¿A ti no te da cosita? ¿No arrugas el entrecejo cuando te preguntan a qué te dedicas?

Si la respuesta es «no», es que realmente no te tomas en serio lo de hacer libros (¡tachán! ¡Acusación dogmática!) o igual vives en otro planeta. Me encanta saber que mi blog se lee en otros planetas.

Si no me crees, tengo testimonios.

(Testimonios sobre lo de arrugar el entrecejo al decir que eres escritor, no sobre lo de que mi blog se lee en otros planetas. Es problemático traducir desde el plutoniano. La llegada no tiene ni idea de cuánto).

Recordaréis (o no, con eso de que tenéis vidas maravillosas y perfectas y muy ocupadas en las que mis artículos son la última tarea de vuestro bullet journal) que hace poco convoqué un concurso en el que os pedía que me contarais la reacción que obteníais cuando le contabais a cualquier civil de a pie que erais escritores.

Lo pedí en Facebook (ven a mi página, tenemos caramelos, alcohol y fiestas), en Twitter y, sobre todo, en mi lista de correo. Si no estás apuntado/a, te estás perdiendo muchísimas palabras íntimas y personales en las que hago un poco el canelo, pero allá tú.

Abrí ese correo en particular con está anécdota de Joanna Penn:

«Así que estoy en una fiesta, en una esquina, agarrando mi copa de vino, a la espera de que el alcohol ayude con mis tendencias introvertidas. Se acerca la amiga de una amiga:

—Me han contado que eres escritora  —dice—. ¿Y qué escribes?

Thrillers  —le contesto—. Y algo de ensayo.

—Ooh, ¿eres famosa? ¿He oído hablar de ti?

—Hmm, lo dudo, si te soy sincera. Solo hay algunas grandes marcas de las que todo el mundo ha oído hablar, como  J.K. Rowling o Stephen King.

—Ah, vale. —Le pega un sorbo a su pinot grigio—. Entonces, ¿podría encontrar tu libro en una librería?

—Sí, puedes encontrar mis libros en las librerías online más grandes del mundo: Amazon, iBooks, Kobo.

Ella frunce el ceño.

—Me refería a una librería física, aquí al lado.

—Bueno, no. Las librerías físicas solo tienen espacio para un número limitado de libros.

—¿Y qué editorial te publica?

—Hoy en día los autores pueden publicarse ellos mismos. Soy una artista independiente, como un músico indie sin discográfica, o un cineasta independiente.

—Vale. —Vuelve a fruncir el ceño, claramente confusa—. De hecho, yo siempre he querido escribir una novela —me dice—. Tal vez algún día, cuando tenga tiempo. —Se acerca a mí y me susurra, conspiradora—: Pero tengo una idea buenísima. Si te la cuento, podrías escribirla tú y nos repartimos los beneficios».

¿A alguien le suena?

A mí esto me suena más que un estribillo particularmente irritante, a medio camino entre el Nyan Cat, el Call Me Maybe* y Somebody That I Used to Know.

Miento: me sigue encantando Somebody That I Used to Know. Por lo menos esta versión.

Y el Nyan Cat es nuestra canción (pero no se lo digáis a nadie).

El concurso y las anécdotas

Sí, hice un concurso donde dije que regalaría libros de Apache (de cuando estuvimos en Valladolid y llegó el editor de Apache y me cargó de libros y me dijo que eran para mis seguidores, porque José** lo mola todo, como si no tuviera bastante con tener pelazo de nativo americano), y os pedí que me contarais vuestras propias anécdotas sobre este tema. El resultado no se hizo esperar, lo cual demuestra que estar apuntado a mi lista te da un +100 a carisma, belleza e inteligencia).

Maite (España), por ejemplo, va a puerta fría vendiendo sus libros.

Yo salgo cada día y visito pueblos y ciudades, presentando mi novela a todo el que me quiera escuchar. Sí, curioso, sí, raro… pero es mi manera de vivir de ello. Presento mi novela así, a pie de calle, en tiendas de todo tipo (desde una charcutería hasta una asesoría: en todas partes puede haber un lector).

¿Sabes que en cierta ocasión me escoltaron hasta la calle? Cuando llegué a cierta oficina de una empresa de nomeacuerdoquépueblo, y les dije que era escritora, y que estaba presentando mi obra, una de las que me atendió me miró como las vacas al tren, y me dijo: «¿Y a ti qué te importa lo que yo lea?»… ¿Mande…? «Es más, te pienso acompañar a la calle, y voy a cerrar las puerta para que no entres más.». Y te juro que me escoltó, tal cual, ¡como si fuera una delincuente! Esto fue muy muy desagradable, pero la respuesta más «rara» que me han dado ha sido hace poco: «Ya tengo unos asesores que me dicen qué leer».

Lo curioso es que cuando te presentas como escritora (…) la gente automáticamente piensa que escribir y publicar es algo que puede hacer cualquiera, y que su vida es la más interesante de todas las vidas, como para escribir sobre ella, y si no lo hacen es sólo por falta de tiempo. Ellos «también» escriben.  Una vez cierto individuo me dijo: «Ah, ¿escribes? Yo no soy quién para opinar… pero, vamos, que si un autor no tiene éxito en el primer mes, será porque no tiene talento, porque el que de verdad tiene talento, enseguida destaca y se come el mercado».

Está claro que si en un mes no te conviertes en superventas, estás perdiendo el tiempo. ¡Largaos todos: si lleváis más de diez años escribiendo está claro que sois unos inútiles! También está claro que ser escritor es más o menos el equivalente a atracar un banco.

O ganar la lotería.

O montar una peluquería canina.

Como escritora tendría que ser capaz de crear símiles con mayor profundidad y coherencia.

Pero pasemos a la siguiente complicación.

El problema de la erótica

Creo que todas las que somos mujeres y escribimos nos hemos encontrado en algún momento con algún listillo que lo utiliza para hacerse el interesante. Por ejemplo, Mar Hernández (de España, pero en la actualidad viaja por Japón) lo ha vivido (más como artista que como escritora, pero ahí queda eso):

Yo tendría unos 22 años. Después de cenar fuera un sábado por la noche, un amigo me acompañó a coger un taxi para volver a mi casa.

El taxi llega rápido, yo me despido de mi acompañante con dos besos en las mejillas y entro en el coche. Le doy la dirección al conductor mientras mi amigo se queda en la acera sonriendo.

—¿Es tu novio? —me pregunta el taxista de repente.

Entonces reparo en el conductor. Es más joven de lo que me esperaba, aunque tiene unos cuantos años más que yo.

—Eh, no. Es un amigo —le respondo, un poco molesta por esa pregunta tan personal.

Nos quedamos en silencio hasta que él hace un par de comentarios insustanciales. Prefiero que se calle a que diga tonterías.

—¿Estudias o trabajas? —No, ahora quiere entablar una conversación.

—Estudio.

—¿Qué estudias?

No me apetece responder y sin embargo lo hago, por educación.:

Estudio Bellas Artes.

El taxista se echa a reír y yo lo miro por el espejo retrovisor ¿De qué va este tío?

—¿Bellas Artes? No, no puede ser que estudies esa chorrada de pintar cuadros y eso.

—Bellas Artes no es ninguna chorrada y hay muchas más disciplinas aparte de pintar cuadros. —Me estoy enfadando.

—¿Pero eso da para ganarse la vida? —La pregunta tiene cierto retintín.

—Por supuesto —Mi tono es seco, no se merece otra cosa—. No todo es pintar, también usamos ordenadores para crear cosas.

Quiero llegar ya a mi casa. Este tipo es un completo ignorante. Abre la boca para hablar, pero no le doy tiempo:

—Puedes dejarme aquí —le digo en la esquina de mi calle.

Él para el coche y le doy el dinero que tenía preparado desde que empezó a hacer las preguntas que no debía.  Cuando me devuelve el cambio, sonriendo como un idiota, me da también una tarjeta.

Aquí tienes mi número de teléfono por si necesitas de mi servicios o por si quieres quedar para salir a cenar o algo.

—Gra… gracias –no me esperaba esto, me ha pillado por sorpresa—. Claro, no te preocupes. Ya te llamaré.

¡Ni aunque fueras el último hombre sobre la tierra quedaría contigo!

Bajo del taxi y corro hasta llegar al portal de mi casa. En el ascensor todavía sigo dándole vueltas a lo que ha pasado y no puedo creérmelo. El mundo está lleno de gilipollas.

También le ha pasado a Poli Impelli (Argentina):

En un casamiento, un amigo del novio intentaba flirtear y para sentirse importante me dijo: «Yo siempre quise escribir algo, un libro corto, no sé…» (ya sabes, TODO el mundo siempre quiso escribir un libro). Hizo una leve pausa ante mi silencio, y agregó: «Buena pareja haríamos nosotros…» (guiño de ojo con copa de vino en su mano).

Sonreí como sonrío normalmente en una foto carné para renovar mi licencia de conducir. «Ya lo creo» —dije—, «ya vuelvo».

(…)

Yo soy demasiado reservada y tímida para este oficio, y esa es la parte que me cuesta. Pero sé que es mal de muchos, y publicar es la forma de salir a la luz y exponerse.

Escribiendo he aprendido a valorar a quien escribe, y cada libro que llega a mis manos, aunque no sea el mejor que leo ni me guste en particular, siento que detrás hubo alguien sudando lágrimas, tiempo y energía. Y eso merece todo mi respeto.

Todo esto no se aleja de la realidad de muchas artistas… y escritoras. ¿Os habéis preguntado cómo es escribir erótica? Tiene su lado divertido. Y otro que no lo es tanto, como explica Leonor Basallote (España):

No llevo mucho tiempo haciendo público que escribo, pero, en estos dos años, la pregunta que me ha hecho dudar más veces si contestaba afirmativamente es: «¿Qué contento debe estar tu marido con esa imaginación?«. Quizás deba aclarar que escribo romántica/erótica y, parece ser que en este campo la imaginación no debe ser indispensable.

Explicar que puedes tener muchas ideas, de la misma forma que alguien que escribe thriller no tiene porqué practicar asesinando, ha terminado por agotarme.

somos escritoresCosas que te salen solas en cuanto escribes tu primera escena de sexo.

Imagínate si a eso se une que escribes sobre identidad de género, como le ocurre a Pablo Vergara (Escocia):

Como muchos autores, yo llevo una triple vida.

De día trabajo de dependiente en una tienda, cobrando el salario mínimo como un inmigrante más, y por la tarde intento sacarme unas perrillas extra en una tiendecita online que tengo montada desde hace algunos años. Por la tarde estudio derecho y escribo cosas muy sesudas sobre derechos humanos e identidad de género. Ya he escrito un libro sobre el tema y tengo un segundo libro en mente. De noche, cuando nadie se entera, escribo relatos eróticos bajo pseudónimo, porque la temática de los derechos de las personas transexuales no vende mucho, pero la erótica sí, y yo no quiero pasarme toda la vida trabajando de dependiente. Me gustaría poder pagar facturas trabajando como escritor.

Pero, al igual que cualquiera que trabaje en la creación y distribución de productos sexuales, hablar del tema con desconocidos es como colgarte un cartel que diga «soy un salido que solo piensa en sexo», y abrir la puerta a un montón de preguntas inapropiadas. Y ya si lo mezclamos con mi otra actividad de escribir sobre derechos humanos e identidad de género (lo que suele ir acompañado de «bueno, yo es que soy transexual»)… es que ni se me ocurre. Así que si alguien me pregunta a qué me dedico, explico que soy dependiente en una tienda en la que compran muchas señoras mayores y no digo nada más.

Nunca me habría imaginado que los escritores también tienen que salir del armario…

Elevator pitch a la fuerza

También parece que hay una obsesión por que sepamos vender sobre la marcha nuestro producto, como cuenta Laura Tárraga (España):

«Maldito autobús», me repito mientras subo las escaleras del edificio que me lleva a clase. Me he vuelto a marear en el trayecto, tengo ganas de vomitar, el estómago revuelto y la cabeza palpitando. Llego a la puerta de clase, a la espera de que nos abran y enfrentarme a las eternas cinco horas que se avecinan. Mi amiga me espera allí, impaciente. Ya me ha comentado que quería hablarme de uno de los capítulos de mi libro: sonrío, pues me encanta su entusiasmo. El estómago parece que se asienta.

—¡Me encanta! ¡De verdad! ¡Ese personaje me parece tan profundo y maduro! —dice mientras trato de no ruborizarme más de la cuenta.

Entreveo por el rabillo del ojo cómo otro compañero de clase está atento a nuestra conversación. Mi compañera, emocionada, agita mi libro por los aires mientras comenta unas cuantas cosas más del capítulo recién leído.

Yo sonrío y le comento mis opiniones e impresiones, lo que me costó escribir esa escena y lo bien realizada que me sentí al hacerlo.

Finalmente, el chico no soporta más la curiosidad y pregunta.

¿Lo has escrito tú?

Asiento, temerosa por la siguiente pregunta.

—¿Y de qué va?

Contesto que de viajes en el tiempo, el chico parece interesado. «Bien —pienso—, un posible lector». Pero me equivoco.

¿Y cómo me lo venderías?

Intento no poner cara de desespero, pues lo último que me apetece en ese momento es hablar de lo magnífica que es mi obra, pues está claro que lo que es este chico quiere es cotillear y no adquirir un ejemplar.

—Tiene de todo, ya sabes: romance, historia, misterio…

—Como el Ministerio del Tiempo —concluye.

Alzo una ceja.

—Ojalá tuviera su nivel. Mi historia tiene más romance y tal.

El chico asiente, fingiendo interés. Ya viene. La pregunta estrella.

—¿Y puedo comprarlo en librerías? —dice sin llegar a creerse que yo sea la autora del ejemplar que mi amiga tiene en mano.

—En alguna está. Pero prefiero venderlo por mi web.

—Vamos, que no eres escritora de verdad.

Me levanto, decidida a no intercambiar más palabras con él. Escucho cómo le pregunta a mi amiga si me he enfadado. Ella responde con un simple:

—No te jode.

Porque cualquiera puede hacer tu trabajo

Esto nos lo cuenta con un ejemplo práctico Adelaida (España):

El año pasado conocí a un chico que sabe que escribo y tengo una novela publicada. Me pregunta qué estoy haciendo ahora y hasta ahí todo bien. Entonces le cuento que hay un tema sobre el que intento escribir una dramaturgia y él, que escribe mails, informes en su trabajo y actualizaciones del Facebook, se ofrece a ayudarme.

Me hace un poco de gracia, pero le digo que muy bien, que gracias.

Al día siguiente me manda un mail con la supuesta dramaturgia: diálogos a lo loco para ser dichos por personajes simples y el tema que me interesaba tratado superficialmente.

En un primer momento pensé que qué suerte tiene la gente que elabora un trabajo con tanta rapidez, pero cambié de idea cuando, en la tercera página, decidí que no tenía tiempo de acabar de leer aquello.

Copio y pego el mail de respuesta:

«Muchas gracias por el esfuerzo, pero la verdad es que no me ha ayudado. Precisamente me estaba costando desarrollar la idea porque me parece más compleja de lo que muestra tu propuesta. Además, los personajes son estereotipos y, no sé, igual has hecho una obra digna de un Max, pero no tiene nada que ver con lo que a mi me interesa».

somos escritoresEy, chicos, cuando terminéis pasaos por mi despacho, que tengo ocho capítulos de una novela yaoi slipstream futurista que seguro que me rematáis en un periquete.

Cuando tu género es… friqui

Yo sé muy bien lo que es escribir fantasía (fantásico, ci-fi, weird, dreampunk, whatever). Eso también presenta complicaciones. Como dice Aydim Dagam (España):

Yo suelo decir que estoy escribiendo una novela. Y sí, hay un miasma de condescendencia en el interlocutor, un «ah, sí, ¿cuéntame más?» o un «vaya, un amigo mío (o incluso él mismo) también está escribiendo uno».

También es cierto que escribir un libro es sangrar. y se dice fácil y rápido. Pero es duro. y desagradecido. Si escribir es sangrar, promocionarlo como toca, y colocarlo en las librerías (aunque sea lo mínimo) es un desmembramiento puro y duro (…).

Otra cosa que me da bastante vergüenza —será cosa mía— es el género. Llega la ineludible pregunta: «¿Y de qué va?» (sí, sí, con esa mirada infame de condescendencia), que lleva a decir: «Bueno, es de fantasía. Aunque en realidad es un thriller, va de personas». Y cambio de tema.

Algo similar le pasa a Lorena (Argentina):

Si digo que escribo cuentos, automáticamente la gente dice «ah, para chicos» . Claro, porque se ve que nadie se enteró de lo que escribía Borges, de quien acá todos se vanaglorian, o Cortázar… Y si digo que escribo fantasía, claro, es que es como Harry Potter.

Creo que lo que más me molesta es que los demás creen que es una pavada lo que haces. «Ah si, yo también escribía, eso lo podes hacer en cualquier lado». Eso me lo dijo una compañera cuando rechacé un trabajo con viajes frecuentes.

Cuando no te consideras escritor

Porque una cosa es escribir y otra es proclamarte como autor. Lo dice TPStorm (España):

Soy demasiado introvertida (o asocial, como me autodefino). Esto me ha hecho pasar malos momentos, pero también me ha ayudado a descubrir a la verdadera yo, a la yo que ama escribir. No creo ser la mejor del mundo escribiendo, pero es lo único que me ayuda a expresarme, a interpretar lo que siento y, muchas veces, incluso a entenderme. No me gusta hablar de mis sentimientos, por eso escribo y, sí, vale, publico lo que escribo, pero lo hago siempre bajo seudónimo, porque, al escribir, dejo al descubierto más de lo que quiero, pero todo lo que necesito.

Necesito sentir que soy buena en algo, y eso de dejar que la gente me lea por lo que escribo y no por quien soy me hace sentirme bien conmigo misma.

(…)

Soy anónima, pero espero que algún día alguien se acerque a mí con un libro en la mano y no tener que decir que soy escritora.

A Cristina Ruiz le pasa algo muy parecido:

Soy bastante introvertida y creo que mi poesía es mejor que mi prosa. De hecho, me estoy poniendo a escribir microrrelatos, pero siento que la narrativa es para mí, muy amanerada: si no hay conflicto, no hay historia; si no hay tensión, el lector se aburre; si hablas de violencia de género, eso es demasiado directo y vulgar.

Como soy muy dada a la reflexión, si comienzo a hacer digresiones, hay muy poca acción y la gente igualmente se aburre. ¡Qué sé yo! A mí me gusta escribir, pero con libertad: plasmar mis pensamientos, mis sentimientos, relajarme y disfrutar haciéndolo.

Como además soy única en mi entorno, en mi casa y entre mis amigos, siento que no encajo lo suficiente y me da hasta vergüenza publicar.

Y a José de Cádiz (México):

El día que asistí a mi primer taller de narrativa,  el profesor me preguntó:

—¿Eres escritor?

Tragué saliva, y contesté:

—N… no.

Me dio vergüenza presentarme como tal.  Por extensión vendría la siguiente pregunta: “¿Cuántos libros has escrito?”. iba a quedar en el más apremiante ridículo.  Pero el tallerista, sin inmutarse, acotó:

—Pues, todos los que ves aquí somos escritores.

—¡Ah!, encantado.  Me gustaría serlo algún día.

El profesor sonrió de buena gana. Yo llevaba algunos cuentitos en una carpeta que tuvieron la suerte de ser publicados en El sol de Acapulco.  También algunos poemas.  Escuché detenidamente la ponencia y al final el perspicaz tallerista volvió a preguntarme:

—¿Te gustaría leernos algún texto?

—No traigo nada, lo siento.  Son documentos de trabajo.

El astuto mentor quería ver lo que yo escribía. Si había talento,  imaginación o estilo.  Pero ¿cómo leer mis garabatos ante quince experimentados escritores? Todos observándome como ratón cazando una zorra. Nunca me sentí más acomplejado.

Imaginé que ellos tendrían por lo menos cinco libros publicados por prestigiosas editoriales. ¡Y mis textos, con numerosas faltas de ortografía! ¡Pamplinas! Yo no me iba a exhibir como novato. Me sentí en franca desventaja.

Ignoraba que ninguno de esos compañeros tenía obra publicada. Todos bisoños, como calabacitas, pero aspirantes al premio Nobel. Con ganas de comerse al mundo convertidos en fenómenos de las letras. Nunca comprendí por qué llamarnos escritores si únicamente editamos una antología colectiva.

Sigo sin entender por qué comportarnos como tales sin tener un solo libro en una vitrina.

Algunos lo cuentan con poesía

Por ejemplo, Concepción Rodríguez (España):

LE DIJE QUE A ESCRIBIR ME DEDICABA

Le dije que a escribir me dedicaba

y ella me preguntó con picardía

si acostumbro a comer cada tres días

o si con agua fría me aseaba.

Yo pensé: ¡Pues menuda mala baba!

aunque acaso alguna razón tenía

pues si alguna factura hoy venía

a poderla pagar no me alcanzaba.

Pero quise confesarle sin rubor

aunque pudo sonar  algo pedante

que quizás el oficio de escritor

es como ser un caballero andante.

Y tal vez solo escribes por amor

sin pensar que quizás te mueras de hambre.

somos escritoresDeja de rescatarme e invítate a una pinta de hidromiel y una tostada de pan de harina sin refinar o algo. Que soy escritora.

Y Flor Intheflowerland (Argentina) me recuerda que lo hacía también Susana Thénon:

Te detiene alguien que te conoce pero no puede recordar tu nombre (Susana Thénon)

– ¿vos qué era lo que hacías?

– yo poesía

– no

ya sé

lo que quiero decir

yo me refiero a lo que hacés

a lo que hacés realmente

– y         ¿yo?

yo

poesía

– no

vos no me entendiste

ya sé que hacés poesía

pero hablo de otra cosa

porque supongo que no estarás las veinticuatro horas

escribiendo poesía sin comer sin beber sin trabajar

sin en fin sin todo lo otro que hace toda la gente

¿no?  ¿vos trabajás? ¿ahorrás?  ¿de qué vivís?

– actualmente

me repongo de un surménage

debido al exceso de trabajo

con un poema

– ¿y al menos te pagaron?

– que se va a publicar o no

tal vez un día

o una noche

o durante un rosado atardecer

o una aurora boreal

o pronto nunca

o nunca siempre

– en definitiva

lo que me estás diciendo

es que no te pagaron

¿y cómo hacés?

¿y cómo te arreglás?

con vos hay algo raro ¿sabés?

– a mí me gustan los conejos

la paz

el sándalo

y el guiso de lentejas

igual que a todo el mundo

no veo lo raro

– pero ¿qué hacés?

al final no me dijiste

– eso es cierto

al final no te lo dije.

Cuando los que te rodean ni tienen claro lo que es la escritura

Nos ofrece un ejemplo Cat (España):

Cuando en el instituto comenté que escribía, muchos se extrañaron.

¿Pero qué escribes? ¿Los comentarios de texto en Lengua Castellana y Lengua Catalana?

A lo que yo respondía que no. Que escribía según me sintiera en ese momento, o en textos improvisados.

—Ah… ¿Pero eso no sigue siendo comentarios en las dos lenguas?

Ahí decidía callar, porque está claro que cuando lo comentas o te dicen eso, o te lo infravaloran.

Otro nos viene de Anna:

Mi más reciente anécdota sería hace unos días que estoy con una compañera y me pregunta “¿Ya sabes qué quieres estudiar?”.

Y pues le digo que me gustaría estudiar letras y literatura, y tal vez idiomas, y lo primero que me dice es si quiero ser profesora de castellano, pero, a pesar de que me gusta explicar matemática y física a mis compañeros, no tengo en mente dar clases, a lo que le respondo que no, que quiero ser escritora o trabajar en alguna editorial. Y me pasó como describes: *Insertar voz con la que se habla a un perro* “Ohhh, que genial”.

Y cambio de tema.

O también está el caso de José Manuel González (España):

Estando con un compañero entrenador de fútbol, le conté a qué otra cosa me quiero dedicar el resto de mi vida. La conversación fue tal que así:

—José, ¿Y tú que has estudiado?
—Biblioteconomía y Documentación.
Mi compañero arquea la ceja.
—¿Eso es para ser bibliotecario no?
—Y para muchas otras cosas —respondo yo—. Cualquier cosa relacionada con los libros y cualquier tipo de documento en general.
Nuevo arqueo de ceja.
—Am. ¿Entonces te gusta leer?
—Sí claro, y escribir también.
—¿Ah sí? ¿Cómo mola. no? ¡Que guay!
Yo pienso: «Pues mira no, no es guay, porque es un oficio que lleva tiempo y que da cero beneficio ahora mismo», pero lo que respondo es algo así como:
—Sí, te lo pasas bien.
—¿Y has publicado algo ya?
—Pues aún no he terminado de escribir una novela que tengo en proceso.
—Ah, bueno, entonces no eres escritor aún, está en proceso. —Se ríe mientras yo me quedo con cara de tonto—. Bueno, que tengas suerte, a ver si convences a alguno para que te publique.

Yo decido, después de lo de «no eres escritor», no seguir a conversación. Podría haberme rebelado y haber dicho:
—Pues mira, sí, soy escritor, igual que hay músicos que no sacan discos, igual que hay gente que tiene carrera y no trabaja, y sin embargo sí son abogados o administrativos.

Pero, como siempre, no digo nada.

Y termino este apartado con el caso de Marcelo:

(…) Metido en mi preocupación, saqué mi celular y revisaba mi correo, mi trabajo había quedado en stand by para después de unos días, no quería ni pensar que por estar trabajando algo le sucediera a mi madre y yo metido en mis cosas sin pasar los ultimos momentos con ella. Andrés, que así se llama el muchacho, miró mi celular; yo, por reflejo atávico, cerré el correo para que no lo viera, así que quedó en la pantalla el dibujo de la portada de mi libro que tengo como protector. Lo miró con curiosidad y me preguntó:

—¿Qué es ese dibujo?

—Es la portada de mi libro.

Me miró desconcertado, como si no entendiera de lo que le estaba hablando.

—¿Un libro?, ¿cómo un libro?.

Ahora el desconcertado era yo, hasta que entendí que no creía que este vejete que trabaja en un taller de blindaje de automóviles pudiera escribir un libro, así que me reí de la situación.

—Jajaja, sí. un libro, de esos que se leen.

—¿Pero qué?… Tú escribiste un libro.

—Sí, yo escribí un libro.

—Yaaaaaaa, ¿Y de qué?

Como suelo explayarme demasiado cuando explico de qué se trata mi libro, evadí la respuesta evitando entrar en detalles.

—Es de fantasía épica, como El señor de los anillos, no tan bueno pero más entretenido.

—Yaaaaaaa.

Su mirada de extrañeza lo decía todo, me miraba y no podía ajustar en su cabeza la imagen de mi persona y un escritor, así que decidió por la lógica.

Mentira… me estás viendo la cara de tonto.

—No, te juro que es mi libro, yo lo escribí.

En ese momento mi cuñado llegaba.

—Este loco dice que escribió un libro.

—Sí, tiene uno en internet.

Ahora la cara era de más extrañeza, pensaba que mi cuñado y yo estábamos de acuerdo en querer verle la cara de bobo.

—¿Cómo se llama este loco?

Mi cuñado le dio mi nombre y el compadre empezó su revisión en internet buscando mi libro y por supuesto, el autor.

—¿Cómo se llama el libro?.

Le di el nombre de mi libro.

Cuando lo encontró fue como si hubiera descubierto el secreto mas guardado de la Tierra, me miraba y miraba su celular, al pobre no le cuadraba, al final tuvo que rendirse ante la evidencia.

—Oye, si, este loco escribió un libro, qué increíble, ¿está en las librerías?

—No, solo en internet como ebook.

-¿Y cómo así?

—Las editoriales no aceptan autores nuevos, solo editan a autores conocidos  que saben les traerán ganancias inmediatas.

—Aaaaaaah, ¿pero no me explico como este loco escribió un libro? Qué increíble.

El problema de la familia

La familia no siempre está para apoyarnos. Ellos lo intentan, pero tampoco tienen demasiado claro lo que hacemos. Como cuenta R. R. López (España):

Debemos retrotraernos unos veinte años atrás.

Cuando era estudiante y vivía en el hogar familiar, comencé a escribir los relatos que posteriormente conformarían mi primer libro publicado, Historias que no contaría a mi madre.

Como supongo que hacemos todos, aunque los había leído y corregido un amigo que es escritor profesional, se los di a leer también a gente de mi entorno más cercano.

El libro, aunque de ficción absurda, tiene mucho de realismo sucio, por lo que su temática es harto irreverente y plagada de lenguaje vulgar, escatología y algún que otro chiste subido de tono.

Uno de los lectores cero fue mi padre, al que escogí porque es un lector voraz con mucho bagaje cultural y una biblioteca personal que quita el hipo.

Aún recuerdo el día que entré en la cocina. Él estaba sentado con el manuscrito en la mano, había subrayado algunas partes para hacerme ver mis errores (que no eran tales, pues ya habían sido revisados por mi amigo el escritor).

Cuando entré levantó la vista del manuscrito y, con mirada severa, me espetó:

Como sigas escribiendo cosas como estas vas a acabar en la cárcel.

Debo decir que el pobre todavía se arrepiente a día de hoy al ver que ya voy por los cuatro libros, y siempre me apoya en lo que puede y me anima de corazón.

(He de decir que esa es una de mis anécdotas favoritas y que, de haber seleccionado finalistas, sin duda estaría entre ellos).

Poco estás trabajando

Una y otra vez me llegaron también anécdotas sobre la percepción tan extraña que tienen otros sobre lo que es trabajar como escritor. Megumi (Colombia) lo ha sufrido en sus carnes:

A veces digo que escribo y a veces no. Depende del estado de ánimo en el que me encuentre, de con quién esté hablando, y de cuánto tiempo tenga para explicar que escribir implica mucho más que el mero acto físico de poner palabras sobre el papel o teclear durante horas.

Una de mis anécdotas más recientes fue con una muchacha que al saber que escribía me preguntó:

«¿Y cuántos libros sacas al mes?«. Yo pensé, indignada: «¡No estoy haciendo churros, sino novelas!»; pero lo que hice fue calmarme y responderle: «Un libro lleva más de un mes en estar listo. No es solo escribirlo, hay muchas más cosas implicadas», pero lo dejé ahí. Total: su atención ya se estaba dispersando y yo tenía cosas qué hacer.

Gerard Cardona (España) también tiene muy claro que el tiempo dedicado a la escritura no suele apreciarse: es como un espacio gratuito y fácil de ocio.

Me hacen gracia aquellos que preguntan sobre el tiempo: “¿De dónde sacas tiempo para escribir?”. Yo respondo con otra pregunta: “¿De dónde sacas tiempo para comer?”.

Cuando les digo que antes de acostarme siempre tengo mis 30 minutos obligatorios de escritura me salen con otra excusa: «Uff, a esas horas estoy demasiado cansado«. Jo, ¿y yo no? ¿Todo el día trabajando practicando deporte a diario, haciéndome las comidas y a ello súmandole las tareas de la casa? Yo a las once de la noche estoy fresquísimo, ¿no te jode? Le digo: “Amigo, simplemente, no eres escritor”.

Escribir pese a todo

Alba Porta (España), ilustradora, tiene una relación de pasión oculta con la escritura:

Al escribir me pasa algo que no me ocurre al dibujar: el lienzo el blanco, la hoja, la libreta, me intimida. Siento un cosquilleo de amor muy especial al escribir que no siento cuando dibujo, o no siempre al menos, es como cuando te gusta un chico (o chica, o… bueno, *suspiro*) y estás nervioso, consciente de la posibilidad de meter la pata, con un nudo en la garganta, pero emocionado, y al final, muy a menudo, decides mantener la boca cerrada para no cagarla. Te arrepientes, pero la magia continúa.

Mi relación con la escritura es una magia cruel que adoro y me aterra a partes iguales. ¿El auténtico motivo, la raíz? Lo desconozco. No creo ser una nulidad, de modo que, pese a que reconozco que tengo fallos a montones (***) descarto la idea de quedar en ridículo. Peeeero…. me falta el arrojo, el hervor, el valor, el sentimiento de »me da todo igual, VOY a escribir». Y me gustaría que se me pasase rápido esa especial edad del pavo porque, demonios, tengo una historia que contar y quiero contarla.

Tú no tienes edad para ser escritor

Ya sabéis aquello de que nunca es uno demasiado mayor para escribir, pero eso no quita que te encuentres unos cuantos problemas por no ser el típico poeta sexi de veintipocos. Como dice Luis López Sanz (España):

   Antes, por otras razones, escribía con seudónimo, ahora no. Cuando me preguntan que ahora que estoy jubilado a qué me dedico y digo que escribo, generalmente desvío  la conversación porque pienso que lo primero que otros se creen es que soy el clásico jubilado que escribe sus batallitas; lo majos que son sus nietos (en mi caso me los tendría que inventar) y lo mal que está ahora el mundo y lo bien que se lo pasó en la “mili”. Ay, Dios mío, si supiesen los problemas que me ha traído el rollo literario.

  En fin, mi anécdota es que en una ocasión, después de la dichosa presentación, una señora me dijo: “Así que escribes, pues entonces tú has de ser inteligente, ¿no?». Sin esperar la necesaria respuesta idiota por mi parte, siguió: «Pues yo también tengo un hijo que escribe, pero es que  él va para premio nobel, en la línea de Quim Monzó. Y yo también escribo, no creas, a veces envío ‘cartas al director’ de los periódicos”.

Para Laura Antolín (España), sin embargo, eso de la edad tiene sus ventajas:

(…) yo tampoco voy diciéndole a nadie eso de que soy escritora, más allá de las redes (…), aunque, pensándolo bien, no deja de ser por mi parte una actitud un tanto acomplejada y absurda, pues ¿acaso yo me cuestiono el oficio de los demás en virtud de si son malos, buenos o regulares ejerciéndolo? No, nada de eso, yo me los creo a pie juntillas, como cuando me contaban cómo delinquían o cómo se prostituían; nunca se me ocurrió preguntarles si pertenecían a banda armada o nomás eran cuatro pelados, si las controlaba un chulo o se lo montaban solas en el polígono. Me quedaba con la copla y, ya dije, no sabía luego qué hacer con el relato de sus tenebrosas vidas, hasta que me puse a escribir, y dejaron de irme con cuentos.

Por eso yo tampoco le voy a nadie con los míos. Suerte tengo de tener ya una edad, que antes decían respetable, pero solo es una edad en la que ya nadie te pregunta nada, ni la hora, mucho menos a qué dedicas tu tiempo libre, o ese tiempo que ya corre hacia atrás, cuando lo normal es que te lo pases viendo la tele o rumiando: ¿con qué cara voy y les digo que me lo paso escribiendo?

Otras profesiones también sufren

La escritura a veces es una segunda ocupación para personas que, para bien o para mal, sufren de prejuicios artísticos en su ocupación principal. Por ejemplo, Logan R. Kyle nos deja unas cuantas anécdotas sobre su labor como fotógrafa:

—¿Así que eres fotógrafa? —me pregunta un fulano con una cerveza en la mano, durante un concierto de rock cualquiera.

—Sí.

—¿Y dónde tienes la cámara? —dice desternillándose de risa—. ¡Muy mal, eh!

***

—He visto fotografías tuyas en las redes sociales. ¡Qué chulas están!

—Muchas gracias.

—Pero bueno, es todo Photoshop, claro.

***

—He visto las fotos que le hiciste a Mengana. ¡Son muy bonitas! —dijo Fulanita, amiga de una amiga.

—¡Me alegro de que te gusten!

Algún día puede que te deje que me hagas fotos —añadió Fulanita Schiffer.

Otra de mis anécdotas favoritas es esta, de Desirée Bressend (España). Porque, por lo visto, ser guionista no es escribir:

—¿Y tú a qué te dedicas?

—A escribir (ya ni siquiera digo lo de «ser escritora», para no cortocircuitar demasiado).

—Ah, yo soy X, trabajo de Y (póngase un empleo común y entendible para los mortales). ¿Y cómo es ser escritor? Tiene que ser aburrido, porque claro ya no lee nadie… (insértese reflexión de lo poco práctico que es ser escritor). Llega nuestro amigo común y anfritrión de la fiesta.

—Bueno, X. ¿No te ha contado Desirée que es guionista?

—¿Pero no era escritora? —La mente de X a estas alturas parece que va a explotar.

—Sí, sí. Escribe para tele.

—Aaaaahh —X se ve de pronto muy agradecido de que esté en la fiesta—. ¡Qué molón! Ah, quién pudiera.

Ser escritor también sirve como punto de partida en una conversación (y para ligar, claro), como comenta Cerdo Venusiano (México):

Una de las situaciones con las que disfruto siendo “amateur” es qué todavía cuento con la capacidad de decir:

—Soy escritor e ingeniero ambiental.

Obviamente la segunda opción es tan aburrida como un trámite fiscal, así que la gente me dice cosas como:

—¿Y qué escribes? ¿Manuales?  Porque no me imagino a uno como tú haciendo poesía o escribiendo novelas, bueno, a lo mejor policiacas…

Ahora imagina que el principal motivo por el que he comenzado a publicar es añadir escritor a mi perfil de Tinder (lo cual aumentó mi numero de citas en un 38%) y un montón de desconocidas llegan esperando que les regales una copia física de tu libro.

Así que antes de que salgáis corriendo a añadir escritor a vuestro perfil de Tinder, Meetic o EHarmony, os dejo con mi anécdota favorita, que se lleva los libros de premio. Así es: aquí tenéis al ganador de este concurso, a Rubén Berrueco (España).

Para comprender mejor lo que te voy a contar, tengo que empezar explicando que soy pediatra. O, dicho de otro modo, mi formación académica y profesional comenzó por la pediatría. Lo de escribir lo hago de siempre, claro, pero ¿quién se gana la vida como escritor? (…).

Me apasiona lo que hago, (la medicina, me refiero). Por dejarlo claro, nada más. Ya te puedes imaginar. Todo el día con críos la mar de graciosos que me llenan el día de anécdotas.

Pues no. También tiene partes malas, como todo, pero no te voy a hablar de mocos, llantos y pánico a la bata blanca. Si te escribo es para contarte que la vida no es menos cruel con nuestro colectivo que con el resto de profesiones. Querida Gabriella Literaria, ¿Te quejas de que la gente se mofa de ti cuando se defines como escritora autónoma? ¿De verdad? Porque yo no le deseo ni al peor de mis enemigos que en una fiesta llena de mamás y papás de niños de todas las edades alguien te señale desde la lejanía y exclame: «Ese de allá, el de la pajarita, sí. Ese. Ese, es PEDIATRA». Así, sin anestesia y en mayúsculas, porque es así como suena, o como resuena en mi cabeza durante los siguientes segundos.

Y ¡zas! Se me acabó la fiesta. Se terminó disfrutar del piscolabis y de Raffaella Carrá sonando de fondo. De repente, y sin previo aviso, te ves rodeado por una marabunta de mamis que (y esto es cierto como que estoy escribiendo estas líneas) le bajan los pantalones al nene para que le mires la fimosis que, fíjese usted, le tiene muy preocupada a la señora. ¡Señora! ¡Por el amor de Dios, que estamos en medio de una boda! O peor, se descalzan para enseñarte los juanetes porque han confundido pediatra con podólogo y mire usted lo que me duele la dureza esta que me ha salido.

Sí, hija mía, sí. Elegí una profesión llena de contratiempos. Por eso, ahora, cuando alguien con cara de haber sido padre reciente me pregunta que a qué me dedico, yo les miro con una enorme sonrisa y les digo:

Yo soy ESCRITOR. Y he publicado una novela.

No me digáis que no es maravillosa esta vuelta de tuerca 😉


*Si te acabo de arruinar la noche, tal vez quieras leer sobre el efecto Zeigarnik para solucionarlo. Si no, ahí va otra canción pegajosa. Y otra. Y otra.

(Por esa última ha muerto gente).

**Esto se llama name-dropping (soltar nombres sin mucho sentido, solo para presumir de que conoces a alguien) y está muy feo. No lo hagáis. Por ejemplo, a MI AMIGA Cristina Macía no le haría ninguna gracia que la mencionara aquí, sin venir a cuento.


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