Y no sé muy bien por dónde empezar. Tantas cosas en poco tiempo. Primero, la mudanza. Creo que en otra vida fui un empleado de mudanzas hijoputa y como recompensa el karma me ha maldecido con una eterna odisea de vivienda en vivienda. Mi casero dejó embarazada a su novia, cambió de trabajo y decidió volver a su casa. La que me estaba alquilando a mí, claro. Al final acabo en un pequeño apartamento donde no cabe todo lo que llegamos a acumular en los casi 100 m2 del sitio anterior, pagando más. Esto es porque ahora Vivo Al Lado De La Playa. No podéis empezar a haceros una idea de lo inmensamente feliz que esto me hace. El mar y yo estamos vinculados desde siempre, y vivir con él, pasear junto a él, sentarme junto a él, nadar en él, buscar cristalitos en él, son todas cosas que mejoran de manera espectacular mi existencia.

Luego, la pelea con Telefónica. Dos meses para conseguir teléfono y ADSL. Una campaña de acoso y derribo que terminó, por fin, el lunes. Hoy he comprado un multiplicador porque después de tanta metedura de pata y cachondeo en general no han tenido la decencia ni de regalarnos el puto router. Esto, por supuesto, ha afectado muchísimo a mi trabajo, que depende de internet y de la atención al cliente por teléfono. No sé muy bien cómo han soportado mis clientes la velocidad de tortuga a la que hemos tenido que hacerlo todo. No importa, me dije, en julio y agosto (y septiembre), hay poco movimiento. Y por supuesto este ha sido el verano que más proyectos hemos tenido. Me gustaría reclamarle a Telefónica los cientos (o miles) de euros que he perdido en proyectos que no han salido adelante por, sencillamente, no tener teléfono ni internet.

Finalmente, aunque seguro que me dejo cosas, la muerte de Golfo. Como es bastante deprimente, no hablaré mucho del tema. Mi minino favorito se ha escapado a la nada. Si alguno de vosotros cree en la vida tras la muerte, yo me lo imaginaría allá en el Cielo de los Gatos, robándole comida a los demás y restregándose contra cualquier humano que pasara por allí como si le fuera la vida en ello. Golfo no era una mascota, era mi amigo, uno de mis más cercanos e íntimos amigos, tal vez el más cercano, ya que él no se cabreaba si no le cogía el móvil, le respondía a los emails o le llevaba la contraria en Facebook.