recortes literarios

Creí que el viernes no llegaría nunca.

No ha estado mal. Ha sido una semana de pesquisas editoriales, de correcciones, de nadar mucho y de colgarme boca abajo de un columpio.

Arranquemos, pues, con los mejores recortes de esta semana de desquiciamiento mental y físico:

Parente y #leoautoresespañoles

Si no lo conocéis ya, deberíais. Hablo de la iniciativa que surgió de la autora Iria G. Parente para promocionar la lectura de autores nacionales. Aunque llevamos ya un tiempo llenando Twitter con recomendaciones gracias al hashtag #leoautoresespañoles, será el día 18 (el sábado que viene) cuando llegue la celebración definitiva: por todo el territorio nacional escritores españoles liberaremos ejemplares de nuestros libros en nuestras ciudades. Yo soltaré por Málaga un ejemplar o dos de El fin de los sueños, así que estad atentos a este espacio: habrá foto de su ubicación y tal vez alguna pista. Quien lo encuentre, se lo queda.

¿Quién puede participar en esta iniciativa?

Como es evidente, cualquier escritor nacional que quiera promocionar su obra; además pueden sumarse lectores, librerías y medios de comunicación. Toda la información está en la página web. Os dejo aquí el tráiler, que es obra del incombustible David Gambero:

Ciotti y la escritura no egoísta

Cuando hablamos de escribir con frecuencia hablamos de evitar la parafernalia, los fuegos artificiales, el excedente con el que creemos que demostramos ser autores de alto nivel. Gregory Ciotti resume el problema muy bien, a mi entender, en este párrafo:

Gregory Ciotti

Escribe para expresar, no para impresionar

La comunicación es una mezcla de visión y conversación. Has notado algo interesante y ahora buscas dirigir la atención del lector para que pueda verlo con sus propios ojos. Lo que eliges escribir es para el uso de otra persona. Elige siempre de forma no egoísta.

Esto es aplicable, sobre todo, a la comunicación que exige de claridad absoluta: artículos informativos, datos científicos, instrucciones de cualquier tipo, etc. Pero es también fundamental al escribir ficción. Podemos oscurecer y enturbiar la lengua para crear un efecto estético, y sin duda de eso viven los recursos estilísticos. Pero nunca hasta el punto de que significado y significante se separen por completo. Nunca porque sí, para aparentar que somos grandes. Los grandes se expresan con la belleza que suele acompañar a la precisión y a la comunicación eficiente.

Así, el truco está en escribir para el lector. No al principio, claro. Yo abogo por hacer del primer borrador un ejercicio narcisista de despliegue creativo. Pero luego, en la reescritura y la revisión del texto, pensemos en las necesidades del lector: en una comunicación clara, libre de rimbombancias presumidas. Pienso, como Ciotti, que la escritura es un ejercicio que debería estar libre de vanidad. O intentarlo, al menos.

Wendig y contar o no contar palabras

De forma periódica, como una primavera florida o una alergia desagradable, surge en las redes sociales la discusión de siempre: ¿debemos contar las palabras que escribimos?

Tiende a comenzar de la siguiente forma:

@tíocabreadoconmuchotiempolibre: «Qué harto estoy de ver a todos los escritores poniendo todos los p***s días lo que han escrito. Un verdadero escritor simplemente escribe, no se lo cuenta a todo el mundo».

Es verdad verdadera que pueden hacerse cansinos estos escritores que nos llenan Facebook con mensajes tipo «hoy he escrito esto o aquello». Pero cuando uno está pasando por una situación similar, empieza a entender la necesidad que puede surgir no solo de contabilizar lo escrito, sino de intentar obtener alguna respuesta de apoyo por parte de conocidos y amigos. Escribir es una tarea muy solitaria, que puede tardar meses o años en recibir cualquier tipo de feedback (que además puede ser negativo). Contar palabras es una medición tangible de un esfuerzo que es difícil de explicar y contabilizar en general. Nos permite crearnos pequeñas metas. Cumplidas x palabras, hemos superado una pequeña meta; y si escribes textos largos, que parece que no acabarán nunca (novelas, tesis doctorales, diccionarios de la Real Academia), necesitas esa sensación de que terminas algo, de que has saltado un obstáculo. Creo que aquí Chuck Wendig dice cosas sabias, como ya viene siendo costumbre en este señor:

wendig

Es más, contar palabras tiene valor en el sentido de que mide el esfuerzo.

A veces, escribir puede parecerse más a cavar una zanja que a crear una obra de arte, y eso significa que una mera palada de tierra, no importa qué calidad tenga la tierra o cuán hermoso sea el agujero, no completará el trabajo. Tienes que excavar mucha tierra para hacer la zanja, así que mides el esfuerzo (cantidad) en vez del resultado inmediato (calidad). Sobre todo porque la calidad de las palabras contadas en un primer borrador puede oscilar entre:

ESTO NO ESTÁ DEMASIADO MAL

y

ESTO ES UN ABORTO DEL LENGUAJE Y PODRÍA IR CONTRA LA CONVENCIÓN DE GINEBRA.

Así que, la próxima vez que alguno de vuestros amigos escritores ponga cuántas palabras ha escrito hoy, no lo miréis con odio y frustración, sino con pena, mucha pena. Y pensad, siempre podría ser peor: podría estar compartiendo el texto que ha escrito cada día con vosotros. Y, siguiendo aquella revelación de Sturgeon de que el 90% de todo es mierda, hay un 90% de posibilidades de que os encontraríais a diario frente a frente con esa mierda.

Dejad que escriba y cuente palabras. Se acercará más al 10%.

Elizabeth Magie y las jugadas del capitalismo

Seguramente no os sonará para nada el nombre de Elizabeth Magie, pero seguro que sí os suena el juego Monopoly. Magie fue la creadora de este juego de mesa, aunque fue luego Charles Darrow quien le copió la idea y vendió el proyecto a Parker Brothers, quienes lo convirtieron en el juego de éxito que hoy conocemos. Mary Pilon escribió un artículo sobre Magie para el New York Times, y nos dice de ella:

Elizabeth Magie

Magie vivió una vida muy poco corriente. A diferencia de la mayoría de las mujeres de su tiempo, era autosuficiente y no se casó hasta la avanzada edad de 44 años. Además de trabajar como taquígrafa y como secretaria, escribió poesía y relatos y hacía representaciones cómicas sobre el escenario. También dedicó su tiempo de ocio a crear un juego de tablero que era una expresión de sus creencias políticas.

Ahí está la gracia (o no) del asunto: Magie inventó el juego como protesta contra el monopolio de las empresas de su tiempo. Sí, fue concebido como una crítica al sistema capitalista. Creó un juego con dos tipos de reglas: uno que fomentaba la creación de un monopolio por parte del ganador, quien vencía destruyendo la economía de sus enemigos; y otro que demostraba que un acercamiento cooperativo entre jugadores era más productivo y beneficioso para todos. Adivinad qué sistema de reglas fue más popular.

Niels Bohr y la importancia del error

Sospecho que nunca sabré todo lo que implica la aportación de Niels Bohr, ganador del Premio Nobel de Física en 1922, al estudio del átomo y de la mecánica cuántica. Pero sí soy consciente de la sabiduría que salía, con cierta frecuencia, de su boca. Ya he hablado alguna vez en el blog de la perspectiva del fracaso como proceso científico, y Bohr lo explica muy bien en esta frase:

Niels Bohr

Un experto es una persona que ha averiguado, por su propia dolorosa experiencia, todos los errores que uno puede cometer en un campo muy estrecho.

Pensad en lo siguiente: cuantos más concursos no ganéis, cuantas más veces os rechacen un manuscrito, cuantas más veces os critiquen vuestros textos, más cerca estaréis de ser expertos. No sé si en escribir o en fracasar, pero la cosa es que seréis expertos.

Es broma. Expertos en fracasar creo que ya somos casi todos. Es gracias a los errores, fracaso tras glorioso fracaso, que podemos ir descartando todo lo que está mal, todo lo que no nos sirve, hasta quedarnos con la brillante solución victoriosa.

Y lo de «campo estrecho» no es gratuito. Cuanto más enfoquemos, cuanto más evitemos la multitarea, más podremos avanzar en un área. Lo cual no quita que el estudio y acercamiento a otras áreas nos sirvan para ofrecerle perspectivas originales y productivas al campo original.

PRESSFIELD, el bloqueo y la resistencia

Leí hace poco este artículo, que habla de los diez tipos de bloqueo del escritor. Hay artículos como este a montones. Hablan del miedo al fracaso, del crítico interno y de problemas técnicos. Ni ahí ni en la mayoría de artículos sobre este tema se habla de otro tipo de bloqueo: el bloqueo personal, aquel que ni siquiera sabemos que tenemos.

En una entrevista reciente que le hizo Joanna Penn a Steven Pressfield, él apuntó hacia eso mismo, hacia los miedos muy concretos que nos hacen formar resistencia. Penn le preguntó acerca de su último libro, donde trata la guerra de los Seis Días:

pressfield

Así que, para mí, meterme de lleno en este libro, sabiendo que iba a entrevistar a setenta personas y viviendo allí y todo, pensé: «Esto me va a obligar a enfrentarme a mis propias emociones acerca de ser judío y ser un judío seglar: ¿debería mudarme a Israel, debería empezar a estudiar hebreo; es mi vida una mentira, porque yo nunca…», ya sabes, todo ese tipo de cosas. Así que esa es la razón por la que he estado evitando escribir este libro, a lo largo de los años.

Es fácil atribuir el síndrome de la hoja en blanco a pereza, falta de talento, mala planificación o a mil posibilidades muy lógicas dentro de nuestra cabeza. Pero escribir, cuando se trata de hacerlo bien, puede ser una expulsión de vísceras, ¿y quién quiere expulsar vísceras? Hay cosas de las que no queremos hablar. A veces se trata de tabúes culturales o sociales (no queremos hablar de algo que se considera repugnante o de mal gusto), otras veces se trata de una vulnerabilidad personal. Como la mayoría de las personas tienen un acuerdo tácito acerca de no mencionar lo prohibido a nivel cultural, lo que realmente suelen paralizarnos son los tabúes personales.

Escribir se ha convertido para mí en el máximo ejercicio en esta búsqueda del tabú propio. Es una práctica donde se inserta todo lo cognitivo, toda la estética de la que es capaz el cerebro, inmerso a la vez en el conglomerado social que lo impulsa a crear, no solo para él mismo, sino para compartir y comunicarse. Pero escribir también es un medio para analizar y romper (si esto es necesario y positivo, claro) nuestras barreras personales.

Los autores hablan de lo que les ha costado matar a tal o cual personaje. Entiendo que da pena matarlos. Les has cogido cariño. Pero pocas veces hablan de cómo les temblaba la mano al escribir la palabra lengua, al describir una herida sanguinolenta, al contar ese momento en que los dedos del padre se detienen demasiado tiempo en el hombro del niño. Cada uno de nosotros tiene sus miedos y sus manías, y lo que es aburrido y cotidiano para unos es sobrenatural para otros. Un autor probablemente no te cuente la escena que en realidad le costó escribir, porque estaría mostrándote sus debilidades. Y muchos autores todavía no han llegado a identificar sus resistencias y bloqueos, mucho menos superarlos.

No se me había ocurrido lo unificados que están, para este tipo de cosas, cuerpo y mente. Por razones también culturales, religiosas o lo que sea, tendemos a separarlos, como si fueran entidades completamente independientes. De una forma subrepticia, recibimos mensajes constantes de separación: belleza física contra inteligencia; fuerza muscular contra fuerza moral; disciplina física contra fuerza de voluntad.

Cuando me colgué boca abajo de aquel columpio (algún día, cuando tengamos más confianza, os contaré cómo y por qué esto fue importante) sentí algo muy parecido a cuando hablé de deseo por primera vez en un poema. Cuando siento el agua alrededor, cuando floto en la piscina, todo me envuelve y nada más existe, como cuando dos personajes se dan cuenta de que nunca más se volverán a ver. Cuando rompo un bloqueo físico, cuando supero el miedo, estoy aprendiendo a hacer lo mismo frente a la hoja en blanco. Taladrar la resistencia, saltar la zanja.

No es mens sana in corpore sano. No se trata de estar en forma, de llevar una vida saludable (aunque eso ayuda). Se trata de que escribir puede ir más allá de la obsesión. Puede convertirse en una entidad compleja que bebe no solo de nuestra percepción mental, sino de nuestras experiencias físicas. Aquellos que dicen que para escribir bien tienes que haber vivido no se refieren a que tienes que haber viajado mucho y haberte tirado de cabeza al Niágara. Sí se refieren a que has tenido que haber recibido impactos emocionales y físicos (y sí, algunos buscados a propósito) que luego te permitan liberarte frente al papel (o la pantalla).

Escribir, comunicarse con belleza y claridad, es mucho más que colocar una palabra detrás de otra. Eso ya lo sabíamos. Pero a veces llega esa realidad y te azota en la cara. Tu personaje protagonista se gira, te guiña el ojo y te dice: «Hoy has comido bien, has descansado, acabas de superar un tremendo desafío personal y además tienes agujetas. Está bien, podemos empezar».

O tal vez solo me pasa a mí. Después de todo, mi protagonista es una descarada.