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Apágameporquepuedequenoshayamosperdidoestesegundodemicroinversiónparasiempre.
Ya es la segunda vez en la última semana que hago meditación y me está trastornando seriamente. Hoy teníamos como elemento central el agua, y he visto cataratas, ríos, ondas marinas y hielo, mientras el aire tiraba de mí hacia arriba y flotaba exaltante, con el cerebro aturdido por la respiración abdominal, el olor del incienso y la música de restaurante chino. Por un momento he olvidado el cuerpo, he podido prescindir de la espalda que me atormentó el jueves pasado y del deseo estrambótico que me marea la libido en su constante acto de aparición/desaparición.
Por lo visto el agua simboliza los sentimientos, pero la profesora no ha querido decirme qué significa el aire ni por qué éste se empeñaba en alejarme de las cataratas y azotar mi plácido mar. Iba a preguntarle si estábamos hablando de gilipolleces pseudo-orientales o arquetipos jungianos, pero me mordí la lengua porque no le gusta que le pregunte cosas así y suele contraatacar criticando mi mala postura. Qué quiere, señora, llevaba mucho sin hacer tai-chi y esto exige mucho más que coger unas pesas en el gimnasio.
Fotografía de Víctor Miguel Gallardo.
Escuchando: My Sweet Prince de Placebo.
Leyendo: Mirando a las estrellas, de David Prieto.
Eso es verdad.
Pero es complicado dejar de girar en torno al «él» que magnificamos y que creamos nosotras mismas para que cumpla las expectativas que tenemos de lo que debe ser «el amor».
Supongo que yo soy al revés: siempre encuentro personas a las que querer más que a mí misma.
Y eso es malo y horrible e intento cambiarlo.
Pero es difícil romper con los hábitos. Sobretodo con los malos.