La mayoría de la gente que conozco es muy de enfrentamientos.

No es gente violenta, por lo menos no a nivel físico. Es solo que a los humanos nos encanta agarrarnos a opiniones extremas, sentencias indiscutibles, y enfrentarlas a otras. Somos dualistas y duelistas. Es más fácil que intentar entender, qué sé yo, la teoría de los polisistemas o la gestalt expresada por Ted Chiang en su relato Understand,  o el tao o cualquier filosofía integradora.

Los que escribimos también somos muy de enfrentamientos. Entre nosotros, entre nosotros y el establishment, entre nosotros y nuestra metodología.

Cuantos más artículos y libros leo sobre la escritura, más me parece intuir una diferenciación entre dos escuelas de pensamiento.

Los escritores, como tantos artistas, tenemos opiniones muy claras y enfáticas acerca del hecho de escribir. Blanco o negro, parece ser. Enemigos de unos procedimientos; mejores amigos de otros. Esto está bien, porque solo mediante nuestra propia experiencia podemos saber qué funciona para nosotros y qué no. Lo malo es cuando intentamos aplicar nuestras propias experiencias a todos los demás.

Probablemente yo también lo haga y por ello pido disculpas. Probablemente seguiré haciéndolo, porque soy muy despistada y se me va a olvidar enseguida que ese no es mi cometido.

Mi cometido, por lo menos hoy, es hablaros de algunos asuntos que espero que os produzcan tantas chispas en el cerebro como a mí.

Altucher, la escritura pasiva y la escritura agresiva

Las dos escuelas de pensamiento de las que hablaba, y que veo reflejadas no solo en artículos y libros y en reflexiones directas, sino en todos los comentarios que veo en redes sociales, foros y grupos de escritura, las expresa muy bien James Altucher aquí.

james altucher

Hay dos maneras de aprender: pasiva y agresivamente.

Pasivamente es cuando analizas tus errores, lees la historia de aquello que estás estudiando, te relacionas con otros del sector, encuentras tu «tribu», buscas un mentor, etc.

Agresivamente es cuando estás metido de lleno. Estás hasta el cuello, y te llega la pelota de frente: ¿qué vas a hacer?

Pasivamente está en tu cabeza. Agresivamente es notarlo AHORA MISMO y actuar.

Lo que ocurre en tu cabeza es importante. Pero es la ACCIÓN la que crea héroes.

Altucher no habla aquí de escribir, habla de cualquier habilidad que requiere de un proceso de aprendizaje, pero creo que podemos aplicarnos el cuento (nunca mejor dicho. Qué ingeniosa soy).

¿Eres un escritor pasivo? ¿Consideras que la mejor forma de aprender es leyendo y estudiando todo lo que hay que saber sobre la escritura?

¿O eres un escritor agresivo? ¿Crees que solo se puede aprender escribiendo y que todos esos estudios son una pérdida de tiempo?

Si habéis respondido que sí a una de las dos preguntas, es posible que os estéis perdiendo buenas oportunidades en vuestro camino.

En todo el tiempo que he trabajado con escritores, he observado que estos dos tipos, en un estado más o menos puro, progresan a un ritmo lento. Hay escritores que dedican tanto tiempo a estudiar su oficio que este estudio se convierte en procrastinación, en una forma de pereza y cobardía. Y hasta que no apliques los conocimientos a la práctica, hasta que no te hinches de escribir, de poco te servirán esos conocimientos.

Sin embargo, también hay escritores que, con cinco, ocho o veintitrés libros a cuestas, siguen produciendo obras muy mejorables. ¿Por qué? Porque no se han molestado en aprender de los posibles errores que están cometiendo, y por tanto siguen cometiéndolos, una y otra vez.

Dicen que necesitamos 10000 horas de práctica para ser los mejores, 1000 para hacer un trabajo decente. Pero no sirven de nada si no se acompañan de horas de análisis, de deliberación, de conocimiento de nuestro arte. Como dice David Burkus, en un artículo para Forbes:

david burkus

Así que, ¿estás desperdiciando tus 10000 horas? Depende. Aunque el número exacto de horas necesitado para alcanzar un rendimiento experto es algo sobre lo que se sigue debatiendo, lo que nunca se ha debatido es el papel de la práctica deliberada. ¿Estás dedicando tu tiempo a rutinas que ya conoces o experimentas con nuevas técnicas y estudias para desarrollar nuevas habilidades? ¿Estás jugando dentro de tu zona de confort o diseñas ejercicios y proyectos que te impulsan a crecer? Si no estás comprometido con una práctica reflexiva, entonces, con casi toda seguridad, estás desperdiciando tus 10000 horas.

Habrá excepciones, por supuesto. Habrá personas que dediquen toda su vida a estudiar y luego produzcan la obra de arte perfecta. Habrá quienes solo actúen y por intuición vayan desarrollando un estilo perfecto. Pero esto es lo que yo he observado. Considero que uno no debe ser un escritor pasivo ni un escritor agresivo. Considero que uno debe ser esa mediocritas dorada aristotélica y saber integrar ambas facetas en su proceso de aprendizaje, en sus 10000 horas o más. Ya sabéis que ese proceso no acaba nunca.

Además, hay otra parte del proceso que con frecuencia se nos olvida: fuera de la actividad de escribir, y fuera del conocimiento sobre el tema, hay otro elemento importante: desarrollar una mirada de artista y saber darle buen uso.

Penn, Van Gogh y la importancia de saber mirar (y anotar)

Anoche, dando vueltas en la cama, tuve una idea brillante sobre cómo empezar el artículo de hoy. Era ocurrente, inteligente y divertida, o al menos a mí me lo parecía (seguro que también vosotros habéis tenido alguna vez esa sensación, efímera pero seductora —y taaaan mentirosa— de que moláis). Era tan buena mi idea que sabía que era imposible que la olvidara.

Por supuesto, cuando me desperté esta mañana no conseguía recordarla.

Apuntad todas vuestras ideas.

Ya lo dice Joanna Penn:
 joanna penn
No creo en el bloqueo del escritor. Creo que es un síntoma de haber dejado que el pozo de las ideas se seque. Ve a llenarlo, emociónate de nuevo y luego regresa a la página.
Muchas de nuestras ideas nacen del estudio, de la lectura y de la reflexión. Algunas son diminutas explosiones, susurros de musa en el mundo exterior, cuando caminamos y recibimos lo que la vida tiene que ofrecernos. ¿Y si pudiéramos desarrollar la habilidad de mirar, de buscar esos susurros de manera intencionada?
Leí hace poco una reseña que realizó Julian Barnes (si no habéis leído El sentido de un final, os lo recomiendo con todas mis ganas) sobre un par de libros que analizaban la figura de Van Gogh. Barnes siempre es una lectura más que agradable, pero hubo un texto que comentó, un extracto de los papeles del pintor (que escribía, y mucho, entre cartas, diarios y demás), que me llamó especialmente la atención:
van gogh
La gente de aquí lleva, por instinto, el azul más hermoso que he visto nunca. Es un lino tosco que tejen ellos mismos, urdimbre negra, trama azul, que crea un patrón de rayas negras y azules. Cuando pierde intensidad por el viento y el clima, es un tono infinitamente apacible, sutil, que hace resaltar los colores carne. En resumen, lo bastante azul como para reaccionar con todos los colores donde haya tonos naranjas ocultos y lo bastante apagado como para no desentonar.
El texto muestra no solo la sensibilidad del artista, su obsesión por sus materiales de trabajo (los colores), sino la habilidad de un escritor. Si queremos transmitir a los demás, tenemos que aprender a ver mejor que nadie, a mirar con ojos distintos. Van Gogh habla de colores, pero es nuestra responsabilidad asimilar con los cinco sentidos, para poder luego saber cómo expresar todas esas sensaciones y crear textos de gran riqueza.
Es además curioso cómo no hace falta utilizar todo lo que percibimos para transmitir esa riqueza al lector: no tenemos que hablar de absolutamente todos los olores que nos rodean; con expresar algunos en particular ofrecemos detalles que ayudan al lector a reconstruir todo lo demás; escribimos con mayor confianza y seguridad en el entorno que estamos creando. Esto se relaciona con teorías como la del iceberg de Hemingway, por la que no tenemos que compartir todos los detalles de una historia, pero sí debemos conocerlos nosotros, para crear esa multiplicación de sentido que suele encontrarse en los textos realmente buenos.
Es difícil eso de mirar. A mí me cuesta muchísimo. Tengo la cabeza siempre tan llena de cosas que no me fijo en lo que me rodea. Ayuda practicar alguna actividad que nos obligue a centrarnos en el momento, desde actividades chorras como apuntar todas las cosas azules que vemos yendo de paseo, hasta las prácticas de más largo alcance, como la meditación o el ejercicio físico, que nos obliga a centrarnos en el silencio, en el ahora de nuestra mente o cuerpo.
Hagáis lo que hagáis, no olvidéis llevar vuestra libreta/app de notas.
No seáis como yo. No dejéis escapar la idea perfecta.
Y recordad que esa mirada de artista tenéis que llevarla a todas partes. Incluso a la lectura. Porque leer es abrir los cerrojos de la mente, como explica Tim Parks.

Parks y la lectura como cerradura y llave

En un artículo reciente del siempre elocuente Tim Parks para el New York Review of Books, presenta una metáfora muy reveladora sobre el acto de leer. Leer es la llave para abrir una nueva cerradura en que se ha convertido nuestro cerebro. Mirad:
tim parks
Cuando percibimos algo por primera vez no llegamos realmente a percibirlo, porque carecemos de la estructura apropiada que nos permite hacerlo. Nuestro cerebro es como un artesano de cerraduras que crea una cerradura cuando decide que una llave es lo bastante interesante para ello. Pero cuando encontramos una llave por primera vez (por ejemplo, un poema nuevo, o una especie animal nueva), no existe una cerradura lista todavía para tal llave. O, para ser precisos, la llave no es siquiera una llave, ya que todavía no abre nada. Es una llave en potencia. No obstante, el encuentro entre el cerebro y esta llave potencial hace que comience la creación de una cerradura. La siguiente vez en que nos encontremos o percibamos el objeto/llave, abrirá la cerradura preparada a tal efecto en el cerebro.
Esta teoría es del filósofo y psicólogo Riccardo Manzotti, pero Parks la aplica a la lectura de un tipo de libro nuevo, revolucionario. Por eso es tan importante la relectura: solo una vez que se ha fabricado la cerradura, puede la llave abrirnos la puerta a un mundo desconocido de sensaciones e ideas. Con la música ocurre también: pensad en vuestra canción favorita. Es probable que la primera vez no os entusiasmara. A lo mejor pensasteis que era bonita, poco más. Sin saberlo, vuestro cerebro estaba ya creando la cerradura. A la siguiente escucha (o a la siguiente, o a la siguiente), la llave hizo clic, dio vuelta en su agujero y el placer llegó a inundaros.
Así, también, son las buenas lecturas. Nadie puede apreciar en toda su belleza la poesía de Lorca en una primera lectura (a mí me llevó años, mucho odio y unos cuantos cursos especializados). Nadie puede apreciar en todo su sentido el extravagante mareo sensorial y semiótico de Solaris, de Lem. Las buenas lecturas están hechas para rehacerse. No por ansia de control, por manía pedante, por obsesión por desentrañar los misterios de la escritura (así era un poco Nabokov, dice Parks), sino para poder, finalmente, capturar todo lo que no estábamos preparados para capturar.
Lo cual me recuerda que tengo que volver a leer Solaris.
Pero antes quiero hablaros de Derakhshan.

Derakhshan y la internet que tenemos que salvar

Creo que el artículo de Hossein Derakhshan, un bloguero que estuvo años en una cárcel iraní debido, en gran medida, a expresarse libremente en su página web, es de lo mejor que he leído en los últimos tiempos. Su texto es demoledor: tras seis años sin conexión, de repente se ve sumergido en un nuevo mundo virtual que no conoce: un mundo de Facebook y Twitter, donde la expresión escrita se ha vuelto cada vez más visual y más rápida. Seis años no son muchos, pero lo son cuando los ves desde la óptica de un hombre que alcanzó notoriedad ayudando a todo tipo de blogueros iraníes desde su web, cuyas palabras eran leídas y comentadas por personas incontables, y que ahora se lamenta de apenas poder conseguir cuatro o cinco «me gusta» desde su página de Facebook.
A raíz de algunos comentarios y sugerencias, estas últimas semanas he estado pensando en recortar un poco mis artículos. A veces han llegado a superar las 4000 palabras. Esas son muchas palabras para leer por internet.
Pero ¿lo son? ¿O es que estamos tan acostumbrados al formato rápido, a la lectura por encima, al clickbait, al SEO que ofrece frases básicas, casi sin sentido, que cualquier narrativa que nos obligue a dedicar más de dos minutos de nuestro tiempo nos resulta insoportable?
En las webs culturales anglosajonas noto cada vez más preferencia por el longform, por el artículo largo largo, como en un ataque meditado contra la velocidad del crecimiento del culo de Kim Kardashian y los extractos veloces, llenos de gifs animados, de Grey. Aquí, en España, algo vemos, pero incluso los grandes suplementos de cultura parecen querer restringirse a ese consumo limitado, a las-1000-palabras-ya-son-muchas. Más de una vez he leído un artículo de revistas supuestamente de alta vanguardia y he pensado: «Qué buenas ideas; lástima que parece que le ha costado hasta rellenar 500 palabras».
Y, sí, 500 palabras cuestan cuando hablas del pijama de Belén Esteban. ¿Pero qué pasó con el análisis, con querer ir más allá de lo superficial? Lo sé: al ritmo que hay que publicar contenidos (¡y las tarifas a las que se pagan!), parece que no queda más remedio. Y hay que ofrecer contenidos que no cansen al pobre lector, a ese pobre lector saturado de información y estímulo.
Abogo por decir: «No». Quiero contenidos de calidad, que se metan en materia. Quiero artículos como el de Derakhshan, como el de Parks, como el de Barnes, como los de Popova o Manson. El truco no es tanto la longitud (se pueden decir grandes verdades con brevedad, que se lo digan a Gracián), sino el no tener miedo a profundizar, a pensar, a analizar y a intentar presentar ideas que sean algo más que un copypaste de lo que están gritando en todas las demás redes de tu sector.
La brevedad es buena y necesaria. Es entretenida. Los artículos cortos, bien hechos, son perfectos para determinadas necesidades y tiempos. Pero démosle también nuestra atención a otro tipo de lectura. El entretenimiento y la inmediatez son elementos que nos distraen también de lo importante, de lo profundo, como diría Morozov (o Bradbury). Vamos a detenernos, a consumir despacio, sin prisa. Recuperemos la internet de antes. Recuperemos los blogs de antes. Decidamos a qué le dedicaremos nuestra lectura en diagonal y a qué le daremos atención plena y lenta. Sobre ello reflexiona Derakhshan:

hossein derakhshan

A veces pienso que igual me estoy haciendo demasiado estricto conforme pasan los años. Puede que esto sea todo una evolución natural de nuestra tecnología. Pero no puedo cerrar los ojos ante lo que está pasando: una pérdida de poder intelectual y de diversidad y todo lo que eso podría significar para estos tiempos tumultuosos. En el pasado, la red era lo bastante poderosa y seria como para que acabaras en la cárcel. Hoy no parece mucho más que entretenimiento. Tanto que incluso Irán no se toma algunas redes lo bastante en serio (Instagram, por ejemplo) como para bloquearlas.

Echo de menos la época en que la gente podía estar expuesta a diferentes opiniones, cuando se molestaban en leer más de un párrafo o 140 caracteres. Echo de menos los días en los que podía escribir algo en mi blog, publicarlo en mi propio dominio, sin tener que tomarme el mismo tiempo para promocionarlo en numerosas redes sociales; cuando a nadie le importaba lo del «me gusta» o «compartir».

Esa es la red que recuerdo de antes de ir a la cárcel. Esa es la red que tenemos que salvar.

Y, ya que estamos, salvémonos también del leer por leer, de las acumulaciones de títulos leídos porque sí, de las lecturas obligatorias:

Varios autores y los grandes libros que no han leído

En un ejercicio cuyo objetivo se me escapa, un buen puñado de autores de renombre confesaron qué grandes libros nunca se habían leído. Y digo confesaron porque los mencionaban con una especie de culpa que no termino de entender:

libros no leídos

O, para ponerlo de forma más clara: somos nosotros, no él. No es culpa del autor o del texto; es culpa del lector. Alexander Chee comentó que se había mantenido alejado de otro clásico de (Gabriel García) Márquez en parte por su popularidad, que es la misma razón por la que uno de nosotros evita libros recientes que tienen cuentas de Twitter y de los que se habla en el mundillo literario; a veces, es simplemente mejor esperar a que los cumplidos disminuyan, para que el libro pueda leerse en el silencio de los pensamientos de uno.

Estoy de acuerdo con lo de los libros populares. Como ocurre con cualquier elemento mainstream, a veces se nos quitan las ganas de leer un libro precisamente porque todo el mundo habla de él. Pero comprendo las autoacusaciones: «He de confesar que no he leído…», «me avergúenza decir que…». Los propios redactores del artículo parecen enorgullecerse de que algunos grandes escritores sean tan humanos como ellos: ¡tampoco se han leído Cómo matar a un ruiseñor! Puede que este artículo sea el equivalente literario a ver que esa modelo o actriz perfecta que tanto envidiamos acaba de salir en la portada de Cuore con las tetas caídas y los muslos llenos de celulitis.

Creo que algunas obras son importantes; leer obras importantes es necesario en nuestro desarrollo como escritores y lectores. Pero si leyéramos todos los grandes libros, no tendríamos tiempo para leer los libros pequeños, aquellos que nos proporcionan el placer de lectura que nos impulsa a seguir abriendo libros. J. K. Rowling y Laura Gallego no pasarán a los anales de la historia como las mejores escritoras de nuestra generación, pero considero que han hecho más por la lectura en general que muchos de los integrados en el canon de Bloom, en el canon de cualquiera que se crea con derecho a decirnos qué debe permanecer en nuestro inconsciente cultural y qué no.

Si estabas leyendo a Harry Potter en vez de a Harper Lee, bien por ti. Bien por todos nosotros. No dejes la buena lectura de lado, ni la que está oficialmente reconocida como tal ni la que no lo está.

Hay que leer a los grandes. En ellos descubrimos lo más espléndido y lo más terrible del espíritu humano. Pero, por favor, que se acabe esta vergüenza por los libros que no hemos leído y las películas que no hemos visto y los discos que no hemos escuchado, como si la vida fuera una lista que hubiera que ir tachando para quedar bien en nuestros círculos habituales.

Así que hoy vamos a enfocarlo de otra forma:

¿Qué supuestos grandes libros no habéis leído y no sentís la más mínima culpa por ello?