Hay situaciones desagradables que, si se prolongan lo suficiente, pueden llegar a parecernos normales. De este modo, creo que perpetuamos ciertas nociones en nuestra forma de pensar, ya que no concebimos que el statu quo pueda variar, que las cosas puedan ser de otro modo.

En mi caso estas nociones, como le ocurre a todo el mundo, son muchas, pero he tenido la suerte de poder identificar algunas. Dos de las más importantes eran las que se referían a mi estado de ánimo (hasta que comencé a tomar antidepresivos pensaba que estar deprimido era un estado normal, corriente) y mi aspecto físico, en el sentido de que comenzaba a resignarme a no poder perder peso nunca ni, lo que es más importante, sentirme medianamente saludable y a gusto con mi cuerpo.

En el primer caso recuerdo que a las dos semanas de tratarme mi vida dio un vuelco asombroso. Muchas personas prefieren prescindir de los antidepresivos porque les proporcionan una felicidad que consideran artificial. En mi caso particular, no fue así. Simplemente, empecé a sentirme normal. Sin ganas de llorar a todas horas. Sin ataques de ansiedad que me dejaban sin respiración por la chorrada más estúpida. Sin odio hacia absolutamente todo lo que me rodeaba, sin ganas de estrangular a conocidos, amigos y familiares. Y lo más importante, sin un absoluto desprecio hacia mí misma y mi propia existencia. No era felicidad, era ausencia de un sufrimiento que había ido creciendo cada vez más, probablemente ya desde la adolescencia. Empecé a ver con otros ojos a los demás. Ellos convivían con esta normalidad, con esta ausencia de dolor intenso, y ahora yo era como ellos. Esto era lo normal, no lo anterior. Haberlo padecido tanto tiempo me había hecho creer que era lo habitual, lo que le pasaba a todo el mundo.

Con el tiempo dejé los antidepresivos. Tenían efectos secundarios que no me gustaban y mi perspectiva ante todo había cambiado de forma radical, tanto que me sentía con fuerza suficiente como para abandonarlos poco a poco. De vez en cuando todavía aparecen días de esos feos, pero ya no son tan terribles por la sencilla razón de que sé que existe una alternativa. Sé que existe la ausencia de dolor, y eso proporciona una esperanza fundamental. Además, aunque las pastillas no me proporcionaban una falsa felicidad, sí que embotaban en cierto modo mis sensaciones. De hecho, la verdadera felicidad llegó después de dejarlas, al igual que un cúmulo de sentimientos, tanto buenos como malos, que había tenido subyugados. Y el sexo, ah, el sexo. Pocas cosas hay tan satisfactorias como follar cuando has dejado de tomar antidepresivos.

Algo parecido me ocurrió con la pérdida de peso. Creo que me había hecho ya una imagen de mí misma, bastante miserable, fea y enfermiza. Y no era porque tuviera sobrepeso, sino porque yo misma me consideraba así, en una eterna lucha entre la resignación y la negación. Culpaba al mundo por no aceptarme así, miserable, fea y enfermiza (y en cierto modo lo sigo haciendo), cuando la única culpa era mía por darme atracones de comida cada vez que algo me ponía nerviosa en vez de intentar atacar esos nervios de raíz, por beber en vez de enfrentarme a mis problemas, por dormir poco y mal para poder dedicar más tiempo a pasatiempos vacíos que no me aportaban nada, por no hacer ejercicio porque era más cómodo quedarme sentada. Desde hace poco de repente han empezado a tirarme los tejos más a menudo, me miran de otro modo por la calle. Me irrita, porque me hace pensar que antes no era así, simplemente porque no encajaba en un estúpido canon estético de delgadez. Pero cabe la posibilidad de que la responsable no sea la pérdida de kilos (que tampoco es que esté hecha una sílfide, solo con menos sobrepeso y en mejor forma), sino mi propia actitud para con mi cuerpo. Por primera vez en… no sé, tal vez nunca, hemos empezado a llevarnos bien. He empezado a cuidarlo. Le dejo dormir bastante. Le doy cosas buenas de comer. Apenas le doy alcohol (y cuando se lo doy le hago caso en cuanto empieza a quejarse). Lo muevo. Hasta he dejado de darle cafeína, y me recompensa de un modo sorprendente. Me responde con un estado de alerta mental y físico que no había tenido nunca. He dejado de usar cremas, potingues y base de maquillaje porque la piel reluce, brilla. Todos estos años echando montones de productos de belleza sobre una piel de mierda y resulta que en cuanto he empezado a comer mejor se han ido hasta las ojeras.

Por lo general nos agarramos a nuestros hábitos con una ferocidad sorprendente. Nos resistimos a los cambios que se nos antojan difíciles, que nos dan miedo, ponemos barreras para esos mismos cambios. Hay muchas nociones más que me intrigan, que quiero cuestionar, y creo que he pasado casi toda mi vida deteniéndome por el terror, por unas limitaciones que yo misma me imponía. Me quedan muchas por delante, pero creo que estoy dando pasos en la dirección adecuada. Es como si le dijera a mi entorno, a mi existencia: ¿qué otras cosas me has estado ocultando? Si he conseguido todo esto cambiando unos cuantos hábitos, ¿qué más cosas puedo conseguir? Son preguntas intrigantes y motivadoras.

Estos han sido, hasta ahora, los bloqueos mentales más importantes que he llegado a cuestionarme y (¡espero!) he empezado a desbloquear:

Es normal estar deprimido, todo el mundo lo está y nadie se queja. No es razón para quejarse y no hay nada que se pueda hacer al respecto: Está claro que no es cierto, tal como pude descubrir al tragarme mi orgullo acumulado de años y pedir ayuda médica.

La única forma de perder peso y ponerse en forma es ejercer una férrea disciplina y fuerza de voluntad (hay que ver cómo me río ahora con esta, y la de quebraderos de cabeza que me ha dado), comer poquísimo y matarse en un gimnasio todos los días: Son las acciones pequeñas, los minúsculos cambios de hábito y, ante todo, una gran paciencia los que hacen la diferencia. La disciplina flaquea; la costumbre y el hábito no.

La fuerza de voluntad es innata; algunas personas la tienen y otras no (otra de esas nociones muy extendidas. Lo más alucinante que he descubierto acerca de la fuerza de voluntad es que es un músculo más: si lo ejercitas se hace cada vez más poderoso).

El amor romántico: todos tenemos una media naranja perfecta de la que caeremos rendida y apasionadamente enamorados y que nos tendrá felices y enchochados hasta que muramos (ah, esta es buena, y daría para otro post sumamente largo en el que entraría en el conflictivo terreno del poliamor y similares). También he descubierto algo que me ha resultado muy sorprendente: que puedes seguir queriendo a alguien incluso después de terminarse una relación; que el amor no se va solo porque la relación ya no sea posible, y que además este amor (y esto me parece alucinante porque va en contra de todo lo que me han enseñado, de todo lo que exhibe la media y el acervo cultural) puedes guardarlo en tu corazón y es totalmente compatible con otro amor, grandioso, nuevo, que te devore hasta las entrañas.

Los amigos/conocidos son amigos/conocidos y hay que soportarlos: En el último par de años se podría decir que he hecho una «purga» de entorno que ha producido cambios extraordinarios. No más quejicas. No más gente negativa. No más emocionalmente mutilados. Es egoísta, tal vez. Pero yo ya he intentado ayudar y apoyar a estas personas como he podido. Solo quiero gente extraordinaria a mi alrededor, personas a quienes respeto, admiro y de quienes puedo aprender. Esta actitud me ha resultado increíblemente productiva. Por supuesto, si eres mi amigo/a y llevas tiempo sin tener contacto conmigo, lo más seguro es que sea porque soy una despistada, y un tanto obsesiva con mi trabajo y aficiones, y a veces hay que sacarme a la calle de los pelos, no porque te haya eliminado de mi vida, ejem.

Ahora toca seguir peleando contra las mencionadas y contra otras por mencionar. Hay muchos tabúes en mi cabeza. Quiero ponerme más retos físicos, ver si soy capaz de hacer cosas que antes consideraba imposibles. Quiero romper algunas barreras de timidez y de miedo. Quiero conseguir que deje de importarme tanto la visión que otros puedan tener de mí. Quiero seguir avanzando con mis proyectos personales, llegar a terminar todo lo que he empezado (o dejarlo atrás sin remordimientos). Quiero comerme el mundo. ¿Y por qué no?

Releo todo esto y me produce pavor. Es demasiado íntimo y honesto, y puede parecer, sin duda, egocéntrico. Pero por otro lado creo que si hay una sola persona ahí fuera que lo lee y piensa que realmente todo puede cambiar, que realmente puede mejorar de una forma significativa su existencia, merece muchísimo la pena. Y la timidez y el miedo a lo que piensen los demás es otra de esas cosas que quiero aprender a dejar de lado, así que por algún lado habrá que ir empezando.

———————
Escuchando: Tengo a Patrick Wolf con William en la cabeza.
Leyendo: Ted Chiang, Stories of your Life.
Imagen: Propia.