¿Una? ¿En serio, sólo una?

Muchos estudios psicológicas nos enseñan que cómo interactuamos con nuestro entorno dice mucho de nosotros. Así, generalmente un entorno ordenado, limpio, organizado, es una representación de un cerebro también ordenado, limpio y organizado (por ello dicen que el acto de ordenar y clasificar tiene un efecto de limpieza en el cerebro, llegando a ser una especie de meditación). Mi entorno es casi siempre representación de mi estado mental: desordenado, un poco sucio y repleto de cosas inútiles.

Tener muchas cosas puede ser, además, un síntoma de que nos agarramos demasiado al pasado y al futuro. Al pasado, porque tememos dejar atrás muchos de nuestros recuerdos, y del futuro porque pensamos que seguramente todas esas posesiones nos harán falta en el futuro. En mi caso, la mayor muestra del segundo aspecto está en mi ropa. Conservo toneladas de ropa que no puedo ponerme ya que me queda pequeña, pero que conservo porque insisto que algún día podré volver a ponérmela (¿os resulta familiar, mujeres del mundo?). Deshacerme de ella implicaría rendirme y aceptar el hecho de que nunca voy a perder esa cantidad de peso. Con todo, en mi defensa diré que mi peso fluctúa bastante y generalmente acabo necesitando esa ropa guardada. Lo que no quita, por supuesto, que guardar toda esa ropa ocupa mucho espacio del que no dispongo y demuestra cierta reticencia a aceptar el presente y, ante todo, mi propio cuerpo. Incluso cuando me asomaban las costillas había ropa que guardaba aunque me quedaba pequeña. Mi fetichismo hacia la ropa me impulsa a adquirir prendas que no son de mi talla, simplemente porque son hermosas o porque tienen un precio ridículamente bajo.

Tengo también en contra mi profesión y mis aficiones. Tengo montañas de libros, pero ya sabéis aquello de que los libros nunca son inútiles; y montañas de cuentas y abalorios y alambres y pintura, que tampoco son inútiles en ningún sentido Y mis zapatos… ¿cómo puede ser inútil un par de zapatos de tacón? No sé qué sería del mundo sin ellos.

Por otro lado, llevo un tiempo de limpieza, en el que procuro tirar o regalar una pertenencia de manera más o menos periódica, para evitar la acumulación innecesaria. Pero… ¿inútil? No veo nada inútil, ¿o tal vez es que le busco utilidad a las cosas para evitar deshacerme de ellas? Lo único que se me ocurre en estos momentos es una cajita de nácar que de alguna manera ha llegado hasta mi habitación desde la de mis padres. En ella están los dientes de leche tanto míos como de mi hermano, aquellos que dejábamos bajo la almohada. Completa y totalmente inútil.

Y obviamente no tengo que explicar de dónde vinieron ni cómo los conseguí.