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Hace tiempo leí un ensayo que explicaba por qué triunfa la música pop. Por lo visto, al cerebro le encanta adelantarse a patrones. Si sabemos cómo va a ir un estribillo, eso (a la mayoría) nos produce una sensación de placer. Es como si le dijéramos al cerebro que es inteligente, que es listo y por tanto sabe lo que va a pasar. Por la misma razón, los spoilers de películas o libros no son tan malos como nos creemos; por esa razón nos suele gustar la música reconocible, la que podemos identificar con rapidez; por esa razón nos gusta que las portadas de los libros sean todas iguales. O por lo menos eso le pasa a la mayoría. A algunos pocos, a los que nos llama lo diferente, lo alternativo, nos debe de funcionar el cerebro de una forma muy distinta, pero en estos momentos no voy a entrar en la razón de eso (si es genético, si se produce por una mayor asimilación de patrones distintos, si se debe a una mayor capacidad de aprendizaje, si simplemente estamos enfermos o etc.). Y aun nosotros estamos, queramos o no, atrapados por la igualdad del sistema, de una forma u otra. No hay más remedio si queremos movernos dentro de él. Podemos escribir en cuneiforme, por ejemplo, pero eso sería, como he comentado en otros artículos, el Arte por el Arte y etc.

Si no me creéis con lo de las portadas, bueno… Yo tampoco lo creía. No tiene sentido. Si en una estantería todos los libros son azules, va a destacar por narices el que tenga la portada roja, ¿no? Pues parece ser que no.

La conformidad como apuesta segura

El lector medio (no el flipado, como servidora, a la que le encanta el diseño y busca lo raruno siempre) quiere el azul, porque el azul le deja muy claro lo que va a leer y minimiza el riesgo de que el libro no le guste. Las portadas iguales sirven como seguro, protección contra el riesgo, por la misma razón por la que las personas habituadas a leer determinado género suelen tener problemas para probar otros géneros distintos, convencidas de que el riesgo inversión (ya sea de tiempo o dinero)-resultado es demasiado alto. Mirad lo que dijo Marika Cobbold, escritora de romántica, cuando la acusaron de tener portadas que siempre mostraban piernas de chicas (y poco más):

I read your piece about my covers with great interest as I was making precisely the same points to my publishers, Bloomsbury, when we were designing the jackets for my new paperback «Drowning Rose» – not featured – and my backlist, which you do feature. The talented designers there came up with some beautiful and different designs based on the simple broken cup that featured on the cover of the trade paperback of Drowning Rose. These new designs were shown to the buyers from the big book chains and they all rejected them, saying they wanted «photographic covers with people.» Like you, I can’t understand why chasing the tail of a vanishing trend is supposed to be a good idea, but try tell that to the key account buyers.

 

(He leído tu artículo [este es el artículo al que se refiere, sobre tendencias y clichés en cubiertas de libros] con gran interés, ya que justo estaba diciéndoles lo mismo a mis editores en Bloomsbury, cuando estábamos con el diseño de las cubiertas para mi nuevo libro de bolsillo, Rosa ahogada, que no aparece en tu artículo, y para algunos de mis libros ya publicados, que sí mencionas. Sus diseñadores, con mucho talento, me presentaron varios diseños diferentes, preciosos, basados en la misma taza rota que aparece en la cubierta del libro en rústica que había salido antes. Enseñaron estos diseños nuevos a los encargados de compras de las cadenas de librerías y todos los rechazaron, diciendo que querían “cubiertas con fotocomposición, con personas”. Al igual que tú, yo no entiendo por qué perseguir la cola de una tendencia a la baja es una buena idea, pero intenta tú explicarle eso a los encargados de compras).

Otro aspecto a tener en cuenta es que esto no es solo culpa de los encargados de compras y editores. También hay que considerar que los diseñadores suelen tirar de imágenes de archivo, que no son ilimitadas (y las de muy buena calidad siempre destacan), por lo que es inevitable que algunas imágenes se repitan en una portada tras otra. Los lectores no parecen quejarse mucho por ello (de hecho, leí por algún lado que en estudios de prueba con lectores medios, estos tendían a elegir siempre las portadas «familiares»; pero por desgracia ya no encuentro el enlace. Ups). Parece ser que lo que quieren los lectores (y consumidores en general) es algo que sea fácil de identificar y, por qué no, algo que además les ofrezca lo que ya saben que van a conseguir: más de lo mismo.

Esto es muy deprimente, ¿no hay excepciones?

Por supuesto que hay excepciones. Hay lectores (y consumidores), como ya hemos mencionado, que buscan la diferencia, algo que los sorprenda.

También llega el momento en que una tendencia se agota, y debe venir una nueva moda que espabile a los consumidores, que vuelva a crear esa sensación de placer en el cerebro en vez de aburrirlos por repetición (y provocar lo que podríamos llamar el síndrome Beautiful), sea esta moda de la calidad que sea (y no, no vamos a entrar ahora mismo en qué es y qué no es calidad, porque eso da para varios libros). Así, llega el reguetón. Llegan 50 sombras de Grey. Tendencias de éxito tremendo que, si bien beben de la fusión de muchas tendencias anteriores y suelen ser, aunque no lo parezcan, una progresión natural, tienen toda la apariencia de una ruptura, de una novedad revolucionaria, como si nunca nos hubiéramos restregado al bailar unos contra otros o como si nunca hubiera habido erótica sadomasoquista. También hay tendencias muy originales y chulas que acaban volviéndose pesadas, por desgracia (aquí hay una lista muy interesante).

Y, así, el libro rojo finalmente es comprado, porque había muchos libros violetas en la estantería (en los ejemplos antes mencionados, estas obras púrpuras, de transición, serían, tal vez, la salsa y Crepúsculo). Y antes de que nos queramos dar cuenta, toda la estantería está llena de libros rojos, y los libros azules están en un montón desordenado rebajados a un eurito de nada.

Uno podría preguntarse dónde entra el arte (¡el Arte!) en todo esto. Y claro que existe el margen, la diferencia. Pero siempre es margen, diferencia. Y uno se pregunta dónde entra lo suyo si no dedica todo su tiempo a perseguir conejos blancos en Google Trends.

No tengo ni p******a idea.


Editando a 8/6/15: Mucho después de escribir este artículo di con uno en El País donde se trataba el mismo tema, pero con muchos ejemplos muy visuales, lo recomiendo.


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