En inglés hay unas siglas muy conocidas en el mundo laboral: TGIF.

Imagino que no os sonarán, pero las reconoceréis como símbolo internacional cuando os diga que significan Thank God It’s Friday (Gracias a Dios que es viernes).

descripción mágicaRepresentación gráfica del TGIF medio.

Nos espera un fin de semana de descanso y diversión, pero antes nos vamos a poner serios un momento, porque hoy voy a hablar de algunas herramientas sensacionales para sacarle brillo a esa parte tan complicada de la narrativa: la descripción. Las descripciones tienen una tendencia preocupante a ser aburridas, recargadas o simplemente sosas, así que saber hacer descripciones que estimulen la imaginación del lector es una habilidad que debe ser celebrada (¡y analizada!). La parte seria (y muy nostálgica) es que todo esto que os voy a contar lo he aprendido de Umberto Eco.

Esta semana voy a seguir con Eco, no porque casualmente haya muerto mientras yo hablaba sobre su trabajo, que es una de esas coincidencias dramáticas que pueden ocurrir, sino porque el semiólogo italiano es una fuente inagotable para aquellos que escribimos.

Me llama la atención. Todo el mundo se acuerda de sus novelas, incluso de la película famosa basada en una de sus novelas; algunos se acuerdan de su trabajo periodístico. Menos se acuerdan de su trabajo académico, a pesar de que el estudio de lo literario fue su ocupación principal.

Cuando hablamos de la academia, de lo universitario y especializado, podemos pensar en largas frases rimbombantes que no vienen a decir nada, en textos técnicos exclusivos de su sector. Y Eco tenía frases rimbombantes, sin duda, pero todavía no he encontrado una frase suya donde no viniera a decir nada. Es más: me impresiona la cantidad de conclusiones prácticas que podemos extraer los escritores de sus tratados teóricos.

En el artículo Les sémaphores sous la pluie (se titula así también en su versión española, no os asustéis: no voy a empezar a citar en francés) Eco da algunos apuntes fenomenales sobre el sutil arte de la descripción. Y por eso muchos estudios de Eco no terminaron de pasar al mainstream; si su artículo se hubiese titulado Diferentes tipos de descripción y cómo sacarles partido o, aun mejor, Cómo perder ocho kilos en tres días (¡incluye clasificación de tipos de descripción en narrativa!), otro gallo nos cantaría (pero sin duda sería un gallo feo y de voz rasposa).

Lo chulo de la clasificación de tipos de textos descriptivos de Eco es que incluye un concepto que es mágico para un texto: el asidero de pertinencia. Os va a encantar:

Umberto Eco y el asidero de pertinencia

Donde Eco dice «examinemos algunas técnicas de expresión verbal del espacio», espero atraer vuestra atención diciendo: «vamos a ver una clasificación utilísima de tipos de descripción y cómo utilizarlos para que vuestro lector se enamore de vosotros y os envíe ramitos de violetas cada nueve de noviembre»(1):

1. Denotación: La descripción aburrida de toda la vida

Ahí va un ejemplo:

María Elena era rubia, alta, delgada, guapa y lista.

Evitad las denotaciones simplonas cuando podáis. Ya, ya sé que en algún momento tendréis que hacer una descripción de este tipo, pero no abuséis si no queréis que vuestro lector se duerma. Son descripciones perezosas, más propias del contar que del mostrar. Decidme que María Elena hacía que el sol asomara por el horizonte solo para verla, no que era guapa. Enseñadme cómo se golpea en la cabeza con la lámpara que cuelga del techo de la cocina, no me digáis que era alta. Si vais a soltar adjetivos, haced que alguno sea interesante, por lo menos.

descripciones mágicasNo, una guitarra no te salvará de nuestra indiferencia, María Elena.

Ya que nos hemos quitado de encima a la denotación, vamos a lo bueno.

2. Descripción pormenorizada

Aquí es donde va a entrar toda vuestra habilidad como escritores. Tenéis que narrar el espacio, tenéis que conseguir que el lector vea y perciba su entorno. Pero el buen escritor va más allá. Su objetivo, como dice Eco, más que hacer ver, es hacer que entren ganas de ver. Que el lector no vea la descripción como un pasaje inevitable por el que tiene que arrastrar los pies, sino como una explosión de sentido y ubicación. ¿Y cómo se hace eso?

Hay varias maneras de conseguirlo, según el tipo de descripción, pero en el caso de la descripción pormenorizada vamos a utilizar el recurso llamado asidero de pertinencia. Se trata de un elemento que es central, que es el referente alrededor del cual gira todo lo demás. Veamos la diferencia con una descripción pormenorizada de la casa de María Elena, primero sin asidero de pertinencia:

En la casa de María Elena había una cocina, dos dormitorios, un baño, un salón, un comedor, un lavadero y una terraza.

Y ahora con asidero de pertinencia, que en esta ocasión será el comedor:

El comedor de María Elena era un monstruo que fagocitaba al resto del hogar, el corazón alrededor del cual se apretaban cocina y salón. Los dormitorios eran minúsculos en comparación; los baños, diminutos. Y del comedor asomaba el lugar favorito de su dueña: la terraza, esa extensión breve de la sala que se abría al cielo.

Como veis, al usar un asidero de pertinencia hemos dado un punto de partida, no nos hemos limitado a una enumeración sin vida. Podéis usar cualquier asidero: podríamos haber usado la cocina, los baños, la terraza o a la propia María Elena. El truco está en crear un epicentro para ese terremoto que puede ser una buena descripción.

Pero las enumeraciones sin asidero también pueden ser útiles, si se usan bien.

3. Enumeración

Una enumeración sin asidero de pertinencia puede resultar aburrida… a no ser que la enumeración en sí sea un recurso. Eco cita la famosa enumeración de los contenidos del cajón de Leopold Bloom en el Ulises; yo os pongo otro ejemplo inventado, porque ese de Joyce es tremendamente largo y me da pereza transcribirlo y no lo encuentro en Google:

María Elena abrió el bolso y vació su contenido sobre la mesa. Había pintalabios, sombra de ojos, crema hidratante y unas tijeritas. Había limas de uñas, horquillas, pinzas del pelo y sobres de café. Había un monedero, tarjetas sueltas, pañuelos usados y un tubo de rímel seco. Había barniz de uñas, rizador de pestañas, más horquillas y una gran caja de aspirinas.

Con esta enumeración no hay asidero, pero no lo necesita. El lector no se fija tanto en qué contiene el bolso de María Elena, sino en lo que expresa ese contenido: tal vez que María Elena es algo desordenada, caótica o presumida. Fijaos también cómo hemos conseguido una sensación de ritmo curiosa al crear un paralelismo entre las diferentes frases, que repiten estructura. En la enumeración sin asidero buscamos, ante todo, conseguir un efecto funcional (mostrar algo sin contarlo directamente) y/o estético del conjunto. Recordad que cada elemento de vuestro texto debe tener un objetivo, debe tener un cuidado detrás, un porqué. Una enumeración gratuita, sin meta, no es más que otra denotación aburrida.

Otra opción es introducir otro tipo de asidero, claro, aquel que funciona como contrapunto y saca al lector de su ensimismamiento de golpe. Mirad qué ocurre si realizo una muy leve modificación a la enumeración anterior:

María Elena abrió el bolso y depositó los contenidos sobre la mesa. Había pintalabios, sombra de ojos, crema hidratante y unas tijeritas. Había limas de uñas, horquillas, pinzas del pelo y sobres de café. Había un monedero, tarjetas sueltas, pañuelos usados y un tubo de rímel seco. Había barniz de uñas, rizador de pestañas, más horquillas y una gran caja de antidepresivos.

Solo he cambiado una palabra, pero esa sustitución de aspirinas (un tipo de pastilla común) por algo menos habitual (antidepresivos) produce un efecto de leve sorpresa y nos dice mucho más que todo lo anterior sobre María Elena. Es en el contraste (de lo habitual con lo extraordinario) donde podemos, en ocasiones, ganarnos al lector.

4. Acumulación

Otra forma muy eficiente de utilizar la enumeración más allá de una simple denotación es mediante la acumulación de datos para conseguir efectos emocionales o de ritmo. Así, podemos ir enumerando acciones en aumento, para terminar con la más bárbara; podemos ir enumerando elementos cada vez más pequeños, para obtener un efecto de angustia y estrechez; podemos crear una sucesión de acontecimientos cada vez más rápidos para dar una impresión de aceleración…

Aquí sí que conservo el ejemplo original de Eco, porque es del Gargantúa de Rabelais y es… especial:

A unos les espachurraba los sesos, a otros les rompía los brazos y las piernas, a los de más allá les dislocaba los espóndilos del cuello, a aquellos otros les molía los riñones, les rebanaba la nariz, les ponía los ojos a la funerala, les quebraba la mandíbula, les hacía tragarse los dientes, (…) les dejaba reducidos a polvo los huesos de las extremidades.

Como veis (o no, porque no he transcrito todo el ejemplo, pero os hacéis una idea), las descripciones de violencia van de menos a más, culminando en una violencia total, absoluta: la destrucción de los mismísimos huesos de las víctimas. La acumulación añade elementos de manera exponencial, hasta terminar en una explosión semántica.

Y terminamos con un tipo de descripción también de lo más efectivo:

5. Descripción con remisión a experiencias personales del destinatario

El autor no es adivino, así que lógicamente no puede crear recuerdos en conjunción con los de su lector desconocido. Pero sí puede insertar experiencias emocionales comunes, contundentes, que pueden o bien despertar la memoria de experiencias propias en el lector, o bien hacer que finja o crea esa memoria, siempre que haya logrado que el lector caiga en el sueño de ficción, que empatice con el texto, que firme el pacto narrativo.

De esta parte es de donde Eco extrae el título para su artículo. Pone un ejemplo de Blaise Cendrars, que describe en su poesía la percepción visual de los semaphores (señales de ferrocarril) bajo la lluvia, esa especie de niebla rápida y borrosa creada por el paso rápido del tren cuando miramos por la ventanilla aquello que dejamos atrás. Esta descripción tiene tres virtudes. Primero: que es muy concisa y a la vez original, es decir, se trata de un efecto que no se menciona con frecuencia en la literatura; segundo: que es hermosa y evocadora, estéticamente misteriosa y bella; tercero: que puede despertar nuestro propio recuerdo y/o hacer que pensemos en esa experiencia. Aunque no sea con señales de ferrocarril, cualquiera que haya ido en tren o en coche bajo la lluvia a cierta velocidad habrá tenido una experiencia perceptiva similar. Esto despierta una curiosa sensación de intimidad con el autor, de reconocimiento, que nos produce placer, complicidad y, en cierto modo, agradecimiento.

Si eres capaz de despertar ese reconocimiento, de poner el dedo en la llaga/excitación/terror/sueño de algún lector, lo has captado para siempre. Y la mejor forma de hacerlo no es meterlo de manera artificial, a la fuerza, como reflexión sesuda de un personaje que, obviamente, es un trasunto del propio escritor. La sutileza es tu amiga en estas lides. Es en la descripción donde puedes colar este tipo de experiencias tuyas o ajenas, mezclándolas con la experiencia personal del espacio.

¿Veis como la descripción no es simplemente contar lo que ve un personaje? ¿Que no es solo decirle al lector dónde está o cómo es algo con adjetivos y metáforas que suenan bien?

Oh, no. La descripción es todo un arte, amigos.

¿Y cómo podemos aprender a aplicar mejor estos trucos tan majos?

Leyendo, claro. Es la mejor manera: nos fijamos en las estructuras de los maestros para ver cómo usan ellos todos estos trucos.

¿Pero quién tiene tiempo para leer?

McGuire y cómo huir del exceso digital

Hay mucha información por ahí sobre el speedreading, sobre cómo leer lo más posible en el menor tiempo posible. ¡Y hay tantos libros por leer y tan poco tiempo para hacerlo! Es tentador recurrir al vistazo, o incluso a Blinkist, esa app que te permite hacer como que te has leído algo (sin haber tenido que leerlo).

Debemos ser selectivos, pero también debemos encontrar el momento para la lectura. Un libro de no ficción sí puede, hasta cierto punto, resumirse, digerirse rápido, pero, como dice Alejandro Gamero en su artículo sobre Blinkist, un libro no es solo su argumento, y no puede trocearse, reducirse y condensarse si pretendemos alimentarnos de su esencia general. Las partes forman el todo y viceversa.

Aunque ya sé que está muy visto hablar de todas las propiedades positivas de la lectura, creo que aprender a leer de nuevo (no saltando de cosa en cosa, que es para lo que nos está condicionando internet) puede tener un efecto muy necesitado en nuestra concentración y puede ayudarnos a reducir el estrés. Lo dice muy bien aquí Hugh McGuire, que recuperó la costumbre de leer libros como antídoto al exceso diario digital, a ese content shock del que ya muchos intentamos huir:

leer

Seguir estas tres reglas ha tenido un gran impacto en mi vida. Tengo más tiempo, ya que no estoy persiguiendo de forma constante el siguiente byte de información. Regresar a la costumbre de leer libros me ha dado tiempo para reflexionar, para pensar, y ha aumentando mi capacidad de concentración y el espacio mental creativo que necesito para solucionar problemas en el trabajo. Mis niveles de estrés han bajado mucho y mis niveles de energía han subido.

¿Cuáles son las tres reglas a las que se refiere McGuire?

Son las siguientes:

  1. Al llegar a casa del trabajo, McGuire guarda su portátil y su iPhone.
  2. Tras la cena, evita usar la televisión, Netflix e internet en general.
  3. Nada de pantallas en el dormitorio, con la excepción del lector electrónico.

Lo del dormitorio es importante. Necesitamos un tiempo de relajación para que el cuerpo se prepare para dormir. La luz azul de las pantallas normales le dicen al cerebro que todavía es de día, y eso no ayuda, para nada, a conciliar el sueño. Si a veces usas, como yo, una tablet o similar para leer, puedes utilizar una aplicación como Twilight para regular la luz emitida por la pantalla.

Para McGuire, la lectura tranquila de libros enteros no es una manera de adquirir conocimientos, sino un método para recuperar la concentración que da la monotarea, en concreto la concentración agradable que produce la lectura calmada de un libro que nos gusta.

Otro sistema es el que sigue el bloguero y escritor James Clear. Clear busca conocimiento, pero acaba llegando a conclusiones similares que McGuire. El conocimiento puede obtenerse de manera agradable, calmada y enfocada.

Clear y cómo leer más de 30 libros al año

El sistema de Clear es sencillo y eficiente. Parte de su necesidad, como McGuire, de modificar su relación con la lectura:

leer

Cuando me fijé en mis hábitos de lectura, me di cuenta de que surgían como reacción a algo, que no eran proactivas. Si aparecía en mi pantalla un enlace interesante a través de Facebook o Twitter, yo lo leía como reacción. No estaba haciendo tiempo, de forma consciente, para leer libros a diario. Simplemente estaba leyendo ideas interesantes que otros me colocaban delante.

Como resultado de esto, la mayor parte de mis lecturas eran en línea. A ver, hay bastantes artículos excelentes en la red, pero en general la calidad de un buen libro es mayor. Los libros suelen estar mejor redactados (hay una mayor labor de edición) y tienen una información de mayor calidad (mayor atención a la comprobación de datos y una documentación más extensa). Desde el punto de vista del aprendizaje, probablemente sea un uso más eficiente de mi tiempo leer libros que contenido online.

¿Cómo solucionó este problema Clear? ¿Cómo hacer, activamente, ese tiempo para leer?

james clear leer

Este es el único patrón que he podido seguir de forma consistente:

Lee 20 páginas al principio del día.

Normalmente me despierto, bebo un vaso de agua, escribo tres cosas por las que estoy agradecido y leo 20 páginas de un libro. Durante las últimas diez semanas, he seguido este nuevo hábito. Hoy, llevo cien páginas de mi séptimo libro. A este paso (7 libros en 10 semanas), leeré unos 36 libros a lo largo del año. No está mal.

Y esta es la razón por la que creo que funciona este patrón: 20 páginas es lo bastante poco como para no parecer demasiado difícil. La mayoría de la gente puede leer 20 páginas en unos 30 minutos. Y si es lo primero que haces por la mañana, las urgencias del día no se te van metiendo por medio.

20 páginas parecen pocas, pero se van sumando con rapidez. Es una gran velocidad media.

Clear elige de manera consciente las primeras acciones que realiza durante el día. Bebe un vaso de agua, porque el cuerpo necesita hidratación tras una noche sin consumir líquidos. Lo de escribir cosas por las que uno está agradecido es un truco psicológico para empezar el día con buen pie, relativizando los males propios y pensando en aquello que nos alegra. Y lo de leer… bueno, qué os voy a contar que no sepáis ya. Sean cuales sean los beneficios a nivel mental, ¡es que es muy divertido!

Personalmente, combino ambos métodos, el de Clear y el de McGuire. Leo un mínimo de 20 páginas al día, pero por la noche, antes de dormir. Nada me relaja más que hacerme una infusión (tila, pasiflora, melisa… chorradas de esas) y acurrucarme en la cama con mi gato y una buena lectura. No soy la más rápida del mundo (el año pasado leí 25 libros, aunque hay que tener en cuenta que eran, de media, bastante más largos que los que suele leer Clear), pero cuando leo por placer no tengo prisa ninguna.

descripciones mágicasEn mis sueños tengo un armario lleno de vestidos de flores y leo en un campo perfecto sin bichos, rodeada de incunables, de teteras monísimas y de cupcakes de colorines. Y lo que hay en la tetera no es té, son mojitos.

Leo todo el día por trabajo, por ansia de saber, por documentarme, por mil razones. Cuando leo por placer, quiero que este sea lento y que merezca la pena.

Y es que también tenemos que recordar eso: el placer de la lectura. ¿No era, al fin y al cabo, para lo que escribíamos?

Para que otros se acurrucasen con una infusión, un gato, un bostezo y un buen libro.

Nuestro libro.


(1): Si no has pillado esta referencia, pregúntale a tus padres, a tus abuelos o a cualquier DJ de más de treinta años de Cadena Dial.


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