Puedes crear al mejor personaje del mundo, pero no puedes obligar a tus lectores a que lo quieran.

En el albor de los tiempos, cuando yo era una jovenzuela inexperta, me dolía mucho cuando alguien decía de mis personajes que no empatizaba con ellos. Que eran insoportables, aburridos o quejicas. No lo entendía. ¿Cómo podían decir eso de mis fantásticas florecillas preciosas? Con el tiempo aprendí aquello de que un libro, una vez publicado, ya no es tuyo sino de tus lectores. Y lo que tú opines de tus personajes tiene poco que ver con cómo los perciben otras personas.

personajes inolvidables(Todo esto no quita que tenga mis momentos de irme a llorar a una esquina cuando alguien critica mi trabajo, claro. Todo escritor debe tener una esquina de llorar en su habitación, despacho o cocina. Hasta puedes decorarla a tu gusto, como se aprecia en esta imagen de stock).

Para empezar, creo que la experiencia lectora cambia mucho con la edad. Cuando leí La cosecha de Samhein, me encantó que saliera un protagonista, Héctor, que era un poco cobarde, que tenía un poco de vértigo y que era muy inseguro y algo quejica. Esto es, posiblemente, porque yo tengo mis momentos cobardes, inseguros y quejicas (y tengo vértigo, sí, eso, también) y me gustaba ver a un personaje con el que me podía identificar en cierto modo. Héctor no se lanza a grandes heroicidades como otros, seguros y valientes, sino que se nos muestran sus miedos para que 1) veamos su evolución en los siguientes libros y 2) para que sus heroicidades sean realmente heroicas. Enfrentarte a algo a lo que no le tienes miedo no tiene mucho mérito.

Sin embargo, en las críticas al libro, muchos lectores jóvenes le tenían mucha tirria a Héctor, precisamente porque era algo cobarde, inseguro y quejica. Preferían a los personajes más valerosos, tal vez más clásicos.

Creo que esta percepción tan distinta de Héctor se debe a un bagaje lector también distinto. Cuando eres más joven, sueles buscar personajes a los que puedas entender de inmediato, que representen, tal vez, un ideal para ti (o por lo menos eso me ocurrió a mí con esa edad y es lo que suelo ver en muchos lectores de juvenil). Cuando te haces adulto y, sobre todo si has leído mucho, esa simplificación empieza a aburrirte (y eso lo explica muy bien Isaac Belmar): cada vez estás más seguro de que el mundo no es ni blanco ni negro, y te interesan más los personajes con miles de matices de gris.

Decía César Mallorquí que en el juvenil no es tan pecaminoso como en el adulto presentar tramas conocidas, ya que el lector joven no las suele tener tan vistas (pongo la excepción, claro, de lectores jóvenes con un bagaje lector impresionante, que haberlos haylos). Los adultos necesitamos un Héctor, porque a los típicos chicos envalentonados los hemos visto ya demasiadas veces, y porque nos hemos dado cuenta de que no somos tan heroicos como nos gustaría pensar.

No siempre hacen falta personajes redondos

En ese sentido, creo que la caracterización de un personaje depende mucho del género y del público. Una novela detectivesca pulp no necesita la misma profundidad de caracterización que una novela negra al estilo escandinavo. El objetivo es muy distinto: se busca una experiencia lectora diferente. Del mismo modo, en la chick-lit más ligera suele haber menor estudio psicológico que en la grip-lit (pensemos en Perdida o La chica del tren). Un personaje plano no es siempre algo malo: lo podemos necesitar para algún secundario o incluso para un protagonista donde procuramos reproducir un estereotipo de nuestro género.

personajes inolvidablesCiertas novelas por ejemplo, piden a gritos a un señor así. Nadie hablará, empero, de sus habilidades sobrehumanas para resolver integrales avanzadas, ni de los premios obtenidos por su criadero de gansos turcos.

No obstante, ahí os van diez trucos que me parecen excelentes para darle un poco más de color a vuestros personajes y hacer que sean no solo más creíbles y redondos, sino más memorables para el lector. No son los típicos trucos de contenido, más generales, que encontraréis en los blogs y cursos de narrativa al uso (y que doy por sentado que conocéis, de tanto verlos por todas partes). Son pinceladas formales, sutiles, que afectan a los lectores más de lo que creemos:

1. símil y metáfora

La comparación es la reina de los recursos, porque hace cositas en nuestro cerebro que otros no pueden. Una metáfora facilita la comprensión de un concepto (siempre que esté bien hecha) y además hace que recordemos algo mejor, sobre todo si implica a otros sentidos que no son el visual (o a partes de nuestro cerebro relacionadas con las funciones motrices). Podemos realizar esto de varias maneras. Ahí va un ejemplo:

Presentación sencilla:

Gina tenía el pelo negro.

Presentación mediante símil (X es como Y):

El pelo de Gina era oscuro y espeso como el petróleo.

Presentación mediante metáfora (X es Y):

Los mechones de petróleo de Gina se deslizaban por su espalda.

Os guste o no os guste, ¿qué descripción recordaréis mejor?

Vamos ahora a meter otros sentidos por medio:

    1. Gina olía bien.
    1. Gina olía como jazmín al atardecer.
  1. El perfume de Gina llegó inesperado, jazmín al atardecer.

Hay que tener mucho cuidado con la metáfora. Corremos el riesgo de acabar con un texto recargado, empalagoso. Y usar muchas metáforas hará que pierdan fuerza a nivel individual. Pero una metáfora ocasional, bien puesta, crea una imagen mucho más potente en la mente y memoria del lector. Si se asocia con un personaje, sobre todo si la asociación es sensorial o de movimiento, la percepción de rotundidad será mayor. Es decir, nuestro personaje será memorable.

2. Etiquetas

Este truco está muy asociado con el anterior y lo leí por primera vez en este artículo de John Yeoman para Write to Done. Consiste en asociar alguna característica a un personaje (darle una «etiqueta») y luego sustituir al personaje por esa misma característica. El truco de la metáfora pura, digamos, pero aprovechando la repetición. Veamos un ejemplo:

Juan era alto, con una cabeza desproporcionada. Parecía un chupachups.

Un poco más adelante en el texto, podemos decir esto:

El chupachups asintió con énfasis; por un momento temí que se le cayera la cabeza.

Esa asociación visual, como veis, es poderosa.

3. Diálogo

Sí, sí, todos sabemos que la forma de hablar de un personaje lo describe, le da vida. Pero ¿y si miramos no solo sus latiguillos, su acento, su lenguaje corporal, sino su propio ritmo de locución?

Todos nos expresamos de manera diferente y cómo lo hacemos dice mucho de nosotros. Mirad la diferencia cuando lo aplicamos a un personaje:

Antes:

—Vete a tu cuarto —le dijo su madre—. Esta noche te quedas sin cenar.

Después:

—Tu cuarto. Ya. Ahora. —Su madre ni la miró—. Sin cena.

¿Veis la diferencia de tono? En este caso el personaje puede hablar así por las circunstancias, pero podemos darle un ritmo propio a cada uno, en general. Un personaje parco en palabras, severo, puede hablar con frases cortas, contundentes. Un personaje persuasivo, algo mentiroso, puede utilizar frases largas con palabras altisonantes.

4. Show, don’t tell

Soy muy culpable de crear personajes demasiado reflexivos, pero es algo que poco a poco intento solventar. Generalmente pocos lectores quieren leer páginas y páginas de las diatribas mentales de un personaje narcisista (con la posible excepción de los lectores de American Psycho, El guardián entre el centeno o cualquier obra de Houllebecq).

Y tampoco necesitamos descripciones de la personalidad de alguien. Es mucho más eficiente mostrar a un personaje por sus acciones que por sus pensamientos. Es mucho más eficiente mostrar a un personaje por sus acciones que diciéndole directamente al lector cómo es ese personaje.

Es la diferencia entre decir que Amanda es una mujer temeraria y crear una escena donde defiende a un amigo con su cuchillo de caza.

personajes inolvidablesNo digas que la casa estaba deprimida. Enséñanosla a punto de tirarse por el precipicio.

Esta regla es complicada, y tampoco tiene que aplicarse al 100%. A veces no hay más remedio que decir algo; no todo se puede mostrar. Pero piénsalo: los resultados te lo agradecerán.

5. Destaca

Ya puedes tener al personaje más inútil del mundo, los lectores disfrutan si hay algo que sepa hacer mejor que los demás (aunque ese algo sea quejarse de su amarga suerte). Sí, hay excepciones para esto, y no es un mandamiento, pero que un personaje tenga algún don o talento especial hará que sobresalga y quede en el recuerdo.

No hablo de mary sues, cuidado. No se trata de hacer a un personaje guapo y listo que sea campeón internacional de ajedrez y armónica. Queremos personajes realistas y la realidad es que nadie es perfecto. Pero un personaje absolutamente despreciable y sin nada que lo diferencie de los demás puede ser aburrido también. Hank Moody, de Californication, es un inútil. No tiene sentido de la responsabilidad, mete la pata a cada paso que da, no hace más que estropear las relaciones con su hija y exmujer.

La importancia del talento

¿Por qué seguimos abogando por Hank, por qué queremos que las cosas le vayan bien? ¿Por qué muchos de los que lo rodean soportan sus idioteces? Porque es un escritor brillante.

El talento es algo muy atractivo. Sí, estamos todos hartos del síndrome Harry Potter, del rollo del elegido y del mesías, pero es que funciona. Si quieres que un lector se acuerde muy bien de tu personaje, dale un talento especial.

También podemos usar el recurso inverso: crear a un personaje que lo tiene todo, pero que tiene un defecto o debilidad que lo hace interesante. Esto suele funcionar porque ese defecto crea una contraposición cruda con todas sus virtudes. Un buen ejemplo es la kriptonita de Superman: sin ella, el hombre de acero sería invencible (y muy aburrido).

personajes inolvidablesHola, me llamo Susie y soy bella, lista y encantadora. Lo tengo todo. Por suerte y descojone para ti, lector, también soy alérgica al polen.

Ahí está también Frank Underwood de House of Cards: genio político y estratega maquiavélico. Pero paga el precio de sus tres defectos principales: su soberbia, su total ausencia de moral (algo que vuelve a veces a morderle el culo) y, paradójicamente, los lazos de afecto que lo unen a su esposa. Y, al hilo de todo lo mencionado en el punto 3, lo que hace memorable a Underwood es también su voz: esa cadencia y ritmo sureño sin igual. De ahí la importancia del ritmo también en nuestros diálogos: definen a nuestros personajes.

6. La ropa

Sé que suene a tópico. ¿La ropa? Pues claro, ¿no es ahí donde empezamos, casi, a definir a un personaje?

Depende. De poco sirve decir que Toni llevaba un traje oscuro. ¿Pero y si decimos que en la oreja derecha lleva un pendiente largo? ¿Y si decimos que va a una boda con bermudas fluorescentes? No hay que decir nada más: la ropa y los accesorios nos hablan de cómo es el personaje.

¿Qué opináis de estos dos?

María se acarició el lóbulo de la oreja, pensativa. Llevaba medias perlas, de un par de centímetros cada una.

Esperé a Carlos en la discoteca. Nos encontramos ante dos gin-tonics. Hablé con él; me veía la cara reflejada en sus gafas de sol.

Podemos pensar que María es una chica con dinero; podemos pensar que Carlos es el típico idiota que usa gafas de sol en interiores. Podemos pensar muchas cosas; pero ya hemos dado detalles que condicionan al lector. Si además en el atuendo hay algo especial, algo diferente, el impacto será mayor. Uno de los protagonistas de Todo lo que muere, de John Connolly, destaca por sus pintas extravagantes. Teniendo en cuenta que es un agente federal (hablo de memoria, podéis corregirme si me equivoco), un trabajo del que se espera seriedad, el impacto es mayor. Recordad que lo inesperado, la contraposición paradójica de elementos, se le suele quedar grabadito al cerebro humano.

Al igual que utilizamos ropa y accesorios, podemos usar también su hogar o su coche. La forma en la que el personaje se desenvuelve en cada escenario nos dirá mucho, siempre que lo hagamos de una manera sutil y huyendo de los estereotipos facilones. Recuerda que tus personajes son personas, y no hay una sola persona que no tenga algo inesperado o incoherente en su carácter.

7. La opinión de otros

Como eres una persona inteligente y sensible y perspicaz, te habrás dado cuenta de que a veces nos importa más la opinión que tengan otros de nosotros que la que podamos tener nosotros mismos. Si alguien te habla de una persona, aunque no la conozcas, tendrás prejuicios cuando te la encuentres, para bien o para mal. Esas opiniones y prejuicios pesan en nuestra memoria, a veces con más ímpetu que cuando se trata de percepciones propias, nacidas de cero.

Una forma eficiente de hacer un show, don’t tell peculiar y eficiente es hacer que el lector se forme una opinión de un personaje por lo que dicen de él. Si además quieres darle otra vuelta de tuerca aún más realista, puedes hacer que luego el personaje se comporte de una forma muy distinta al prejuicio del lector, lo que producirá un desconcierto de lo más chachi.

Por ejemplo:

Caso A:

Melinda es una chica muy guapa.

Caso B:

—Me han dicho que la nueva es guapa. Muy guapa. —Sonia se atusó el pelo. Fingió indiferencia.

—No será para tanto —le contestó Laura, que se recolocó la falda con disimulo.

—Pues es guapísima. Os lo digo yo, que la he visto. —Fabiola sonrió a sus compañeras. Iba a ser divertido ver cómo actuaban alrededor de Melinda.

En el segundo caso, tenemos un diálogo donde se discute la belleza de Melinda: el lector intuye que es tan guapa como afirman y que esto pone nerviosas a sus futuras compañeras. Esto es muchísimo más efectivo que decirle luego al lector que Melinda es guapa. Además, si lo dicen otros así de pasada, en vez del propio narrador, se resta un tanto el efecto ese mary sue que debemos evitar. Una chica puede ser guapa, pero es irritante que el narrador la presente como tal: el lector no suele querer personajes que respondan a cánones perfectos. Quiere personajes con los que se puede identificar, para obtener mayor empatía.

Pero sin pasarse. Si todas las féminas de nuestra obra se pasan el libro enterito peleándose con Melinda porque la envidian por lo guapa que es, este truco pierde su sentido. Evitemos el rollo Crepúsculo de la pobre protagonista que se considera fea pero de quien todos los demás personajes dicen que es lo más bonico que ha parío madre.

En resumen: si lo que quieres es que Melinda sea un personaje digno de recuerdo, utiliza el caso B en vez del A. Esto lo utilizó con gran habilidad Torrente Ballester en Los gozos y las sombras, donde los personajes principales se definen no solo por sus actos, sino por la valoración constante que realizan de ellos los demás habitantes del pueblo. El desencuentro para el lector es fantástico: ¿a quién hace caso, a su propia opinión del personaje, o a lo que dicen una y otra vez otros de él?

8. Un secreto

Es inevitable. Los lectores somos cotillas. No hay nada que nos enganche más que un buen misterio. Y no hay personajes tan memorables como aquellos que esconden algo.

personajes interesantesAquí tenéis la prueba. Este gato se ha vuelto un 65,7% más interesante solo por estar parcialmente oculto por briznas de hierba. Necesitamos una trilogía de distopía juvenil romántica sobre este gato YA.

Si dejas claro que tu personaje miente, si insinúas que no está diciendo todo lo que debería decir, si dejas entrever que algo ha ocurrido en su pasado de lo que no quiere hablar… Todas son formas de conseguir que el lector siga pasando página para averiguarlo. Y los secretos de personajes no son el tipo de cosa donde convenga dejar un final abierto, amigos. Un misterio a medio resolver… bueno. ¿Subtramas sin cerrar, pero abiertas con elegancia? Está bien. ¿Un secreto de personaje donde nos quedamos con toda todita la intriga? Eso nos va a costar más perdonártelo.

Porque es así: somos MUY cotillas. Queremos saberlo todo sobre tu personaje interesante.

También está la opción de que el personaje tenga un secreto y el lector sea el único en saberlo. De ahí que funcione tan bien lo de la doble identidad del superhéroe. Nosotros sabemos quién es Batman, y nos ponemos nerviosos y emocionados a la vez ante la perspectiva de que alguien más lo averigüe.

Puedes revelarle ese secreto o no al lector desde el principio, pero dale algo misterioso a tu personaje. Algo de lo que, simplemente, no quiera hablar.

9. Una rareza

Esto no quiere decir, como dice Chuck Wendig en su artículo sobre personajes, que tengas que convertir a todos tus personajes en Zooey Deschanel. Pero las rarezas y manías destacan en la mente del lector. Hay manías muy comunes, como morderse las uñas, que además sirven para expresar nerviosismo y hacer que el lector bostece del aburrimiento al ver, de nuevo, que un personaje se muerde las uñas. Y luego hay cosas puntuales, extrañas. Esas son las que nos interesan.

Todo lo que sea lenguaje gestual ayuda a visualizar y conocer al personaje, pero si además los gestos son raros, el retrato será más intenso. Perdonad que vuelva al dichoso Frank Underwood, pero esa costumbre suya de dar toques en la madera cuando termina una conversación me parece brillante. Es un gesto aparentemente inocente que da mucho de sí cuando al fin alguien le pregunta por qué lo hace. Hasta entonces, el espectador apenas se ha fijado en que lo hacía, pero los guionistas son tan listillos que han hecho que sea algo que lo caracterice desde el principio, solo por esta escena donde alguien le pregunta por esa manía.

Y Frank responde que es algo que aprendió de su padre, que sirve para endurecer los nudillos para poder andar pegando puñetazos sin hacerse daño. Como Frank miente más que habla, es posible que no sea más que otra de sus muchas historias inventadas sobre su pasado. Pero el personaje se hace más grande, más poderoso. Los guionistas atan hilos que llevan sembrados desde el principio en el laberinto de la trama.

10. Mentiras

¿Qué es lo que más nos gusta de la protagonista de Perdida?

¡CUIDADO!

personajes inolvidables

SPOILER COMO UNA CASA SI NO TE HAS LEÍDO PERDIDA. QUEDAS ADVERTIDO/A.

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Que la tía miente. Desde el principio. Miente como una bellaca. Nos fiamos de su palabra porque es la narradora principal y estamos acostumbrados a un narrador fiable, omnipresente, que no es capaz de engañarnos. Y ella se pasa eso por el forro.

No hace falta mentir descaradamente: se puede mentir por omisión. Es lo que hace el narrador de Campos de Londres, de Martin Amis, que nos ofrece la información solo como y cuando le conviene. Amis hace esto mucho; es un recurso que usa también en Dinero. Y así la trama se enreda más y más, las revelaciones finales son más interesantes y el personaje pesa más.

Un narrador engañoso es un recurso fantástico, pero no es necesario llegar a ese extremo. Solo con hacer que un personaje diga algo a otro que nosotros, lectores, sabemos que es un embuste de aquí te espero, lo volvemos tres veces más atractivo. Sobre todo si tardamos en revelar por qué ha mentido.

Yo también puedo mentirte. Puedo decirte que con estos diez trucos vas a crear personajes perfectos.

Sabemos que no es verdad. Y los trucos son peligrosos porque la falta de experiencia puede hacer que nos los tomemos de forma demasiado literal, sin entender en qué circunstancias funcionan y cuándo no hay que pasarse. Así que tomaos todo esto con moderación y, como he dicho ya unas mil veces en este artículo, usad estos consejos con sutileza.

Sabemos también que estos trucos son gotas en el agua que son los buenos personajes. Puedo escribiros 200 trucos de caracterización y luego crear los peores personajes de la historia esta noche.

Bah, qué más da. El perfeccionamiento llegará con la experiencia y la experiencia solo llega escribiendo, estudiando, publicando, escuchando.

Escribamos, estudiemos, publiquemos.

Escuchemos. Apuntemos diálogos, descripciones, los sonidos que nos envuelven.

Puede que alguno de nosotros consiga captar, durante unas pocas líneas, la esencia de un buen personaje.



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b) Sí, me has solucionado la vida. Te amo –> ¡Gracias! Que sepas que tengo dos cosas más que ofrecerte:

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¡Y eso es todo! Sal ahí fuera y deslumbra al mundo con tu escritura.