Hay listas sobre maneras a miles de acabar con el bloqueo del escritor.

Salir a pasear, leer, darse una ducha, hacer bikram yoga a mil grados a la sombra, pintar calaveras de colores con los pies. Lo normal.

Hoy hablaré de otra manera, muy distinta. Esto del círculo mágico sospecho que no lo habéis visto todavía.

Es de Mark McGuinness, porque Mark McGuinness es mi cosa favorita ahora, después de mi familia, mi gato y las noches en las que me acurruco con mi pareja mientras vemos Netflix y nos relajamos.

Hablemos primero de motivación.

aquello que nos empuja a crear

En su libro Motivation for Creative People, su excelencia McGuinness analiza la motivación intrínseca y extrínseca que nos lleva a crear, que nos lleva a convertirnos en creadores (y también estudia cómo llegamos a profesionalizarnos en el ámbito artístico). Habla de su experiencia asesorando a muchos tipos de artistas. Un caso en concreto me llamó la atención.

El caso del pintor de éxito que estaba bloqueado.

McGuinness afirma que la mayoría de los artistas necesitan motivaciones tanto intrínsecas (pasión, orgullo, deseo de superación personal…) como extrínsecas (dinero, reconocimiento, prestigio…) para poder ofrecer su mejor trabajo. Un artista que solo trabaja buscando las musas, por amor puro al arte, se encontrará con una serie de obstáculos (falta de medios, de tiempo, de valoración) que pueden hacer que desfallezca. Del mismo modo, un artista que trabaja solo por motivos extrínsecos, un artista que se haya «vendido», podría no sentirse satisfecho, ya que la motivación intrínseca (y aquí McGuinness cita varios estudios y experimentos al respecto) es mucho más poderosa. Y, por tanto, necesaria.

Contraponemos de nuevo al artista que vive debajo de un puente o en una cueva, intentando crear con hambre, frío y necesidad (¡pero siendo fiel a su arte!) al artista que tiene fama y millones, pero que ha tenido que sacrificar lo que realmente quiere hacer por otras tres entregas de novelas de vampiros con purpurina que van a colegios de magos mientras intentan derrocar un imperio distópico donde solo hay adolescentes con cara de palo.

El punto ideal para el artista feliz sería, entonces, ese interesante punto medio: el artista que goza de satisfacción personal y de algo de dinero y reconocimiento. Todos sabemos que ese punto es difícil de alcanzar. La mayoría de los creadores se enfrentan a esa resistencia que diría Pressfield, ese desencuentro o desequilibrio entre sus motivaciones intrínsecas y extrínsicas.

Hasta aquí todo claro, ¿verdad?

Vuelvo al caso del pintor que estaba bloqueado.

Recuperando la motivación perdida

McGuinness se encontró con un cliente que vendía sus cuadros por cifras astronómicas y que gozaba del reconocimiento de la crítica, una rara avis. No obstante, la costumbre de pintar para vender y gustar se había hecho tan cotidiana que el hombre ya no sabía qué quería él pintar en realidad. Echaba de menos el soplo de la musa, ese flow maravilloso de su juventud, cuando pintaba toda la noche con hambre, frío y necesidad.

Tristísimo, lo sé.

círculo—Mi novio es ingeniero para Google. —Ah, el mío es inversor en empresas billonarias. —Eso no es nada, el mío vende vacas enteras conservadas en formol.

McGuinness le propuso el siguiente ejercicio para recuperar su motivación interna: le dijo que dibujara o creara un círculo en su estudio o en alguna parte de su hogar que no asociara con promoción y trabajo administrativo. Cuanto más «ritual» fuera ese círculo, mejor. Podía hacerlo con pintura, velas, colocando piedras, etc. De manera periódica, debía dejar todo lo que estuviera haciendo y entrar en ese círculo con sus instrumentos de creación.

Le dijo que dentro de ese círculo podría hacer lo que quisiera y pintar lo que quisiera. Podría pintar desnudo o haciendo el puente; podría dibujar cualquier cosa; pintar con pinceles, dedos o espátula, sobre lienzo o cartulina, sobre lo que fuera. No debía censurarse de ninguna manera.

Cuando terminara su sesión en el círculo, debía tomar lo que había creado y debía guardarlo. No podría volver a mirar siquiera lo que había producido hasta pasados tres meses.

El bloqueo desapareció. El pintor sabía que nadie tenía que ver su obra. No había expectativas. La única motivación era la del arte por sí mismo.

Cuando miró lo que había creado en esas sesiones estrafalarias, vio que había cosas que no le gustaban, cosas que sí le gustaban y cosas que le encantaban y que vendería (y, de hecho, se vendieron muy bien). Aquello que no le gustaba servía para pintar encima y crear algo nuevo.

La escritura también tiene sus círculos mágicos

En 2014 escribí una novela corta en un par de sesiones maratonianas. La escribí en un entorno diferente al que suelo utilizar. No la había leído desde entonces.

El otro día la encontré y me maravilló la felicidad que había en ese texto. La diversión, el desparpajo y, a la vez, el deseo de superarme metiéndome en temas que no dominaba. Recuerdo que la escribí en una época en la que tenía la sensación de no estar escribiendo nada en condiciones. Sí, estaba un poco bloqueada y frustrada.

Ese fue mi círculo, creo. Solo el papel y yo, nada más.

¿Cuál sería tu círculo?

No siempre podemos escribir en el círculo. A veces tenemos encargos, obligaciones, limitaciones y tenemos que ceñirnos a reglas y expectativas. Pero creo que alguna vez todos tendríamos que escribir solo para nosotros.

Buscar nuestro propio círculo ritual.

Los resultados sorprenden. Pueden ser buenos o malos, pero siempre son felices.

 


Notas:

  • Imagen de cabecera de un círculo de Yulia Glam en Shutterstock. Imagen de señoras con novios ricos de Darren Baker en Shutterstock.
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