NOTA: Esta entrada es libre de imágenes gracias a una conexión terribilis con Telefónica. Disculpen las molestias de tanto texto junto.

Hoy ha sido un día de esos que a veces me gusta definir como “de mierda”.

A mí el calor me afecta, mucho. Me drena por completo. Será por mi genética, por mis orígenes, por mi tipo de piel (de esas pieles que pasan directamente del blanco nuclear al rojo langosta). Nunca he sido la persona más energética del mundo, pero en los últimos meses he tenido serios problemas de astenia. Mi médico, tan eficiente él, dice que es que soy rara, y tras realizarme una analítica con resultados perfectos (parece ser que estoy sanísima) me manda de vuelta a casa con una metafórica palmadita en la espalda. Yo pensaría que hay cosas que una analítica sencilla podría no detectar, pero quién soy yo para discutir. En cualquier caso no parece que tenga ninguna carencia nutricional, que era mi principal preocupación por el hecho de haber cambiado mi alimentación (si bien esta es ahora mucho más sana y completa que antes).

Conseguí solucionar el problema, por lo menos de forma temporal, metiéndome unos zumos naturales de aúpa por las mañanas, inspirándome en la moda crudivegana, que suele tener resultados muy energéticos (he reducido bastante la ingesta de carne, lácteos y de comida cocinada en general) y dejando la cafeína, que crea un círculo vicioso de subida-bajada de energía que prefiero evitar. Funciona, pero creo que el calor puede más que la fructosa y las espinacas y este último par de días me han visto arrastrándome por las esquinas en plan cortesana de la Bella Durmiente. Y con cortesana quiero decir miembro de la corte, no prostituta de altos vuelos. Si fuera prostituta de altos vuelos tampoco tendría energía para satisfacer a mis clientes, así que estaríamos en las mismas.

No tener energía para hacer todo lo que quiero hacer siempre me desanima mucho, sobre todo si son varios días seguidos. Se convierten en patrones de abulia de los que luego me cuesta desperezarme, y que me dan la sensación de que no avanzo. Pero por la mañana he ido a darme una vuelta (bajo un sol de justicia) para estirar las piernas durante una media hora, y por la tarde-noche he hecho la tabla de ejercicios de rigor. Y he trabajado, aunque no ha sido productivo en absoluto (mala conexión a internet que hacía que todo fuera a paso de tortuga; cosas de Miss Cristal que he tenido que deshacer porque no me convencían; un artículo para Lecturalia que he abandonado a medias cuando me he dado cuenta de que se trataba de un tema ya obsoleto y del que, de todas formas, sé poco o nada; una pelea ignorante con diferentes formatos de ebook; un entorno mediático de lo más deprimente donde, una vez más, la realidad tristísima del país en el que vivimos vuelve a hacerse patente… en resumen, mucho tiempo agotador que no me ha conducido a nada. Por si fuera poco me ha invadido una actitud negativa e infantil que he conseguido pagar con las personas que tengo a mi alrededor, algo que me irrita sobremanera). Por lo menos el paseo de la mañana sirvió para reorganizar mis ideas y poder escribir luego un nuevo artículo con alguna coherencia.

Hace un par de años esto sería impensable. Me habría pasado el día en la cama durmiendo o frente al ordenador con algún juego. Sabía que me era físicamente imposible hacer nada (ahora mismo, el simple hecho de teclear me resulta cansado), lo aceptaba y esperaba a que vinieran tiempos mejores. Ahora soy incapaz, debo seguir adelante aunque la gravedad amenace con aplastar a un cuerpo que se me antoja 5 veces más pesado de lo habitual. ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué hoy he trabajado, he hecho ejercicio, he respetado una alimentación sana en vez de darme un atracón o meterme una botella de vino autocompasiva en el cuerpo?

La respuesta está en la rutina, en el hábito. Mi cuerpo está ya tan acostumbrado a hacer ejercicio que le resulta más desasosegante la noción de no moverse, de no hacer nada, que el tener que hacer un esfuerzo superior al normal para moverse. Mi cabeza tiene ya tan asumida la idea de que tiene que avanzar, de que tiene que progresar en sus proyectos, que me resulta impensable pasarme el día metida en la cama (o en una oficina delante de una pantalla sin hacer nada de provecho). Por experiencia considero que ceder al agotamiento que proviene de la ansiedad y de la depresión solo sirve para producir más ansiedad y depresión. Por ello es fundamental mantenerse en movimiento, y no frustrarse con los pequeños fracasos, tal vez uno de los objetivos más difíciles de conseguir de entre los que me he marcado. Por no hablar de resistirse a la deliciosa botella de vino que se presentaba, tentadora, en la cocina de mi casa (¡prueba superada!). El vino, como hasta ahora: por copas escasas, con comida y fuera de mi domicilio. No hay nada como el alcohol para terminar de chuparte la energía, la alegría y las ganas de esforzarte.

En resumen: hay que aprovechar los días buenos (y los normales, y los tolerables, y los malos-pero-no-demasiado-malos) para crear hábitos que puedan llevarse a cabo durante los malos. Con esto no quiero decir que tengan que ser del todo repetitivos y llenos de reglas imperturbables. Personalmente me gusta dividir mis días en días de trabajo y días de asueto, que suelen tener una proporción 75% trabajo vs. 25% asueto. En los días de ocio soy más flexible con las reglas, sin pasarme. Durante los días de trabajo procuro adherirme a esa rutina que me permite sobrevivir a los días, como éste, de mierda. Y sí, hay días que tiro la toalla y me tumbo en la cama y no salgo de ahí excepto para comer y navegar por internet sin rumbo fijo. Pero nunca permito que sean más de uno a la vez, y cada vez son menos. Ya no hay espacio para días así.

El hábito se convierte de esta forma en un aliado en vez de en un peligroso enemigo. Sirve para todo: para comer, para trabajar, incluso para amar. Y el truco es elegir hábitos posibles, pequeños, que puedan llevarse a cabo de manera cómoda. No hace falta tirarse de cabeza a la piscina de la existencia perfecta, es suficiente con realizar pequeñas modificaciones a la rutina y al entorno.

Era de eso de lo que quería yo hablar, de los hábitos y de cómo implementarlos. Pero al final me he ido por las ramas y he acabado, como siempre, haciéndole honor al nombre del blog. Estoy segura de que sabréis perdonarme. Al fin y al cabo, he tenido un mal día.