Hace no demasiado, escuché a un señor muy ilustre decir que no le gustaba la fantasía.

Se levantaron oes y aes entre los asistentes a su discurso (que no eran muchos, como en tantos discursos relacionados con lo fantástico), y exabruptos variados ante tal atrevimiento (algunos míos, lo reconozco). Con media sonrisa sabia, lo repitió: «No, a mí no me gusta la fantasía. Todos esos elfos y dragones y todo eso. No, a mí lo que me gusta es ese tipo de literatura que parece realista, donde puede llevarse todo hasta el límite, donde ocurren cosas maravillosas y extraordinarias». No fueron sus palabras exactas (mi memoria no es tan buena, y ese día todavía no había instalado Evernote en el móvil1), pero nos puso algún ejemplo y diríase que estaba hablando, sin saberlo, de la fantasía urbana. Podría también haberse referido al surrealismo, al realismo mágico o al slipstream en general, pero lo que me quedó cristalino es que confundía un apartado de la fantasía, la fantasía épica, con todas las variantes que pueden incluirse dentro del género.

Y no es rara esta confusión, desde luego. Siempre he escuchado a profesionales y expertos del género hablar de las diferencias entre ciencia ficción y fantasía (o entre fantasía y cualquier otra cosa), argumentando, una vez más, lo de los elfos, los mundos inventados, la magia y etc. Como si la fantasía se redujera a eso, o como si no existieran pasos entre los dos, puentes e híbridos. También hay debates interminables acerca de si es más fácil escribir fantasía o ci-fi. Yo diría que depende de cómo escribas y, ante todo, del tipo de fantasía o de ci-fi que escribas.

Tolkien es un referente imprescindible. Pero también ha hecho mucho daño. Él tampoco escribía de cero: tomaba temas y aspectos que se habían tratado antes, pero supo crear un mundo realmente inspirador. Tras él llegó una cola de imitadores dispuesta a seguir proporcionándonos historias de magos y héroes y enanos y trols. En un país y en una época en los que no era fácil encontrar fantasía que se apartara de esa cola, muchos crecimos asumiendo que Tigana era lo más raro que íbamos a leer dentro de ese género. Había honrosas excepciones (Ende se mantenía fijo en las estanterías de todos con Momo y La historia interminable, pero se le consideraba más un autor de «libros para niños» que un excepcional autor de fantástico). Por lo menos, creo que fue esa la experiencia de muchos de los que dependíamos de centros comerciales y de la paga semanal que nos daban nuestros padres para comprar libros.

Hice lo que muchos y recurrí a lo que se publicaba en esos momentos en otros países. Por suerte, yo era una chavala privilegiaba; mi padre viajaba mucho y me traía libros (¿recordáis aquellos tiempos preAmazon, preBookDepository, prePaypal?). Leer a Diana Wynne Jones cambió mi noción de lo que era fantasía (y lo que era juvenil) para siempre. Y luego le robé libros de Clive Barker a mi tía, conseguí convencer a mis padres de que los libros de Anne Rice no contenían sexo (¡no, para nada!), y de ahí me fui de perdida al río. Al final, tras libro tras libro de Dragonlance, la mayoría acabamos por cansarnos de los elfos, los enanos y las espadas y los conjuros, y decidimos cambiarnos de bando.

Fenómenos más recientes como Harry Potter han ayudado a deshacer, en parte, este daño de cara a la mayoría, esta percepción limitada de lo fantástico. ¡Una escuela de magos también puede ser fantasía! Pero Rowling no nos ha descubierto nada nuevo, en realidad; ahí estaba antes la ya mencionada Wynne Jones haciendo lo mismo con Witch Week y similares, o Jill Murphy con The Worst Witch. Pratchett empezó a copar las listas de superventas con algo casi inconcebible para el lector medio (¡fantasía cómica!), seguido al poco por Robert Rankin o Tom Holt, todos en la estela del maestro Douglas Adams.

Muchos lectores, del mismo modo que no asocian 1984 o Un mundo feliz con el término ciencia-ficción, no asocian Harry Potter con fantasía. Son libros para niños, para jóvenes. Fantasía son elfos, y espadas, y señores viejos de barba blanca que van con bastón, aunque no lo necesiten para caminar.

«Es que en el mundo hispanohablante no hay tradición de fantasía», he escuchado argumentar. Desde El Quijote hasta Cortázar, pasando por Borges y Bécquer, yo diría que tenemos una tradición fantástica fantástica, valga la redundancia. Tenemos también tradición épica: ahí tenéis el Cid, que no era precisamente realista. Pero seguimos pensando en elfos y magos y enanos.

Así, llegamos a esas sentencias que muchos, como yo, habréis oído en más de una ocasión, expuestas de una manera u otra. Los que seáis habituales del género no aprenderéis nada nuevo con este artículo, sin duda, pero os sorprendería (o no) descubrir la cantidad de lectores mainstream que creen lo siguiente a pies juntillas:

¿por qué lo llaman fantasía cuando quieren decir Tolkien_

Mito 1: La fantasía es una entidad cerrada

La fantasía no es un género cerrado. No hay una lista muy clara y específica de qué libros son fantasía y cuáles pertenecen a otros sectores literarios. La fantasía es un fenómeno fluido. A veces gusta de emparejarse con el terror (El gran espectáculo secreto, It, Las montañas de la locura), a veces le da la mano al ciberpunk (El fin de los sueños2, mismamente), al surrealismo (Guardianes de sueños, el Codex Seraphinianus3), a la novela histórica (La reina blanca), a la space opera (Mobymelville, Capitán Harlock), a veces al realismo (Casa tomada, Cien años de soledad), ¡incluso a la clásica novela decimonónica inglesa (Jonathan Strange y el Sr. Norrell)! Diría que es el más libertino de todos los géneros, porque bebe de la fuente de la narrativa: la imaginación más pura.

Mito 2: La fantasía es una y solo una

Realismo mágico, fantasía oscura, fantasía urbana, fantasía cómica, far-fetched fiction, New Weird, juvenil, historias de fantasmas, romance paranormal, fantasía romántica, cuentos de hadas, cuentos infantiles (¡hay animales que hablan!)… además de todo lo que tradicionalmente se asocia a la ci-fi pero que puede tener elementos fantásticos: steampunk, dieselpunk, dreampunk4, ficción de superhéroes y aledaños; y aquellos que simplemente tocan lo raro y extravagante, como el bizarro. No, no es solo fantasía épica.

Mito 3: La fantasía es solo para niños y adolescentes

Decidle eso a todos los adultos que les roban los libros de Harry Potter a sus hijos. O a la editorial que sacó una nueva edición de Harry Potter con portadas más “adecuadas” para su público adulto, para que nadie pensara en el metro que leían chorradicas para niños.

Tal vez la fantasía sea el género ideal para niños y adolescentes. Los niños tienen un sentido de la maravilla y del nonsense mucho más abierto, y la literatura de aventuras y evasión tiene éxito entre los adolescentes, tal vez por lo difícil que es eso de ser adolescente.

Pero eso no implica que solo puedan disfrutarla los que pertenecen a esos grupos de edad, y hay fantasía que yo, desde luego, no le daría a leer a un niño (¿La canción secreta del mundo, amigos?). Cierto es que los adultos les damos más importancia a la lógica y a la coherencia, pero para eso están Bacigalupi, Murakami, Ishiguro, Miéville, y muchos autores más que mezclan racionalismo con elementos fantásticos de gran coherencia interna, o que introducen el surrealismo para exponer una realidad distinta. También resulta curioso que haya muchos autores que incluyan elementos fantásticos en sus obras (me vienen a la cabeza Carmen Martín Gaite o Rosa Montero), pero que, debido a su calidad de “clásicos para adultos”, no suelen encontrar entrada a las listas y baldas de fantasía, que parece reservada solo para, otra vez, Tolkien.

Aunque, bueno, tal vez les convenga más estar en las baldas de superventas, qué le vamos a hacer.

Mito 4: Toda la fantasía épica es igual

Hace poco recomendé El final del duelo, de Alejandro Marcos Ortega. El libro contiene algunos de los elementos de la épica caballeresca y de la leyenda fantástica: duelos, nombres floridos de territorios, viajes a través de terrenos inhóspitos, y sin embargo está repleto de elementos novedosos (como, por ejemplo, combates mágicos que recuerdan más al laser-tag que a un torneo medieval). Podríamos decir lo mismo de George R. R. Martin. Y sin embargo creo que todos estaremos de acuerdo en que la obra de Martin tiene poco que ver con lo que concebíamos como fantasía épica. En primer lugar, porque la fantasía no es predominante en Canción de hielo y fuego. En segundo, porque la complejidad y realismo de sus personajes se aleja mucho de los cánones de la épica.

Mi propio padre, al que he intentado engatusar una y otra vez con obras fantásticas, sin éxito (dice que al ser programador informático no consigue creerse los elementos mágicos, ya veis qué excusa), se zampó El nombre del viento con mucho gusto. Rothfuss, Sanderson, Martin… son nombres que nos ofrecen una visión comercial, pero de calidad, de lo que está funcionando en la fantasía supuestamente épica y todos sus subgéneros y compañeros. Y con este auge se redobla el interés en los clásicos anteriores que también sabían escaquearse de los patrones copiotas, desde el Stormbringer de Michael Moorcock al ciclo de Terramar de la gran Le Guin.

(Esto no quita, eso sí, que sea algo preocupante la cantidad de autores de espada y brujería que aseguran que su libro es “completamente distinto y original”, para luego ofrecernos todos los clichés, tópicos y patrones del género).

La oferta es variada, cada vez más. Y podríamos hablar durante horas y horas sobre qué es el género, su necesidad y división (grandes teóricos lo han hecho durante siglos y siglos; ahí teníamos ya a Aristóteles comiéndose la cabeza con su Póetica). Muchos argumentan que las etiquetas no sirven de nada (me gustaría que eso se lo dijeran a un librero; podría haber violencia). Otros dedican demasiado tiempo, sin duda, a realizar diferenciaciones constantes y a la creación de subcategorías ridículas).

Yo solo os pido una cosa.

La próxima vez que digáis que no os gusta la fantasía, planteaos lo siguiente:

¿De verdad no os gusta la fantasía? ¿O simplemente no sois fans de Tolkien?

Dadles a otros una oportunidad. Miles y miles de escritores y libros del mundo os lo agradecerán.

 


Notas

1A quién quiero engañar. No podía, tenía una Blackberry.

2Ya sabéis que si no lo menciono en uno de cada tres artículos no me quedo tranquila.

3Sí, es oficial. Existe.

4Personalmente distingo entre surrealismo y fantasía del siguiente modo: la fantasía necesita de un código interno, de coherencia en el sistema o universo creado. El surrealismo, no. Obviamente esta es una rápida apreciación personal y está muy abierta a debate.

Sea como sea, el uso de imágenes propias del mundo onírico hace que con frecuencia ambos géneros se toquen o se mezclen sin pudor. En este sentido, tan surrealistas serían Guardianes de sueños y El fin de los sueños, que contienen aventuras enteras desarrolladas en mundos oníricos, como fantástico el Codex Seraphinianus, ya que, a pesar de su imaginería surrealista, tiene un carácter enciclopédico, coherente y sistémico. No sabría dónde incluir el manuscrito Voynich, ya que no hay conocimiento de si su intención es satírica, fantástica, enciclopédica, paranormal… Tal vez lo metería simplemente en la categoría de “Cosas Que Molan Un Puñao”.

 


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