La productividad tiene mala fama.

En una reunión de vecinos, la productividad sería ese señor desagradable al que se le seca la saliva en la comisura de la boca y que siempre se queja de las cagadas de tu perro. Tú recoges esas cagadas religiosamente, pero todo el mundo respeta y soporta a ese señor porque es el único que se atreve a llevar las tareas de tesorería y lidiar con los técnicos del ascensor.

Suena mal, es cierto. No tengas vida, sé productivo. Olvida a los demás seres humanos, olvídate de ti mismo y céntrate en la tarea obsesiva y agotadora de formar parte del engranaje de un producto.

En cierto modo, esta fama es merecida. Ese vecino nos cae fatal. Es fácil asociar productividad a un sistema donde trabajar es lo único importante; un sistema donde, además, encontramos casos frecuentes de abuso, remuneración insuficiente (o nula) y exceso materialista. Si este concepto de la producción vacía y cruel lo vinculamos a lo artístico, tenemos una bomba entre nuestras hermosas manos escritoras (y quien dice nuestras dice tuyas, que yo tengo las uñas sin hacer).

Pero hoy no vengo a hablar de la glorificación del trabajo y de todo lo que eso conlleva, sino de algo mucho más sencillo: el problema de no llegar. El problema de la pereza. El problema de la distracción. En suma: el problema que aqueja a los que saben que tienen que llevar a cabo una serie de tareas para alcanzar sus objetivos personales, pero no lo consiguen.

No hablo de personas que físicamente no pueden. Personas con enfermedades crónicas o con ocho niños asalvajados a los que cuidar. Habrá quien te diga que puedes con todo y que lo que te pasa es que te inunda la vaguería, pero sabemos que eso no es así (y ya verás cuando lleguemos al punto 13 y hablemos sobre el tema). No, no, no, no, no. Si estás en ese grupo, tienes preguntas más importantes que hacerte antes de lidiar con este artículo, como: ¿cuál era el número de urgencias para cuando Rodrigo Jaime se abre la cabeza? o ¿conseguiré hoy salir de la cama y llegar hasta la ducha? O, tal vez, tú también eres víctima de la terrible obligación de actualizar tu cuenta de Instagram, esa cuenta donde te esperan 321581 seguidores:

Uf, ¿que eso era hoy?

Pero yo te estoy hablando a ti, sí, tú: persona que abre Facebook y descubre, cinco horas después, que hoy no ha hecho nada. Te estoy hablando a ti: persona que trabaja de sol a sol para descubrir, con desaliento, que no ha conseguido terminar nada de importancia. Ambos escribís, ¿no? O, por lo menos, queréis escribir. Y no entendéis dónde se os ha ido el tiempo, el día, la semana. La vida.

Quiero hablar de las razones por las que esto ocurre. La razón por la que pasa un año y te preguntas qué fue de todo aquello que querías alcanzar. Trabajes en oficina, en casa o en el pico de un monte nevado, probablemente te encante pensar que todo es una cuestión de disciplina y de saber organizarse.

Creo que mientras sigamos pensando que todo es disciplina y organización, seguiremos perdiendo el tiempo.

Estas son mis razones. Y digo mis, porque he caído (y sigo cayendo, aunque menos) en cada una de ellas. Sé que no soy la única.

1. No tienes objetivos claros ni conoces tus prioridades

Si yo me dejara, dedicaría dos horas diarias a contestar correos. Así obtendría ese estado zen del que hablan algunos gurúes de la productividad: el inbox zero, la bandeja de entrada vacía.

Ahí va un secreto: da igual que contestes a todo y lo gestiones todo y dejes la bandeja de entrada vacía. Dentro de diez minutos habrá otro email. Y el día que te pongas enfermo (o un domingo cualquiera en que no mires el correo), se te volverá a acumular. Ese vacío limpio y satisfecho solo existe en tu cabeza. No, el minimalismo (por sí solo) no te hará feliz. La casa más vacía y ordenada solo te dará más tiempo y espacio para pensar en todas las tareas que estás evitando llevar a cabo.

Así que yo intento responder a todo lo que pueda, pero el correo electrónico no es mi prioridad. Y no es mi prioridad porque dedicar dos horas diarias a contestar emails no hace mucho por acercarme a mis objetivos.

¿Sabes cuáles son tus metas? ¿A dónde quieres llegar? Me sigue sorprendiendo la cantidad de gente que me viene con problemas del tipo «¿estoy usando las palabras clave adecuadas para mi blog de filatelia para perros muy altos?» y que es incapaz de contestar a la pregunta: «¿qué quieres conseguir?«.

Propongo que salgas de tu casa o de tu oficina o que desciendas de ese pico nevado. Busca un sitio nuevo y neutro, y siéntate con papel y lápiz. Reflexiona sobre tu escritura y piensa muy muy bien las respuestas a estas preguntas:

  1. ¿Cuál es tu mayor objetivo? (Puedes usar la palabra sueño en vez de objetivo si quieres. A mí es que sueño siempre me suena un poco a curso new-age de coaching para millonarios aburridos). ¿Qué es lo que quieres?
  2. ¿Cuáles son tus metas para este año?
  3. ¿Cuáles son tus metas para este mes?
  4. ¿Cuáles son tus metas para esta semana?
  5. ¿A qué actividades tendrás que dedicar más tiempo para alcanzar todo eso? ¿Cuáles tendrás que dejar de lado?

Estas preguntas parecen sencillas, pero todos sabemos que no lo son, en absoluto. Estoy segura de que el 99,9% de los que léeis esto no las habéis contestado. Tal vez alguno de vosotros ha pensado que ya lo contestará luego. ¡No, no, procrastinación caca! ¡Escupe eso!

Si nunca has respondido a esas preguntas, es muy difícil que consigas algo. Al fin y al cabo, ¿cómo llegar a una meta si ni siquiera sabes dónde está? Piensa en tu objetivo último como en una montaña muy alta. Sí, tienes que escalarla y eso es un follón, sobre todo si tu fondo físico es como el mío. Y mientras la escalas parece aún más alta: ahí, con su pico lejano y sexi e inalcanzable. Pero lo bueno es que ves ese pico constantemente: estés lejos o cerca o colgando de un saliente mientras una cabra te mira y se burla de ti. Siempre lo tienes a la vista.

Eh, Pepa, ven, ven, que creo que se ha estrellado otro

Si te cuesta decidir, si no sabes lo que quieres, no te preocupes. Porque resulta que en realidad da igual. Puedes preguntarte cuál es tu pasión y tu destino todo el tiempo que quieras, que eso no te va a servir de nada. Tienes que elegir lo que sea, ya. No hay nada «destinado» para ti. Triunfarás allí donde elijas invertir tu tiempo y esfuerzo. Por supuesto, hay un factor de talento y habilidades innatas (aunque menor de lo que piensas), y siempre es más agradable trabajar en algo que te gusta que en algo que se te da fatal y que odias, pero si tirases un dardo al azar en una diana de actividades cualesquiera, aquello que saliera podría ser tu destino, tu meta o tu sueño si te empeñases, si decidieras dedicar tu vida a ello.

Lo sé porque yo tuve que elegir. Elijo todos los días. Me cansé de ser parte de ese 99.9% que no contestaba a esas cinco preguntas.

Y todo esto nos lleva al siguiente problema:

2. Utilizas tácticas en vez de estrategias

Si queremos alcanzar los objetivos propuestos, necesitaremos un plan maestro, una estrategia. Por desgracia, muchos de nosotros nos distraemos con tácticas.

¿Cuál es la diferencia?

Pongo un ejemplo: una estrategia sería un plan completo de marketing, que incluyera, por ejemplo, el uso de Facebook. En ese plan entraría mi periodicidad de publicación, qué contenidos comparto, eventos especiales y el uso de promociones pagadas. Cada una de esas acciones tendría, a su vez, otras acciones secundarias (investigar los mejores horarios de publicación, documentarme sobre Facebook Ads, experimentar con diferentes maniobras para captar seguidores, etc.).

Una táctica, por otro lado, sería una herramienta puntual, como crear una sola campaña de anuncios en Facebook sin pensarlo demasiado y cruzar los dedos esperando que ocurra la magia y venda miles de libros.

Como os podéis imaginar, las estrategias suelen funcionar mucho mejor que las tácticas, pero son mucho más difíciles de crear y dan muuuucha más perecica.

Coge de nuevo tu papel y boli (puntos extra si tu boli tiene forma de gato o de unicornio) y crea un plan maestro para dominar el mundo: escribe la lista de cosas que vas a necesitar (acciones, recursos, personal, etc.) para alcanzar cada una de esas metas. Pon fechas orientativas de entrega. Esta parte no es fácil y te va a llevar un tiempo (días enteros, tal vez una semana), pero prometo que me lo agradecerás luego. O me escribirás un email enfadado recriminándome que te haya hecho perder el tiempo. ¡Menos mal que contestar emails enfadados no es mi prioridad!

Querida Gravielo (sic), te escribo porque has destrozado mi vida. 
De tanto leer tu blog, ahora salen dragones en todos mis relatos y todos mis amigos dicen que nadie querrá publicarme porque hemos salido ya del mercado postolkiniano.

A mí para todo esto (escribir relatos con dragones incluido) me encanta hacer mapas mentales. Permiten volcar todas tus ideas sobre el papel y luego vincularlas y organizarlas de manera coherente y práctica.

No obstante, todo este esfuerzo se va al garete si…

3. No haces un seguimiento de tu progreso

Lo de ponerse metas está muy bien, pero de poco sirve si no revisas tu avance. No tienes que medir absolutamente todo lo que hagas, pienses y comas, pero sí que conviene hacer una revisión semanal de lo que has conseguido durante esos últimos siete días. Esto te ayuda a optimizar de forma constante tu trabajo, ver qué falla y cómo solucionarlo, ver qué resultados ofrecen las tácticas implementadas y en qué momento estás de tu estrategia. No solo eso: te da una sensación de recompensa. En esos días en que te sientas desalentado, ayuda mucho mirar tus anotaciones y ver todo lo que has conseguido en este tiempo.

Del mismo modo, es crucial hacer revisiones mensuales, trimestrales y anuales.

¿De qué sirve planificar una estrategia si no sabes si está funcionando?

Aparte de tu agenda diaria, aparta una horita en el finde para analizar ese progreso semanal, mensual o lo que toque (yo siempre uso el domingo por la mañana, y me resulta inspirador y relajante). Créeme que mejorarás muchísimo todo tu sistema de trabajo y además identificarás esas tareas que realmente no te están aportando valor. Y esto último es muy importante, porque…

4. No respetas el principio de Pareto

Según el principio de este señor, un 20% de elementos produce el 80% de resultados. Así, en todas tus tareas diarias, hay un 20% que te está dando mucho más que el resto. Es muy importante que identifiques cuáles son esos elementos, para poder estructurar esas prioridades de las que hablábamos y dejar todo lo demás un poco más de lado.

Esto es más fácil de decir que hacer en nuestro mundo de escritura, lo sé. En otros sectores, todo se identifica con rapidez relativa: generalmente un 20% de tus clientes son los que aportan el 80% de tus ingresos, un 20% de tus trabajadores hacen el 80% del grueso del trabajo, etc. En la escritura, lleva un tiempo ver qué acciones (y libros) aportan las mejores métricas, según lo que sea más importante para nosotros: dinero, prestigio, satisfacción artística, etc. Y por eso es tan fundamental todo lo que hemos visto en el apartado anterior sobre medir y conocer nuestros resultados y progreso.

Tengo otra propuesta para ti. Sí, ya sé que en este artículo te estoy haciendo trabajar más que de costumbre. Y tú que solo venías por aquí para divertirte, ay.

No, no, yo ya no leo Gabriella Literaria desde que se ha puesto a pedir cosas. Era mucho mejor cuando solo había chistes guarros y fotos de señores en calzoncillos.

Durante una semana, apunta cada una de las tareas que has llevado a cabo. Una vez tengas esa lista, examina cuáles crearon valor real para tus objetivos y cuáles son tareas de esas de relleno que consideramos importantes pero que no ayudan a obtener nada.

Es probable que tengas que abandonar alguna de esas tareas de relleno para darle más tiempo y peso a las que realmente importan. Y esto puede ser duro, porque si te pasa como a mí y te cuesta decir que no, acabas trabajando en muchos proyectos que son importantes para otras personas, pero que a ti en el fondo no te proporcionan nada. A riesgo de que otros se enfaden contigo, tienes que proteger tu tiempo.

¿Me oyes, Gabriella? ¡Tienes que proteger tu tiempo!

*Suspiro*

Veamos más hoyos de productividad en los que caemos todos y acabamos fracturándonos el tobillo metafórico de la vida escritora:

5. Te apegas a un solo método y lo sigues al pie de la letra

Cada dos por tres aparece un nuevo método megamágico de productividad. Desde el GTD al Bullet Journal o la agenda chamánica de cualquier participante del último reality de moda, somos muy dados a entusiasmarnos con sistemas nuevos, probarlos durante tres días y luego abandonarlos porque no son compatibles con nuestro estilo de vida.

Se nos olvida que somos libres de cambiar nuestros métodos para adaptarlos a nosotros. Yo uso una mezcla de varios sistemas diferentes, que he ido probando hasta encontrar aquello que mejor funciona para mí. No tengas miedo de experimentar y mezclar. Si todo el mundo está diciendo que Evernote es la mejor herramienta del mundo para todo, pero tú te sientes más cómodo apuntando cosas en papel de verdad, eso no significa que no puedas seguir apuntando cosas en papel de verdad y usando Evernote para otros asuntos.

(Puedes, como yo, usar Evernote para sacarte selfis que jamás enseñarás al mundo. El día que me hackeen la cuenta os vais a reír).

Tu sistema puede ser todo lo simple, narcisista o complejo que quieras, siempre que te funcione. Pero recuerda:

6. Un sistema de productividad que lleva mucho tiempo y esfuerzo mantener no se sostendrá en el tiempo

El año pasado me apunté a la moda del bullet journal. Es un buen sistema, como concepto, pero tiene el problema de todo lo accesorio. Se puede convertir en una excusa (o por lo menos así fue para mí). Una excusa para dedicar tiempo a decorar y hacer bonito mi cuaderno en vez de dedicar ese tiempo a las tareas importantes.

Espera... ¿las tareas de cocina vietnamita iban en morado o en violeta? ¿Con puntito, estrella o cuadrado multicircunflejo? ¿O eso era para la lista de series-abandonadas-pero-que-igual-vuelvo-a-ver de Netflix?

Esto no quiere decir que para otras personas esto no funcione. Para muchos es una manera de crear y expresarse, y relajarse. Pero yo para eso ya hago otras cosas (como caligrafía, mucha caligrafía), lo que necesito es algo que me haga más productiva. Y cualquier sistema de productividad que te quite más tiempo del que te conceda tiene un riesgo muy muy alto de ser abandonado al cabo de un par de meses. Que fue lo que me ocurrió con el bullet journal y con tantos otros métodos complejos que he probado.

No tengas miedo de mezclar y agitar, pero procura que la implementación de tu sistema sea rápida y no te quite mucho tiempo al día. Yo dedico 10-15 minutos cada mañana a organizar mi día y media hora cada domingo para la revisión semanal. Para llegar a esto he invertido tiempo de preparación y tengo un sistema de planificación excelente que me ayuda a estar al día y a ser realista con mi tiempo y energía. Probablemente entre en profundidad en ese sistema más adelante, pero eso tampoco es importante. Se trata de que tú des con lo que mejor te funciona. Si necesitas ideas, aquí tienes 69.

7. Dejas de lado lo que realmente importa

Dicen por ahí que cualquier actividad creativa necesita dedicar un 20% del tiempo a crear y un 80% a promocionarse, si pretende sobrevivir de forma profesional. En el ámbito de la escritura, donde la parte creativa tiene exigencias de más (como la corrección, edición, etc.), yo diría que es más práctico un 50/50. Del tiempo que tienes asignado para tu trabajo como escritor, dedica la mitad a crear y la mitad a tu estrategia de promoción y marketing, si lo que buscas es darte a conocer y vender tus libros. Si solo escribes porque te gusta y no tienes intención inmediata de vender, evidentemente puedes dedicar todo tu tiempo a crear. O a criar gansos. Lo que prefieras.

Oka ke ase

El problema surge cuando olvidamos nuestra estrategia, nos desviamos de nuestros objetivos últimos y nos dejamos distraer por todas esas tácticas brillantes que hay ahí fuera, todas esas que nos prometen miles de lectores de la noche a la mañana (spoiler: esto no suele pasar).

Si te sientes agobiado por todas esas opciones de mercadotecnia, interacción, redes sociales, blogging, etc., la mejor forma de calmarse y recuperar la claridad es el regreso a lo básico. Al fin y al cabo, el ejercicio cuya repetición es esencial aquí es la escritura.

El mercadeo es importante, tanto que, en teoría, dedicarías la mitad de tu tiempo a él. Pero si te notas frustrado, regresa a lo principal. Recupera el amor por tu labor creativa. No sabes la de veces que eso me ha sacado a mí del atolladero.

Esto no solo sirve para la escritura en sí. Si no sabes dónde enfocar tu esfuerzo en el complicadísimo mundo de la promoción y la visibilidad, busca las maniobras que despierten tu instinto creativo. No sirve de nada estar en Instagram si aborreces la fotografía, pero a lo mejor te encanta hacer el payaso en vídeo y Youtube es para ti. Puedes seguir las recomendaciones de los expertos, pero también es importante recurrir a tus habilidades y a aquello que te apasiona.

Llevan años diciéndome que el blog ha muerto y que me tengo que pasar al vídeo o desaparecer. Y aquí estás, leyéndome. Amo escribir artículos y probablemente lo siga haciendo siempre, de una manera u otra. Hay que renovarse, pero siempre serás más poderoso haciendo aquello que te divierte y motiva.

No seas como este señor tan distraído, cansado de un trabajo que no ama, pasando las horas muertas pensando en musarañas y los pechos turgentes de sus compañeras de la oficina. Sé como los grandes: como Mozart, como Joanna Penn, como Hannibal Lecter. Da igual lo que hagas: hazlo con creatividad, dalo todo y disfruta.

8. No llenas el pozo creativo

Nuestra escritura surge de un mar de influencias. Si no estás consumiendo material creativo, es mucho más difícil que produzcas algo en condiciones. Y acuérdate de GIGO (Garbage In, Garbage Out). Si solo consumes basura, producirás basura.

El problema de no llenar tu pozo de agüita creativa de la buena es que eso te llevará a diversos tipos de bloqueos y a una falta de crecimiento y progreso que te resultará muy frustrante. Es aquí donde muchas personas abandonan, de hecho, ¡dejan de escribir, porque piensan que nunca podrán hacerlo bien!

Acuérdate de leer, de ver, de viajar, de conversar. Ingiere contenidos excepcionales y toma todas las notas que puedas. Recuerda el sistema de los tres cubos: necesitas llenar el de la inspiración para poder llenar los otros dos también. Si no tienes ideas nuevas, si no creas magia, si no tienes motivación emocional e intelectual tras tu escritura, cada sesión será larga, pesada y muy, muy poco productiva.

9. De nada sirve optimizar tu trabajo si no tienes enfoque

Cada jornada de trabajo es para mí un proceso de optimización de mi sistema productivo. Cambio y ajusto según lo voy necesitando. Pero hay una cosa que no cambia: el uso de la técnica del Pomodoro.

¿Por qué vuelvo siempre a esta técnica? Por dos razones:

  1. Por poco que te apetezca ponerte a hacer algo, la idea de que «solo son 25 minutos» ayuda a vencer la resistencia y
  2. Esta técnica exige enfoque absoluto. Durante los 25 minutos de concentración, solo puedes trabajar en la tarea adjudicada.

Esto significa que toca apagar notificaciones, ignorar requerimientos de otros, cerrar el correo electrónico, etc. Y ese es el mejor truco del mundo.

Poco a poco empiezas a apreciar la belleza del enfoque, porque lleva al flow, y nada hay como el flujo creativo para escribir.

Sé lo que esperabais aquí, sí. Un chiste sobre flujo creativo. Pero no: os lo dije, este blog intenta dejar atrás sus modos obscenos e indecentes. Así que tomad un gatete.

Todo eso empiezas a aplicarlo a otras cosas. Desinstalas el messenger de Facebook del móvil (lo mejor que he hecho nunca: ¿por qué la gente me manda consultas sobre su escena escrita en cuarta persona de la voz media un sábado a las dos de la mañana? ¿Es eso en lo que pensáis cuando estáis por ahí de juerga? No sé vosotros, pero yo pienso en alcohol, tetas y culos como todo el mundo*). Contestas a tus correos en tiempos asignados, en vez de estar pendiente de cada cosa que entra o sale. Hasta tu gato parece que empieza a entender qué tiempos necesitas para concentrarte y no interrumpe en los momentos cruciales de trabajo**.

No puedes estar cambiando de tarea cada dos por tres, porque entonces nunca entras en el estado de concentración necesario para dar lo mejor de ti mismo. Y como autor quieres dar lo mejor de ti mismo, espero. Por eso me estás leyendo, ¿no?

O tal vez sea por las fotos con pie de página.

10. Gestionas tu tiempo en vez de tu energía

Muchas herramientas de productividad están basadas en la gestión de tiempo, en cómo puedes organizar las horas de las que dispones al día para conseguir hacer todo lo que te propongas.

Este acercamiento es erróneo y hasta peligroso. Simplemente dividir tu tiempo en tareas y obligarte a llevarlas a cabo te llevará a quemarte. El ocio y el descanso son muy necesarios para reponer energías, y también hay que tener en cuenta que hay épocas mejores y peores, días donde tendrás la motivación al máximo y días que… bueno, días en los que te baja la regla***.

Si trabajas por cuenta ajena, es inevitable tener algún tipo de gestión del tiempo, ya que te vendrá impuesta por otra persona (o, qué sé yo, por una entidad mecánica impulsada por inteligencia artificial siguiendo algoritmos extravagantes de Amazon). Pero incluso en el ámbito más controlado y estricto puedes intentar realizar cierta gestión de tu energía. Esto implica un poco más de experimentación, de prueba y error, pero los resultados son mucho más efectivos.

Mientras haces el ejercicio ese de anotar tus tareas que proponía en un apartado anterior, haz también lo siguiente: anota, del 0 al 10 (siendo cero el mínimo de energía y diez el máximo de energía), cómo te sientes de energía y motivación. Cuando termines este periodo de anotación, revisa cuáles son tus picos de energía y asigna a esos tiempos tus tareas más exigentes. Esto puedes ir afinándolo todo lo que quieras: también puedes buscar tus picos de creatividad (que curiosamente no tienen por qué coincidir con los de energía), de disciplina, etc., y asignar a esos periodos del día las tareas correspondientes.

Algunas cosas tienden a funcionar para todo el mundo (por ejemplo, casi siempre es mejor hacer las tareas más importantes a primera hora, cuando todavía tenemos fuerza de voluntad y antes de que miles de distracciones se metan por medio), pero hay excepciones. Tú eres tú, con tu propio ritmo. No tienes que seguir el ritmo de los demás: ¿por qué no crear uno exclusivamente para ti?

Acuérdate de descansar. El descanso y la recuperación son fundamentales. Si vas al gimnasio, te habrán dicho mil veces que los días de descanso, entre sesiones, son aquellos donde el cuerpo hace su mejor trabajo. Con la cabecita pasa igual: necesitamos desconectar y recuperarnos. No hablo solo de dormir y de ocio, sino de la búsqueda activa de ejercicios que te permitan reiniciar un poco: cualquier cosa que te ayude a despejarte. Algunas personas practican meditación o yoga, otras hacen punto o ganchillo o dibujan, otras escuchan música, otras hacen exorcismos en pueblos misteriosos de nombres olvidados… no sé, tú encuentra algo que a ti te permita acallar tanta voz estridente en tu cabeza.

Pero duerme también, duerme lo necesario y más. Cada hora que robes al sueño son unas dos horas que tendrás que pagar luego en trabajo mediocre.

11. No analizas lo que hay detrás de tu “pereza”

Si eres como yo, habrás pensado durante muchos años de tu vida que tu problema es que eres vago. Que no trabajas bien o lo suficiente porque no quieres, porque naciste sin esa cosa mágica llamada fuerza de voluntad. Me llevó tiempo darme cuenta de que eso de la fuerza de voluntad es un poco cuento, como los ratones que le hacían la ropa a Cenicienta (y la de tiempo que perdí intentando adiestrar ratones…). La disciplina se hace y, en mi caso, se hace engañando a mi cerebro.

Esos engaños surgen con una distribución cuidadosa de tareas, elegidas para cada momento del día y cada pico de energía. Se hacen adecuando tu entorno, creando obligaciones y situaciones ineludibles. Se hacen contándoles a los demás tus objetivos, para que lleves a cabo lo necesario para no quedar como mentirosa. Hago ejercicio en casa porque soy demasiado vaga como para ir a un gimnasio. No compro el tipo de comida que sé que devoraré de una sentada a las diez de la noche. Parece que nunca tengo tiempo para leer, así que aprovecho recados sueltos para sentarme en cafeterías cercanas con un libro en la mano (o en un banco, si doy con algunas de esas cafeterías notables donde no permiten a gente lectora, a ver si se va a poner de moda y la gente ya no saldría a consumir a los bares).

Hay un montón de trucos que puedes ir probando para mejorar tu rendimiento, sin tener que depender de la fuerza de voluntad, que, al fin y al cabo, es finita. Ten presente que los hábitos y los sistemas son muuucho más eficientes que depender de la motivación, que es una amante voluble y casquivana.

Una de las razones por las que he dedicado tanto tiempo y esfuerzo a ir estudiando y mejorando mis técnicas de productividad es por esa «pereza» que ya he mencionado. Si tú también eres perezoso, como yo, plantéate lo siguiente: ¿es porque tienes poca energía? Puede haber razones de salud detrás de esa fatiga. Hay muchos factores que influyen en nuestra energía: nuestro sueño, nuestra alimentación y, por supuesto, nuestra salud mental. Por lo que tengo entendido, la depresión y la ansiedad son problemas relativamente comunes entre los trabajadores creativos. Muchos sufrimos trastornos del sueño sin saberlo siquiera. Y no hablemos ya de nuestras dietas… A veces un simple cambio nutricional puede tener un efecto espectacular en tus niveles de energía.

Desde que me hice paleo-intermitente y hago crossfit-pilates, tengo una salud de hierro. Cero amigos, pero una salud de hierro.

Sin energía, todo es más difícil. Hacer ejercicio proporciona más energía, pero tienes que tener energía para empezar (ay, ese terrible círculo vicioso). Si siempre estás cansado/a, habla con tu médico, mira qué te sugiere. Y si tu médico es de esos que te mira con cara (también) cansada y te dice que es que es la época o que todo el mundo está cansado y que te aguantes, búscate otro médico. A lo mejor tienes que pasar por cinco o seis para que las cosas empiecen a cambiar. Pero no dejes tu salud en manos del azar. Tu escritura depende de ella.

También hay otros factores detrás de la «pereza», claro, como la resistencia mental que proviene de la inseguridad y del miedo. Eso lleva a la procrastinación y de eso hablé aquí.

12. No aceptas que no todo es diversión

Empezamos a escribir porque nos gusta. Empezamos a escribir porque lo disfrutamos y siempre debería ser así. Pero muchos aspirantes a escritores parecen pensar que lo único que vale en la escritura es ese disfrute. Y en el arte de escribir hay días malos. Hay días en los que no sale nada y días en los que, directamente, no quieres ponerte a escribir porque te parece una tarea tediosa, y porque alguien te acaba de llevar la contraria en Twitter y nada más importante hay que contestar como merece. Y no hablemos ya de las partes menos interesantes de la escritura: la corrección, reescritura, planificación, documentación, etc.

Al igual que un músculo se hace más fuerte al encontrar resistencia y luchar contra ella, nuestras habilidades como escritores crecen cuando las llevamos a su límite. No podemos quedarnos solo en los huecos de lo que nos gusta y nos divierte. No podemos perder el amor por escribir, no, pero si realmente pretendemos ser buenos, si pretendemos mejorar, habrá muchas partes de esta actividad que no nos apetezcan, que nos resulten incómodas y difíciles. A mí, por ejemplo, me duele el culo de estar aquí varias horas editando un artículo de más de 5000 palabras.

Lo hago por vosotros, por la gloria, la fama y el dinero. Y por un sofá de la sección "para influencers con maquillaje raruno" del Ikea****. 
Mis sueños no son como los vuestros, pero necesito que los financiéis.

Esa es la gran regla de la productividad: ver lo difícil como una oportunidad de crecimiento y aceptar que, te lo montes como te lo montes, siempre va a haber partes difíciles y no hay más remedio que ponerse. Necesitas hacer el trabajo complicado para poder hacer el trabajo llamativo. Y también necesitas hacer el trabajo aburrido.

Este blog arrancó cuando decidí invertir parte de mi energía creativa en un proyecto sobre mis experiencias como escritora. Aquí no me leía casi nadie (y no le tenía que rendir cuentas a nadie, lo cual siempre se agradece), así que tenía la posibilidad de experimentar y jugar con mi forma de redactar. No todo fue creativo, claro: si pude divertirme y progresar como bloguera fue por todo el trabajo de campo que hacía desarrollando mis habilidades en entornos más «serios». Si queréis tener un blog interesante, dedicad varios años de vuestras vidas a producir artículos a diario para otros medios. No hay nada como la creación de contenidos a demanda para apreciar la belleza de escribir lo que a ti te dé la gana.

No, no hay nada como la repetición diaria de tareas que pueden ser difíciles y/o aburridas para apreciar la belleza de los días buenos, de los ratos de inspiración, de esos momentos en que te sale esa frase perfecta que sabes que otros citarán en Goodreads hasta el fin de los tiempos. ¿Acaso no es lo más a lo que puede aspirar un Artista?

¿Cómo se come un elefante?, se preguntó Creighton Abrams, supuestamente.

Todos conocéis la respuesta.

Un bocado. Y luego otro bocado. Y luego otro.

Hasta que te das cuenta de que te has comido al elefante entero. Pero comer elefantes parece cruel e innecesario, así que digamos que estás escribiendo un libro.

Escribe ese libro, una palabra a la vez.


*Os dije que intentaría que el blog fuera más decente. No que lo conseguiría.

**Una de estas tres afirmaciones es mentira.

***Si eres hombre, el equivalente sería algo así como… no sé… ¿hay algo equivalente que os pase a los hombres? ¿Bajan marcianitas verdes una vez cada tres lunas a pegaros con varillas metálicas en el pompis? ¿Os escapáis ocho veces por semestre a aullarle a la Osa Mayor con vuestros hermanos lobo-murciélagos? ¿O tal vez el fútbol es una representación ideológica del acto de deshacerse de sangre nutritiva para el feto que nunca fue? No tengo ni idea y, en serio, es un tema que me intriga.

****Esta sección no existe, pero debería.


Esta parte ya os la sabéis, pero la voy a decir otra vez, porque vuestro dinero es lo que me permite comprar zapatos. Y tengo un problema con los zapatos:

Mi librito de corrección básica para escritores ya está disponible en papel. Si quieres tenerlo en tus manitas, para subrayarlo y guarrearlo como debe ser, tienes dos opciones:

a) Comprarlo directamente en Amazon aquí: http://mybook.to/70trucos o…

b) Escribir a gabriella@gabriellaliteraria.com si quieres comprarlo dedicado y caligrafiado.

¡OS PROMETO QUE HA QUEDADO MONÍSIMO! Hasta tiene un unicornio en la contraportada, lo cual imagino que no os sorprenderá en absoluto:

-¿Quieres echarme una mano como ya hace gente maravillosa como Pamela Rojas, Jorge del Oro, Carlos S. Baos, May Quilez, Eduardo Norte, Carla Campos, Adela Castañón, Anabel Rodríguez o Daniel Hernández Alcojor? Es fácil hacerlo con Patreon.


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