Propongo un ejercicio mental. Bueno, podemos hacerlo físico, si quieres. Abre un documento de texto, o coge un papel y un boli, y escribe los nombres de las tres personas en las que piensas cuando escribes. No te pares a pensarlo demasiado.

¿Ya?

Este ejercicio es más complicado de lo que parece, porque rara vez somos sinceros al realizarlo. Seguramente has puesto los nombres de tres personas a las que quieres, tres personas allegadas, esas tres personas a las que visualizas boli (o teclado) en mano. Cuando me paré a analizar a los que yo había puesto, me fui dando cuenta de que no estaba siendo del todo honesta.

Y es que, en el fondo, creo que a la mayoría de los que escribimos nos importan las opiniones de tres receptores. O más bien de tres tipos de receptores.

El lector crítico

download (1)Decimos que no nos importa, que no escribimos para el crítico. Pero no es del todo cierto. Sobre todo al principio, antes de publicar medio en serio (es decir, antes de que las ventas realmente cuenten), yo diría que este es el lector fundamental. Puede ser alguien cercano, alguien a quien admiras y cuya opinión estimas por encima de todas las cosas. O puede ser ese reseñista medio conocido que te ha destrozado el libro/relato/artículo con cuatro palabras crueles, un ad hominem sin sentido y ese tonillo burlón sobrado que todavía te está resonando en las orejas. Alguien que decimos que no nos importa, pero que nos acaba de retorcer las entrañas y que nos hace creer que nunca, nunca, conseguiremos escribir algo decente.

Por lo general todos escribimos con este lector en mente. Es el que nos hace tener más cuidado que nunca con la forma, el que queremos que nos avale con su sello de calidad. Pensar mucho en este tipo de lector puede paralizarnos, y no es del todo recomendable. Debe servirnos como un incentivo para hacerlo lo mejor posible, pero no debemos dejarlo entrar en nuestra cabeza mientras escribimos, o no avanzaremos nunca.

Cuándo hay que hacerle caso al lector crítico:

  1. Una crítica válida nunca contendrá elementos de trolleo. Es decir, no habrá ataques (ni referencias) personales y la crítica tendrá más de análisis técnico que de opinión personal. Para bien o para mal, ya sea “¡me ha encantado!” o “¡esta es la mayor mierda jamás escrita!” (¡patada al estómago!), lo subjetivo vale de poco a la hora de aplicar en nuestro trabajo las consideraciones de los demás. Busca más bien apreciaciones sobre los personajes, el ritmo, el lenguaje, la coherencia interna…
  2. Así, una crítica constructiva y útil es concreta. No sirve de mucho que te digan “he tenido la sensación de que había momentos aburridos”, pero sí es muy útil que te digan “en el capítulo 8 realmente no pasa nada” o “el libro tarda en arrancar”, ya que te permite analizar qué es lo que has hecho mal para producir estas sensaciones en el lector.
  3. Fíjate solo en lo que se repite. Muchos escritores profesionales que trabajan con un buen puñado de lectores cero dicen lo mismo: solo aplican las sugerencias de dichos lectores si ven que estas se repiten de un lector a otro. Cada lector es un mundo y puede tener percepciones distintas, pero si coinciden todos en algo en concreto, lo más probable es que tengan razón en ese algo.
  4. Pero a la vez… ¡cuidado con las repeticiones! He llegado a ver críticas tan similares entre sí que llegan a ser sospechosas. Como lectores, nos condiciona mucho lo que opinan las personas que nos rodean (y no todos somos capaces de cargarnos la espiral del silencio a la hora de emitir una opinión). Si las primeras reseñas de un libro son buenas, hay más probabilidades de que las personas que conocen a esos reseñadores y que trabajan en el gremio acaben condicionadas y realicen también reseñas buenas (excepto en el caso de reseñas demasiado entusiastas, por las que puede producirse un efecto rebote y de exceso de expectativas que acabe en reseñas negativas). Del mismo modo, si son malas, los demás críticos leerán la obra con determinados prejuicios.

El lector consumidor

adult-18844_640El auténtico rey del baile. Podemos volvernos locos con ideas de calidad, de autoexigencia, de miedo a la crítica especializada. Pero si hemos entrado en el ciclo del libro como producto, al final es el consumidor el que nos acaba validando. Es posible que a E. L. James le duelan un poco las críticas exacerbadas de la academia contra su novela erótica de calidad cuestionable (eso le acaba de doler, fijo. Lo siento, E. L.). Pero las lágrimas le correrán por las mejillas de camino al banco a ingresar otro buen mogollón de pasta.

¿Qué más le da a E. L. James que unos cuantos critiquen su novela? Tiene el cariño y el agradecimiento (y el dinero) de miles y miles y miles de personas. ¿Y cuántos autores publicados y agasajados por la crítica pueden decir lo mismo? En el momento en que nuestra obra comienza a distribuirse se abre el círculo de recepción; ya no solo vale la opinión de nuestra familia y amigos; ya no solo vale la opinión de tres blogs de reseñas; la opinión del consumidor, ese número (casi siempre triste) de las liquidaciones es el que está validando (o no) si el público nos quiere.

Y lo cierto es que conozco pocos autores que no estén buscando amor y aceptación a través de sus letras.

Por desgracia, este tipo de lector/consumidor también puede ser una trampa mortal. Si nos obsesionamos demasiado con lo que quiere el gran público, corremos el riesgo de perder nuestra voz, de perder aquello que nos hace únicos.

Cuándo hay que hacerle caso al lector consumidor

  1. No hay que “venderse” para darle al público un poco de lo que quiere. Emoción, aventura, suspense, amor… Estos son componentes que hacen sentir al lector, que lo hacen querer seguir leyendo. No hay que cambiar mucho un libro para inyectarle algo de vida, meterle algo de intriga o romance, de acción o tragedia. Nadie dice que tengas que pegarte a una plantilla superventas, pero pensar un poco en lo que busca el lector medio puede ser un ejercicio interesante.
  2. Tener en cuenta al consumidor al escribir te ayudará a eliminar lo innecesario. Te empujará a arreglar oraciones demasiado largas y complejas, a acortar los párrafos y capítulos. Querrás entregar un texto más limpio, con una lectura más fluida y cómoda. Aquí salís ganando los dos: tú, porque aprendes a escribir con mayor elegancia, y el lector, que no tiene que tragarse cuatro esdrújulas seguidas montadas sobre ocho subordinadas.
  3. Si tienes la inmensa suerte de que tus lectores te escriban comentándote sus impresiones, no las descartes por no ser profesionales. Al igual que en el apartado anterior, si hay algo que a todos parece gustarle, enhorabuena, usa más de eso. Si hay una queja recurrente, tal vez va siendo hora de investigarla.

Y finalmente nos quedamos con el tercer lector. Para mí es, desde luego, el más importante.

El tercer lector es uno mismo

JTardé un poco en darme cuenta de esto, o por lo menos en asimilarlo del todo. A veces te preocupas tanto por los lectores de los apartados anteriores que lo olvidas. Pero ¿os acordáis de ese consejo, el de “escribe el libro que querrías leer”? Creo que es un buen consejo.

Además, nos puede ayudar a reencontrarnos con algo que a veces dejamos de lado, que es que escribir puede ser divertido (me gusta la frase de Terry Pratchett: “Escribir es lo más divertido que puede hacer uno a solas”. Sospecho que miles de chavalillos púberes podrían no estar de acuerdo, pero es un buen recordatorio para cuando nos dejamos llevar por la duda y la ansiedad del qué dirán).

Ya habrá tiempo de editar, de corregir, de pensar en los otros dos lectores.

Pero ahora, boli, pluma, pantalla, lápiz o Scrivener por delante, es hora de pensar solo en ti.


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