No estoy hablando de una película de zombies (perdón, infectados), no. Me refiero al bastante menos emocionante (aunque para mí lo es, y bastante) hecho de llevar 28 días sin tomar una sola gota de alcohol. El día 26 de enero se cumplirá un mes desde que empecé.Y estas son mis conclusiones hasta la fecha:
1. No es más fácil ahora que cuando empecé. Sigue siendo muy difícil.
2. Las situaciones de mayor dificultad son aquellas que asocio al alcohol por hábito: Situaciones sociales, comer fuera y situaciones de dolor o ansiedad que antes trataba con alcohol (por ejemplo migrañas, síndrome premenstrual y dolores menstruales). En el caso de las situaciones de dolor, me toca o aguantarme o recurrir al ibuprofeno. Lo segundo no es algo que me guste hacer. Cuando tenía doce años sufría de migrañas diarias y me atiborraba de paracetamol, lo cual no le sentó muy bien a mi hígado, así que hoy en día intento consumir la menor cantidad de analgésicos y antiinflamatorios que puedo.
3. No tengo muy claro si merece la pena.
Precisamente por este punto tres, he elaborado una lista de ventajas e inconvenientes de no beber.
–Mi vida social me resulta aburrida: No del todo cierto, pero casi. Empiezo a indentificar qué tipo de vida social disfrutaba por hallarme bebida, y qué tipo de vida social podría llegar a ser disfrutable sin necesidad de beber. Tengo que descubrir más actividades que entren en el segundo espectro. Lamento decir que, en general, estos 28 días, a pesar de mis mejores intenciones, han hecho que cosas que antes me emocionaban ahora sean muy aburridas.
–Echo de menos el placer que me producía beber. No encuentro ese mismo placer en otras cosas, por lo menos no por ahora. Tomarme un par de copas de vino con una buena comida, por ejemplo. Creo que ese es un placer que no termino de poder sustituir, y me pregunto si podré en el futuro.
–Ya no tengo «recompensa»: El alcohol significaba para mí algo especial, una recompensa para una serie de esfuerzos, o si había tenido un mal día. No he encontrado nada que pueda sustituir ese subidón.
–No tengo nada para paliar el dolor: De nuevo, ante una migraña u otro tipo de dolor, tengo que recurrir a medicamentos. Para la depresión premenstrual no tengo nada, ante eso no hay quien pueda. Afortunadamente, ante episodios de depresión normal (no asociado con el ciclo menstrual) puedo ir tirando gracias a la meditación y el apoyo de amigos y familiares, y sé que siempre me queda la opción de volver a los antidepresivos.
–Aumentan de manera significativa las migrañas: ¿Coincidencia, síndrome de abstinencia, mayor estrés? Quién sabe, pero llevo semanas con migrañas casi a diario.
Si pudiera beber lo justo para compensar esos vacíos (beber con la buena comida, beber en situaciones de necesidad), sería lo ideal. Pero no sé si podría o si acabaría bebiendo de manera periódica otra vez, y eso es lo que temo. Nunca he sido de los de «una sola copa».
Ventajas de no beber:
–Mayor productividad: Esta es, sin lugar a dudas, la gorda. Últimamente el alcohol me sentaba especialmente mal, y hasta una cerveza podía producirme resaca. Además, una sola cerveza con la comida me daba sueño, reduciendo de manera significativa mi trabajo por las tardes; beber antes de dormir alteraba mi ritmo de sueño, lo que me impedía levantarme temprano. Exceptuando algunos días que no he mantenido mi disciplina de sueño habitual, he tenido bastante energía. Incluso los días que he estado resfriada he seguido trabajando casi sin parar, cuando lo que más me apetecía era enroscarme en la cama. Por otro lado, mis motivaciones son más potentes ahora que trascienden ese objetivo diario y limitado de meterse alcohol en el cuerpo. Esto, por otra parte, tiene su lado negativo: cuando estoy de vacaciones, cuando tengo que descansar, no puedo desconectar de esas motivaciones trascendentes. Ya no tengo alcohol para relajarme y despejar la mente cuando estoy por ahí divirtiéndome.
–Estar en control de lo que digo y hago, siempre: Tampoco es que hiciera grandes locuras cuando bebía, pero también está bien saber que cada decisión que tomas proviene de ti mismo, de manera no adulterada. Esto a su vez implica:
–Ya no tener una excusa detrás de lo que esconderse, un sitio donde huir: Estar siempre totalmente sobria me hace enfrentarme, una y otra vez, a cada cosa que hago. El tiempo se hace más valioso que nunca. Cuando miro atrás y evalúo los últimos diez años de mi vida, me doy cuenta de que podría haber triplicado mis esfuerzos de no haber recurrido de manera tan frecuente a la bebida. Sé que tendría que haberme enfrentado a las cosas en vez de haber huido de manera cobarde al alcohol. Los problemas seguían estando allí, pero al beber ya no me importaban. Ante la depresión y la ansiedad, bebía, en vez de buscar atención médica y comenzar a actuar en mi propio beneficio. Y tampoco me entendáis mal, tampoco es que me metiera una botella de vodka en el cuerpo cada mañana. Pero sí bebía lo suficiente como para vivir en una nube en la que el tiempo pasaba volando y yo me limitaba a dejarme llevar.
–Estar más sana: Supongo que esto tendría que ser cierto, aunque por ahora las migrañas me empujen a dudarlo. Por lo menos imagino que mi hígado está más limpio. También he perdido un poco (poquísimo, pero algo es algo) de peso. Esto tiene más que ver con la dieta y el hacer más ejercicio, pero a la vez sé que no sería posible si estuviera consumiendo las habituales 500 calorías extra (mínimo) que me proporcionaba el alcohol (además de que el alcohol reduce tu fuerza de voluntad, algo muy necesario para comer menos y hacer más ejercicio).
–Sentir que puedo hacerlo: Siempre me había considerado una persona con escasa fuerza de voluntad. El año pasado hice una serie de cosas que pensé que nunca podría llevar a cabo, demostrándome a mí misma que la fuerza de voluntad es algo que se cultiva, que no es innata. Ya había conseguido hacer los 30 días sin alcohol, pero una serie de circunstancias acabaron haciendo que poco a poco volviera a beber de manera periódica; sin embargo reduje de manera importante mi ingestión habitual. Así que sé que puedo llevar a cabo acciones que de entrada me parecen imposibles. Poco a poco intento convencerme a mí misma de que una vida sin alcohol es posible, y este convencimiento, esta visualización de mí misma sin beber es fundamental en el proceso, pero para ello tengo que estar completamente segura de ello…
No sé si estoy dispuesta a rechazar por completo el alcohol. Sé que puedo hacerlo, si lo he conseguido 28 días nada me impide conseguirlo otros 28, y otros 28, ad infinitum. Pero sigue habiendo placeres, como he enumerado, que no consigo sustituir y que creo que merecen la pena, como el hecho de poder relajarse estando de vacaciones con un buen vino y buena compañía. Lo que me resulta fundamental es que no quiero que el alcohol vuelva a interferir en mi vida personal y/o profesional, en mis motivaciones y metas principales. Si encontrase el modo de equilibrar esta balanza, tal vez obtendría buenos resultados. Pero por ahora quiero seguir sin beber un tiempo más, para ver si estos placeres son, realmente, insustituibles, o si son trucos de un cerebro adicto que busca ante todo esa liberación rápida de endorfinas que no ha encontrado todavía en otras acciones o sustancias. Creo que con el tiempo podré tomar una decisión definitiva.
Enhorabuena por tu nueva vida. Continúa en tu esfuerzo por tomar las riendas de tu vida, es demasiado valiosa para dejar que lo haga el alcohol.
Mis más sinceras felicitaciones por tus primeros veintiocho días de abstinencia. Créeme, cuando hayas alcanzado las ocho semanas de privación de alcohol, las ventajas de haber abandonado la bebida superarán ampliamente a los inconvenientes y, cuando ya sean dieciséis semanas, el aturdimiento y la sensación de hastío y pesadez habrán desaparecido por completo (o casi). Si deseas acelerar este proceso puedes intentarlo con sesiones de ejercicio intenso. Tras adoptar la decisión de abandonar mis perniciosos hábitos (además de consumir toda clase de bebidas espirituosas, tenía otras aficiones de naturaleza aún más nefanda) parecía que el reloj de mi existencia se hubiese detenido casi por completo y los días y las noches se sucedían con irritante lentitud. Cualquier actividad intelectual me resultaba imposible y, aburrido de contemplar el paisaje abstracto que formaban las grietas de la pared, opté por acudir tres horas diarias al gimnasio del barrio. La actividad física continuada disparaba mis niveles de testosterona y, en cierta medida, contribuyó a desembotarme el cerebro y recuperar las energías pérdidas. ¡Suerte!
Vil Traidor
¿Qué estoy leyendo? «Victoria» de Joseph Conrad
Muchas gracias, R.H. y Vil Traidor. Lo del ejercicio me parece una muy buena idea y forma parte de mis planes. Creo que seguiré tu consejo e intentaré alargar el periodo de abstemia lo más posible, por lo menos para comprobar si, en efecto, las ventajas acaban superando con creces los inconvenientes.
Te voy a decir una ventaja a lo de no beber que estoy descubriendo últimamente: la piel envejece mucho más despacio.
Aunque no te anime mucho en tus horas bajas, lo irá haciendo poco a poco.
Muchos besos y ánimo!