Imagina que te has enganchado a un libro.
Todo va bien: está muy bien escrito, las escenas de amor hacen que tu corazoncito palpite entusiasmado, la trama está repleta de misterios misteriosos, el ritmo es perfecto y la acción es… jopelines, la acción es muy activa.
Además, los personajes son muy atractivos. Aparte de guapos y empotrables, sientes que te puedes identificar con ellos: te importa de verdad qué les puede ocurrir.
Y entonces llega el final y todo culmina en un giro sorprendente.
Sobre todo es sorprendente porque no hay quien se lo crea.
Este giro sorpresivo se basa en la acción del protagonista. Y no es creíble y no sabes muy bien por qué. Solo sabes que no tiene ni pies ni cabeza.
Dejas el libro con irritación, sales a dar un paseo, a tirar unos cuantos gimnasios Pokémon y a beber una copa de vino en una terracita al lado del mar y de repente, llega.
Llega la sabiduría. La Verdad. La razón por la que no soportaste ese final.
No soportaste el final porque la resolución se basó en la acción de un personaje que no tenía sentido. Dicha acción estaba fuera de lugar. No era coherente con el personaje. No se había producido ninguna transformación que explicase ese cambio repentino de personalidad.
Esto generalmente se conoce como un deus ex machina como la copa de un pino: integrar un elemento externo en la historia sin ningún tipo de pista ni narración anticipatoria. No ha habido un proceso: solo una resolución artificial y perezosa.
Suspiras un poco porque, como persona que escribe, sabes que también podría pasarte a ti. Le das un sorbo a tu vino, atrapas un Magikarp y piensas: ¿qué puedo hacer para que no me pase a mí?
También: ¿por qué hay turistas en bikini tomando en sol cuando estamos a catorce grados?
Pero no temas, porque ha venido Gabriella a ayudarte.
Imagíname así, pero con tutú rosa y una capa de Mi pequeño poni: La magia de la amistad.
(Gabriella habla mucho en tercera persona, por si no te habías dado cuenta. Sobre los bikinis no puede hacer nada, pero con los personajes tiene algo más de poderío).
El problema del personaje incoherente
El ser humano es complejo, de eso no hay duda. Escribir un personaje creíble no es nada fácil y es una de esas cosas que separan al escritor en ciernes del profesional. Para la pregunta de: ¿qué haría este personaje en esta situación?, es fundamental saber cómo es nuestro personaje. Si nos dejamos llevar por nuestro instinto, es muy fácil meter la pata y obviar características fundamentales de su personalidad.
Esto es algo que muchos escritores aprenden conforme progresan y mejoran sus habilidades: por increíble que parezca, no, tu instinto no siempre tiene razón.
Por mucho que hagas caso de tus entrañas, vísceras, estómago y corazón, el instinto no puede suplir una habilidad que todavía no tienes desarrollada. Si solo haces caso de tu instinto al crear un personaje, es muy posible que acabes con un mejunje que ni tiene sentido ni gusta al lector.
¿Cómo podemos evitar ese mejunje?
Se dice pronto, pero tenemos que evitar estos dos extremos:
- El personaje absolutamente plano y cliché, unidimensional, definido por un solo factor o por un conjunto breve de características estereotipadas. Hay ejemplos de estos en la literatura y en la ficción en general: el héroe valiente y bondadoso; la princesa desvalida; la chica guapa, popular y cruel; la víctima a la que le ocurren todo tipo de desgracias; el detective nihilista y misógino… Si se llevan al extremo, pueden ser personajes divertidos de utilizar, casi como parodias de sí mismos, y en algunos géneros son casi necesarios, pero suele cansar ver aparecer un tópico tras otro.
- El personaje que, claramente definido por sus acciones y pensamientos, de repente dice o hace cosas que chocan con todo lo que sabemos de ellos, sin explicación ni razón alguna. Por ejemplo, imaginaos que Batman matara a alguno de sus enemigos y que no hubiera ni razón ni consecuencias. Vamos, que ni se mencionara el tema. ¿No creéis que a Alfred o a Robin les parecería un poco raro? Yo me imagino hasta al batmóvil echándole la bronca, con la vocecilla de K.I.T.T del Coche fantástico:
Michael... digo... Bruce, ¿qué te pasa, tío? Matas al Joker, aparcas en la plaza de minusválidos, te dejas el maletero abierto... tú no estás bien.
Tal y como lo digo, seguro que pensáis que no habéis caído en ninguno de estos casos. Pero mirad lo que os digo y no os asustéis: creo que en algún momento todos caemos. A mí me ha pasado, a todos nos ha pasado. Al fin y al cabo, estamos creando psiques enteras de la nada. Bastante nos cuesta entendernos a nosotros mismos como para entender a alguien que ni existe.
(Hay otro factor en el que no entraré ahora, pero que por desgracia tiene un impacto tremendo: que tu personaje le caiga bien o no al lector. Un personaje despreciable puede estar muy bien construido, pero necesitarás que el lector le tenga algún grado de simpatía si quieres que le interesen sus aventuras. O que por lo menos sus aventuras sean lo bastante llamativas como para que el lector deje pasar su desconexión con la personalidad protagonista).
La coherencia es determinante para que un texto funcione. Si tu personaje es X, debe comportarse de manera X. Por supuesto, puede cambiar (y debe: de eso precisamente trata el clásico viaje del héroe), pero esa evolución debe estar mostrada en el texto y debe ser lógica para que el lector la acepte.
¿Cómo mantener esa coherencia? Hay un truco muy útil, que es asignarle una categoría y recurrir a esta con cada decisión del personaje.
El problema de la coherencia
Puede que muchos no estéis de acuerdo con este truco, ya que a muchos autores les encanta que los personajes se les vayan de las manos y tomen sus propias decisiones. Volvemos, una vez más, al peligro de un exceso de confianza en nuestro instinto. En Lecturonauta (probablemente el blog donde más trabajo especializado vais a encontrar sobre psicología de personajes), Guillermo habla de qué es la personalidad y de diferentes modos de enfrentarse a la construcción de nuestros protagonistas. También habla de los escritores que prefieren guiarse por ese ya mencionado instinto a la hora de formar dichas personalidades.
Y eso está bien. Hasta cierto punto. Ese instinto, como vengo repitiendo desde el principio del artículo (porque soy como las madres, que lo dicen todo ocho veces cuando es importante) no siempre es acertado. Un personaje «escapado» puede llevarte a sitios interesantes, pero también puede llevarte de cabecita al infierno de los Escritores Que Creen Que Son La P***a* Y Que Aburren A Sus Lectores. Y ese es un círculo del Averno del que no te van a sacar ni Dante ni Beatriz ni un ejército de carritos de la compra del Mercadona.
Reíd, reíd, pero cualquiera de vosotros podría ser su próxima víctima.
La «cajita» de personalidad en la que encierras a tu personaje no es más que una guía predeterminada, una forma de que cuando tu personaje se descarrile puedas saber si su descarrilamiento hará que la historia crezca, que todo mejore, o si terminará en un accidente terrible con montones de víctimas. No debes verlo como una restricción, sino más bien como una chuleta, una medida de seguridad para mantener esa coherencia tan necesaria.
Categorías útiles para guiar a tus personajes
Desde el comienzo de los tiempos, el ser humano ha mostrado cierta obsesión con categorizarlo todo. Si tenemos una taxonomía, tenemos una manera de conocer y distinguir las cosas, podemos ponerles nombre y entenderlas mejor. Es una manera de meter la patita en el método científico y, sí, de intentar controlar la realidad que nos rodea.
Myers-Briggs: un montón de personalidades donde elegir
Algunas categorías son más útiles que otras cuando hablamos de análisis psicológico práctico. Es posible que la categorización de seres vivos en vertebrados e invertebrados sea más útil que distribuir a la personalidad humana en los tipos expuestos por el test Myer-Briggs, una categorización bastante cuestionada dentro del entorno de la ciencia actual. No obstante, donde la psicología actual ve una prueba y categorización obsoleta, yo veo una manera muy práctica de crear personajes. Hay muchos modelos más, como el modelo de los cinco grandes o el eneagrama de toda la vida, pero personalmente encuentro que Myer-Briggs es mucho más productivo a la hora de definir características que construyen a un personaje coherente. Esto es porque la idea al utilizar sus categorías no es analizarnos a nosotros mismos, sino usar un mapa de características que sirvan como esquema por el que guiar a nuestro personaje.
¡Atrápalos a todos!
Si tenéis curiosidad por saber qué tipo de personalidad tendríais vosotros, oh autores, podéis hacer cualquier test en línea. Hay 16 tipos que surgen de la combinación de los rasgos básicos de personalidad según Myers-Briggs (madre e hija, por si os lo preguntabais). Aquí tenéis una lista completa con explicaciones de cada uno de ellos.
El juego del personaje Myers-Briggs
Propongo un juego: coge esa lista, otorga a cada tipo un número y luego elige un número al azar usando random.org, una chistera llena de papelitos, un dado de rol o lo que más te apetezca.
Ahora crea un relato cuyo protagonista tenga ese tipo de personalidad. Recuerda que el personaje puede evolucionar, pero no puede traicionar lo que es en realidad. Así, una personalidad tímida puede hacer un gran esfuerzo por hablar en público, pero no será algo que le agrade ni que elija como idea de diversión natural; una personalidad extrovertida puede decidir que hoy le toca quedarse en casa a solas leyendo porque le han dicho que leer es bueno: pero este será un esfuerzo consciente, no su primera elección a la hora de decidir en qué quiere invertir su tiempo libre.
Repito que esta categorización no existe para constreñirte ni limitar tu creatividad como autor: sirve para que no te despistes y no otorgues características que no corresponden a tu personaje: sirve para que el personaje no se comporte de manera errática e incoherente (a no ser que sea un personaje que se distinga por su personalidad errática e incoherencia, pero incluso ese personaje se mostrará errático de forma comprensible y coherente: dentro de la lógica interna de la narración).
Myers-Briggs tiene, según muchos profesionales, la misma credibilidad que los signos zodiacales del horóscopo. Pero es que los signos zodiacales del horóscopo también te sirven para darle redondez a tu personaje; no estamos buscando un diagnóstico mental ni una predicción astrológica: la idea es tener siempre a mano una categoría fija, un referente inamovible que te sirva de recordatorio acerca de cómo es y cómo debe comportarse la persona a la que estás escribiendo.
Todo esto está muy bien, pero a veces apetece escribir personajes que sean un tanto… diferentes. Para ello, pasemos a la siguiente categoría.
La tríada oscura
¿Por qué escribir sobre gente normal que entra en categorías normales? ¿Por qué no escribir a psicópatas, sociópatas y narcisistas?
Os presento a la popularmente mal llamada tríada oscura, también conocida como: «quiero escribir a un asesino en serie, porque mola».
AY.
Para empezar, si quieres escribir asesinos en serie, olvídate del clásico psicópata, porque te vas a meter en camisa de once mil varas. La psicopatía es simplemente una falta de empatía emocional, no implica ir por ahí ahorcando mujeres con las medias de tu madre. Para escribir algo como lo de las medias así vas a tener que abrirte a toda una serie de desórdenes mentales: desde sociopatía a trastornos delirantes, psicosis y esquizofrenia. Ya si nos metemos en el divertido mundo del sadismo no consentido tenemos para una serie de thrillers apabullante.
Personalmente, creo que lo que da más miedo son los asesinos que son neurotípicos: personas como tú o como yo, sin desórdenes de esos que asustan. ¿Qué ocurre si colocas a personas normales en situaciones de violencia extrema, de crueldad injustificada y obligada? Eso sí que da miedo, no hay más que leer un poco al respecto, documentarse con historias reales.
Todo esto no quita la diversión suprema que produce escribir a un personaje que te resulte difícil concebir. Como persona bastante empática, algunas de las experiencias más geniales que he tenido escribiendo han sido aquellas donde escribía a personajes incapaces de sentir empatía, o con emociones muy diferentes a las mías. ¿Cómo serías si eliminaras tu miedo a las consecuencias o tus condicionantes sociales y morales? Soy muy aficionada a escribir psicópatas prosociales, precisamente por el salto imaginativo que implica para mí; me encanta escribir a narcisistas, porque qué le vamos a hacer: los narcisistas pueden ser muy carismáticos y brillan especialmente si son los antagonistas de tu prota. También me encantan los narradores mentirosos, ¡porque a mí mentir se me da fatal y me da mucho cargo de conciencia!
Al final, se reduce a lo mismo: crea la categoría por la que te puedas guiar. Una persona no es sádica, arrogante, violenta, impulsiva o amoral porque sí. Si quieres meterte realmente en las raíces de tu personaje, hazte pasar por su psicólogo. Documéntate, anota lo que te dice en vuestras sesiones, analiza e intenta hacer un diagnóstico.
Lo maravilloso del mundo de ficción es que da igual si te equivocas con el nombre que le pones a tu trastorno: nadie va a saberlo si no lo dices. Con que tu personaje se mantenga fiel a las notas de tus sesiones, podrás convencer al lector de que está conociendo a una persona real, defectos y rarezas incluidos.
Las cuatro tendencias de Gretchen Rubin
Rubin no es científica ni psicóloga ni nada por el estilo. Su categorización no tiene una base sólida. Y sin embargo me sorprende lo útil que me resulta para crear personajes. De hecho, esta es mi categorización favorita, con diferencia.
Sobre todo, es que es muy muy sencilla. No está basado en cuestiones de trastorno, ni extroversión/introversión, ni rasgos puramente emocionales… no. Se basa en cómo respondemos a nuestras expectativas y a las de los demás. Y cuando estás haciendo construcción de mundos y cuando estás creando tu propia sociedad e interacción en un grupo de personajes, esto es m-a-r-a-v-i-l-l-o-s-o.
Veréis: muchas propuestas de creación de personajes tratan a cada personaje como una entidad en sí misma. Pero nadie existe en el vacío (o casi nadie… depende de cuánta ciencia ficción escribas). Nuestra personalidad implica una relación con nosotros mismos (conócete a ti mismo, como dirían en Delfos) y con otras personas. Adoptamos diferentes comportamientos según cada circunstancia social, pero también adoptamos diferentes comportamientos según cómo nos enfrentamos a nuestras responsabilidades.
Y resulta que la mayoría de las grandes historias van de responsabilidad: ¿qué ha aprendido tu héroe al final del libro? ¿Cómo ha evolucionado? ¿Cómo se ha enfrentado a los conflictos que el mundo le ha tirado a la cara en este gran festín ficticio de lanzar conflictos petardos a la cara de alguien? Si tu personaje no tiene una lucha interna… de qué poquito le sirve la externa. Muchos lectores dicen que su parte menos favorita de El señor de los anillos es el final, pero a mí me encanta. Es, para mí, puramente literario: fuiste al Monte del Destino, te deshiciste del anillo único… ¿y ahora qué? ¿Qué has aprendido? ¿Cómo has cambiado? ¿Y si has cambiado tanto que la Comarca se te ha quedado chiquita?
Rubin creó cuatro definiciones para ayudar a personas a deshacerse de sus malas costumbres y crear hábitos saludables. Yo de hábitos hablo mucho, ya lo sabéis. Por ejemplo, el hábito de la escritura es una de las partes más importantes de mi vida y de mi identidad. Según Rubin, nuestra forma de enfrentarnos a nuestras responsabilidades determina cómo deberíamos implementar nuevos hábitos que nos ayuden a conseguir lo que queremos en la vida y la felicidad y etc. Y según esa forma, nos definimos por cuatro categorías.
Veamos cuáles son esas definiciones:
- Tenemos al rebelde: la persona que se enfrenta a las expectativas que tiene consigo mismo y con las expectativas que otros tienen de él.
- Tenemos al conciliador: la persona que quiere cumplir las expectativas ajenas pero desconfía mucho de las propias.
- Tenemos al interrogador: la persona que se cuestiona las expectativas ajenas pero siempre cumple con las propias.
- Y tenemos a la persona cumplidora: que quiere quedar bien no solo con los demás, sino también con las expectativas que tiene de sí misma.
Hay una quinta categoría, creo yo, ocupada solo por la gran Christie Sims. Ella trasciende la rebeldía, forma categorías y arquetipos narrativos revolucionarios y crea expectativas nuevas en el mundo. Pero eso lo dejamos para otro momento.
Ninguna categoría es mejor que otra: no se trata de juzgar. Todas tienen sus ventajas y desventajas (y pocas personas pertenecen a un solo tipo: generalmente estamos a caballo entre un par). Se trata de entender en qué categoría entra cada uno de nosotros para poder tomar medidas para aquello que queremos cambiar. Por ejemplo, si eres un rebelde, de poco te sirve decirle a tus amigos que te den una colleja cada vez que no vayas al gimnasio… ¡eso solo te cabreará más! Si eres una persona conciliadora, sin embargo, decir en público que vas a ir al gimnasio todos los días te obligará a ir, porque no quieres quedar mal con los demás.
No me quiero comprar el libro de la rubin, gabriella, ni tengo interés alguno en mejorar como persona ni implementar buenos hábitos, así que ve a lo que nos interesa: ¿Qué ocurre cuando usamos estas categorías con nuestros personajes?
Está bien, está bien. Vamos a ello y con ello cerramos este artículo. Pero antes…
¡AVISO! VOY A HABLAR DE MI LIBRO. Pero es por una buena causa**, lo prometo.
Un ejemplo de la categoría de interrogador
En El ojo de la tormenta, la cuarta entrega de nuestra serie Crónicas del fin, tengo a Adra, cazadora de monstruos y huérfana vengativa, que se ha montado en una nave de mala muerte para embarcarse en un viaje bastante peligroso. Se podría haber quedado en su casa tranquilita, pero Adra es un poco interrogadora. Lo que otros opinen de ella le da un poco igual (aunque la opinión de su perro, Winston, le es muy importante, pero ay, ¿por qué nunca se tiene en cuenta al perro para estas cosas?), pero tiene una serie de expectativas muy altas para sí misma. Aparte de algunas necesidades personales de némesis y de información, también se ha impuesto un autocontrol rígido: sabe que si pierde su calma habitual, si se deja llevar, será peor para todos. Ocurren Cosas Feas cuando Adra se pone nerviosa. Así que tiene un estándar altísimo de comportamiento. Si ella se promete algo a sí misma, irá hasta los confines de una Tierra devastada para cumplirlo.
También le gusta sentarse sobre montañas de huesos. ¿Y a quién no?
Si Adra perdiera el control por algo nimio, sin venir a cuento, traicionaría a la esencia del personaje. Esta es la razón por la que resultaría difícil que tuviera una relación amorosa y pasional al uso, por ejemplo, por mucho que a mí, como autora, me gustaría verla revolcada en el barro. Adra adquiere por el camino una serie de responsabilidades. Cumple con algunas y con otras… no tanto. Esto es porque no siente la obligación ni la deuda de quedar bien con los demás. Solo importa la obligación que tiene para con ella misma.
Un ejemplo de la categoría de conciliador
Y luego tenemos a Angie, que es un conciliador (y un chico araña con un número indefinido de extremidades). Angie quiere que lo quieran, es un bendito. Pero duda constantemente de sí mismo y de sus capacidades. Solo actúa cuando otros lo obligan a ello, cuando no tiene más remedio. Angie poco a poco toma cierta confianza en sí mismo, pero no tendría sentido que realizara de repente un acto de gran valentía y arrojo, porque le falta confianza y seguridad en sí mismo para ello.
Todavía no tenemos ilustraciones hechas de Angie y cuando he buscado "chico araña" esto es lo único que he podido encontrar.
Un ejemplo de la categoría de cumplidor
Gale es el cumplidor por excelencia. No solo quiere complacer a los demás, lo que lo lleva a torturarse indefinidamente, ya que no sabe cómo estar a la altura de las expectativas ajenas, sino que tiene unas expectativas interesantes para sí mismo. Esto le ha venido bien para no volverse loco los años que estuvo secuestrado en un búnker, pero hace que se exija cosas que a lo mejor no son muy inteligentes. En vez de salvar su propio culo, se empeña en ayudar a escapar a Angie. Constantemente se plantea su valor como humano ético. No será hasta el final de su historia cuando Gale por fin empiece a salir de ese patrón y a crear nuevos estánderes para sí mismo y su dignidad, pero en el fondo es como es y esas expectativas se mantienen, firmes.
Imagen de Gale, al que sin duda le hacen falta tres hamburguesas y un asesor de vestuario. Sí, eso de la izquierda es un burro zombi.
Un ejemplo de la categoría de rebelde
Y terminamos con Décima, que es la rebelde absoluta. Décima no suele hacer favores. Tampoco es de las que te llama a la mañana siguiente, después de una noche de bebercio y folleteo. No tiene expectativas para sí misma ni responde a nadie: es mercenaria y capitana de barco comercial, simplemente se vende al mejor postor. A Décima nunca conseguirás convencerla de hacer algo mediante razones lógicas. De hecho, la única razón por la que decide llevar a Gale, Angie y Adra en su nave hasta Malparaíso es porque a) hay gente que los persigue a todos y quiere matarlos y b) porque Adra le ha hecho morritos y a Décima le gusta mucho, mucho Adra. Sus decisiones son impulsivas y emocionales, no responden a las expectativas de nadie.
Décima. La frase inicial de cabecera era: "Por fin recuperé la calavera de mi hámster".
Si yo hiciera que Décima de repente fuera obediente o actuara de manera lógica y racional, pausada y considerada, estaría traicionando al personaje.
En resumen: las categorías de Rubin funcionan
Espero que estos ejemplos os hayan servido para entender mejor las cuatro categorías de Rubin: personalmente me parecen fantásticas para poder moverte con un personaje, dejarte llevar por él, recibir sus sorpresas y decisiones sin tener que, por ello, perder ni un ápice de coherencia.
Esto también implica, por si alguien no se había dado cuenta, que Crónicas del fin existe y está a la venta en todas las librerías de bien. Si no conocéis nuestra obra apocalíptica, os animo muy animadamente y con mucho batir de pestañas que le echéis un vistazo. Y si no os gusta, podéis venir aquí y decirme en los comentarios que no volveréis jamás a comprar un libro mío.
Aunque reconozco que si hacéis eso, lloraré.
¿No queréis hacerme llorar, verdad?
Para ser una INFJ, hay que ver lo emocionalmente manipuladora que puedo ser a veces. Serán mis tendencias narcisistas, mezcladas con mi calidad conciliadora.
Notas:
*Si vives allende los mares, es posible sustituir esta palabra por minga o chingada. Creo. Acepto sugerencias, porque soy de esas personas que ama aprender palabras nuevas.
**Esa buena causa es poder explicar mejor estos conceptos con ejemplos prácticos. Y mi bolsillo.
***Sigo escribiendo artículos en este blog gracias al apoyo de mis maravillosos mecenas. Si este blog te ha ayudado, por favor, apóyame tú también en Patreon. Puedes aportar la cantidad que quieras y darte de baja cuando quieras. He podido crear este artículo y publicarlo gracias a la amable generosidad y belleza espléndida de gente como Jorge del Oro, Carlos S. Baos, May Quilez, Eduardo Norte, Carla Campos, Adela Castañón, Anabel Rodríguez y Daniel Hernández Alcojor.
Créditos:
- Imagen de cabecera de mujer con brécol, de Shutterstock.
- Imagen de KITT, el coche fantástico, de Shutterstock.
- Imagen de superheroína con capa roja, de Shutterstock.
- Imagen aterradora de un carrito de la compra, de Shutterstock.
- Señal de peligro, de Shutterstock.
- Imagen de niño araña, de Shutterstock.
- Todas las imágenes de las portadas de Crónicas del fin pertenecen a la muy sobresaliente Libertad Delgado.
¡Este artículo me viene que ni caído del cielo! *_* Acabo de terminar la fase de documentación de un proyecto y tenía un problema grande con uno de los personajes, pero creo que gracias a este artículo va a terminar siendo uno del que me sienta muy orgullosa <3. ¡Gracias!
Excelente entrada, Gabriella. Siempre es un placer leerte.
La verdad es que la construcción de personajes en una historia es un punto muy relevante para mí, por lo que estoy intentando pulir, constantemente, la personalidad de mis personajes, llegando al punto de preguntarme cosas tales como «¿qué haría X en mi lugar y en esta misma situación?» hasta «¿cuál sería la postura de Y personaje respecto a este tema?». En fin. Ya sabes; eso de vivir con tus personajes revoloteando en tu mente todo el día.
Con respecto a las categorizaciones, la última que mencionaste llamó mucho mi atención, ya que considero que aplicada en paralelo a la de las 16 personalidades (que es la que yo uso actualmente) generaría resultados bastante interesantes.
Como aporte extra te comparto el siguiente sitio web (https://www.16personalities.com/es/) que es el modelo que vengo utilizando desde un par de años para trabajar la personalidad de mis personajes y me ha servido mucho como recurso base. Por lo que tengo entendido (no se me da muy bien el inglés, pero para eso me ayuda google traductor → https://www.16personalities.com/articles/our-theory), este modelo mezcla los acrónimos de Myers-Briggs más una letra extra que le da más especificidad al asunto, pero se diferencia de este, al no incorporar conceptos jungianos (una lástima si me lo preguntan), como las funciones cognitivas o su priorización. En vez de eso incluye una re-elaboración de otro modelo más apegado a la investigación psicológica y social moderna denominado «Cinco Grandes rasgos de personalidad» (pobre Jung). La ventaja de esta plataforma es que incluye –fuera de las definiciones en sí– un test que atribuye al usuario una personalidad en específico. Funciona muy bien si lo tomas desde la perspectiva de tu personaje prototipo, por ejemplo, y luego recurres a los resultados para ampliar sus características.
¡Saludos! C:
Gracias por la mención, Gabriella 😀 un artículo muy interesante. Ahora me das más ganas de hablar sobre los fake workframes como el myers-briggs para la escritura (a ver si el máster me deja tiempo) ¡A ver si me pongo al día con crónicas del fin!
Es sin duda una de las grandes dificultades, y uno de los factores que puede dar al traste con una novela o con cualquier otro tipo de narración. Cuántos libros se diluyen -y ya no te digo lo que pasa con tantas y tantas películas- por estas incoherencias o inconsistencias.
Y aunque no es fácil, y menos en una novela, resulta primordial que los lectores puedan empalizar con los personajes y para ello estos no pueden incurrir en ese tipo de decisiones, acciones o comportamientos cuyo sentido sólo puede defenderse con un pobre «por que sí».
Muy interesantes esas categorías y, una vez más, gran artículo, Gabriella.
Corrijo:
…acciones o comportamientos cuyo sentido solo puede defenderse con un pobre «PORQUE sí».
Ilustradora y esclarecedora entrada, como siempre.
En cuanto a lo de las clasificaciones, yo uso la de la biblia. Sí, esa que divide a las personas según su forma de beber agua de una fuente: como los perros o como los borregos. ¡Y déjate de complicaciones, venga ya! 😛
Hola:
Hace rato que leo tu blog y esta es la primera vez que comento (es la desventaja de leer en el bus). Me encanta haber encontrado esta lista de categorías. Te felicito por tu excelente trabajo para recopilar y para amenizar la información (por fortuna ya no es tan raro ver gente riéndose frente a la pantalla del celular en el bus). Voy a probarlas para mis próximos trabajos, que la composición de los personajes es una materia pendiente para mí. Gracias por la dedicación. Saludos desde Paraguay.
Sería estupendo poder clasificar tan fácilmente a la gente en el mundo real. Así tendríamos a más de uno calado…
Aunque también nos calarían a nosotros… glubs…
Vale, no he dicho nada.
Mi querida Gabriella, como siempre, un post divertido y harto iluminador.
Sobre la susodicha palabra que indicas en tus notas, de este del charco, en México (donde si bien los lectores no abundan. ¡1.5 libros leídos al año por cada habitante y rebasamos los 150 millones!… pero mejor no tocar temas tristes…) lo abundante es el lenguaje soez (como que el listado de majaderías es kilométrico y puede usarse en diversos contextos y con distintas intenciones). Por lo que más que «chingada», lo correspondiente es «chingones».
Nota aclaratoria: chingón tiene tanto el significado peyorativo como laudatorio (todo depende de cuándo, cómo y a quién se le dice).
Abrazobeso desde este lado del Atlántico.
Entonces, ¿podríamos poner Escritores que Creen que Son Chingones? No sé si sería lo mismo… (Me acabo de dar cuenta de que no había puesto el asterisco en el sitio correspondiente; ya está arreglado).
Mea culpa.
Releí el párrafo y ya entendí su sentido. Tienes razón, Gabriella, no funciona «chingones» (lo mal interpreté como «escritores que se sienten lo máximo» y tú indicas todo lo contrario).
La chingada no funcionaría tampoco. Para ello, aquí en México (y eso dependiendo de la zona, pues no hay que olvidar que este país es del tamaño de Europa continental -sin incluir Rusia-), en términos genéricos se diría: Caca, Mierda, Pendejos.
Abrazobeso desde este lado del charco, maestra.
Seguimos liándonos, creo. Aquí en España, cuando se dice que alguien «es la polla», quiere decir que es alucinante, buenísimo, fantástico (pero polla es una palabra soez que quiere decir pene). ¿Cuál crees que sería el mejor equivalente entonces, si lo hay?
Sí, conozco el término.
Entonces la primera opción que te dí si funciona, porque «chingón» se usa con varios sentidos y uno de ellos es el de que alguien se cree buenísimo en lo que hace, pero no lo es.
También tiene un sentido positivo, indicando que en efecto alguien es muy bueno en algo.
Las otras opciones que se usan en México, no tendrían la misma carga semántica que el «polla» como lo indicas para este artículo. («la gran cosa», «la última Coca del desierto», etc., etc.)
Creo entonces que sí entendí bien la primera intención de ese párrafo de tu artículo, por lo que la opción de «chingones» que te di en un principio es la adecuada, para la carga significativa que tiene la expresión.
Conozco el vulgarismo «polla», pero desconocía la connotación que me aclaras.
En el caso de «chingón», tiene diversas acepciones según el contexto y la carga emocional que se le dé. Entre ésas, está la positiva y negativa de «ser el mejor o muy bueno en algo» y la de «creerse el mejor o muy bueno en algo».
Aprovecho para comentarte que aquí en México se edita una revista cultural en torno a la lengua española y las letras que se llama «Algarabía» y (hasta donde me ha quedado claro) se consigue por aquellas tierras peninsulares. El punto es que sacó un especial (hace un par de años) como diccionario del lenguaje soez mexicano más habitual: «El chingonario». Ojalá lo puedas conseguir, sensei Gabriella. Aparte de interesante y útil te vas a divertir un buen rato.
Vaya otro grande abrazobeso desde este lado del charco.
El chingonario suena genial, jajaja.
¡Hola Gabriella! Mi nombre es Lucía, y tengo «solo» dieciséis años. Una de mis metas es llegar a ser escritora, de ciencia ficción si pudiera ser. Tu blog me ha ayudado muchísimo últimamente, te doy las gracias por esforzarte en él. El caso es que me gustaría pedirte algún consejillo o advertencia que me pudiera ayudar a conseguir ese sueño del que mi alrededor tanto duda. Aunque sea un «toma café antes de ponerte a escribir», me servirá. Gracias por leerme, y nos veremos por los océanos literarios (espero). ¡Un saludo!
¡Uy, Lucía, pero si este blog entero es consejo tras consejo, jajaja! Venga, ahí va uno al azar: nunca firmes un contrato editorial sin a) dárselo a leer a alguien con más experiencia y b) negociar por lo menos una de las cláusulas. Y escribe mucho, a diario. Ahora que eres joven, es el momento perfecto para que tu cerebro desarrolle el hábito de la escritura: https://www.gabriellaliteraria.com/escribir-todos-los-dias/
Un besazo y mucho ánimo.