Esta mañana fui a graduarme la vista. Como ya he comentado en ocasiones anteriores, recientemente he estado sufriendo bastantes más migrañas de lo normal, y sospechaba que podía deberse a un trabajo intensivo fijando la vista (dibujos, bisutería, ordenador, lectura…). Durante unos años llevé gafas, cuando era muy jovencita (entre los 12 y 18 años, más o menos, usándolas de manera casual en la facultad), ya que era miope y el fijar la vista de lejos (pizarra) me producía dolores de cabeza casi diarios. Las migrañas han ido y venido de manera intermitente a lo largo de los años (sobre todo en momentos de estrés), pero últimamente eran tan frecuentes como en aquella época pre-gafas de mi infancia/preadolescencia. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que la miopía había desaparecido casi por completo y, por otro lado, ahora tengo 0.75 en cada ojo de astigmatismo. Poca cosa, pero lo suficiente para joderme cada vez que me ponga delante del ordenador o de una ilustración. Me ha hecho bastante ilusión elegir unas gafas, aunque sólo sean para usar en casa mientras trabajo. Esta tarde iré a recogerlas; qué suerte que, a diferencia de cuando era una niña, ahora las haya tan baratas y con tanto donde elegir.

Con el paso del tiempo, el cuerpo cambia de tantas maneras que resulta curioso pasar de tener problemas para ver de lejos a tener problemas para ver de cerca; de tener la piel horriblemente grasa a tenerla demasiado seca; de tener un metabolismo activo y cierta constitución a estar siempre falta de energía y con sobrepeso. Lo curioso es que en el último par de años han variado tantas cosas importantes que cambiar las pequeñas ya no resulta tan difícil. Llevo 36 días sin beber y de repente, por primera vez en años, ya no tengo que beber, ya no lo necesito. Es increíblemente liberador. De repente me sobra energía, hago un montón de ejercicio, y el peso sobrante empieza a desaparecer por sí solo. A diferencia de cuando era una adolescente, cuando mi apetito y peso se regulaban solos, sin esfuerzo, ahora me produce mayor satisfacción. Estoy consiguiendo, por fin, algo que consideraba imposible durante años, y además siento que puedo mantener estos nuevos hábitos todo el tiempo que haga falta, que no me suponen un esfuerzo excesivo. En el fondo siempre se reduce a eso, crear hábitos saludables que puedas implementar sin problema en tu vida diaria (además, no tener todas esas calorías extra de alcohol ayudan muchísimo). Cenar ligero, ir andando a todas partes, tener un régimen de ejercicio, aunque sea mínimo, diario (ya haré otro post dedicado a la tabla de ejercicios que os mencionaba, que funciona de manera fantástica para gente vaga y en poca forma como servidora). Y el truco definitivo es llevarlo a cabo con otra persona, preferiblemente alguien con más disciplina que tú.
Es extraño. Toda la vida he considerado que no tenía fuerza de voluntad. Y a estas alturas me doy cuenta de que no es cuestión de tenerla o no tenerla, de tener más o menos, sino de saber cómo usarla. He empezado a analizar mis propias tendencias y ritmos: sé que si tengo que hacer algo que no me guste demasiado tengo que hacerlo a primera hora de la mañana, si no no lo haré nunca. He aprendido que comer ligero al mediodía evita que tenga sueño después del almuerzo, por lo que no necesito siestas y recupero horas que antes no tenía. Me he dado cuenta de que tengo que ser total y absolutamente estricta con mi horario de sueño, que saltármelo un solo día suele dejarme KO (¿fase retrasada del sueño, anyone?). Que eso de ser saludable suena muy muy aburrido, pero esto de sustituir las juergas nocturnas y un trabajo a trompicones por una hiperactividad productiva durante el día no está tan mal como lo pintan.
Ahora sólo me queda desvelar ese otro gran misterio: el dinero. Hmmm.