Definir a un bestseller es fácil. Best seller. Mejor vendedor. Un libro que vende mejor (más) que el resto.

Podemos debatir sin cesar sobre qué mecanismos llevan hasta el superventas (y cuanto más sé de la industria editorial, más estoy convencida de que el famoso boca a boca sirve de poco por sí mismo; que la distribución y la plataforma lo es todo, y que el momento clave de ruptura [ya sea total o parcial] con una tendencia alargada puede resultar en un éxito sorprendente. Y sí, el libro ha de manejar la intriga a la perfección (ese factor deseado de enganchabilidad) y ofrecer personajes con quienes los lectores quieran sentirse identificados (esto no debemos confundirlo con que se sientan identificados en realidad, que entonces para qué).

¿Y qué quiere el escritor medio?

(Aparte de sexo con groupies, claro).

bestseller de calidad¡Queremos un hijo tuyo, Pérez-Reverte!

Existe un unicornio dorado que yo diría que el 96,45% de los escritores persiguen, conocido como el bestseller de calidad. Este unicornio es especialmente atractivo porque, aparte de la purpurina y las pezuñas resplandecientes de colores imposibles, implica dos cosas, ambas necesarias para la supervivencia emocional y física del autor medio:

  1. Hacer mucho, mucho dinero y
  2. ser alabado por la crítica y sentir que has realizado algo de lo que puedes sentirte orgulloso/a.

Ahí tenemos contraposiciones cualesquiera: After frente a Harry Potter; el último libro de Belén Esteban frente a Canción de hielo y fuegoCrepúsculo frente a Perdida. Por supuesto que muchos odian y critican a Rowling, Martin y Flynn, pero estaremos todos de acuerdo en que su calidad técnica es notablemente superior a sus parejas en esta dicotomía infernal que acabo de mencionaros.

Y también tenemos fenómenos que han funcionado inesperadamente bien a nivel comercial y lector, teniendo en cuenta su trabajo y juego textual: La broma infinita, Middlesex, El nombre de la rosa, ¡el Quijote!

Ya he dicho que no hay una fórmula mágica para crear un superventas (o si la hay, todavía no la ha encontrado ninguna editorial), ni hay una explicación única y sencilla al hecho de que a veces el público ame una novelita sin cuidado ni forma y otras se desviva por algo hecho con mimo y diversos niveles de sentido. También hay un factor cultural muy poderoso: la respuesta ante diferentes tipos de literatura variará según dónde vivas, qué educación hayas tenido y muchos etcéteras más. Pero centrémonos en algo muy importante que suele entrar en juego con los libros que no solo son inteligentes, sino que además venden bien. Se llama doble codificación (double coding), y creo que Shrek es uno de los mejores ejemplos que conozco.

ATENCIÓN: SE ACERCAN DEFINICIONES LINGÜÍSTICAS

bestseller de calidad

(Tenéis mi permiso para saltaros esta parte si sois de los que se dormían en las clases de Lengua)

Para los que abandonasteis la lingüística en cuanto tuvisteis la oportunidad, me explico. El código es aquello con lo que nos comunicamos. Hablamos de un lenguaje, sea del tipo que sea. Por ejemplo, un idioma es un código, es una combinación de signos que forman palabras y estructuras con las que podemos comunicarnos (casi siempre. Depende de cómo te pille el día en Facebook). Pero un código es cualquier lenguaje, cualquier forma de comunicación. El lenguaje de signos o los colores de un semáforo también son códigos. Y hay subcódigos dentro de cada uno de estos lenguajes.

Nuestra forma de escribir crea códigos, también, algo que conocemos como codificar. Cuando nos leen nos descodifican, desentrañan el sentido de nuestros signos. Algunos semióticos podrían decir que codificamos con diferentes lectores en mente. Uno literal, semántico, que va a entender tal cual lo que le cuentes, y otro ideal, maravilloso, con el que todos soñamos y al que nos queremos tirar envueltos en pétalos de rosas rojas, que va a pillar todas nuestras referencias y apreciar nuestra genial estética.

Así ocurre que pueden crearse textos que, aunque parezcan un solo texto, puedan buscar lectores diferentes A LA VEZ. Sí, eso es la doble codificación. En Shrek está clarísimo, y probablemente sea la razón de su éxito (por lo menos de la primera película): era una película hecha para niños y padres a la vez.

¿Pero cómo se hace eso? ¿Cómo escribe uno para diferentes lectores a la vez? ¿No se suponía que teníamos que buscar nuestro nicho, nuestro lector ideal, y olvidarnos de todo lo demás?

Pues sí, eso es inteligente. Pero si eres MUY inteligente, aprendes a usar la ironía intertextual.

Umberto Eco y la ironía intertextual

¿Ya estás mencionando a Eco otra vez, Gabriella? ¡Parece que no lees a más gente!

La leo, la leo, lo prometo. Pero qué le vamos a hacer. Una sola página de teoría de Eco contiene más enseñanzas extrapolables a la escritura que cuatro tomos enciclopédicos de muchos de los que hoy en día se definen como profesores de creative writing.

Como decía, Shrek consigue una doble codificación muy eficiente: por un lado tiene un código para niños y por otro, mucho más sutil, uno para adultos.

Hay un momento en que nuestro orco protagonista llega al castillo del malo malísimo Lord Farquaad, que es muy bajito. El castillo es alto de narices; Shrek y Asno se miran y uno de ellos dice algo así como: «¿crees que está intentando compensar algo?». Este es un comentario que para los niños será gracioso: el pobre Lord Farquaad construye torres muy altas para disimular que es bajito; el público adulto (sobre todo el anglosajón) utiliza el dicho de «compensar por algo» en relación a cosas grandes (coches, mansiones, etc.) cuando su dueño tiene un pene pequeño. Así que en la sala de cine oyes a un público que ríe: un público infantil al que le hace gracia la tontería y un público adulto al que le hace AÚN MÁS gracia la tontería, máxime cuando saben que están captando algo que sus hijos no conocen ni entienden. El placer de «pillar» algo que los demás se están perdiendo es doble.

Ese es un ejemplo excelente de ironía intertextual, que consiste en meter una referencia en el texto que no entenderán todos tus lectores, pero que, a la vez, no impedirá que los lectores que no la entiendan puedan disfrutar del contenido.

¿Recordáis que hablaba antes de la doble codificación? Es lo que hay detrás del bestseller de calidad. Su autor tiene dos códigos, dos lenguajes: uno para el público culto, que apreciará la sutileza de sus construcciones, la belleza y ritmo de su composición, la documentación brillante; otro para el público que lee menos y no dispone de los conocimientos ni referencias para apreciar todo eso, pero que sí apreciará ese factor de enganchabilidad, los personajes con los que quiere identificarse: la pura y llana diversión. Eso es lo que se esconde detrás del Mundodisco de Terry Pratchett, detrás de los cuentos más emocionantes de Cortázar, detrás de Hora de aventuras.

Si os fijáis, esa doble codificación es una estratificación, nos habla de diferentes niveles. Nos ofrecen un contenido complejo, y escogemos lo que podemos y deseamos. Si se hace bien, es decir, si se utiliza con fundamento la ironía intertextual de la que hablábamos, tenemos un texto con varios niveles funcionales, un texto con diferentes niveles de sentido. Y los niveles de sentido, las capas de interpretación y significado, son lo que hacen que un texto no se pierda, que un texto se recuerde, que se estudie, que nos fascine. En definitiva: es en la ultracomposición de sentido donde podemos encontrar las semillas de la perdurabilidad (toma ya). No encontraréis muchos textos sencillotes, literales, sin juego ni movimiento, en el famoso canon literario.

¿Cómo conseguir una ironía intertextual que funcione?

La ironía es, en su sentido más básico, decir algo que no es lo que queremos decir. Y algo es intertextual cuando crea un diálogo entre diferentes componentes culturales (a los que llamamos textos: ojo, no tienen por qué ser textos literarios. Cualquier texto cultural puede contar). ¿Cómo utilizar bien esta herramienta de ironía intextual?

bestseller de calidadUna pista: Analizar la letra de esa canción de Alanis Morissette no os va a ayudar en absoluto.

El truco para que nuestra ironía intertextual quede fetén está, como pasa a menudo, en no perecer por exceso ni defecto. La idea es que construyas referencias que los lectores más avispados pillarán, pero que los menos podrán leer sin perjuicio, sin que ello les aburra ni les desentone con el resto. Nada hay tan pesado como el típico autor pedante que quiere demostrar su inteligencia citando mil cosas del tirón, utilizando grandes palabros y guiños complicadísimos solo porque puede. Utiliza aquello que dé más sentido al texto, que aporte algo, que ayude a construir un entorno vivo: nunca pongas nada por poner. También sirve para las referencias culturales, los guiños a todo lo que nos rodea y experimentamos dentro de un sistema o una discursividad. Lo explica muy bien aquí Victor Selles.

La sutileza, amigos, es nuestra amante querida y discreta. Una doble codificación solo se consigue de forma efectiva cuando el resultado atrae a los receptores de ambos códigos. Y su herramienta más útil, esa ironía intertextual de la que hablábamos, ese algo (un texto, del tipo que sea) que se refiere a otro algo (otro texto, del tipo que sea), debe ser también sutil. Por ejemplo, si en mi texto sale un perro negro llamado Winston, el lector medio pensará que es un nombre agradable, sin más. Otro tipo de lector se preguntará por qué he llamado a mi perro como una marca de tabaco. Hay un lector que pensará que, como mi texto es posapocalíptico jodido, es una referencia al Winston de 1984. Hay un lector ideal en mi cabeza (que probablemente ni exista) que se acordará del black dog, ese perro negro como metáfora de la depresión que perseguía a Winston Churchill, la misma ansia depresiva que persigue a la dueña del perro. ¿Una referencia muy estirada, sacada de quicio? Sí, claro, pero es mi perro y me lo fo… digo, le pongo nombre como quiero.

El truco está, una vez más, en no abusar de lo evidente y manido. Si tengo una reina elfa con algo de mala leche y la llamo Galadriel, vamos a bostezar todos, yo incluida. La inserción de elementos complejos que el lector puede disfrutar, los reconozca o no, marcan la diferencia entre un texto plano y uno cargado de sentido. Todo está en evitar los extremos: referencias facilonas o referencias rebuscadísimas que distraen al lector de la obra en sí. Recordemos que, como autores, un gran éxito es conseguir que nuestro lector se sienta inteligente: no que se sienta tonto o abrumado. Y para ello hay que poner el dedo en un punto muy concreto de dificultad.

¿Recordáis lo que era el flow? Aquel nivel idóneo de concentración y placer que conseguíamos al realizar una tarea con el nivel justo de dificultad: que no sea demasiado fácil ni demasiado complicado. ESO es lo que queremos conseguir con nuestra escritura. Que el lector fluya, que entre en ese sueño de ficción a gusto, parándose solo a sonreír cuando reconozca alguna referencia y se diga: «Madre mía, qué listo soy: esto seguro que no lo ha pillado nadie».

Y ahora dejemos de lado la teoría y otras formas de pedantería y pasemos a algo práctico, muy práctico.

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Un truco para conseguir más seguidores en Facebook

Hay muchas maneras de conseguir seguimiento en Facebook y traté algunas de ellas en mi guía para escritores. Por ahora, el método que me parece más eficiente es el sorteo o giveaway, siempre que lo prepares bien y estés dispuesto/a a gastar y moverte un poquito y dar con un premio que realmente despierte el interés de tus seguidores. Pero hace poco encontré un truco muy sencillo que me pareció de lo más útil para conseguir un puñadito más con apenas esfuerzo (¡ni gasto!). Toda la explicación esta aquí, en Problogger (probablemente la web más maravillosa para blogueros que existe), pero os la resumo en idioma nuestro y comprensible.

Pocas cosas hay tan molestas en Facebook como que gente a la que ni conoces (o que te acaba de agregar) te ande invitando a páginas que no te interesan en absoluto (las peores, creo yo, son las de libros. ¿Por qué voy a darle a me gusta a un libro que no he leído?). Como estrategas de pro, queremos evitar encabronar a nuestros amigos y lectores. ¿Y si pudieras identificar a un puñadito de personas con interés en tus publicaciones?

Es muy sencillo. Sigue los siguientes pasos (para este truco necesitarás tener una página personal además de una profesional/de autor. No sé si puede hacerse directamente desde la página profesional):

  1. Tienes que estar en tu cuenta personal, desde tu ordenador (esto no funciona con el móvil). Así es: tienes que ser tú, haber hecho login en tu cuenta personal, no tu página profesional. Por alguna razón que desconozco, esto solo funciona con páginas con menos de 100000 seguidores. Así que no creo que tengas problema a no ser que seas Shakira o Neil Gaiman.
  2. Visita tu página profesional/de autor. Busca una publicación que tenga un buen manojo de «me gusta».
  3. Busca este enlace que señalo en amarillo (pongo una imagen de mi página):

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4. Pincha en ese enlace y te saldrá un cuadro de todas las personas que le han dado «me gusta». Esto significa que la publicación ha tenido algún interés para ellos. Mira a ver, en esa lista de personas, quién NO sigue tu página e invítale a unirse. ¡Así de fácil!

5. Si tu página tiene muy poco movimiento y no te llegan los «me gusta» para hacer esto, puedes considerar la posibilidad de crear una publicación orientada hacia tu público objetivo y pagar una cantidad mínima (dos o tres euros) para promocionarla un poco. De ese modo conseguirás suficientes «me gusta» para aplicar este truco y echar a rodar 😉

Y cierro hoy con un apunte sobre el temido síndrome del impostor.

Steinbeck y cómo juzgamos nuestra propia obra

Ya sea por el efecto Dunning-Kruger o por la escala natural del aprendizaje, siempre nos resulta difícil juzgar nuestras propias habilidades. Hay un esquema que me parece que da en el clavo (aunque no a todos nos afectará igual), y que habla del aprendizaje de una habilidad en estas cuatro fases progresivas que se atribuyen a Maslow:

  1. Incompetencia inconsciente: Aprendemos un poco, sabemos un poquito más que el resto y ya nos creemos que somos la hostia y sabemos un montón. Ejemplo: ese escritor horroroso al que todos conocemos, que cree que es lo mejor que ha parido madre y que los mejores poemas se escriben en una servilleta de bar y han de publicarse así, tal cual, porque escribir es tope fácil.
  2. Incompetencia consciente: Vamos aprendiendo un poco más y empezamos a darnos cuenta de lo difícil que es todo y de lo poco que sabemos realmente. Ejemplo: Esto… Yo misma. Ofú, escribir es harto difícil, gente. Megadifícil. Pero difícil de la hostia. No sé hacer esto. Madre mía. ¡Esto es demasiado difícil!
  3. Competencia consciente: Tenemos ya un nivel de habilidad que nos permite confiar en nosotros mismos. Sabemos que somos buenos; la mayoría de la gente sabe que somos buenos. Ejemplo: no sé, gente como Stephen King, Jonathan Franzen, Javier Marías. Los ames o los odies, tienen un buen manejo de lo que hacen y lo saben.
  4. Competencia inconsciente: Eres ya tan genio y figura que vas al otro lado. Empiezas a llevar tu arte a niveles que el común de los mortales no va a entender ni apreciar. Ejemplo: Lorca, Picasso, David Bowie. Ya no tienes ni que pensar en tu habilidad, todo sale solo.

Lo curioso es ver a la gente que, en la fase 3-4, sigue atrapada en el 2. Esto se llama síndrome del impostor. Y mi ejemplo favorito de esta semana me llegó a través del boletín de Niall Doherty (que no os asuste su pinta de cachas, el hombre es un dulce).

Aquí os lo dejo. Mi ejemplo favorito de esta semana es John Steinbeck. Alguien a quien pocos podrán acusar de escribir mal:

ironía intertextual

Mis muchas debilidades comienzan a asomar la cabeza. Tengo que sacar a esta cosa de dentro. No soy un escritor. Me he estado engañando a mí mismo y a otras personas. Ojalá lo fuera. Este éxito acabará conmigo, estoy seguro. Probablemente no dure y eso está bien. Por ahora, intentaré seguir trabajando. Una vez al día me sirve. Sigo olvidándolo.

Esto lo escribió en su diario, en 1938, mientras escribía Las uvas de la ira. Sí, la novela que le valió el Pulitzer. Por lo visto hay unas cuantas entradas así.

Cuando quieras abandonar, piensa en esto. Vale, no eres Steinbeck. Pero quién te dice que no puedes llegar a serlo. Publica, comparte, aprende de tus errores. Que tu conocimiento de tus propios límites no te detenga.

¿Cuál era la solución de Steinbeck para este convencimiento de que se engañaba a sí mismo y a los demás?

Trabajar, seguir escribiendo. Una vez al día le servía a él, ¿por qué no a nosotros?

Sigamos olvidando que no valemos para esto.

 


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