Tengo muchos malos hábitos y alguna que otra adicción. Algunos malos hábitos los he ido solucionando poco a poco, otros sólo consigo identificarlos a medias. Tengo el muy mal hábito de que me importe lo que piensen otros de mí. Tengo el miserable hábito de preocuparme siempre por todo. Soy adicta al amor de los demás (y un poco al alcohol).

Son cosas en las que he trabajado durante años y creo que he conseguido por lo menos suavizarlas. Controlar la dinámica de pensamiento de uno mismo es complicado, y mantenerme a flote sobre un sinfín de ideas negativas y pesimistas es bastante cansado. A veces me rindo un poco y me sumerjo en la autocomplacencia. Y eso es realmente peligroso porque la autocomplacencia sólo arrastra a la autocompasión y al lloriqueo en general, y como el mundo no se va a parar sobre su eje para ofrecerte consuelo, te vas hundiendo más y más, en una espiral autodestructiva de ay-qué-penita-me-doy. Y de ahí cada vez es más difícil salir. Cuando te quieres dar cuenta, abres los ojos y han pasado días, semanas, meses o años de hacerte la vida realmente imposible a ti misma y a los que te rodean, de aceptar toda la mierda que te caiga encima de manera pasiva y perezosa. Las grandes bestias, la inseguridad, el nihilismo negativo, la ansiedad, la dependencia, atacan con fuerzas renovadas.
Pero si hay algo que he aprendido es que nadie va a solucionar esto por ti. El universo no se va a acercar a decirte al oído lo maravillosa, guapísima, importante y talentosa que eres, principalmente porque tú tampoco es que hagas gran cosa por el universo en tu estúpido estado lamentable de auto-odio.
Un gran texto. Lo peor, como dices, es abandonarse. Dejarse caer.
Abrazo
Estupendo blog, Gabriella, enhorabuena.
Un abrazo.