Hace unos meses encontré (probablemente gracias a Stumbleupon, uno de los mejores y a la vez más peligrosos  inventos del ser humano, ahí ahí con el alcohol y la promiscuidad sexual, pero más peligroso) una muy interesante página web donde el diseñador, escritor y fotógrafo Tom Slatin ofrecía una lista de 80 temas para un journal, o lo que es lo mismo, un diario, log, weblog o similar. Creo que en España la gente no es tan aficionada a los diarios como en el mundo anglosajón, que en algunos colegios incluso conserva la costumbre de obligar a sus alumnos a dedicar un tiempo fijo a la semana para contar por escrito sus actividades y pensamientos; pero está claro que la blogmanía es casi universal. Inicialmente añadí la web a mis marcadores para servirme de inspiración en los días en que no supiera de qué escribir, pero hoy, al repasarla, me he dado cuenta de lo inspiradora que es en general, especialmente para ocasionales pornógrafos emocionales como servidora.

No garantizo, ni mucho menos, que vaya a cumplir con las 80 propuestas. Pero estoy segura de que será divertido probar con alguna. Y empecemos por el principio, para variar.

El primero nos dice (en inglés, sorry!), que nombremos algo que perdimos o que regalamos y que nunca podremos recuperar. Para mí, como con tantos neuróticos del lenguaje, el problema surge con la propia propuesta, concretamente con la premisa de «nunca podremos recuperar». Cuando pienso en las cosas que he perdido, no creo que no pueda recuperarlas. He perdido a mi abuelo, y no es que vaya a volver cual zombi de entre los muertos, pero sigue conmigo cada vez que hablo de él con mi familia, cada vez que hacemos pavo en Navidad, cada vez que pienso sobre el acto de morir y sobre la dignidad humana. También perdí a mi simbionte, un gato con manchas blancas y atigradas llamado Golfo que sonreía más que el de Cheshire y que era muy aficionado a los Doritos, a las siestas achuchadas y a las competiciones de mirada (generalmente ganaba yo, pero él era más intenso), pero no lo veo irrecuperable, porque es posible que en un futuro encuentre otro gato así, y porque, al igual que mi abuelo, sigue bastante vivo dentro de mí (posiblemente en forma de parásito intestinal). Supongo que podría elegir algo tradicional como «mi virginidad», porque supuestamente una vez la pierdes ya no puedes volver a tenerla, pero recordad, queridos, lo que nos decía Madonna: Tú también puedes encontrar a alguien que te haga sentirte virgen, y no sólo en el sentido sexual. A mí me pasa a menudo.

Así que supongo que si realmente tuviera que mencionar algo que perdí y que no recuperaré, voy a decir «Diario secreto de Laszlo, Conde Drácula». Fue mi primer libro adulto, y con adulto quiero decir que contenía cosas no aptas para menores, que el gusano de biblioteca que era yo de niña ya se había tragado a Dickens y a Thackeray. Lo presté. Habitualmente mi actitud ante las cosas prestadas es que las dejo y me olvido de que las he dejado, y nunca las reclamo de vuelta. Creo que ese libro fue la excepción. Lo presté y desapareció y eso me cabreó. Lo que duplicaba mi enojo es que la persona a la que se lo había prestado se lo había prestado, a su vez, a otra, y ésta ni se acordaba de dónde lo había puesto. Esto realmente no era importante, lo importante es que no suelo tenerle mucho apego a las cosas que se pueden comprar, y ésta era una rara excepción. Me había costado lo mío conseguir que mi padre me dejara comprarlo (lo hojeó y tuve la gran suerte de que no pillara ninguna de las escenitas subidas de tono, que no eran pocas). Creo recordar que lo había comprado con lo que había ahorrado de mi paga semanal (nunca he sido de ahorrar mucho), y lo había devorado varias veces.

Claro que podría irme ahora mismo a Book Depository y buscar el libro, y volver a comprármelo. Pero esa sensación de estar leyendo algo perverso y prohibido por primera vez, de sentirme adulta y madura entre las páginas de un libro, bueno… eso nadie me lo podrá devolver nunca. La inocencia podemos recuperarla, pero el fascinante primer libro prohibido es mucho más que unas torpes y delatadoras gotas de sangre al romperse el himen femenino.

Editando: Finalmente si que fui a Book Depository, pero fue para comprarme A Game of Thrones. No me lo había leído todavía ni tenía mucha intención, pero tantas recomendaciones de lectores con buen criterio me ha convencido. Además, a 6 euros con gastos de envío gratuitos, quién se va a resistir.