Puedo decirte en qué instante exacto aprendiste a escribir

Puedo decirte en qué instante exacto aprendiste a escribir

Ojalá la escritura fuera como el yoga.

Antes decía lo contrario. Ojalá el yoga fuera como la escritura. Porque el yoga se me daba fatal y la escritura... bueno, la escritura es de esas cosas que me decían en el colegio que se me daba bien, junto con el coloreo y las cancioncillas de Misa.

Yo creía, como creemos todos, que tenemos talento para unas cosas y para otras no servimos. Puedo aseguraros que yo no sirvo para el ejercicio ni el deporte. Tal vez con la excepción de la natación, a la que mis padres me sometieron desde muy tiernica edad, cualquier cosa que necesitara de una mínima resistencia, fuerza y coordinación psicomotriz estaba vedada para mí: era un mundo misterioso y fascinante que pertenecía a otras personas.

Me decidí por el yoga porque no me quedaba otra cosa, me la recomendaba mi médico para la espalda y ya estaba harta de las infecciones de oído en la piscina (¿quiere una pizca más de cloro con ese plato combinado de agua sucia y meo de niños, señorita?).

Así que me apunté a unas clases y, como podréis imaginar, aprendí un montón y fui capaz de superar mis dificultades.

Jajajajaja. No. Fue un desastre.

Spoiler: Esta de la foto no soy yo.

La ignominia de no saber hacerlo todo desde el principio

Sé ahora que tal vez esa no era la clase adecuada para mí, pero me daban ataques de ansiedad solo de pensar que tenía que ir a aquel recinto de tortura donde me decían que fuera "a mi ritmo", cuando mi ritmo era el de un caracol que ha mezclado el vodka con demasiados porros.

Todo esto solo sirvió para ratificar mi idea de que yo, simplemente, NO SERVÍA PARA ESTO. Mi ego salió muy machacado y de eso solo yo tengo la culpa, porque se supone que lo importante del yoga es que es un camino (no una meta) absolutamente personal. Y que hay que dejarse el ego en casa y etcétera, etcétera, etcétera.

Lo cual, en teoría, es una idea preciosa.

De aquellas clases (donde duré apenas tres meses, y con gran fuerza de voluntad) harán ya tres o cuatro años. Fueron un tormento, sí, pero me dieron un conocimiento muy valioso, al aprender un poco sobre las posturas más básicas y la alineación correcta del cuerpo. Me prometí a mí misma que si dejaba las clases, por lo menos haría un poco en casa, donde nadie podía verme ni juzgarme, donde realmente podría ir a mi ritmo de caracol pasado de rosca. Así que me bajé una app para el móvil y hacía de vez en cuando. A lo mejor conseguía hacerlo dos semanas, luego lo dejaba. Y otras dos semanas. Y así.

Estuve planteándome montar un canal de Youtube, llamado Yoga para Inútiles, Yoga que Tu Abuela Haría Mejor que Yo o Cero en Yoga (todos títulos tan validísimos que estoy muy sorprendida de que no los hayáis robado todavía). Mis sesiones parecían vídeos de coña. Os habrían encantado, ya que todos sabemos que no hay nada como ver a otras personas haciendo el ridículo por internet.

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Alguien me dijo que mi problema era que amaba la escritura precisamente porque pensaba que se me daba bien, y a lo mejor se me daba bien porque la amaba. Un círculo virtuoso, digamos. ¿Qué ocurriría si empezase a tratar el yoga con la misma actitud?

Y si... ¿y si me enfrentaba al yoga como me enfrento a la escritura? ¿Y si lo convirtiera en una prioridad, en un hábito diario?

Si cambias lo que haces a diario, cambias tu vida entera

Así que, más de seis meses más tarde, aquí estoy. Más de 200 días de yoga diario, sin fallar ni un día.

Hay días malos en los que hago cinco minutos. Hay días buenos en los que hago cuarenta minutos. Tengo días de euforia, días de contracturas, días de calma y días de agotamiento. Hace unas semanas hice por primera vez la postura del arado y, ahora que lo pienso, no fue muy inteligente hacer algo así a solas, sin nadie en ese momento en casa que pudiera llamar a urgencias si me desnucaba. Pero puedo decir que eso de ponerme los tobillos en un lugar totalmente antinatural mientras tenía el culo en el aire desbloqueó un logro en este gran juego que es mi vida

Un logro y... algo de aire.

Podemos hacer lo imposible (a veces)

Si yo, QUE NO SIRVO PARA ESTO, puedo llevar a cabo algo así, ¿qué otras cosas no he estado haciendo, por idiota? ¿Qué otras cosas he bloqueado en mi mente porque me parecía que estaban fuera de mis posibilidades? Si la persona más torpe a este lado del Mediterráneo puede hacer un asana avanzado, ¿qué excusa nos queda a ninguno de nosotros?

Leyendo el otro día a Cal Newport, vi una cita de un neurocientífico que explicaba así el proceso de aprendizaje:

Huberman añade que para obtener una reconfiguración significativa en el cerebro necesitarás inducir una sensación de "urgencia" que lleve a la liberación de norepinefrina. Sin embargo, esta hormona hará que te sientas "agitado", como si tuvieras la necesidad de levantarte y hacer algo. Es aquí donde debes aplicar un enfoque intenso para luchar contra ese deseo, lo que llevará finalmente a la liberación de acetilcolina, el neurotransmisor que, en combinación con la norepinefrina, puede llevar al crecimiento del cerebro*. 

Esto me recuerda también a lo que hablamos en el pasado sobre el hiperenfoque: esa atención afiladísima que entrenamos peleando activamente contra la distracción. Hablamos de que el aprendizaje y el progreso se producen en esos momentos difíciles. No en los momentos inspirados, no en los momentos en los que apetece practicar tu habilidad. A todos nos apasiona el delicioso flow (y es muy importante en otros aspectos), pero ese no es el momento de aprendizaje güeno.

Puedo decirte en qué instante exacto aprendiste a escribir mejor. Fue en ese nudo de trama difícil, en esa escena que no te salía, en ese momento en que el mundo conspiraba para distraerte, o en ese momento en que alguien te señaló un error doloroso. Y el aprendizaje no es estático: no todos los días sale bien una postura de yoga, ni surgen personajes mágicos de nuestros dedos, pero ese momento es pa ti pa siempre.

El momento exacto en que crecemos

Ojalá la escritura fuera como el yoga, porque es más fácil decir a los demás: ¡mira, he podido hacer esta cosa tan extraña con mi cuerpo! que: ¡mira, ahora hago mejores descripciones y sé crear personajes complejos! La motivación no es la misma. Cuesta mucho más medir el progreso en algo tan subjetivo como la escritura. 

Pero tal vez esa sea parte de la gracia. Jugar al "más difícil todavía" es duro, pero también hace que este camino se vaya cargando, poco a poco, a la competencia. Sabes que cuantos más años entregas a esto, más inviertes en tus habilidades del futuro.

Siempre habrá personas con más "talento" que tú. Siempre habrá alguien que hará la postura del arado al primer intento, cuando apenas lleve una semana haciendo yoga. Las condiciones de nuestro entorno, de nuestro cuerpo (y sí, de nuestra suerte) cuentan, es absurdo pensar que no. Pero dijo Will Smith una vez algo así como que podía haber mil tipos mejores que él sobre la cinta de correr, pero él correría más tiempo que ninguno de ellos, y creo que eso es importante.

Hay un canal de yoga que sigo en Youtube que está muy bien. Todo se hace con cariño y elegancia, aunque también hay momentos de error, de fallo, y por eso me gusta más ese canal que otros. En los momentos más exigentes de cada sesión, la chica del vídeo me recuerda que sonría. 

Y en ese momento justo puedo señalarme a mí misma: "Aquí, justo aquí. Sonríe, porque estás aprendiendo".

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*La traducción es mía y no soy científica, así que si os manejáis con el inglés, podéis ver el texto original en el artículo que he enlazado de Newport.

Copyright ©2020 Gabriella Campbell. Imagen de cabecera adaptada de foto de Dmitry Kotov en Unsplash. Imagen de chica haciendo yoga que no soy yo, de Sonnie Hiles en Unsplash. Imagen de youtuber haciendo el canelo por Mohammad Metri en Unsplash.

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