¿Alguna vez te ha llegado alguna persona que escribe y te ha dicho que no consigue publicar porque el mundo “no está preparado para su genio”?

A mí sí. Ojalá pudiera decir que solo una vez.

Yo también he sido de esas personas. Cuando editoriales y lectores se negaban a apreciar mi inmenso talento, llegaba a la muy evidente conclusión de que el problema estaba en que su mente cuadriculada no entendía mi producción experimental y grandiosa

Spoiler: Mi producción no era experimental ni grandiosa.

La escalera que lleva al cielo de la maestría

Hay cierto desarrollo común en la adquisición de habilidades. Hablé de ello hace tiempo aquí. En cierto sentido, escribir se parece a dibujar: desarrollamos técnicas, aprendemos las “reglas” e intentamos que lo que aparezca de nuestras manos: a) se parezca a aquello que está en nuestra mente y b) que cumpla con las exigencias de nuestro gusto inigualable.

(Porque lo que suelen tener en común los grandes artistas no es necesariamente un talento inmenso, sino un gusto exquisito. Algo que también se puede cultivar: aquí hablé del tema).

Este progreso es un poco como en muchos videojuegos: cuanto más avanzas, más cuesta avanzar. Los primeros niveles son fáciles y progresas muy rápido (eso lo hacen para engancharte), pero luego cada vez tardas más en subir de nivel.

Cuando alguien llega a un nivel muy alto de dominio de su campo, la pregunta es: ¿hacia dónde voy ahora? Y la respuesta tiende a ser: fuera de lo que conozco, fuera de las reglas aprendidas. Voy a volver a ser un niño y mirarlo todo con inocencia, intentar olvidar lo que sé. Picasso lo ejemplifica muy bien con su famosa abstracción de un toro:

saltarse las reglas al escribir

Al ver la versión final, esa que aparece en la esquina inferior derecha, se nos podría ocurrir la siguiente idea: ese toro parece muy fácil de dibujar. ¿Y si en vez de pasar por todos los pasos previos, fruto de años y años de aprendizaje, dibujo el toro final?

No vas a dibujar exactamente ese toro, porque es el de Picasso, así que intentas hacer lo mismo con otros objetos.

Y te sale… regular. ¡Parecía tan fácil! ¿Por qué tus animalitos abstractos no tienen la movilidad, el esencialismo definitivo del de Picasso?

La respuesta parece lógica: porque te has saltado todos los pasos anteriores. Porque ese toro final no se trata de olvidar todo lo que sabes, sino pasar a usar todo lo que sabes de alguna de estas dos maneras:

  1. De una manera analítica: desglosando y estudiando muy bien cada paso e intentando llevarlos a su progresión (para ti) evidente.
  2. De una manera intuitiva: en la que juegas con ideas distintas y experimentas sin usar tu conocimiento de un modo explícito (pero ese conocimiento, esas reglas, están ahí de fondo impulsándote).

Dos tipos de creatividad

Estos dos modos me recuerdan a algo que sabemos sobre dos tipos concretos de pensamiento y creatividad: convergencia y divergencia [1].

Todos podemos usar estos dos tipos de creatividad que he mencionado. Si has hecho una tormenta de ideas alguna vez, por ejemplo, o un mapa mental, estabas usando creatividad divergente.

saltarse las reglas al escribir
Cuando no sabes si algo es creatividad divergente o si te pasaste anoche con el tequila

Por otro lado, si has editado un texto, recortado y pulido, estabas «convergiendo» hacia el resultado final, estabas restando lo que sobraba hasta dar con el texto que necesitas. Eso es creatividad convergente.

El problema es que convergencia y divergencia suelen ir de la mano[2]. De poco sirve hacer una tormenta de ideas (el famoso brainstorming) donde se te ocurren mil ideas para tu mundo de ficción si luego no le das forma. Y de poco te sirve editar y pulir un texto mil veces si está vacío de contenido, si no hay nada interesante que contar.

Las gallinas que entran por las que salen

Con demasiada frecuencia olvidamos que dependemos tanto de lo que entra como de lo que sale al crear. Necesitamos consumir calidad y conocimiento[3], y necesitamos dar salida a nuestras ideas para obtener valoración y aprender. Tendemos a solo consumir y luego apenas crear; o creamos a destajo sin tener nada que alimente nuestra producción.

En la escritura, esto del desequilibro entre lo que entra y lo que sale pasa a raudales. Llegamos con nuestro poema experimental y no entendemos por qué no se vuelve loco Instagram, ni por qué no nos están tirando Nobels y Princesas de Asturias y hasta Grammys Latinos a la cara.

No en vano los mejores del stand-up pulen sus actos yendo a bares pequeños y tomando nota de qué chistes funcionan y cuáles no se llevan más que abucheos. Dicen que las reglas están para romperlas y creo que eso es cierto, hasta cierto punto. Pero desde luego vas a tener que conocerlas muy bien antes… y vas a tener que entender qué tolerará tu público y qué no.

saltarse las reglas al escribir
¡Tíiiia, que Isabel no sabe usar la tilde diacrítica en interrogativos!

Cuando hablo de cosas que tu público no tolera no me refiero a que te encontrarás con una reacción desmedida de polémica y odio. El odio, al fin y al cabo, sigue siendo una emoción (y se usa con frecuencia para conseguir atención; ahí tenemos… eh… todas las redes sociales). No, cuando hablo de que tu público no tolerará algo, me refiero al peligro de que te ignoren, de que pases inadvertido y que los grillos hagan ruiditos de fondo mientras desesperas del silencio ajeno.

En esos caso, tal vez te digas: «¡Me he saltado las reglas! ¿Por qué no pone nadie el grito en el cielo con mi atrevimiento!». Pero es que esto es como con las pseudociencias más absurdas… a veces nos saltamos las reglas de una forma tan estúpida que no llegamos ni al punto de equivocarnos.

Sabemos que no hay atajos (pero seguimos buscándolos)

Ya, saltarse las reglas al escribir no era tan fácil como lo pintaban. Cuesta oírlo (o más bien aplicarlo), pero… vamos a tener que hacer todo el camino anterior. El trabajo diario, el desarrollo de técnicas, eso de ir copiando diálogos de gente a nuestro alrededor para aprender a hacer los nuestros… Y etc., etc., etc.

Por no hablar, claro, del dinero que te gastarás en libros y cursos intentando aprender.

Otro spoiler: muchos de esos libros y cursos no te enseñarán mucho, porque están hechos para la gente que cree que puede subir en ascensor en vez de por la escalerita en lo que se refiere a desarrollo de habilidades.

Pero habrá un 5-10% de esos libros y cursos que serán increíbles. Descubrirás que rodearte de gente que también escribe (sobre todo si sabe más que tú) es otra de las pocas maneras de saltarte unos cuantos escalones, siempre que quieras escuchar lo que tienen que decir.

—Te estoy diciendo que una novela sin vocales no es una buena idea.
-Cxllxtx, ¡nx cxxrtxs mx gxnxx!

No digo que no experimentemos. Es una parte crucial del aprendizaje: rompe cosas a ver qué pasa. 

Pero no esperes que el mundo contenga la respiración, enamorado, cuando decidas cambiar la ge por la jota en tu poesía (o publicar esa novela sin vocales). Prueba primero a seguir las convenciones, prueba a hacer bien lo convencional. Es impresionante lo difícil que es hacer bien lo básico.

A lo mejor por eso intentamos saltárnoslo.

Convenciéndonos sobre las convenciones

Hay algo que creo que no entendí hasta bien adulta y mira que me lo decían veces en la carrera. Comunicarse implica un código. La lengua, por ejemplo, es un código. Pero en realidad comunicarse implica muchos códigos (o tal vez un polisistema de códigos): no solo nos comunicamos con el idioma escrito o hablado, sino que tenemos lenguaje gestual y toda una serie de protocolos y comportamientos alrededor de lo que hablamos, según nuestro contexto social, cultural y psicológico.

Por suerte, códigos como una lengua son relativamente flexibles. Si esxrxbx axí, es posible que entiendas lo que pone, porque tu cerebro rellena los huecos con la información que tiene. En el caso de que no entiendas mi acento, puedes pedirme que hable más lento y que repita lo dicho y, con esfuerzo, podrás comprenderme (o me enfadaré e insistiré en la discriminación que sufro como malagueña de adopción). Si frase desordeno una, podrás pillarla si prestas atención. No obstante, algunas reglas básicas tienen que mantenerse para que yo pueda decir algo que tú luego entiendas.

Con la literatura ocurre algo similar. Necesitamos reglas básicas para entendernos. Hay flexibilidad y de hecho esa flexibilidad, esos pequeños «saltarse reglas secundarias», se agradecen. Pero por muy bueno que sea un libro en francés, o escrito en una tipografía más pequeña de lo que puedes leer, o diseñado para ser disfrutado sobre el lomo de un unicornio platino en la puesta de sol de Júpiter, no creerás que merezca la pena el esfuerzo y tiempo necesarios para adquirir códigos nuevos y disfrutar de la obra.

En la descripción de producto de Amazon solo decía que necesita sangre para funcionar. Yo tengo un montón de sangre en mi cuerpo, no lo veo problemático en absoluto.

A esto se une que tenemos patrones que nos meten en la cabeza desde pequeños. El viaje del héroe, la estructura Star Wars… son temas que ya he tratado aquí o en la lista de correo. Podemos teorizar sobre si simplemente buscamos lo conocido porque es más fácil y cómodo, o si hay algo en nuestros cerebros que nos impulsa a buscar este tipo de narrativas. Desde luego a nivel social son muy útiles: comunican que existen los problemas, pero que es posible vencerlos. Ya lo decía Neil Gaiman, lo mejor que nos enseñan los cuentos es que los dragones pueden ser derrotados.

¿Qué pasa con los rebeldes?

Por todo esto que hemos comentado, los lectores tienen sus expectativas. Un libro con final abierto normalmente tendrá menos éxito que uno con un final donde se resuelve el conflicto. Ojo: resolver el conflicto no significa necesariamente que haya un final feliz. Lo importante es que la persona protagonista aprenda algo, aunque para ello tenga que perder todo lo que ama o incluso morir.

Los libros donde los conflictos no se resuelven también son necesarios: la literatura pretende ser, hasta cierto punto, mimética (imita a la realidad). Mediante ese espejo podemos comprender mejor lo que nos ocurre. Y en la vida real no se resuelven siempre los conflictos, no. Pero estos libros serán menos atractivos para lectores cuyo mayor objetivo es la diversión y la evasión.

Mi teoría es que esos lectores son mayoría. Este no es un comentario crítico: esa evasión es importante también. Si queremos rebelarnos contra estos patrones y expectativas, será complicado llamar la atención de esa mayoría. Hay quien lo consigue, claro, pero solo si sabe con precisión quirúrgica qué expectativas está destruyendo.

Aun así, lo tendrá muy difícil. Picasso ha pasado a la historia por su relevancia en la historia del arte, pero ¿a cuánta gente le gusta de verdad Picasso? ¿Cuánta gente tendría una copia de ese toro en su salón? Seguimos volubles las tendencias de la semana, somos hijos de nuestro tiempo. El impacto de ese toro es muy distinto ahora que cuando salió a la luz. Además, hay límites a lo que apreciamos sin el conocimiento y experiencia necesarios. Una persona que ve mucho arte y estudia sobre el tema disfrutará de los diversos niveles de sentido que puede encontrar en la obra de Picasso; otra preferirá un póster de Luis Royo[4].

—¿Se habrá dado cuenta de que eso es una mancha en la pared, no?
—Déjala, que tiene un doctorado en Historia del Arte.

¿A qué viene todo esto? Al mensaje que repito una y otra vez. ¿Qué buscas con tu escritura? ¿Buscas concienciar, impactar, crear emociones, comunicar? ¿Buscas vender? Porque a veces esto coincide en un diagrama Venn maravilloso, pero no siempre es así.

Isaac Belmar defendió el uso de lo mismo de siempre y luego la necesidad de la diferencia. Estoy de acuerdo con ambos artículos: realmente no están reñidos.

Pero queremos tenerlo todo y no siempre es posible.

No siempre es posible, pero ¿y si hay otra forma de verlo? ¿Y si en vez de pensar en vender o comunicar o tener hordas de fans derribando las puertas de nuestra mansión pensamos solo en… seguir jugando?

¿Juegas a un juego finito o infinito?

Hace poco descubrí el concepto de juego infinito[5] cuando hablamos de nuestros proyectos, aspiraciones y propósitos en la vida. Es muy interesante preguntarnos a qué estamos jugando.

Primero, porque las decisiones tomadas desde la perspectiva de la teoría del juego siempre son interesantes (echad un vistazo al «dilema del prisionero» si queréis perder mucho más tiempo del que esperabais por internet).

Segundo, porque podemos plantearnos cuál es nuestro juego. Existen juegos finitos, como el tenis o el ajedrez. Cuando juegas a un juego finito, tu objetivo suele ser ganar (o, por lo menos, aprender o divertirte). Tiene reglas inmutables: en el momento en que se cambia una de esas reglas básicas, ya no estamos jugando a tenis o ajedrez.

Pero un juego infinito es mucho más flexible. El único objetivo del juego infinito es seguir jugando.

La salud es un ejemplo maravilloso de juego infinito. Hacemos cosas saludables (ejercicio, comer bien, dejar de fumar) porque queremos seguir jugando a esto de estar vivos.

Veo mucho contraste entre escritores que se toman la escritura como un juego finito (necesito publicar ahora mismo y que sea un éxito, y tomaré cualquier decisión que lleve a ese fin, independientemente de lo que me pueda costar a largo plazo) y aquellos que se lo toman como un juego infinito. Para los primeros, cualquier cambio es desastroso. Si han desarrollado toda su estrategia en Instagram e Instagram se va al guano[6], sienten que su mundo se ha acabado. Su objetivo, tal vez, era solo vender libros (o conseguir la validación de un número elevado de seguidores).

Para los del juego infinito, todo cambio es positivo, porque es información. Les indica hacia qué nuevos lugares pueden explorar y expandirse. Desarrollan relaciones personales a muy largo plazo. Crean a su público poco a poco. Entienden muy bien que deben conocer las reglas de los juegos finitos y jugar a estos juegos finitos siempre que sea necesario, en pos de, ante todo, poder seguir jugando.

Quien escribe con el objetivo final de poder seguir escribiendo entiende que hay reglas y las aprende. Entiende también la flexibilidad que permiten y dedica años a bailar entre esos límites delicados que separan lo comercial, lo universalmente aceptado, y lo extraordinario.

Un último factor sobre el que no tienes (apenas) control

Pensaba terminar este artículo diciendo que más arriba a lo mejor he mentido, que sí que podría haber un atajo y ese atajo es la suerte. He visto algunos casos llamativos de suerte, de coincidencia, de astros alineados de las formas más estrambóticas. Algunos me han tocado muy de cerca.

Pero curiosamente, solo ocurrían a personas que llevaban años y años y años trabajando en su escritura.

Supongo que va a ser verdad eso de que si quieres que te toque la lotería, lo primero que tienes que hacer es comprar un boleto.


Notas

[1] También podemos relacionar esto con tipos de enfoque, con el sistema de «arriba-abajo» y el de «abajo-arriba» del que habla Daniel Goleman, por ejemplo. Pero no haremos eso porque bastante la estoy liando ya.

[2] ¡Pero mejor si no son simultáneos! Utilizan partes diferentes del cerebro y ya sabemos que eso de la multitarea no es ideal. Es por esto por lo que no es recomendable escribir y editar al mismo tiempo, por ejemplo.

[3] O tal vez consumimos basura y lo que sale es… basura. Este es el concepto (del que hablo siempre que me dejan) llamado GIGO (garbage in, garbage out) usado en programación. En cualquier sector diría que es útil consumir lo que quieres producir.

[4] Si te gusta Luis Royo, no te tomes esto de forma personal. Solo buscaba meterme con alguien a quien conozco y que sé que leerá este artículo y a quien le gusta Luis Royo.

[5] Lo descubrí a través de Tobias Lütke, fundador de Shopify, en una entrevista realizada por The Knowledge Project. Pero él a su vez hablaba de este libro de James Carse, que leeré en breve. Simon Sinek tiene otro que parte de este concepto, más orientado a negocios, pero que sí está en nuestro idioma.

[6] Evidentemente aquí no estaba pensando en Instagram, sino en Twitter, pero me pareció demasiado doloroso hablar del estado actual de mi querido pajarito azul.


Créditos y otras cosas importantes:

  • Imagen de la serie del toro de Picasso tomada por Vahe Martirosyan en el Norton Simon Museum de Pasadena.
  • Todas las demás imágenes se utilizan con la licencia de Canva Pro. Utilizo esta versión de pago de Canva, soy afiliada y la recomiendo muchísimo.
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