Cuando alguien toma la acertadísima decisión de suscribirse a mi lista de correo, recibe un email de bienvenida donde aparece una pregunta estremecedora: ¿cuál es el mayor obstáculo al que te enfrentas en tu escritura?

síndrome del impostor
Mira, cariño, una lista de correo que me obliga a enfrentarme a mis demonios personales: justo lo que buscaba en esta tarde de evasión por los vericuetos de internet.

Podéis imaginar las respuestas más comunes… o tal vez no. Los obstáculos tienden a ser más personales, psicológicos, que técnicos. Tengo toda una teoría sobre esto, pero no suele sentar muy bien cuando la expongo, así que dejémoslo en que parecería, por los emails, que tenemos muchas cuestiones mentales que resolver ante la escritura.

Una respuesta que llega con una frecuencia aplastante se refiere al síndrome del impostor. Parece ser que este síndrome infernal impide escribir a un número nada desdeñable de personas. Y no solo lo veo en mi bandeja de correo: las redes sociales están repletas de personas que dicen que no consiguen escribir porque sufren de este mal.

¿Qué es el síndrome del impostor?

Por si a estas alturas de la película autoayuda de los dos mil dieces alguien ahí fuera no sabe lo que es el síndrome del impostor, Wikipedia lo define como:

Un fenómeno psicológico en el que la gente es incapaz de internalizar sus logros y sufre un miedo persistente de ser descubierto como un fraude(1).

Esta definición es sencilla, pero el significado del síndrome se ha ido ampliando y distorsionando en la cultura popular, hasta perder su definición original. Por lo que he podido encontrar, al principio se aplicaba a mujeres de éxito en sus carreras, que atribuían dicho éxito a suerte o coincidencia, desconfiando de su propia capacidad y sintiendo que engañaban a sus compañeros y jefes. Con el tiempo, diversas investigaciones apuntaron a que afectaba de manera similar a muchos hombres; sobre todo a hombres pertenecientes a minorías y de orígenes obreros. En definitiva, afectaba a personas que por condicionamiento social no se creían «merecedores» de su éxito.

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¿Y si algún día se dan todos cuenta de que lo de salvar el mundo siempre me sale de pura chiripa?

Hoy en día, es posible que abusemos un poco del término. Desde luego le damos todo tipo de atributos que antes no tenía. Muchos usan síndrome del impostor para hablar de cualquier inseguridad frente a sus habilidades, estén en el punto de habilidad o éxito en el que estén(2).

El peligro de usar el síndrome del impostor como excusa

También sospecho que para algunos el síndrome del impostor se ha convertido en una forma de procrastinación. Sé que para mí lo ha sido. En nuestro amplio arsenal de excusas, es de las mejores. Tal vez os suene alguna de estas preguntas; yo las conozco bien:

  • ¿Para qué escribir si no tengo talento?
  • ¿Para qué escribir si no sirvo para esto?
  • ¿Y si escribo y el mundo descubre que no sé?
  • ¿Y si escribo y el mundo se ríe de mi trabajo, lo critica, lo destroza?

Lamento decir que, con síndrome o sin él, hay muchas probabilidades de que el mundo destroce tu trabajo. De hecho, cuanto más conocida sea tu obra, cuanto más éxito tenga, más probabilidades hay. Así que deberíamos dejar de usar el miedo al juicio ajeno como excusa, porque el acto de escribir, de comunicar, lo lleva implícito. Escribir es desnudarse y exponerse. Y cuanto antes aceptemos que no tenemos mucho control sobre la opinión ajena, mejor.

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Hola, me llamo Gabriella Campbell; tú criticaste mi novela en Amazon. Prepárate para morir.

Lo ideal sería aceptar ese riesgo con los brazos abiertos, porque si nadie critica lo que haces, es que no está llegando a ninguna parte.

Ay, si solo fuera así de fácil, ¿verdad?

Luego hablaremos más de las expectativas del mundo frente a tu obra. Pero ahora demos la vuelta a la tortilla (con cebolla) y veamos por qué el síndrome del impostor puede ser, curiosamente, uno de tus mejores aliados.

El síndrome del impostor no es lo que crees que es el síndrome del impostor

Si el síndrome del impostor es para nosotros la sensación de que nuestro trabajo es imperfecto, de que está lleno de mediocridad y pobreza, aunque haya lectores que dicen disfrutar de él (¡y qué difícil es creer a esos lectores!), estamos, en realidad, en una situación que es muy positiva.

No podremos solucionar nunca el sesgo negativo, ya que es parte de nuestra supervivencia como ser humano. Es uno de esos rasgos que tenían mucho sentido cuando vivíamos entre depredadores, sin refugio, agua corriente ni wifi (tiemblo solo de pensarlo), pero que hoy resultan algo ridículos. ¿Por qué si tenemos veinte reseñas positivas y una negativa, nos creemos lo que dice la negativa? ¿Por qué le damos tanta importancia a nuestros fallos si hay tanto que hacemos bien?

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Tengo ocho premios Nobel, un Princesa de Asturias y dos Pulitzer, pero mi cuñada sigue poniendo cara de resignación cuando sirvo paella los domingos(3).

Todo forma parte del proceso masoquista por el que pasamos para aprender y mejorar. Como intenté explicar en este artículo, el proceso de aprendizaje de cualquier habilidad tiene varias fases. El artículo en sí habla de 10 fases progresivas, pero vamos a simplificar y vamos a recurrir a la pirámide de las famosas cuatro fases de la competencia, que quién sabe de dónde salió, pero que muchos atribuyen erróneamente a Maslow, tal vez porque a Maslow le gustaba mucho hacer pirámides:

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La jerarquía de la competencia. De abajo arriba: incompetencia inconsciente (intuición equivocada); incompetencia consciente (análisis equivocado); competencia consciente (análisis correcto); competencia inconsciente (intuición correcta).

La fase con la que empezamos, la inferior de la imagen, es la de una incompetencia inconsciente. Al principio, gracias al efecto Dunning-Kruger, somos incompetentes y no lo sabemos siquiera: aprendemos algunas cosillas básicas y nos creemos los reyes del mambo. Esta sería la fase 1, también conocida como la fase cuñao.

Luego aprendemos un poco más y nos damos cuenta de todo lo que no sabemos. Esto es humillante, porque estamos desarrollando nuestro gusto y sabemos lo que queremos hacer, pero aún no tenemos las capacidades para conseguirlo. Entramos en la fase 2, que yo llamo la fase cartesiana, por aquello de que dudamos de todo.

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Vaya, otra bloguera que no tiene ni idea de filosofía y que se cree graciosa.

Vamos mejorando y, con el tiempo, llegamos a una fase estupenda en la que somos competentes y además somos conscientes de nuestra competencia (fase 3). Yo a esta la llamo la fase ideal de la muerte.

El síndrome del impostor, en su sentido original, afectaría a esta fase, en el caso de algunos individuos que, por la razón que sea, no son capaces de aceptar dicha competencia. Sería una desviación problemática del comportamiento habitual de la fase 3.

Una nota sobre la fase 4

Más allá del bien y del mal estaría la fase 4, de personas que tienen tal dominio de una habilidad que no tienen ni que pensar en ello. Esta fase no suele tener cabida en el mundo de la escritura creativa, ya que su carácter subjetivo y artístico siempre nos da un margen de mejora, y todo buen escritor pelea a diario por afilar sus herramientas. No obstante, un escritor muy experimentado estaría en cierto modo en esta fase, ya que ha desarrollado ciertas técnicas que le permiten crear trabajo de alta calidad sin tener que repasar mentalmente los pasos que llevan a ese trabajo. Digamos que ha adquirido una soltura que le permite crear con excelencia de manera no consciente(4).

Aquí, evidentemente, el síndrome del impostor es algo del pasado, algo que afecta a otros pobres plebeyos que no entienden nuestra magnificencia y son devorados por la envidia y el rencor. Esta fase yo la llamo, cariñosamente, la fase Picasso, o la fase soyuncapullointegralperoanadieleimportaporquerevolucionoelarte.

Regresando al síndrome

Pero hablábamos del síndrome del impostor y decíamos que, en teoría, ocurre en la fase 3. Y, sin embargo, casi todos los escritores que veo y oigo hablar de síndrome del impostor parecen estar en la fase 2. Todavía no han alcanzado el éxito (o lo que ellos definan como éxito) ni la competencia necesaria para este. Mi teoría es que no sufren en realidad de dicho síndrome, sino de la frustración que surge al poner en balanza lo que saben que quieren hacer, el gusto que han ido adquiriendo, y su nivel real de capacidad.

Por qué el síndrome del impostor es tu amigo

Esa frustración mencionada, ese falso síndrome del impostor, es algo muy muy bueno. Significa que estás creciendo en tu escritura, que eres consciente de los límites de tu habilidad presente. Significa que ya no estás atrapado en la fase donde está el ¿80%? de los que se denominan escritores: la fase 1, la fase de incompetencia que se cree competente. ¡Enhorabuena!

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Imagen de escritores celebrando que son conscientes de sus propias limitaciones. Como puedes apreciar por esta foto absolutamente representativa y verídica, son poquitos.

Lo que debes tener muy presente es que esa frustración estará ahí casi siempre, de un modo a otro. Por el carácter tan subjetivo de su recepción, es muy difícil delimitar la competencia en la escritura, por lo que las fases 3 y 4 de aprendizaje están reservadas a unos pocos (pero haberlos haylos y tú también puedes llegar, te lo aseguro). Puedes ser ganador del Nobel de Literatura y seguir creyéndote lo que dice rEgeTTon876! con su estrellita solitaria en Amazon (o soportando a tu cuñada cada vez que se queja de tu paella).

Pero (y aquí viene lo importante) debes deshacerte enseguida de la noción de que la escritura es una habilidad fija, dependiente solo del talento innato. La escritura progresa y esa frustración que sientes en estos momentos se basa en tu momento actual de conocimiento y habilidad. Si sigues aprendiendo y avanzando (si lo haces bien, claro), tu escritura mejorará.

Diagnóstico y remedios

Pueden tratarse los síntomas de este síndrome. Puedes combatir el bloqueo que a veces lo acompaña con buenas ideas, con ejercicios creativos o con una separación total de tu arte de las expectativas de tu público. Y no hay bloqueo que pueda contra un hábito implementado de escritura diaria. Pero si no entiendes de dónde viene esa inseguridad y no empiezas a ser más compasivo con tu habilidad presente, no servirá de nada.

Esto lo digo en serio: la autocompasión funciona como un superpoder para los que escribimos. Y es mucho mejor que la autoestima y la confianza, que pueden fallar en cualquier momento. Tendemos a subestimarnos y a sobrestimarnos (a veces en el espacio de un mismo minuto) y sabemos que nuestra percepción de nuestro trabajo rara vez es realista. Peor aún: sabemos que nuestra percepción de nuestro trabajo rara vez coincide con la de nuestro público.

Y, hablando de expectativas de nuestro público, uno de los riesgos del síndrome del impostor es ceñirse al 100% a lo que los demás esperan de nosotros. Lo cual es muy peligroso, porque…

El mundo intentará hacerte vainilla

En el mundo del BDSM y del kink, se llama vainilla a la persona que practica un tipo de sexo «normal». Y con normal me refiero al tipo de sexo que sueles ver en las películas: beso con un poquito de lengua, postura del misionero, cigarrito de después (aunque eso cada vez se ve menos) y escapada al baño envuelta en sábanas para que nadie vea tu culo perfecto de actriz millonaria.

En general, en el mundo angloparlante se usa mucho el término vainilla para cualquier persona o acción que corresponda a la media, a lo estándar. El sabor vainilla está bien, gusta a mucha gente y por ello es bastante popular. Cualquier heladería vende más vainilla que after eight, turrón o ron con pasas, imagino.

En toda heladería debe haber vainilla, porque es la opción segura. Si te apetece un helado y vas con mucha prisa, el vainilla, la fresa o el chocolate son maneras rápidas de evitar ese bloqueo por exceso de oferta que puede paralizarte en un local con más de doscientos sabores de helado. Cuando nos bloqueamos como escritores también estamos paralizados, en cierto modo, ante demasiadas elecciones: hemos perdido un poco lo que creemos que es nuestra voz. Y entonces lo sencillo es adaptarse a lo fácil y lo cómodo: pedir/escribir vainilla.

Insisto en que esto no es necesariamente algo negativo. Hay un gusto mayoritario, porque todos tenemos referentes similares y una experiencia cultural con muchos elementos en común. Es cuando tenemos experiencias muy diferentes donde surge la magia de lo extraño y lo distinto, del sabor a turrón de chocolate blanco. Es por esto por lo que produce un seguimiento tan fiel la literatura de los márgenes, el manga weird, el género LGTBI, el ensayo feminista, la vanguardia: es una representación muy necesaria de lo que no es predominante.

Nos enseñan que ser «vainilla» es malo, porque nos encanta hacer énfasis en lo original y diferente. Pero ese énfasis puede ser algo falso: todo el mundo cree que quiere ver algo original y diferente hasta que visita la sección de arte contemporáneo de cualquier museo. Lo diferente puede ser demasiado diferente: solo tiende a gustarnos cuando nuestro cerebro puede asimilarlo de algún modo a los patrones que conoce, aunque sea como contraposición a esos patrones.

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—¿Y de esta pieza qué opinas, querido?
— Opino que quiero abrazar a Las Meninas y no soltarlas nunca, querida.

Ser vainilla no es bueno ni malo: simplemente está ahí y solemos necesitarlo como punto de comunicación y partida. Para que haya extremos, para que algo destaque, tiene que haber una cantidad considerable de elementos medios que sirvan como referencia. Si disfrutas enormemente con tu beso con un poquito de lengua, tu postura del misionero y la visita al baño envuelta en sábana, ese vainilla es muy muy rico. Si lo haces porque es lo que se espera que hagas y porque temes a la crítica y al juicio ajeno… bueno, ahí ya entramos en el farragoso terreno que yo quería tratar en este artículo.

¿Qué te diferencia de otros?

Cuando estoy en estaciones de tren o aeropuertos me gusta pasearme por las tiendas tipo franquicia de libros y maravillarme con su propuesta absolutamente media y comercial. Es difícil encontrar en una de estas tiendas algo que, a primera vista, no sea clónico, prefabricado, blando. Y es normal: disponen de un espacio pequeño y un alquiler muy alto: no se pueden permitir vender helados de gintonic o de yogur con pimienta rosa. Pero incluso en el mar de mismidad que ofrecen estos comercios, cada uno de esos libros ha tenido que destacar de algún modo para llegar a ocupar un puesto en esos estantes. Ser diferente no implica ser radicalmente diferente, sino ser un poco más uno mismo, sin disculpas. Y esto es mucho más difícil de lo que parece.

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Queremos un libro romántico, de histórica local, con acción, sexo picante, vampiros y templarios. Que sea más o menos como los otros cien libros que tenemos en esa línea, pero a la vez totalmente original y único. Y lo necesitamos para dentro de cuatro semanas. Bien, ¿no?

Hay gente ahí fuera muy agradable, en emails y convenciones y eventos, que tiene la amabilidad de decirme que sigue este blog por el tono coloquial y ameno del mismo. Disfruta del humor(5) y de la cercanía. Y sin embargo también recibo correos y mensajes de personas que dicen que mi blog está muy bien, pero que no debería usar un tono tan coloquial. Que debería ser más académica. Que el humor estropea mis libros. Y que ya está bien de palabrotas, joder, Gabriella.

¿Qué me enseña esto? Escribir y vender libros es como crear y vender cualquier producto: es imprescindible escuchar al cliente, pero si lo escuchas siempre acabarás con una masa gris e informe, clónica y sosa, sin personalidad. Sabemos que no podemos complacer a todo el mundo, pero vaya si lo intentamos. Y esto no ayuda a la confusión que ya tenemos a la hora de crear, ya que no hay baremos claros a los que aspirar. Esta confusión es también la realidad detrás de lo que conocemos como síndrome del impostor del escritor, esté en la fase que esté.

El riesgo de ser una amapola alta

En Australia se habla de un concepto llamado Tall Poppy Syndrome (el síndrome de la amapola alta), si bien es algo que tenemos documentado desde tiempo de Aristóteles, y que por nuestros lares se ejemplifica en la leyenda de la campana de Huesca. Este síndrome os sonará: cuando una persona destaca por algo, los de su entorno harán lo posible por cortar su tallo y rebajarla a la altura de todos los demás. El mundo quiere que estés siempre a la altura media (o más abajo). El mundo quiere que sepas a vainilla.

Si sobresales, sabes que el mundo querrá cortarte el tallo. Y ese miedo también es otro factor tras el síndrome del impostor. Nos cortamos a nosotros mismos antes que permitir que otros nos corten.

Pero las nuevas oportunidades culturales demuestran que esto está cambiando más que nunca. Hay una puerta al género, a todos los demás sabores. Netflix hace una porción grande de sus ingresos gracias a las películas de terror. Amazon permite que la autopublicación dé salida a subgéneros de romántica que ni querrías imaginar. La blogosfera y su choque de contenidos (content shock) permiten que ciertas voces (incluso las que tienen tacos y meteduras de pata) puedan tener sus lectores.

La conclusión, al fin

No te digo que seas diferente porque sí. Ni que seas diferente hasta el punto de no ofrecer patrones reconocibles: si escribes, necesitas comunicar, y la comunicación tiene reglas y bases para poder intercambiar mensajes de manera fluida. Pero sí te pido que seas un poco más tú. Aunque duela, aunque te haga sentir que engañas a todo el mundo.

Todo esto es difícil, ya lo hemos dicho muchas veces en este blog. Pero si eres capaz de no rendirte ante las dificultades, el síndrome del impostor es justo lo que necesitas: en la fase 2, para avanzar cada vez más rápido; en la fase 3, para no confiarte, para no ser vainilla.

Cada vez que notes esa vocecilla insegura, úsala como señal de que vas en la dirección correcta y como desafío personal. Este cambio brutal de perspectiva sustituirá tu bloqueo por motivación.

Pule y da esplendor a tu escritura. Pero no la hagas como la de todos los demás.

Si esto te da miedo, a lo mejor es porque estás desarrollando tu propia personalidad y brillo.

A lo mejor es porque estás aprendiendo a escribir.



Notas:

(1) Lo mejor de todo esto es que ahora, gracias al agujero Wikipedia en el que siempre caigo, sé también lo que es el síndrome de Capgras, que me parece mucho más interesante, ya que es el síndrome por el que una persona cree que un amigo o familiar ha sido sustituido por un impostor. Imaginaos no poder escribir porque sufrís el síndrome de Capgras. A mí me resultaba bastante inquietante la idea que rondaba en mi familia de que el gato de mi tía estaba poseído por el espíritu de mi abuelo, pero he de reconocer que seguía escribiendo, pese a todo.

(2) En este artículo analizo el síndrome del impostor en cuanto afecta a nuestro proceso de aprendizaje como escritores. Por supuesto, hay muchas otras variantes en diferentes entornos. Valerie Young se ha dedicado a estudiar este fenómeno en profundidad y ofrece soluciones a los diferentes aspectos de este síndrome en el ámbito del trabajo. Tiene un libro sobre el tema, solo disponible por ahora en inglés, llamado The Secret Thoughts of Successful Women: Why Capable People Suffer From the Impostor Syndrome and How to Thrive in Spite of It.

(3) Y aquí comienza el recuento oficial de valencianos que vendrán a decirme en los comentarios que lo de la foto realmente no es paella.

(4) Sobre cómo avanzar en una habilidad creativa cuando ya alcanzas cierto nivel de competencia hay unas reflexiones realmente buenas de Scott Young por aquí (en inglés).

(5) Ya, yo tampoco lo entiendo.

Notas personales:

Créditos:

  • Imagen de las fases de la competencia por Igor Kokcharov, en Wikimedia.
  • Foto de pareja que navega por internet sin saber lo que se les viene encima, de Olena Yakobchuk en Shutterstock.
  • Imagen de superhéroe acosado por las dudas, de jamesteohart en Shutterstock.
  • Foto de señora que osó criticar tu novela y que ahora debe morir, por fizkes en Shutterstock.
  • Imagen de la cuñada que nunca estará al 100% satisfecha con tu paella, por Olesya Kutneszova en Shutterstock.
  • Foto de Giorgios Kollidas del retrato de W. Holl de Rene Descartes, en Shutterstock.
  • Foto absolutamente fiel a la realidad de escritores conscientes de sus limitaciones, por Dean Drobot en Shutterstock.
  • Foto de jefa del departamento de marketing de una gran editorial, por Antonio Guillem en Shutterstock.
  • Imagen de pareja en un museo de arte contemporáneo, por New Africa en Shutterstock.
  • Imagen de cabecera, de hombre con máscara que se parece un poco al Sombrerero Loco de la serie Gotham, por Einur en Shutterstock.