprando libros, recibiendo libros que consideraba que formaban parte de mi acervo obligatorio, que debía leer por amistad, por estar en la onda, por estar al día, porque otras personas me los recomendaban. He empezado varios libros que, todos me aseguran, son fantásticos. Algunos están escritos por españoles, y quiero apoyar a los escritores españoles. Algunos pertenecen a géneros que antaño me gustaban, o son el epítome de lo que muchos de mis amigos creen que me gusta. Y me doy cuenta de nuevo de algunas cosas sobre mí misma que siempre se me olvidan:

1. Que a nivel de idiomas, funciono por rachas. No sé si a otros bilingües les pasa lo mismo, pero hay épocas en las que quiero devorar libros escritos en español, y otras en las que quiero zampar cosas en inglés, del mismo modo que la bisexualidad puede empujarte a buscar hombres viriles una mañana, y mujeres hiperfemeninas tres meses más tarde. A lo mejor soy una chica de contrastes, aunque siempre hay días que quieres comer textos en Spanglish (para eso están Chris Stewart y similares) y leer cuerpos andróginos. Así que si todavía me estoy recuperando del buen cuerpo que me han dejado Franzen y Amis, no puedo meterme de golpe en algo escrito en otro idioma, por muy maravilloso que pueda ser.

2. Que nunca debería escribir sobre algo si no quiero tomármelo de forma personal. Cuando escribí el artículo Detente, respira y escoge. La cortísima vida del lector, tuve la mala suerte de dejar que me influyera. No hay tiempo. En serio. No lo pierdas con libros con los que no consigas avanzar más de 50 páginas (o, si crees que valdrán la pena, en otro momento, apártalos y vuelve otro día). Hablo, por supuesto, de libros que  sabes que no tendrán mayor trascendencia en tu vida. Claro que hay que lidiar y pelearse con Shakespeare y con Nietzsche, aunque cueste. Pero si Tim Powers no te está apasionando… pues va a ser que no.

3. Que no puedo con todo, y no pasa nada. Tengo muy poco tiempo para hacer cosas que me gusten mucho, que me relajen, que sean ocio puro. Y llevo unas semanas en las que esa hora escasa antes de dormir prefiero dedicarla a algún videojuego o a ver alguna serie. Mi mente necesita desconectar.

No es que no lea. Leo todo el puñetero día, tal vez ese sea el problema. No necesariamente cosas que habría elegido por mí misma, sino que forman parte de mi trabajo (correcciones, traducciones, artículos, documentación, información tras información). Así que cuando llega el momento de abrir un libro por gusto, más le vale que sea uno que me absorba por completo, que me proporcione un placer absoluto. Me largo ahora mismo a Book Depository a darme un buen capricho.

—————-
Nota acerca del desafío de Escribir sin excusas:

Todo va viento en popa, a día 21 he conseguido ya tres semanas de escritura diaria, lo que me alegra sobremanera. No solo eso, sino que conmigo se ha animado un grupo genial de personas, que llevan fenomenal esto de la tarea diaria. Ya sabéis que podéis apuntaros si queréis al grupo de Facebook, cualquiera puede unirse y empezar en cualquier momento, el objetivo es escribir a diario un mínimo de 200 palabras, durante 30 días (para más información, pincha aquí).

Por otro lado, una participante del desafío lleva un blog donde publica sus textos diarios, os animo a que le echéis un vistazo. Podéis verlo aquí.

Y sí, habéis acertado, tengo intención de que este desafío de 30 días se convierta en uno de 60. Pero para eso habrá que superar primero las Navidades. Seguiremos informando.

Por cierto, por primera vez en unos cuantos años, ya no soy pelirroja.

———————–

Image courtesy of nuchylee / FreeDigitalPhotos.net