Así me sentía hoy, con mi nuevo vestidito de 2 euros del mercadillo de al lado de casa y mi broche pintado a mano (para que luego me digan que no reciclo, hala). El mercadillo es de Lux Mundi, una congregación ecuménica que organiza rastros para causas benéficas (sobre todo, pagar a traductores para jubilados extranjeros que tengan que ir al hospital, ofrecer sillas de ruedas a los que las necesiten y cuidar de ancianos sin medios ni compañía). Entre señoras inglesas y escandinavas me pongo a rebuscar entre los montones de ropa, y siempre cae algo, a uno o dos euros.
El broche era una pieza más hecha polvo de entre los restos de bisutería que compro ocasionalmente a los mayoristas del polígono industrial. Comprar restos siempre es una aventura apasionante, a veces te tocan bolsas llenas de basura y a veces cestas enteras de piedras semipreciosas, perlas barrocas y cosas por el estilo. Sea como sea siempre es divertido ir descubriendo los tesoros y aprovechando lo aprovechable y toda la bisutería rota o estropeada que los mayoristas no pueden vender y que, con el enchufe adecuado, puedes conseguir a precios ínfimos. El broche en cuestión se había quedado sin piedras, así que lo esmalté (al igual que otras cuentas estropeadas o feas) y me encantó el resultado:
En otro orden de cosas, el gato podría estar vivo o muerto:

Leyendo: A medias con La era del diamante, de Neal Stephenson y La historiadora, de Elisabeth Kostóva. Tengo que alternarlos porque uno es denso y el otro francamente estúpido. Las cosas que leo por trabajo…
Escuchando: El tema principal de Samurai Champloo (no recuerdo cómo se llama).