Hoy no haré un artículo de recortes normal, como los de viernes normal.

Tal vez este tema de hoy sea un único y gran recorte (gran por lo de extenso; la calidad ya la juzgáis vosotros).

Viene de un artículo que leí hace poco de Yolanda González Mesa, donde reflexionaba sobre los espacios que usamos para crear y de las excusas que utilizamos para procrastinar un poco más. Nos podemos atar tanto a nuestras manías y rituales que nos decimos que sin ellos no podemos trabajar: olvidamos que son herramientas, no razones. Nos mentimos. Es más fácil decir que no tienes el despacho perfecto que decir que no te apetece, que te da miedo, que estás cansado/a y que no ves futuro para este laberinto de dieciocho mil salidas en falso en que te has metido por mucho que tu madre te pregunte por qué. Por qué, hija, por qué.

(Gracias, a todo esto, mamá, por nunca hacer esa pregunta en alto).

El artículo de Yolanda se llama No uses la falta de espacio como excusa.

Hay muchas otras cosas que usamos como excusa. Mi bandeja de correo y mi memoria están llenas de personas que me cuentan, semana tras semana, por qué lo tienen tan difícil para escribir.

Eh, yo no voy a juzgar a nadie. En muchos sentidos, lo tengo más fácil que otras personas. Y muchas de esas «excusas» que damos son excusas reales, razones de imposibilidad, de peso muy pesado.

excusas para no escribirAlgunas excusas son perfectamente válidas. "Mi pelo ha tomado conciencia de sí mismo y me he levantado que parezco el tipo ese de Hellraiser" es una de mis favoritas.

Muchas otras veces no lo son. Y la falta de sinceridad que tenemos para con nosotros mismos (sí, claro que me incluyo) nunca deja de sorprenderme.

He enumerado las once excusas que creo que son más comunes, las que más escucho, y ofrezco algunas sugerencias para analizar si son excusas reales o falsas, para intentar demolerlas de una vez por todas.

Empezamos con aquella que inspiró este artículo: la falta de un espacio adecuado.

excusas para no escribir

Excusa número 1: No tengo espacio

Podría daros una larga lista de autores que escribieron obras maestras en condiciones menos que ideales. Aquel rinconcito donde Stephen King aporreaba su máquina de escribir. Las cafeterías donde Rowling escribió Harry Potter. <Inserte su historia de escritor triste aquí>.

Ciertas condiciones y entornos pueden ayudarte a escribir, pueden ayudarte a concentrarte, a entrar en ese siempre bienvenido flow. Pero prueba un día a escribir en otro sitio completamente diferente. Puede que te cueste más, puede incluso que se resienta la calidad de tu texto, pero escribes. Las palabras se ponen una tras otra, que es, al fin, de lo que se trata. Ya lo dijo Margaret Atwood: Una palabra tras una palabra tras una palabra es poder.

Si vas a crear, crearás en cualquier sitio. No se trata, como creen muchos, solo de ese impulso vital, de la llamada de la musa. Es la disciplina de sentarte (o tumbarte o quedarte de pie) en el lugar más insospechado, ignorar todo lo demás y crear mundos. Hazle caso a Bukowski: ya puedes tener toda la luz, aire, espacio y tiempo del mundo, no sirve de nada si lo único que haces es buscar nuevas excusas.

Y, hablando de tiempo…

Excusa número 2: No tengo tiempo

Esta es, a mi juicio, la excusa más válida. Es verdad, puede no haber tiempo. El día solo tiene 24 horas. Si trabajas, si tienes una familia de la que cuidar, si todas tus prioridades ―todo aquello que necesitas hacer para sobrevivir― se adelantan y te roban las horas, no hay nada que puedas hacer.

Me siento incómoda cuando alguien dice: «no digas que no tienes tiempo, haz tiempo». Esa es una frase de persona que tiene la vida resuelta. Todos los que escribimos hemos tenido semanas de esas casi sin dormir, trabajando en algo que no es nuestra escritura con la esperanza de llegar a fin de mes. Hemos exprimido como hemos podido cinco malditos minutos, cinco malditos minutos que le hemos robado al desayuno, a la ducha, al sueño, para garabatear unas palabras. A veces, sí, es cierto que no hay tiempo. Físicamente.

Pero no siempre es así. Para muchos es una excusa muy frecuente y muy muy embustera.

¿No tienes tiempo para escribir y tienes tiempo de entrar en Facebook, de enfadarte con alguien en Twitter, de enviar 118 mensajes seguidos de Whatsapp (no sé si os he contado que creo que los grupos de Whatsapp están basados en algún que otro pasaje del apartado «Infierno» de La divina comedia de Dante)?

excusas para no escribirLas abejas no tienen wifi, se pasan todo el día zumbando de aquí para allá, curra que te curra, y encima tienen que huir de los malditos paparazzi de National Geographic. ¿Quién eres tú para quejarte?

Para empezar, solo necesitas 5 minutos. Prueba a crearte el hábito, a escribir cinco minutos todos los días durante un mes. Luego súbelo a 10. A los 90 días, súbelo a 15. Róbale segundos a los minutos, minutos a las horas, aumentando al máximo tu productividad. No esperes al día perfecto donde podrás sentarte a escribir durante horas, porque es muy posible que ese día no llegue.

Cuídate del «hoy no hay tiempo», del «ya escribiré mañana». Porque hoy ya es mañana y, antes de que te des cuenta, fue ayer.

Excusa número 3: No consigo concentrarme

Esta es complicada, porque puede deberse a muchos factores. Y depende de tus circunstancias personales y de aquello que te distrae.

Cuando escribas, desconecta internet. Apaga el router o usa alguna aplicación de bloqueo. También hay editores de texto minimalistas que solo te permiten trabajar a pantalla completa. Necesitas un enfoque completo, y para esto nada hay tan recomendable como la técnica pomodoro. Para los que no estéis ya hartos de leer sobre esta técnica en mi blog, os resumo: trabajas 25 minutos y descansas 5 minutos. Pero cada 25 minutos de trabajo deben ser completamente monotarea. No puedes salir de lo que estés haciendo. Yo ahora uso Moosti como temporizador, pero cada vez hay más aplicaciones para ello. Hasta puedes comprar temporizadores físicos. No recomiendo que pongas alarma en el móvil, a no ser que hayas quitado también la conexión a internet de tu smartphone.

Si no te gustan los pomodoros, aquí tienes 68 opciones más.

Ten en cuenta también que cada persona necesita una cantidad de tiempo diferente para concentrarse (al cerebro le lleva un tiempo cambiar de tarea y volver a alcanzar un nivel de enfoque óptimo, por esto es tan pernicioso hacer varias cosas a la vez). Experimenta, analiza, apunta. Yo me concentro con mediana rapidez (siempre que no estén las redes sociales demasiado a la vista), pero encuentro que es en rachas largas de escritura donde obtengo mejores resultados. Pese a lo apuntado en el punto dos, si tu problema no es el tiempo y tienes una disciplina bien marcada para escribir, puedes probar a contrastar los resultados de una práctica diaria más o menos corta (15-30 minutos, por ejemplo) con los de una práctica semanal larga (más de 2 horas seguidas).

Recuerdo que leí en la web de alguna universidad de prestigio estadounidense que se recomendaba a los alumnos de doctorado que escribieran 90 minutos al día (sin incluir correcciones, investigación, etc.: solo escribir). Parece ser que es la cantidad de tiempo ideal para entrar en flow y producir una cantidad encomiable de texto. Si el tiempo no es tu problema, sino la concentración, prueba con esta solución y, de nuevo, analiza los resultados.

Acuérdate de apartar un tiempo solo para ti (preferiblemente siempre a la misma hora del día). Explica a tus amigos y familiares que es importante. Que los quieres mucho, pero que una simple interrupción puede echar por la borda una buena sesión de trabajo. Cierra la puerta y coloca un cartel de «No molestar», si hace falta. Ponte auriculares con música o con ruido blanco. Lo que sea necesario.

Ah, y duerme tus horas. Haz algo de ejercicio y come ligero. Nada afecta tanto a la concentración como el sueño, el dolor de espalda o una digestión pesada.

Fácil de decir, pero no tanto de hacer, lo sé.

Excusa número 4: No tengo talento

También conocido como «no sirvo para esto», «se me da fatal» y «doy vergüenza ajena».

¿Te crees que los escritores nacen sabiendo escribir? ¿Que la musa los bendice con su mano mágica y de repente son Shakespeare, Cervantes o Pitbull?

No, no. Hay que trabajar muchísimo para escribir letras tan elevadas como estas (las tildes y comas las he colocado yo):

Bon bon bon bon, yo quiero estar contigo.
Bon bon bon bon, tú quieres estar conmigo .
Bon bon bon bon, dale, cosa rica .
Bon bon bon bon, trae tu amiguita.

O no. Pero míralo por el lado positivo, si este señor puede arrasar con sus ritmos calentorros, estoy muy segura de que tú, sí, tú, tienes algo de provecho que darle a la humanidad. Por lo menos más que Pitbull.

Escribir no es una habilidad innata. Por supuesto que a algunas personas se les da mejor que a otras, y a algunas de entrada se les da escandalosamente mejor, pero eso no quita que el trabajo sea necesario. Con un trabajo consciente e inteligente, es imposible no mejorar, no producir algo digno. Lo que necesitas es tiempo, constancia y muchas ganas de aprender.

Mira ahora esta letra:

You went back to what you knew
So far removed from all that we went through
And I tread a troubled track
My odds are stacked
I’ll go back to black

(Traducción mía muy libre: Volviste a lo que conocías / Tan alejado de todo lo que pasamos / Y yo recorro un camino accidentado / Ya está la suerte echada / Regresaré al negro).

Pertenece también a un clásico de la música pop: Back to Black, de Amy Winehouse. No va a ganar ningún premio por la mejor letra del mundo, pero es bastante decente (sobre todo con su voz escalofriante y la nostalgia de lo que dejó atrás, y el juego de negro como depresión, luto o el color negro de la ruleta). Algo que descubrí hace poco viendo un documental sobre Winehouse fue que iba a todas partes con lápiz y papel, que escribía letras de manera constante. Es muy probable que en los últimos años de su vida esta costumbre se resintiera debido a sus múltiples adicciones, pero es algo que muchos de los que la conocían comentan: siempre escribía. Tenía una voz de talento, eso es innegable, pero yo diría que no era una poeta excepcional, por lo menos no en principio. Creo que supo convertirse en una letrista digna por esa práctica constante; su trabajo también nos recuerda que no hace falta escribir de manera barroca y recargada para comunicar un mensaje emotivo con eficiencia.

Y no, no es necesario ponerse hasta el culo de drogas y alcohol para escribir, aunque siempre hay alguien que aboga por ello. Aparte del efecto alucinógeno de algunas drogas, utilizamos ciertas sustancias porque nos hacen perder el miedo. No sé si es que enaltecen nuestra creatividad o si la creatividad saca la cabecita del escondite porque ya no está el bloqueo de siempre. Con esto lo que quiero decir es que la falta de vergüenza y una energía a tope pueden ser relativamente útiles para escribir (pero, de nuevo, no me hagáis un Amy. Os quiero vivitos y coleando más allá de los 27).

Lo de la vergüenza y el miedo está también muy relacionado con esto:

Excusa número 5: Me van a poner verde

Sí, y azul y amarillo y octarino. Van a insultarte. Te van a mandar emails no solicitados contándote todo lo que está mal con tu libro. Te van a preguntar si eres consciente de la montaña apestosa de porquería que has creado. No son escritores, pero querrán enseñarte a escribir. Por alguna razón que nunca comprenderás, la experiencia que han tenido con tu libro los ha irritado más que si hubieras entrado en su casa sin llamar y le hubieras tirado sirope caliente encima a su abuela. Para luego quitárselo a lametones.

Y lo peor es que muchas veces todo esto lo harán tus seguidores, tus fans. Aquellos que con tu último libro te besaban los pies. No hay nada tan caprichoso como un lector. Y no hay nada tan terrible como un lector que se siente traicionado.

excusas para no escribirTiene todas tus tapas duras, tus versiones de coleccionista y tus calendarios. Va a quemarlo todo. Todo a la hoguera, sí. En cuanto su madre le encienda la cerilla.

Pero ¿sabes lo que ocurre? Que, por lo menos en lo que a tu texto se refiere, tienen todo el derecho del mundo a opinar, aunque sea mal.

La lectura es subjetiva. Puedes escribir el mejor libro del universo y alguien lo odiará. Habrá una señora gruñona en Venus que mirará el retrato de la solapa de tu libro y te escupirá moco maloliente a través de sus veinte orificios.

Puedes escribir el peor libro del mundo y alguien lo amará. Tal vez hasta se convierta en superventas.

Editores y autores: a no ser que un lector diga algo realmente peligroso e incierto sobre vuestra persona o libro (algo del estilo: «sé de buena tinta que este autor es cienciólogo y que escribió este libro por encargo del hijo bastardo de Tom Cruise y John Travolta»), por favor, dejad de contestar a reseñas y comentarios. Sé que duele, lo sé. Pero estáis condicionando a vuestros lectores. Si saben que de abrir la boca saltaréis, no pueden expresar una opinión sincera.

Lector: por mucha pupa que me hagas, defenderé tu derecho a poner verde mi libro. No voy a defender tu derecho a insultarme a mí directamente, claro, pero también sé que ese es un daño colateral que a veces es inevitable.

Porque ya no es mi libro. Es tuyo. Tú lo has leído. Tú has sentido cosas con este texto. ¿Por qué pagar contigo algo que es solo de tu incumbencia? La mitad de las críticas negativas que recibiré serán por mi culpa; la otra mitad serán por problemas y rollos extraños y más problemas tuyos, lector. Yo no puedo satisfacer a todo el mundo.

Así que hazlo lo mejor que puedas, amigo escritor, lo mejor que sepas, y disfrútalo. Escribe aquello que te habría gustado leer. Y luego, libera. Deja volar. Sé fuerte. Te van a poner a parir hagas lo que hagas. ¿Pero no es mejor eso que ser invisible, permanecer escondido/a, no mostrar nunca lo que hagas? Del feedback negativo es del que más se aprende.

(Lo cual no implica que me haga p**a gracia, ojo).

Y es que esa es otra: haz caso solo a las primeras reseñas malas, fíjate en lo que se repite. Nadie te obliga a leer los mismos asaltos a mano armada una y otra vez. Léelas al principio, aprende. Luego todo es morbo y masoquismo.

Excusa número 6: No es perfecto

¿Cómo voy a publicar esto? ¡No está bien! ¡No es perfecto! Qué pereza corregirlo de nuevo, porque es absolutamente necesario corregirlo por cuadragésima vez.

Tengo una regla con los artículos del blog. Solo los leo cuatro veces. Escribo un artículo, lo voy releyendo conforme edito el borrador, luego lo reviso. Le doy a publicar y lo leo una última vez. Con suerte, José Antonio tendrá la paciencia necesaria para leérselo un poco más tarde y avisarme si encuentra algún fallo. Y ya.

Se van a escapar erratas. Tengo amigos correctores que a veces me las señalan, lo cual tiene su punto guay, porque siempre mola que alguien que sepa trabaje gratis para ti sin que se lo pidas. Y tengo lectores en general a los que les gusta decirme dónde he metido la pata, tanto en público como en privado. Lo cual también mola (aunque más en privado, ejem), porque cada vez queda mejor el texto (aunque reconozco que es irritante si se equivocan o si lo hacen de manera desagradable, pero para eso me voy a tatuar el apartado anterior de este artículo en la frente, para vérmelo cada vez que vaya a llorar, desconsolada y humillada, al baño; así me lo veo en el espejo).

Si quisiera que todo fuera PERFECTO, así, en mayúsculas, los artículos no saldrían nunca.

Tengo que confesar, para mi vergüenza y oprobio y demás falsas modestias, que estoy muy contenta con los últimos artículos que he hecho en la serie de recortes. Todo aquello de las descripciones y los textos sublimes y demás.

También confesaré que cuando termino un artículo del que me siento orgullosa, cuando respiro por fin tras la tarea interminable que es editar un borrador, me da algo de miedo. Me atraca una pregunta en particular: ¿cómo voy a volver a hacer esto?

Por lo visto es algo que le pasa a mucho gente. Profesionales que, aun amando su trabajo, tienen un día estresante, lo dan todo y se acuestan y, cuando se levantan de nuevo al día siguiente, piensan: ¿y cómo voy a volver a hacer lo de ayer?

Será síndrome del impostor, perfeccionismo y todas esas cosas que tan mal nos vienen a los escritores, tal vez. Nos intentamos equilibrar en un punto medio muy inconstante: querer dar siempre lo mejor de nosotros es terrible y perjudicial, pero esa no es excusa para la pereza. Para ello, permitidme citar a Seth Godin.

perfeccionismo

Mientras esperabas a la perfección

Has dejado que lo mágico te pase de largo. Por no mencionar lo «bastante bueno», lo increíble y lo maravilloso.

Quedarnos a la espera de lo que no puede mejorarse (y no puede criticarse) nos impide empezar.

Simplemente empieza.

Todo esto me hizo pensar en el bloqueo que tenemos los perfeccionistas. No es tanto que seamos perfeccionistas, creo yo. Es que estamos paralizados por el miedo a la crítica.

Para esto, véase el apartado anterior (again); recúrrase al tatuaje frente al espejo. El único remedio que tiene el perfeccionismo es empezar, escribir y luego publicar.

Excusa número 7: No estoy inspirado/a

Las musas existen. Quiero decir que hay momentos en que el mundo explota y te parece tocar el sonido con las manos y ver la esencia del universo. Escribes como si Lorca y Schopenhauer te susurraran muy despacio, cada uno en un oído, mientras George R. R. Martin te acaricia suavemente los pies.

Ocurre algo inesperado: si esperas que llegue ese momento, es raro que aparezca. Pero si lo buscas a diario, cada vez llega con más frecuencia.

Flow, inspiración, divinidades parnasianas. Llámalo como quieras. Viene cuando te sientas a diario delante del ordenador, cuaderno, lienzo, tripas de cabra. Viene cuando haces tu sacrificio diario en forma de sudor, sangre, esfuerzo, tiempo. Es lo que tienen las divinidades: suelen ser narcisistas y hay que saber seducirlas.

La inspiración es eso que esperan los demás mientras los escritores estamos trabajando.

Excusa número 8: Todo está ya escrito

Es cierto, muy cierto. Personas mucho más inteligentes que nosotros ya han hablado de todo lo que queremos hablar. Pero qué hay del sexo de ideas. Qué hay de otro enfoque. Qué hay de aquello que tú, con el peso de tus influencias, puedes aportar con la experiencia única combinada que te dan los años que has sobrevivido, la cultura en la que has crecido.

La originalidad está mal enfocada. Se nos anima a crear siempre algo original, extraordinario, diferente, pero todos cogemos de aquí y de allá, incluso sin darnos cuenta. Claro que has de evitar el plagio, la copia, pero no puedes evitar ser hijo/a de tu tiempo. Aprovéchalo, hay mucho de lo que aprender y contar. Olvida la idea de que crearás algo nunca creado, algo completamente nuevo. Concéntrate en crear algo maravilloso.

Excusa número 9: No me encuentro bien

¿Sabes quién era Mattias Buchinger? Era un señor que nació sin manos ni pies hace muchos, muchos años. Era mago, músico y calígrafo y se dibujaba (¿escribía?) autorretratos haciendo cosas así, usando sus muñones:

excusas para no escribir

Reconozco que «no me encuentro bien» solía ser una de mis excusas favoritas. Todavía lo es. Todos tenemos días horribles. Hay muchos factores que pueden llevarte a no encontrarte bien, desde el dolor crónico a otras cuestiones que se alimentan de tu energía y creatividad y te dejan hueco, como la ansiedad o la depresión.

¿Sabes quién más sufría de depresión? Winston Churchill. Todo el mundo recuerda que era un borracho; pocos se acuerdan del perro negro, ese black dog que lo perseguía sin descanso.

Venga, tienes que sacar a liderar a tu país en una guerra mundial. Venga, tienes que intentar salvar a tu gente de un loco de bigote ridículo. Repite conmigo las palabras de Churchill:

Nunca, nunca, nunca abandones.

Ni con todos los ejércitos del mundo en tu contra. Ni con el dichoso perro negro. Solo veinte minutos al día sirven para cumplir con algo que es importante para ti. Incluso en los días más oscuros, es en la rutina y el hábito donde podemos ir tirando hacia adelante, donde podemos salvarnos a nosotros mismos.

Busca ayuda profesional si la necesitas. Pero no permitas que la pereza se disfrace de otra cosa. Si necesitas descansar, darte un respiro, hazlo. Pero que sea para recuperar fuerzas y coger carrerilla.

Ahí va la décima:

Excusa número 10: Nunca voy a poder publicar

Es verdad, publicar es muy difícil. Todos hemos sufrido rechazos, silencios editoriales y todo lo demás. Hay un mundo cruel y competitivo ahí fuera, y más te vale ser el mejor, el que tiene más contactos o seguidores en Instagram para que algún agente o editorial te haga algún caso. Por lo demás, permitidme que remate este apartado entero con una sola palabra:

Autoedición.

¡Siguiente!

Excusa número 11: Escribir es difícil

Sí, si te resulta fácil, es que igual no lo estás haciendo bien.

Escribir es condenadamente difícil. Puede ser entretenido, divertido, inspirador, catártico, pero rara vez es sencillo. Y no hablemos de todo lo que va asociado: leer muchísimo, aprender, conocer las herramientas del trabajo, entender cómo funcionan otros textos…

Muy, muy difícil.

Así que mejor déjalo ya.

Uno menos en la carrera.

Lo malo de todas estas excusas es que también pueden esconder algo más profundo. Algo como que en realidad no quieres escribir, que en realidad no es importante para ti. Acéptalo, porque eso es bueno. Puedes escribir solo cuando te apetezca, disfrutarlo a tu gusto. Puedes limpiar ese espacio de culpa y ansiedad de tu cerebro y dedicarlo a otra cosa. Mirarás atrás en tu lecho de muerte y te dirás: «Menos mal que dejé de escribir, mira todas las demás cosas importantes que pude hacer en vez de dedicarme a algo que ni siquiera me apasionaba».

excusas para no escribir¡Si no hubiera dejado la escritura, nunca me habría convertido en entrenador profesional de gansos bailarines!

Pero si pretendes escribir en serio, si realmente quieres aprender, publicar, que te lean… ay.

Lo siento. De veras que lo siento.

Olvida estas excusas, vuelve a leer el título de cada apartado y deséchalas. Nunca te sirvieron de nada.

Así es como duramos los demás. Contamos con que gente que se acoge a la excusa número 11, gente que dice que escribir es demasiado difícil, se rinda. Contamos con ello, con esos corredores que se preparan como verdaderos atletas pero luego caen, exhaustos; se desvanecen a media maratón. Así no morimos de hambre: siempre podemos alimentarnos de sus cadáveres. ¡Ja!(1)

Por cada persona que deja de escribir porque es difícil, hay veinte personas que siguen escribiendo porque es difícil. Porque fácil no merece la pena. Nadie destaca haciendo algo fácil, eso no da satisfacción. Esas veinte personas saben que un paso lento sigue siendo más rápido que el de todos los que se han quedado tumbados en el sofá.

¿Es difícil escribir? Sí.

No te preocupes. Abandona la carrera.

Déjanosla al resto.


(1) Una vez más, os recuerdo que en Gabriella Literaria no abogamos por el canibalismo. Cualquier mención, directa o indirecta, a la antropofagia es siempre metafórica.


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