Terminé anoche Wicked, una obra que ya había ojeado en Smiths con deseo durante mi estancia este verano en Londres, y que Zapardiel también había recomendado en su blog. Zapardiel habla de la maravilla de conocer la historia de una bruja desde una perspectiva diferente, más justa; pero para mí Wicked es una obra deleznable digna de una quema sin cuartel.
Expongo a continuación mis motivos, antes de que me tachéis de extremista a lo Fahrenheit 451:
1. La obra la ha escrito un estadounidense inspirándose en determinadas zonas de Gran Bretaña y en grandes escritores del fantástico británico. Bueno, esto es perdonable porque no recurre a conversaciones «yanquis» bisilábicas, y parece que hasta tiene cierto respecto por el lenguaje.
2. No es perdonable, sin embargo, la habilidad del autor para cautivar tan completamente al lector, de cautivarle hasta el punto de hacerle olvidar sus obligaciones, sus responsabilidades y su necesidad de dormir. Wicked me ha costado varias horas de trabajo y de sueño.
3. Menos perdonable es, todavía, la sensación de desconsuelo tan absoluto que permanece en el lector tras terminar la obra. Todos sabemos que Dorothy mata a la Malvada Bruja del Oeste pero oye, hemos asistido al nacimiento de la Bruja, a su juventud, a sus amores y desamores, a sus luchas políticas, a su desesperación frente a la tiranía y opresión del temible Mago de Oz, a la indignación e injusticia que la han acompañado desde incluso antes de su gestación. Así que cuando por fin llega la niñata a lo Judy Garland, piensas que tal vez, sólo tal vez, y ya que esto es un cuento de hadas, al fin y al cabo, se salven los buenos y mueran los malos.
Lamentablemente, Wicked no es un cuento de hadas. Es una obra dolorosamente realista, tremendamente cruel, que habla del cambio, de la pérdida de los valores y de la fe, del caos y del mal. El mal con minúsculas, no ese Mal infantil que se come a una abuelita, que derriba una casa de un soplido, que se lleva las almas al Infierno cargado de tridentes, sino el mal que separa a amigos íntimos, el mal que derriba (de un solo golpe o de miles de pequeños y maléficos toques) lo único que has amado, el mal que extermina a millones de personas en campos de concentración.
Por todo esto, antes de leer Wicked, consultad a vuestro psicólogo o guía espiritual. Tal vez no sea recomendable para ninguno de nosotros.
Por ahora me pasaré a lo último de Pratchett quien, habitualmente, gusta de los finales felices.
Vaya, que te ha gustado…
¡¡YO QUIERO LEERLA!!
jejeje
Cuando tenga tiempo, claro.
Tienes toda la razón, mi querida Charlotte, el libro deja una sensación de desconsuelo e impotencia realmente insufrible. Cuando leí aquella frase de «en la historia de una bruja, no hay epílogo» se me rompió el corazón. Bruja como soy, triste final me espera…
Anyway, yo también me pasé a Pratchett después, bendito sea. Siempre nos quedará Yaya Ceravieja para consolarnos. No hay destino capaz de llevarle la contraria, qué mujer… :p
Ni a Sam Vimes 😉