Voy a empezar este artículo de viernes hablando de mí.

Sí, voy a hablar de mis libros. No os vayáis, os aseguro que esto viene a cuento.

Quiero hablar del peligro de escribir demasiado.

Porque, qué le vamos a hacer, creo que soy un buen ejemplo de eso. Soy un ejemplo de que sí, es posible escribir demasiado. Sobre todo si no corriges a la par.

Todos los que lleváis un tiempo siguiendo el blog sabéis que llevo meses trabajando en mi siguiente libro: un compendio de relatos llamado Lectores aéreos*.

Lectores aéreos ha superado por fin su fase última de corrección y ahora está a la espera de una última revisión por parte de mi muy sufrido lector cero absoluto (ya sabéis, la temperatura a la que mueren todo ser vivo y las ilusiones de un escritor). Está ya en la parte divertida de empezar a lidiar con la conversión a ebook, una parte que voy a llamar, simplemente, «problemas técnicos».

Puede parecer que este libro lleva mucho tiempo en preparación y así es. Las correcciones son ratos de trabajo que robo de entre los entresijos de la nada que es mi tiempo libre. Una vez escrito un texto, puedo pasar muchos meses intentando darle todas las revisiones y reescrituras que necesita.

La revisión es peligrosa. Primero, porque soy correctora y eso hace que sea mucho más obsesiva con la forma de lo que lo son muchos de los escritores que conozco (esto también me convierte en una lectora insufrible. Creo que por eso leo tanto en inglés, por no tener que atizarme con la tablet en la cabeza cada vez que veo un gerundio mal usado o una metáfora sin sentido). Segundo, porque escribo demasiado.

¿Se puede escribir demasiado? Sí, se puede.

En los momentos en que redacto esto, mientras Lectores aéreos espera sus últimas anotaciones, estoy en el proceso de corrección de una novela cuyo borrador terminé el año pasado, tal vez antes. Tengo escritas y sin corregir dos novelas cortas más. Además, llevo más de 40000 palabras de otra novela nueva. (Ah, no os he hablado de otra novela terminada que está dando vueltas por editoriales, ni de otro borrador terminado y… mejor paro).

escribir demasiado

Gaiman y qué es realmente la novela para su autor

Creo que escribir a diario es importante, porque estamos ejercitando un hábito y una habilidad que debería estar en progreso constante. Pero ahí va una advertencia para incautos: no caigáis en el mismo embudo que yo. Reducid las palabras diarias al mínimo si hace falta, pero terminad lo que habéis escrito. Y con terminar me refiero a lo siguiente: publicad. Publicar es la única manera de terminar un texto. Si nadie os quiere publicar, publicad en Wattpad o en vuestro blog o en el corcho del rellano del ascensor de vuestro piso. Sí, junto a las listas de morosos de la comunidad y las reglas de uso de la piscina (no me puedo creer que tengáis piscina y no me hayáis invitado).

A las palabras de Neil Gaiman me remito, que decía lo siguiente en su prefacio a American Gods, hablando de las diferentes versiones por las que pasó su manuscrito:

gaiman

(…) ya que una novela es siempre, por lo menos para su autor, una pieza larga de prosa que tiene algo que está mal.

Sospecho que muchos autores pasan por rachas iguales que las mías: ese momento en que escribes y te parece que todo lo que has puesto está genial; ese momento, meses más tarde, en que te das cuenta de lo mucho que has progresado y lo horrible que es lo que escribiste entonces; ese momento, cuando sea, en que lees autores malos y te dices que tú lo haces mucho mejor, que no tienes tanto que perder; ese momento en que lees a un autor bueno y te dices que mejor haces las maletas y te vas de visita a un monasterio budista en el Tibet, a ver si te acogen.

Como dice Gaiman, una novela es un texto largo al que siempre hay que cambiarle algo. A veces no hay más remedio que tirarse de cabeza y lanzar la criatura al aire. Preferiblemente sin leer las reseñas luego.

Así que aprended de mí; escribid, escribid como locos, pero corregid como maníacos.

Y hablando de escribir demasiado, ¿qué pasa cuando lees demasiado? Alguna vez he hablado del speedreading, y otros han hablado de la belleza de la lectura lenta. También he reflexionado sobre cuántos libros queremos (y podremos) leer realmente en el tiempo que nos queda de vida. Pero ya que mencionamos a personas que leen y trabajan a ritmo desatado y frenético (sí, Alejandro Gamero, estoy hablando de ti), hoy vamos a hablar de Maria Popova.

Popova y el amor exacerbado hacia el libro

Mencioné a Popova hace poco. Lo hago mucho, porque es maravillosa y quiero casarme con ella. Lo malo es que 1) creo que tiene pareja, 2) yo también la tengo y 3) sospecho que no vería mucho a mi querida esposa. Según la Wikipedia, esto es lo que hace a diario la editora y redactora de la fantástica web de selección, reflexión y recomendación literaria Brain Pickings:

maria popova

Forma de trabajar

Mantener Brain Pickings lleva unas 450 horas de trabajo al mes. Popova lee cientos de textos al día y entre 12 y 15 libros a la semana. De aquí, publica lo mejor en su blog y en Twitter. Pasa entre tres y ocho horas diarias escribiendo, publica tres artículos al día de lunes a viernes, y publica tuits cuatro veces a la hora entre las ocho y las 11 de la mañana, con escasas excepciones.

Todos sus artículos se escriben y programan por adelantado. Popova procura no escribir los viernes, ya que prefiere reservarse ese día para enviar emails y asistir a reuniones. En cuanto a la recopilación de información interesante sobre la que escribir, Popova suele leer los textos más largos en el gimnasio. Ojea las noticas mientras come y escucha podcasts durante sus desplazamientos.

Su rutina diaria incluye mirar su email, su lector de contenidos y su feed RSS, programar diez tuits para que se publiquen en Twitter a media tarde, luego va directa al gimnasio, donde hace la elíptica mientras lee. Vuelve a su apartamento y desayuna mientras sigue leyendo. Entonces se va a una de sus dos oficinas en Nueva York, donde escribe para el blog, programa más tuits, lee más contenidos, etc. Cuando termina, no ve la tele, sino que lee el periódico.

Por si fuera poco, escribe de pie, descalza, apoyada en esto. Y se pagó la universidad gracias a los cuatros trabajos que compaginaba con sus estudios. Lo de la Mujer Maravilla a su lado es de vagos.

Cuando tengo el día perezoso y tonto, me acuerdo de Popova.

Eso sí, espero que esas 450 horas incluyan las de algún asistente o algo, porque si no esta mujer tiene una tecnología de manipulación del tiempo que tendría que estar compartiendo en vez de guardársela para ella misma.

Palaia y la verdad: no estás tan jodido

La autora Marian Palaia escribió hace poco un artículo donde analizaba si los clásicos y prodigiosos másters de creación literaria de las universidades estadounidenses merecían las extremas críticas (y loas) de amantes y detractores. Concluyó, como suele ser el caso, que un poco de las dos cosas. Pero eso no es lo que me llamó la atención. Yo también tengo sentimientos enfrentados sobre los talleres y escuelas de escritura en general (creo que pueden ser fantásticos; también creo que pueden hacer mucho daño si das con el profesor equivocado, pero supongo que ese es un problema generalizado en cualquier medio docente). A mí me llamó la atención lo que Palaia dice de estos chicos privilegiados que pueden permitirse dedicar dos o tres o cuatro años de su vida a estudiar a conciencia el arte de la escritura, chicos que gracias a becas o dinero de sus padres o a cualquier otro medio pueden concentrarse en escribir y en nada más. Y a más de uno les ha oído decir, como buenos escritores, esa gran expresión: I’m fucked. Estoy jodido/a.

Recuerdo haber leído un estado de Facebook donde un escritor se lamentaba del dolor de espalda que tenía gracias a «su profesión».

Sí, sí, yo también tengo dolores de espalda, problemas con una vértebra, blablabla. No es porque sea escritora. Es porque soy idiota perdida y he pasado demasiadas horas de mi vida sentada delante de un ordenador. Hay factores genéticos en el hecho de que mi columna me odie. Escribo porque quiero escribir y luego lidio con las consecuencias. El otro día una editorial me dijo que no, otra vez. Oh, qué pena, voy a llorar a una esquina, snif.

Aquí todos pasamos hambre, no es necesario ser escritor. Y, como diría Palaia:

palaia

Y los libios que se están ahogando en la costa italiana cuando se incendian sus barcos. Y esas chicas en Nigeria. Y los cristianos en el norte de Irak. Y la gente que no tiene agua, o que tiene demasiada y sus países se están ahogando. Y los osos polares. Y los elefantes. Y la gente que vive en cajas de electrodomésticos bajo puentes. Esos son los jodidos. No tienes derecho (ninguna de las personas que leen esto lo tienen) a considerarte uno de ellos. Es algo que deberías recordar cuando escribes algo, sea lo que sea.

Y es algo que recuerdo siempre que escribo. No estoy jodida. He estado jodidilla. Todos lo hemos estado. Pero no. I am not fucked.

Así que la próxima vez que me queje demasiado… bah, la próxima vez que me queje demasiado sabréis soportarlo, que me tenéis mucha paciencia.

Walter y las reseñas de pago

Damien Walter es uno de esos personajes que tiene tantos seguidores como detractores acérrimos. Conocido sobre todo por su labor como redactor de ci-fi y fantasía para el periódico inglés The Guardian, su conocimiento e inteligencia son innegables, aunque creo que todos hemos tenido momentos en que hemos querido gritarle un poco (vamos a dejarlo en que es un señor de opiniones contundentes). Pero Walter es siempre un excelente iniciador de debates necesarios, y en su web explicó hace poco por qué había decidido que iba a aceptar hacer reseñas de pago. Esto es, iba a reseñarles libros a escritores que le pagaran por ello.

Antes de que pongáis el grito en el cielo, os dejo con esta cita:

damian walter

Debido a que tengo un historial de periodismo literario en muchas publicaciones de alto nivel, tengo un público relativamente fuerte de personas que le prestan cierta atención a mi opinión sobre libros nuevos. Pero. Si lleno mi blog y twitter de reseñas maravillosas de libros terribles, mi opinión no seguirá teniendo valor durante mucho tiempo. Por otro lado, si hago reseñas ocasionales y selectas de libros interesantes que de otro modo mis lectores se perderían, estoy ofreciendo un servicio positivo. No se trata de si me pagan, o quién me paga, se trata de asegurarme de que el pago no afecte a mi reseña.

Es algo polémico, sin duda, y otra muestra de que muchos temas aparentemente sencillos tienen muchos puntos de vista. Una persona con determinada influencia ha obtenido dicha influencia con una serie de posturas y opiniones propias. Si de repente empieza a soltar contenidos obviamente distintos, su público comenzará a desconfiar. Esta es la razón por la que muchas veces no recomiendo libros, aunque me lo pidan, o no comparto determinadas publicaciones. A mí no me cuesta nada hacerlo, pero sería un poco extraño para los que me leen. Es un poco como si os recomendara una empresa de telefonía, cuando entráis al blog para leer sobre escritura (o eso espero. Si entráis buscando empresas de telefonía, Google, vosotros y yo tenemos un problema de enfoque).

A lo que iba: creo que Damian Walter tiene todo el derecho del mundo a cobrar por sus reseñas. Porque es Damian Walter y puede decir lo que quiera. Eso sí: tal vez otros críticos no lo tengan tan fácil.

Y, también. ¿Tenemos derecho a quejarnos de algo así, cuando gran parte de la crítica tradicional ha venido condicionada por los anunciantes de un periódico o grupo web? Por lo menos Walter deja claro que sus reseñas están patrocinadas.

Zinsser y deshacerse de lo que sobra

Antes de Stephen King, antes de Anne Lamott y tantos otros que han escrito biblias para los escritores, estaba William Zinsser. Su libro On Writing Well (Sobre escribir bien) es uno de los más vendidos en la historia de escritores desesperanzados que compran libros sobre escritura de forma compulsiva. He leído unos cuantos resúmenes de sus consejos. Son sobre todo para escritores de no ficción, pero creo que este podemos aprovecharlo todos:

william zinsser

Deshazte de lo accesorio

Busca lo que sobra en lo que escribes y recórtalo sin piedad. Sé agradecido por todo aquello que puedes tirar a la basura. Examina una vez más cada frase que pones en el papel. ¿Está cada palabra haciendo un trabajo nuevo? ¿Podría expresarse alguna idea de manera más económica? ¿Hay algo ahí que sea pomposo o pretencioso o a la moda? ¿Te estás agarrando a algo inútil solo porque crees que es bello? Simplifica, simplifica.

¿Entendéis ahora por qué tardo tanto en corregir mis obras?

 


*Editando a 16/1/16: Lectores aéreos ya está bien terminadito, y podéis encontrarlo aquí y aquí.


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