No, no estoy hablando de una operación matemática, ese truco que nos enseñaron en el colegio y que sigo utilizando a día de hoy para calcular qué porcentajes me llevo por libro vendido, cuánto me debe una editorial y qué cantidad de dinero me queda del presupuesto de este mes para comprar tomos de Hellblazer  (la respuesta a todas estas preguntas siempre es la misma: insuficiente).

Llevo leyendo sobre la regla de tres para escritores ya desde hace tiempo y creo que ha llegado el momento de hablaros de esta herramienta.

La regla de tres puede ser la diferencia entre un ritmo narrativo bueno o uno malo. Creo que estaréis de acuerdo en que una herramienta así merece toda nuestra atención.

No es un concepto que suela ver en las webs para escritores o en los talleres de escritura en nuestro idioma. Tal vez es una regla que funciona mejor en inglés, no lo sé. Tal vez todo el mundo sabe de ella y soy yo la que ha llegado tarde a la fiesta. Pero los ritmos de nuestras lenguas se parecen; la musicalidad de lo que está bien escrito funciona tanto en una como en otra. Y yo creo que es una regla fundamental para aquellos que sufren de «infraescritura» (escribir demasiado poco, saltarse los detalles) y «sobreescritura» (agredir al lector con un repertorio interminable de subordinadas, adjetivos y detalles que no importan absolutamente a nadie).

Como cualquier «regla» para escribir, no es en realidad una regla, sino más bien una guía. No ha de aplicarse siempre, eso sería absurdo. Pero puede ser, como la propia palabra indica, una buena regla de medir, una manera de saber cuándo nos pasamos. Creo que solo hay dos reglas realmente sólidas en el mundo de la escritura: escribe mucho y lee mucho. Sospecho que esas dos son innegociables.

¿Pero qué es la regla de tres?

regla de tres

Clare y la regla de tres

El tres es un número mágico. Si no me creéis, solo tenéis que ver unas cuantas películas porno. Y es que este número funciona muy bien dentro de cualquier construcción narrativa, ya sea en una cama o un texto escrito: ¿os habéis fijado en que en las enumeraciones de muchas de vuestras novelas favoritas (o artículos favoritos) suele haber tres elementos? Esto no es casual. Responde a un patrón que, por alguna razón que se me escapa, al cerebro le produce orgasmitos de emoción intelectual. Me quedo con lo que dice al respecto la editora Linda Clare, en Live Write Thrive, que usa esta regla para tres cosas: diálogo, descripciones y contexto.

La regla de tres en los diálogos

No hay nada peor que un diálogo donde el autor ha aprovechado la intervención de un interlocutor para soltar toda una parrafada de exposición. Bueno, hay muchas cosas peores, pero esa es irritante, muy irritante. Lo de usar diálogos para explicar cosas relativas a la trama o al mundo en que nos movemos es útil, pero si nos pasamos, caemos en el peligro del datadumping (soltar datos a lo bruto), que queda muy artificial y aburrido. Del mismo modo, un diálogo con una intervención muy larga (sin acotaciones que indiquen qué hace el que habla mientras), se hace pesado y, para cuando pasamos al siguiente interlocutor, se nos ha olvidado quién era, cómo era y a qué dedicaba el tiempo libre. ¡Atención! ¡Gracias a la regla de tres esto puede evitarse! Recuerda: cada tres frases de un personaje, mete una acotación. Mirad la diferencia entre estos dos trozos de diálogo:

la regla de tres

Mediocre, ¿verdad? No sabemos nada de quién habla ni de qué están haciendo. Ahora vamos a aplicar la regla de tres y meter una acotación entre (por lo menos) cada tres oraciones:

la regla de tres

Ahora ya sabemos quién habla. Sabemos que Juancho es un chungo (aunque eso ya lo sabíamos. Es Juancho Pérez). Sabemos que la narración está escrita en primera persona. Gracias a los gestos de los personajes podemos visualizar el diálogo. La diferencia es grande, pero más importante: la regla de tres permite un ritmo adecuado. Ni nos faltan acotaciones, quitándonos información, ni nos sobran, interfiriendo con el diálogo.

Obviamente esto no significa que haya que poner acotaciones en todas las intervenciones. En el caso de intervenciones muy cortas, probad a usar la regla de tres para poner una acotación cada tres intervenciones, por ejemplo. Como veis, sirve para todo.

La regla de tres en las descripciones

Uno de los errores que encuentro con frecuencia en los autores con los que trabajo es cierta tendencia a alargar demasiado las descripciones, aburriendo al lector o, peor aún, utilizando descripciones típicas del tipo ojos-pelo-ropa. Las descripciones han de ser naturales, orgánicas, han de fluir con el texto. Y para eso también sirve la regla de tres. De nuevo, mirad la diferencia:

regla de tres

Aquí recibimos mucha información, bastante hortera, sobre el personaje llamado Camomila. Imaginad lo que le va a costar al lector volver a meterse en el texto después de tener que asimilar tanto dato descriptivo. Por no hablar de que metáforas como «piel de porcelana» están más muertas que Sean Bean en cualquier película o serie y deberían evitarse dentro de lo posible.

¿Cómo podemos aplicar aquí la regla de tres?

regla de tres

Tres datos, solo tres. ¿Y ya está?, me diréis. ¿Qué hay de toda la información que nos dejamos en el tintero? ¿Qué has hecho, Gabriella, con esos pechos turgentes?

Lo que yo he hecho o dejado de hacer con pechos turgentes no es asunto vuestro. Pero en lo que al texto se refiere, procedo a explicarme:

En primer lugar, expresiones como «senos turgentes» o «marmóreo pecho» deberían eliminarse de nuestro idioma, o esa es una creencia bien arraigada que tengo. En segundo lugar, no hemos eliminado datos. Hemos dado la parte necesaria de los datos en el momento adecuado. Detalles sobre la ropa de Camomila, el tamaño de su gloriosa delantera o la blancura de su piel deberán irse intercalando más adelante, de forma lógica y natural dentro del texto. Por ejemplo, unos párrafos más adelante el narrador puede decir que el roce de la falda de raso contra su miembro empezaba a ponerlo un poquito malo, o que del reflejo del sol contra su piel blanca quedó un pelín ciego y tuvieron un accidente con el caballo y cayeron por un precipicio y murieron de forma terrible.

Es lo que se dice siempre: no cuentes, muestra. Cómo hacerlo ya es cosa vuestra: pero no lo hagáis claro, evidente. Que el lector perciba detalles sobre los personajes a través de sus acciones. Lo importante es que unimos la descripción a la acción, los adjetivos al verbo; todo se somete a la narración. Integramos la información descriptiva dentro de todo lo demás, no creamos un bloque separado, exclusivamente descriptivo. ¿Difícil? Oh, sí. Pero ahí está la maestría, y para eso la regla de tres puede ayudarnos. Si solo damos tres elementos por descripción, nos limitamos a lo básico y fundamental. Dejamos el texto más limpio, más fácil de leer.

Clare dice que debemos dar tres detalles al describir: los tres detalles que queremos que el lector recuerde. Una forma de hacer que algo sea más fácil de recordar es hacerlo sensorial, sobre todo si se refiere a un sentido menos común que la vista (por ejemplo, podríamos hablar del tacto del cabello de Camomila, en vez de su color) o, si hablamos de un color, hacerlo muy específico (cereza en vez de rojo; esmeralda en vez de verde; azul como el mar que dejas atrás en lugar de azul a secas). Sí, «azul como el mar» es también una metáfora muy manida. Pero al añadirle una especificación (no es cualquier mar, es el mar que dejamos atrás), pueden establecerse vínculos emocionales con el lector: ese azul se tiñe de nostalgia, o tal vez de miedo, felicidad o angustia. Estamos dotando a nuestra descripción de una capita más de sentido.

La regla de tres en el trasfondo o worldbuilding

Ya os he mencionado antes el datadumping, que es ese horrible momento en que te encuentras tres páginas seguidas de un personaje contándole a otro todo lo que ha ocurrido en los últimos veinte años para que el mundo esté hecho una mierda, o cuando el narrador dedica un capítulo completo a explicarte a qué se dedican los leñadores que viven cerca de las orillas del Rin, aunque esto tenga poco o nada que ver con la obra en cuestión (sí, todos lo hemos hecho, de una forma u otra). No voy a poneros ejemplo en este apartado, porque creo que ya vais pillando cómo funciona esto de la regla de tres. Aquí tenéis lo que dice Clare al respecto:

lakin

Por cada tres frases (o, en algunos casos, cada tres párrafos) de trasfondo, vuelve a la escena presente, por lo menos brevemente, para recordarle a los lectores en qué parte del escenario está realmente el personaje.

¿Veis? Fácil. Cuando estés en duda, cuenta hasta tres, ya sea en diálogo, descripciones o toda esa historia complicadísima de cómo reventó la bomba atómica que nos tiene a todos comiéndonos los unos a los otros, violando a las cabras supervivientes y atravesando grandes desiertos de sal con metralletas y tanques de la segunda guerra mundial.

Eh, no me miréis así. Podría ocurrir.

Y, hablando de terror…

Feldman y el miedo paralizante por el que nunca te pondrás a escribir en serio

Hace poco tuve una conversación muy curiosa con una amiga a quien conozco desde hace bastante tiempo. No nos vemos mucho, pero de vez en cuando charlamos por Facebook. Una de las cosas que me gusta de ella es que es una lectora muy intensa. Si le das algo a leer, ella siempre quiere saber más, y reacciona con emociones muy extremas a tus personajes. Realmente se mete en la narración. El sueño de todo autor, vaya.

Me dijo algo que me dejó helada. Dijo que cuando nos conocimos yo le expliqué que no escribía porque todo lo que escribía era una mierda.

Tenía razón, claro: esa era la razón por la que yo apenas escribía. No recordaba haberle dicho eso y me sorprendió haberle hablado con tanta honestidad a alguien a quien acababa de conocer (es probable que hubiera bebido; recuerdo que iniciamos aquella noche antológica con una botellona a las puertas de la Campus Party de Valencia). Pero me quedé dándole unas vueltas al tema. ¿Y si era algo de lo que encima me enorgullecía? ¿Era consciente de que me estaba rindiendo antes de empezar?

Sin duda esa forma de pensar me hizo desperdiciar mucho tiempo. Si hubiera empezado a escribir en serio por aquel entonces (hará 7 años, creo), ¡cuánto podría haber avanzado y aprendido! Hice muchas otras cosas que también me vinieron bien para meterme en el oficio, pero siempre me da rabia pensar en todo lo que me he privado de hacer por el dichoso perfeccionismo: por querer hacer las cosas bien desde la primera intentona. La visión de lo que yo quería hacer, de lo que creía que yo era, estaba tan alejada de aquello que plasmaba en el papel, que me rendía enseguida, derrotada, convencida de que aquello no cambiaría jamás.

De eso habla Stephanie Feldman en su artículo para la revista Brooklyn:

stephanie feldman

Supongo que estoy hablando de un tipo de fracaso específico, no de fallarle a otra persona o fallar en una tarea pública concreta. Se trata del fracaso de intentar llevar la visión interna que tienes de ti mismo a una realización en el mundo real. Puedes ser un escritor sin que te publiquen. Pero durante diez años yo fui una escritora que escribía en secreto, una escritora sin lectores. Al mismo tiempo, no tenía ninguna otra cosa de la que presumir en que hubiera invertido mi tiempo, mi inteligencia, mi trabajo duro o esa otra palabra que me perseguía como un espectro gótico, el retorno de aquello que nunca termina de reprimirse: mi potencial.

Ah, el potencial. Dejemos de decirles a los niños que se convertirán en grandes estrellas. Dejemos de decirles a los adolescentes que alcanzarán algo grande, que tienen mucho talento. Enseñemos, sin embargo, que conseguir todo aquello que merece la pena implica mucho trabajo, y que uno solo llega a ser un maestro a través del aprendizaje y la perseverancia, por muy grande que sea ese talento.

Dejad de desperdiciar el tiempo: poneos ya a escribir, poneos ya a corregir, poneos ya a compartir lo que hacéis, porque compartir lo que haces es la forma más rápida de aprender. El feedback es una de las herramientas de progreso más eficientes que existe. Si tienes miedo a ese feedback, si reaccionas ante él con orgullo y enfado, como hacía yo, jamás conseguirás nada. Y morirás (como temía Feldman cuando se quedó embarazada, cuando se dio cuenta de que no quería tener que explicarle a su hijo/a por qué nunca había conseguido nada), morirás sin haber hecho nada de lo que querías hacer.

No obstante, a menudo nos encontramos con una pregunta muy temible que nos bloquea: ¿pero a qué dedico mis esfuerzos? ¡Me interesan muchas cosas! (O no me interesa nada). Eso de las prioridades y el enfoque está muy bien, pero ¿cómo narices sé dónde merece la pena invertir mi tiempo y esfuerzo?

Clear y cómo elegir a qué dedicarnos

Es posible que sea una de las preguntas que más nos hacemos. Si eres la mitad de disperso que yo, te habrás pasado unas cuantas horas/meses/años/todatuvida intentando decidir dónde concentrar tus esfuerzos. ¿Escribo? ¿Dibujo? ¿Esquío? ¿Busco una cura para el cáncer? ¿Me entrego plenamente a mi vocación de médium para perros? James Clear intenta darnos algunas pautas, a mi juicio prácticas y funcionales, sobre cómo tomar esa decisión tan importante. ¿A qué quieres dedicar tus 10000 horas, el resto de tu vida? O igual te lo planteas de otro modo: quieres dedicar cada siete años de tu vida a especializarte bien en algo, para luego probar algo diferente, lo cual es una opción también la mar de interesante. Pero sigues teniendo que elegir.

Según Clear, es un proceso muy difícil, pero no imposible. Los pasos serían los siguientes:

1. Prueba un buen montón de cosas, hasta dar con algo que te resulte sencillo

Lo primero es experimentar, y luego quedarte con aquello que te resulte más sencillo. Esto no quiere decir que sea fácil, pero debe ser algo con lo que obtengas resultados, con lo que te halles en sintonía, que te resulte natural y provechoso. Y lo bueno de probar cosas es que no te tienes que entregar por completo, puedes seguir teniendo una vida y una familia y un empleo y etc.:

james clear

Esto fue lo primero que descubrí acerca de averiguar cuáles son las cosas adecuadas en las que debemos concentrarnos. Si quieres dominar y entender a un nivel profundo los fundamentos principales de una tarea, puede que necesites empezar, paradójicamente, echando unas redes muy amplias. Al probar muchas cosas diferentes, obtienes sensaciones acerca de qué te resulta más fácil y te preparas para triunfar en eso. Es mucho más fácil concentrarse en algo que te está funcionando que seguir peleando con una mala idea.

Básicamente, prueba, prueba y prueba hasta ver que algo te funciona. Además, si pruebas aquello que te resulta extraño, que sale un poco de tu zona de confort, tendrás una visión aún más completa. A mí me gustaba mucho hacer cositas de artesanía con mi marca Miss Cristal, pero se trata de un sector tan saturado que me las veía y deseaba para sacarle algún provecho. Lo disfrutaba, pero sabía que tendría que pasar mucho tiempo antes de que llegara a alguna parte, si llegaba. Sabía que tenía que sacrificar esa afición, al igual que tantas otras, si quería concentrar todos mis esfuerzos en una sola tarea.

Así que me olvidé de la bisutería, de todo lo demás, y me dediqué a escribir. Lo cual es fenomenal, porque la escritura y venta de libros es un sector que no está nada saturado y donde es sencillo hacer mucho dinero a cambio de un esfuerzo mínimo.

Pensándolo mejor, no hagáis caso de mi ejemplo. Ni siquiera sé qué hacéis leyendo este blog. Pasemos al segundo punto de Clear:

2. Decídete

¿Cómo ves lo que se te da mejor, lo que da mejores resultados? Midiendo. Mides qué consigues, lo apuntas todo. ¿Por qué sigo manteniendo este blog? Porque crece. Muy poco a poco, pero crece. No sabría que crece si no mirase estadísticas, leyese y tomase notas sobre crecimiento de blogs, probase a ofrecer servicios y anotara los resultados, analizase los comentarios y feedback, etc. Si llevas un tiempo midiendo y ves que algo no está dando ningún resultado, vas a tener que decidir si seguir adelante o abandonar. No puedes quedarte indeciso, parado, algo que también he hecho durante demasiado tiempo. Dalo todo y elimina sin piedad lo que no funciona.

¿Y cómo saber si seguir adelante o abandonar? Investiga qué tiempo suele tardarse en alcanzar el punto que te interesa alcanzar, investiga qué es necesario para alcanzarlo. Date un periodo. Si no ves crecimiento en ese periodo, igual es hora de plantearse dejar el barco. Es duro, sobre todo con las cosas que amamos, pero debemos ser flexibles. Si adoras escribir y llevas 10 libros publicados y has hecho unos 20 euros en total, no te digo que dejes de escribir (asumiendo que lo que buscas es vivir de lo que haces, claro; si lo único que quieres es mejorar como escritor, habrá otras medidas a tomar en cuenta). Pero sí tendrás que plantearte abandonar los métodos que estabas siguiendo y buscar otros. Dice Clear:

james clear

Incluso cuando mides las cosas, llegas a un punto en el que tienes que tomar una decisión.

Desde mi punto de vista, este momento de decisión es una de las tensiones centrales del emprendimiento. ¿Seguimos probando cosas nuevas o nos concentramos en una estrategia concreta? ¿Intentamos innovar o nos comprometemos a hacer una sola cosa bien?

Todo el mundo quiere saber cuál es el momento de simplificar y concentrarse en una sola cosa, pero eso en realidad no lo sabe nadie. Eso es lo que hace que el éxito sea tan difícil de alcanzar. Emprender no es como hacer un pastel. No hay una receta. No hay un manual.

Llegados a este punto, tu mejor opción es decidir. No puedes probarlo todo. Llega el momento en que no necesitas más información, lo que necesitas es tomar una decisión.

Fijaos si es difícil y fundamental este momento, que Seth Godin argumenta que las personas de éxito son aquellas que saben cuándo seguir embarcados en un proyecto y cuándo abandonar.

Un gran volumen de trabajo

Una vez metidos en un proyecto, toca la paliza. La rutina. La aburridísima planicie de trabajo, sin la seguridad de que haya algo al otro lado del desierto. Dice Clear:

james clear

¿Quieres escribir un libro increíble? Vas a tener que escribir y escribir y escribir más. Necesitas escribir cientos de miles de palabras para encontrar tu voz, tal vez millones. Y entonces necesitas editar esas palabras y reducirlas a su versión más poderosa.

Solo cuando hayas acabado con todas esas repeticiones entenderás qué partes de una tarea son fundamentales para el éxito*.

Llegar a lo simple

Y ahí está lo importante: esa edición final que da el conocimiento, la maestría. Hemos editado (eliminado) lo que no era importante; ahora podemos dedicarnos a lo que sí lo es. Hemos editado todas las palabras, escenas y personajes que nos sobraban.

¿Habéis visto alguna vez un ejercicio olímpico de gimnasia rítmica? Seguro que sí. ¿A que es fascinante lo fáciles que parecen cada uno de los movimientos que realizan las gimnastas? Hay que ser muy, muy bueno para hacer que algo tan difícil parezca fácil. Que parezca sencillo. Simple, incluso.

Con esto cierra Clear su artículo:

james clear

Aprender a dominar lo fundamental es a menudo el viaje más duro y largo de todos.

Prueba. Decide. Trabaja (siempre con ánimo de progresar; nunca te confíes; nunca te estanques; que cada una de las 10000 horas sea para superarte). Y entonces eliminarás todo lo que no necesitas: tú también harás un triple salto mortal.

Y parecerá que cualquiera puede hacerlo.

 


*Creo que se entiende que cuando Clear habla aquí de success (éxito) no habla de éxito financiero (dinero, fama, etc.), sino de llevar a buen término las metas propuestas, de tener éxito en la tarea.


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